sábado, 20 de junio de 2015

394. TR#1. El submarino despega

Bueno, aquí me tienen, en Berlín, en mitad de una tarde desapacible, de lluvia, viento y frío, dispuesto a empezar a contar mis aventuras. Los que recuerden mi anterior viaje bloguero, tal vez hayan advertido que he sustituido el TD# de entonces por el TR# de ahora. Aquello era Travel Diary, porque acometí la tarea de escribir un post por cada uno de los días de viaje, como un ejercicio (y un reto, al final completado). Ahora será Travel Report, porque voy a ir escribiendo posts sin un ritmo prefijado, cuando pueda. Es decir, va a ser éste un diario orgánico, en el sentido en que lo era también (orgánica) la democracia en tiempos de Franco. Como muchos de mis lectores son más jóvenes y no pueden saber de qué hablo, lo explico. El régimen de Franco no se definía a sí mismo como dictadura, sino como Democracia Orgánica, diferente de las democracias representativas. Y la gente, que siempre recurre al humor para defenderse de los regímenes autoritarios, completó la oración: teníamos una democracia orgánica, consistente en que Franco hacía lo que le salía de los órganos.

Pues eso haré yo. Voy a estar en parte con mis hijos, he de visitar a mi amigo Michael, que nos invita a una especie de fiesta en su casa y habrá días en que no pueda escribir en el blog. Por lo demás, ayer fui a mi consulta cardiológica y los resultados son espectaculares. No sólo estoy bien, sino que tengo todos los indicadores mucho mejor que el año pasado. Vamos, que mis médicos están valorando la posibilidad de inyectarme en vena un poquito de colesterol, para que los demás pacientes no se desanimen por el agravio comparativo. Fuera coñas, parece que lo que tengo son extrasístoles, patología benigna, para la que no se requiere tratamiento: ni pastillas ni nada. Lo cojonudo es que el holter que me pusieron ha revelado que tengo esas extrasístoles de manera continua, de noche y de día. El hecho de que las note sólo al tumbarme a descansar, normalmente en la cama y por la noche, se debe a que el resto del tiempo hay más ruido y tengo la mente ocupada en otras cosas y no me entero.

Lo primero que me preguntaron es qué tal el día del holter. Bien, les dije, pero no va a servir de nada, porque ese día no sentí nada raro. Risas generales. Me enseñaron los gráficos y había cha-cha-chá de cojones. La extrasístole es una especie de latido a contrarritmo, como los que suelen intercalar los músicos de bossa nova. El corazón, que es cabezota, la contrarresta enseguida con un intervalo más largo, para recuperar el ritmo original, y es en dicho intervalo cuando se nota esa especie de angustia, porque parece que la sangre no te llega a donde debe. De todas formas, la sensación de angustia continuada que sufrí yo a lo largo de toda la Noche de la Bestia, sólo puede tener una causa, y la idea ya se había formado en mi cabeza antes de la consulta: tuvo que ser motivada por el rayo que cayó en mi casa, o en la de al lado. A mí hijo se le desbocó el corazón también, lo que pasa es que recuperó el ritmo normal en unos minutos. Yo no, y aquí entran una serie de factores: la vejez, el estrés y el que uno empieza a comerse el tarro y el fenómeno se realimenta.

Así se lo planteé a mi hermosa cardióloga y me contestó que no hay evidencia científica de eso, pero no era la primera vez que lo oía, así que no es ninguna tontería. Al final, el corazón es un músculo que funciona a partir de unas diferencias de polaridad que se van invirtiendo rítmicamente (por eso mis molestias podían tener su origen en el riñón, donde se procesan los electrolitos que definen esa diferencias de polaridad). El que te caiga un rayo casi encima produce unas tensiones electromagnéticas brutales, que tienen por fuerza que incidir en estas historias. En fin, uniendo este diagnóstico con los resultados de colesterol, ácido úrico, tensión, PSA, etc., la chica me dijo que dejara de dar el coñazo, que no me prescribía tratamiento alguno, y que volviera por allí en dos años. Sí me dio algunos consejos: no abusar del café, cuidado con el té de ginseng rojo coreano y que procure hacer cenas menos copiosas. Esto último se debe a que el estómago está pegado al corazón y, si está muy lleno, puede presionar y por eso la sensación desagradable al acostarme. En cuanto a lo otro, tomo un café al levantarme, del llamado americano, y algunos días otro a media mañana. El té de ginseng lo consumo una o ninguna veces a la semana y ese día no tomo casi café. Eso no es abusar de los estimulantes. En cuanto a la cerveza, no me aconsejaron nada al respecto.

