jueves, 10 de agosto de 2017

659. Serpientes de verano

Primera parte: miércoles 9 de agosto por la noche. Bien, aquí me tienen perfectamente integrado en la rutina de agosto, un mes en el que es una delicia estar en Madrid y trabajar (es un decir) en el Ayuntamiento. Para empezar, puedo ir todos los días a la oficina en mi coche, porque la M-30 no está atascada y tardo unos quince minutos en llegar a la Isla de Alcatraz de nuestro destierro. Y tengo sitio de sobra para aparcar junto al parque Juan Carlos I. Estos días sólo tienen una pega: como al concejal de turno se le suscite una urgencia, la responsabilidad de cumplirla cae indefectiblemente sobre ti, porque el resto de la plantilla está de vacaciones. Pero, si eso no sucede, pasas de puntillas por un mes en el que te pagan lo mismo que en los otros once, pero sin tanta exigencia ni esfuerzo. A mí me gusta quedarme en Madrid en agosto, aunque sé que hay mucha gente que opina lo contrario.

Por ejemplo, el señor Rajoy, que este año tiene que estar de guardia para atajar las previsibles maniobras desleales de los independentistas catalanes y no va a poder dedicarse a su deporte favorito, que consiste mayormente en caminar muy rápido a ritmo de tarantella bufa, sacando los codos como los pollos cuando les acosa un vehículo. La verdad es que no sé por qué tanta premura, si los catalanes no tienen todavía ni las urnas que van a utilizar en su estrambótica consulta. Los gallegos, en cambio, somos mucho más precavidos y previsores. Para el caso de que un día, si cuadra, tengan que organizar una consulta similar (o no), pues ya tienen preparadas, por si es caso, las papeletas con las respuestas pertinentes a la consulta. Aquí abajo pueden verlas.


Agosto es el mes de las llamadas serpientes de verano, noticias que nos sorprenden en la playa, muy alejados de la realidad urbana, por lo que no podemos saber si son ciertas del todo. Pero agosto es también el momento de los grandes planes de futuro. Es cuando el personal se propone dejar de fumar, ir un día por semana al gimnasio o aprender inglés de una vez, por no hablar del sujeto prototípico que aprovecha este impasse para declararse a su prometida con la frase más manida: hoy he decidido que quiero pasar el resto de mi vida contigo. Muy bien, pues yo he decidido hoy mismo que quiero pasar el resto de mi vida conmigo mismo y para ello he empezado por tomar dos decisiones fundamentales. UNA: cortarme el pelo. Con ese objetivo, he concertado una cita con mi amigo Jurgen, mi peluquero habitual. Jurgen, del que ya les he hablado en este blog, es natural de Friburgo, la zona más cálida de Alemania, donde hay hasta naranjos y limoneros. Esta tarde me he encontrado a un Jurgen rejuvenecido, que ha perfilado su imagen dejando crecer en libertad su barba teutona irredenta y coronando su cráneo privilegiado con un kiki. Lo he visto tan guapo que, cuando ha terminado su trabajo conmigo, le he pedido que nos hiciéramos un selfie. Abajo tienen el resultado. Ya ven que no hace falta irse a Portland para encontrar sujetos originales.


La segunda decisión: DOS, salir a correr al Retiro. Si siguen mi blog saben que este tiempo de mediados de agosto es el momento perfecto para empezar la temporada. El problema es que el año pasado yo empecé a entrenarme el 15 de agosto y lo dejé un mes después. Cuando me fui a San Petersburgo el 10 de septiembre, ya estaba en plena forma y eso me permitió correr en el aeropuerto de París y llegar echando el bofe al segundo avión, provocando que me perdieran la maleta, porque nadie de Air France pudo imaginar que hubiera una sola persona capaz de hacer ese transfer imposible. Así quedó reseñado en el blog.

