jueves, 3 de agosto de 2017

656. Nuevos amigos transnacionales

De eso se trataba en el workshop al que vine a Portland: de establecer lazos de amistad entre los representantes de las ciudades. Ahora somos todos amigos y tenemos un grupo transnacional de Whatsapp. Bueno, habría que excluir a la señora china, o sea que hablamos de gentes de doce ciudades, doce más una contando a la londinense Clare. No voy a hacer un relato detallado de lo que fue el encuentro, porque esta no es una página profesional. Me limitaré a centrarme en algunas de las personas con las que he sentido una mayor afinidad. Nos habíamos quedado en que el lunes 24 me eché una buena siesta, la segunda en Portland, inducida por las dos pintas de cerveza negra que me calcé en el Bridgeport BrewPub. A las 18.00 estábamos en el lobby del hotel. No todos; unos cuantos habían tenido retrasos en sus vuelos. Allí nos encontramos con el bueno de Radcliffe Dacanay, nuestro anfitrión en Portland.

Radcliffe es filipino de nacimiento y raza, se vino muy pequeño a San Diego donde se crió y ahora trabaja para el departamento de Urbanismo y Transportes de la ciudad de Portland. Está casado con una polaca que se desenvuelve en el mundo de la costura y la moda y tiene algunos primos brasileños. Entre las fotos que le tomé no hay ninguna en la que se le vea bien, así que he recurrido a esta, de alguno de sus perfiles públicos en las redes sociales. Radcliffe ha sido clave, junto con Clare, para el éxito de nuestro encuentro. Nos acompañó hasta la noche en todas las actividades complementarias que habían diseñado entre ambos y ni una sola vez se mostró cansado, aburrido o superado por el grupo. Era feliz atendiéndonos. Es como si cada día le dieran cuerda con una llave en el centro de su espalda. Ese primer día nos llevó a dar una vuelta por la orilla del río, pero prácticamente nos limitamos a visitar los mismos lugares que yo ya había recorrido en los días anteriores.

Tras el paseo, subimos un momento a la habitación y enseguida nos aprestamos a la segunda actividad. La red C40 nos invitaba a un tentempié BBQ de bienvenida, en el bar terraza del hotel. En el ascensor me topé con la chica de Yakarta e inmediatamente nos presentamos: seguramente teníamos ambos bastante pinta de congresistas, aparte de que se nos había enviado un folletito con los curriculums de todos con foto. La representante de Yakarta se llama Karina Miatantri, pero le gusta que la llamen simplemente Tantri, el mote que le pusieron en la Universidad de Groningen donde estudió, porque el nombre completo les resultaba muy complicado de pronunciar. Le dije que había visitado Groningen, algo que le extrañó mucho, puesto que en el ámbito de las universidades holandesas, la ciudad de los frisones no es demasiado conocida.

Tantri es una chica menuda, que nunca pierde la sonrisa y el punto de vista positivo, a pesar de trabajar para una ciudad caótica de 9 millones de habitantes. Y que tampoco se cansa nunca. Venía de un viaje el doble de largo que el mío y allí estaba tan fresca. Eso sí, tenía un hambre extraordinaria, porque no había comido al mediodía, y se zampó en un momento dos raciones abundantes de la comida que nos habían preparado. Pero lo bueno es que los demás días también comió con el mismo apetito; todo le estaba bueno y se ve que le gusta comer. En un ambiente en que todas las mujeres se contenían para no pasarse, Tantri, que está súper delgada, comía como una lima. Debe de ser algo genético, propio de su raza. Así que yo le puse el mote de Tantry the Hungry. Ella me llamaba a mí El Jefe, en castellano, porque dice que me parezco a alguien así llamado en la serie Narcos. Cada día nos saludábamos con sorna: How d’you do, El Jefe, did you slip well? Great, thanks, and you, hungry as usual? Con Tantri la conexión fue instantánea, algo reforzado por lo bien que entendía su inglés. Abajo un par de imágenes.




Algo parecido me sucedió con el chico de Johannesburgo. Se llama Thabang, es de la etnia zulú y vive en Soweto, donde nació, barrio para el que también trabaja en un contexto social problemático y bastante explosivo. Thabang me abordó al día siguiente en el primer break-coffee. Me dijo que me había visto antes, en una feria en Barcelona. Le contesté que era imposible, que yo llevaba unos doce o catorce años sin asistir al Meeting Point de esa ciudad, en donde Madrid solía montar un stand hasta que llegó la crisis. Pero sus recuerdos eran precisos: él estuvo en esa feria y visitó el stand de Madrid, en donde había una gran maqueta de la ciudad puesta en el suelo y cubierta con un cristal grueso sobre el que se podía caminar. Y yo estaba allí contando a los visitantes cosas de Madrid. No hay duda de que fue exactamente así.