Bueno, pues tras recoger mis informes, pasé un momento por el curre, lancé unos cuantos gritos de Viva el Rey, y me fui a hacer la maleta. El vuelo fue normal, con un aterrizaje súper suave. Recurrí a un taxista turco y me instalé en un hotel de la cadena Meininger, al lado de la Hauptbahnhof, la estación central de Berlín. Coloqué someramente mis cosas y salí a caminar. Crucé en diagonal la Washingtonplatz y tomé el camino que bordea el río Spree. Era todavía de día, pero hacía mucho frío. Pasé a la altura de la cúpula del Reichstag de Norman Foster, al otro lado del río, y me desvié a la izquierda por la Reinhardtstrasse, en busca de una zona más animada, porque allí no había ni Dios. Iba en busca de la Oranienburgerstrase, el centro de la marcha del Friday night berlinés pero, al llegar a la Fridriechstrasse, de una pizzería en la esquina me asaltaron unos olores tentadores. Caí en la cuenta entonces de que tenía un hambre de la hostia y allí me quedé.

Era un sitio muy agradable, servido por chicas muy jóvenes uniformadas con camiseta negra, y un mandilón también negro sobre los vaqueros. Todas llevaban el pelo recogido en coletas altas y eran bastante guapas y amables. Mesas de madera sin mantel, buena cerveza, música suave, personal ruidoso: ya saben a qué tipo de local me refiero. La pizza que me trajeron era gigante y, con la pinta de cerveza Paulaner que me calcé, me sobrevino todo el cansancio de estos últimos días vertiginosos. Mi hijo Kike, está de acuerdo con mi cardióloga en que estoy un poco estresado. Tengo que darles crédito y aprovechar este viaje para descansar y relajarme. Yo creo que estresado no es la palabra. Me gusta más una que usaba mi padre: agitao. Mi padre, hombre de traje gris, pajarita y un buen sombrero que levantaba levemente cogiéndolo con tres dedos para saludar a las señoras, usaba su condición de médico para decirle a algún amigo que se encontraba: le veo a usted un poco agitao: cálmese hombre, que tanta agitación no es buena.

Volví al calor del hotel y dormí como un niño. Un descanso merecido. Termino con unas palabras sobre el WiFi. El hotel tiene un sistema por el que hay que pedir una clave individual por viajero, que te sirve para varios días, pero sólo para un aparato. En el papelito que te imprimen con la clave, te avisan que, si quieres usar un nuevo aparato, tienes que desconectar el anterior. En los días que corren, eso es una tontería, todo el mundo lleva varios artilugios. Yo cargo ordenador, tablet y móvil para el Whatsapp. Las chicas de recepción lo han solucionado a las bravas. Tienen un cestito en el mostrador en donde han impreso un montón de tickets con claves individuales. Yo, tras hacer la inscripción, cogí un puñado. Te ven, pero no les importa. Demostración palpable de que la frase el sistema no me deja hacerlo, con que los burócratas te responden ante peticiones justas y razonables, es una falacia: los sistemas permiten hacer todo; lo que pasa es que hay es mucha gente inútil que no sabe lo suficiente para exprimir todas sus potencialidades, o malévola, que pasa de esforzarse para ayudarte.

Hala. Que ustedes lo pasen bien. 

2 comentarios:

  1. Me alegro mogollón de que ni siquiera tengas que tomar pastillas. Un abrazo y a pasarlo bien.

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