La verdad es que este año ha sido bastante productivo en cuanto a viajes. Hace un año, por estas fechas estaba yo de baja por mi fractura de húmero. Desde que me dieron el alta he visitado sucesivamente San Petersburgo, Japón, Marsella, Birmania, La Coruña, la Toscana y Portland/Seattle/Vancouver. No está mal. En parte por ese ajetreo y en parte por desidia, lo cierto es que llevaba once meses sin salir a correr, un lapsus bastante peligroso a mi edad. Sin embargo, he de decir que me he encontrado bastante bien, salvo las agujetas que tenga mañana. Y eso que me he venido de Portland con un par de kilos de más, tal vez debidos a la cerveza IPA. Tengo el compromiso de seguirles contando mi viaje y no me olvido de ello. Pero, se me ha hecho de noche, estoy muy cansado y creo que lo vamos a dejar por hoy. Mañana mismito, les completo el texto, hombre, arre carallo.

Segunda parte, jueves 10 de agosto por la mañana. Con un nivel de agujetas soportable y aprovechando el ritmo agostí de mi oficina, me dispongo a continuar el relato de mis aventuras americanas. El día 27 de julio afrontamos la última jornada del workshop. Aquí empezó por hablar la italiana Caterina, que contó una metodología bastante interesante, al menos desde un punto de vista teórico, sobre cómo actuar en la ciudad actual. A continuación vinieron las presentaciones de Buenos Aires y Santiago de Chile. Ambas representantes hablaron en español, posibilidad que estaba habilitada por el soporte de un par de traductores pagados por C40, lo mismo que había también un traductor al mandarín para la señora Chen. Después había un break-coffee, tras el que venía mi turno. Hablé con Clare y le expresé mis dudas sobre si hablar en español o en inglés. Me dijo que era una decisión mía. Hasta entonce yo había intervenido siempre en inglés en los debates y discusiones, pero me entró la duda.

Finalmente hablé en inglés y la cosa quedó bastante bien. A mis colegas les hizo mucha gracia la línea de lo que llamé “urbanismo táctico”, consistente en montar instalaciones provisionales por sorpresa y pulsar cuánto se cabrea el personal y hasta dónde está dispuesto a resistir la presión el político. Si se aguanta el tirón, luego la instalación se consolida mediante elementos permanentes. Ejemplos de esta forma de actuar: el corte de un tramo de Galileo, el cierre parcial de la Gran Vía durante 23 días en las pasadas navidades o el corte al tráfico del Paseo del Prado que se hace todos los domingos. En el congreso de Marsella en el que participé el año pasado hubo un día dedicado exclusivamente a hablar de urbanismo táctico. Radcliffe me preguntó: –¿Pero de verdad lo hacéis sin avisar? Le dije que sí y se quedaron muy admirados. Es mentira; en realidad se avisa a través de las redes sociales, pero el personal casposo que luego pone el grito en el cielo porque no puede cruzar con su coche, sólo lee el ABC y no se entera, por lo que, para el caso, es lo mismo. 

A continuación tuvo lugar la intervención de la señora Chen, con su vídeo turístico con música de ópera, la discusión posterior y pasamos al lunch, que nos trajeron allí mismo. Nos quedaba una larga tarde de cerrar conclusiones generales, ver qué tareas nos llevamos cada uno a nuestras ciudades y empezar a configurar un documento resumen del workshop, que coordinará Clare con las aportaciones de todos. Al final, discursos de cierre, agradecimientos y felicitaciones por lo bien que había salido todo. Sin descanso, nos vinieron a recoger unos coches de Uber para llevarnos a Alberta street. En esta larga calle del cuadrante noreste de Portland, los últimos jueves de cada mes se organiza un mercadillo alternativo, donde se concentran todos los frikis a vender sus mercancías, tocar música, echarse algún canuto y montar con todo ello una divertida fiesta urbana. Radcliffe quería que lo conociéramos. Una vez allí, nos disgregamos por grupillos con un punto de encuentro al final de la calle. No les sorprenderá saber que yo me quedé con Tantri y Érika la mexicana. Encontramos una medianera decorada y aprovechamos para hacernos fotos. Les pongo algunas.  






