Con Thabang también hicimos muchas risas. Le conté que en Madrid tenemos un sistema de transporte público excelente, pero la gente sigue moviéndose en coche. El 75% de los desplazamientos que se hacen no alcanzan los 3 kilómetros; podrían hacerse en bicicleta, o hasta caminando. Pero la gente sigue cogiendo el coche para irse a tomar una cerveza a 500 m. Thabang, que me escuchaba con atención, me dijo de pronto: yo tengo la solución; al que no vaya en coche se le ofrece cerveza gratis. Se puso tan contento que se lo fue a contar a todos a gritos: tengo la solución a los problemas de movilidad de Madrid. Realmente, los negros tienen un sentido del humor peculiar, exclusivo de su raza. Por eso se decía antes eso del negro zumbón. Ahora hay que tener cuidado con lo que se dice. Aquí una imagen de Thabang, auténtico negro zumbón, un chaval estupendo.


Thabang me enseñó a hacer el saludo de los colegas de Soweto, chocando puños en horizontal y moviendo los pulgares hacia la derecha para rozar uno con otro. Creo que lo voy a adoptar para saludar a mis amigos, aunque no sean sudafricanos. Me dijo que si lo invitaba a venir a Madrid y le contesté que por supuesto. Le precisé que sólo debe agenciarse un billete de avión barato, porque mi ayuntamiento no se lo va a pagar. Pero que cuente con alojamiento en mi casa y visita a todo lo que pueda interesarle. Hablamos incluso del lío de Cataluña. Thabang tiene una opinión muy clara: If they want to go, let them go. Eso es lo mismo que he dicho yo en alguno de mis últimos textos al respecto.

También me cayeron muy bien las dos chicas más jóvenes del grupo. Érika, de México DF, es una mujer muy dulce, que también trabaja en un medio urbano caótico, duro e incontrolable, pero que compensa todo eso estando muy enamorada (imagino) de alguien con quien se comunica todo el rato por el móvil. Y la representante de LA, Shannon Ryan, una persona brillante y súper preparada. En sus ratos libres hace surf por el Pacífico y eso se nota en su cuerpo y en su rostro. Es aguda, afilada, rápida. De figura menuda, pero con espaldas poderosas. Con ella me podía comunicar menos, porque no entendía demasiado bien su acento. En todo caso, a la que peor entendía era a Henriette, la otra representante sudafricana. Thabang es zulú y estudió en inglés y en zulú en la escuela. Se le entiende fenomenal. Henriette estudió en inglés y afrikáner, el tercer idioma oficial del país, una especie de holandés paleto, del tiempo de los boers. En algún momento nos tocó escribir el objetivo de nuestro grupo en todos los idiomas (ya saben: Transit Oriented Development, Desarrollo Orientado al Transporte). Así se dice en afrikáner: Verkeers Georiènteerde Ontwikkeling. Por eso la entendía tan mal a Henriette. Aquí estamos todos: de izquierda a derecha Henriette, Érika, el menda y Shannon.























En fin, viendo estas imágenes, entenderán por qué me lo he pasado tan bien. Nunca fuera caballero, de damas tan bien servido. Ya les había adelantado que había mayoría de mujeres. Lo que yo no sabía es que había también mayoría de gente joven. Por otro lado, suele ser así en cualquier asunto interesante al que uno se apunte y que no tenga que ver con el fútbol, como ya se ha comentado aquí muchas veces. También he dejado claro hace tiempo que me gustan las mujeres y que me encanta la compañía de la gente joven. En Portland, los únicos viejos (de edad, no de mente) éramos los dos brasileños y yo. Antonio Carlos Velloso, de Rio de Janeiro, y Liana Valicelli, de Curitiba, andaban en torno a los sesenta; seguramente yo era el decano. El Jefe, como me bautizó la encantadora Tantri. 

Escribo todo esto ya con cierta nostalgia, en un rato de descanso en mi hotel de Seattle. Mañana tengo un billete de tren para Portland adonde llegaré a mediodía. De 4 a 5 tengo un meeting con Radcliffe y su equipo para discutir sobre el proyecto Madrid Río. Y pasado mañana he de estar temprano en el aeropuerto de Portland para tomar el vuelo de las 6.00, de vuelta a Madrid. Es un trayecto con dos escalas, que se lleva unas 17 horas. Espero que no me pase como a Tantri, cuyo larguísimo vuelo de vuelta fue encima desviado a causa de un tifón, lo que obligó a su compañía aérea a pagarle una noche de hotel en Taiwan. Sean felices. El próximo texto desde casa, Dios mediando, como decía mi padre.

2 comentarios:

  1. Pues la filipina esa se ve guapa, pero tú con el pañuelo de pirata tampoco desmereces. Si prescindimos del bigote, hasta te das un aire a Little Steven. Podrías pasar disimuladamente como trompetista del los Discípulos del Soul.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por el piropo. Y no es filipina, sino indonesia, tío ganso.

      Eliminar