Desde allí cogimos nuevos taxis al restaurante de la cena de despedida, que estaba en el cuadrante sureste, por lo que después podíamos regresar caminando al hotel, cruzando por alguno de los puentes, y así bajar un poco la cena. El lugar se llamaba Xico y, para variar, también era mexicano, para disgusto de Érika, que no había venido tan lejos para seguir comiendo burritos y enchiladas. También era una especie de autoservicio, en el que nos íbamos poniendo diferentes comidas y nos llevábamos la bandeja a una mesa. Me serví un vinho verde portugués con los dos brasileños para la primera ronda. Era caro, pero ya estaba un poco harto de cerveza. Después estuve un rato con la francesa Helene, que se apuntó otra vez a nuestra cena y que estaba muy interesada en involucrar a Madrid en el proyecto que ella pilota, que se llama Reinventig Cities.

Por último, ya bien cargaditos de vino, me senté un rato con Clare. Me confesó que ella había insistido mucho en que yo participara en el workshop. Que en el resto del equipo tenían dudas al respecto, pero que yo había sido una apuesta personal suya y que estaba muy contenta con el resultado. Le había gustado mi esfuerzo por hablar en inglés, algo que es clave para que sigamos en contacto en el futuro. Clare vino a Madrid en marzo y yo la conocí al poco. En ese momento no sabía nada de castellano. Ahora lo maneja mejor que yo el inglés. Me contó que su misión en Madrid se termina en septiembre y que tiene que volver a Londres, perspectiva que le entristece, porque se lo ha pasado muy bien en estas tierras. Por primera vez hablamos de temas personales, que obviamente no voy a contar aquí, aunque se los pueden imaginar. Ay, si yo tuviera treinta años menos.  

Después, camino al hotel, besos, abrazos y despedidas varias. Al otro día seguramente nos veríamos para desayunar, pero por si acaso. Terminaré mi texto con un asunto que me sirve de introducción del próximo post. Cuando llegamos al Xico, un grupo de chicas aparecieron un poco desconcertadas y atónitas. Habían venido hablando con su taxista, le habían contado el objeto de nuestro trabajo en Portland, y se habían encontrado con que el tipo decía que todo eso del cambio climático es falso, que es algo que se ha magnificado por determinados intereses comerciales. Un negacionista en toda regla, seguramente votante de Trump. Esto se merece un análisis más profundo y les emplazo para el próximo texto. Sean buenos.

6 comentarios:

  1. Se ve que los taxistas son como los de aquí: Todos escuchando la COPE. Un amigo mío, cliente habitual del taxi, les exige cambiar de emisora en sus viajes y les dice que les está bien empleado lo de Uber, por fachas. Se pasa un poco, ¿no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu amigo se pasa, pero a mí los taxistas tampoco me resultan muy agradables, en general. Además, creo que hay demasiados por aquí. Si por mí fuera anularía la mitad de las licencias que hay en Madrid.

      Eliminar
  2. Me alegro de que lo haya pasado tan bien. En su relación de los viajes del último año le faltaba la Toscana, pero veo que ya lo ha corregido. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias. Creí que lo había incluido, pero se me olvidó. Me avisó un lector de los que se resisten a poner en público sus comentarios.

      Eliminar
  3. No entiendo por qué el resto del equipo (qué equipo) tenía dudas sobre tu participación en el taller y tuvo Clare que convencerlos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues está bastante claro. Si se trata de tejer una red de contactos para el futuro entre técnicos de diferentes ciudades, no parece muy lógico involucrar a un personaje de 66 años. Clare valoró mi entusiasmo, como el de Liana o Antonio Carlos Velloso, que andan por los 60.

      Eliminar