lunes, 16 de marzo de 2015

356. Qué lejos aun el final del túnel

He repasado la cuenta de los días que me faltan para llegar a la ansiada jubilación y me horrorizo de lo poquito que ha bajado la cifra desde que escribí el Post #348, homónimo del número de la Avenida Corrientes del famoso tango (Corrientes, tres-cuatro-ocho, segundo piso, ascensor). Huy, qué largo que se me va a hacer esto… Tras las elecciones, mis amigos más cenizos y agoreros dan por hecho que tendremos cha-cha-chá a gogó. Los un poco más optimistas hablan de una situación ingobernable, con pactos contra natura, mociones de censura cruzadas y repetición necesaria de las elecciones a corto plazo. Tendrá que ser bastante corto (el plazo), porque, como sea medio, a mí ya no me pillan.

Llevaba yo todo el año prácticamente manteniendo el ritmo cochinero ese de tres posts a la semana y miren ustedes por dónde, el viernes pasado no me dio el tiempo ni las pilas alcalinas para cumplir con el objetivo fijado. ¿Me creerán si les digo que no he dormido en varios días, del disgusto? No, ya veo que no me creen. El caso es que, pierde uno el paso y ya sigue a tropezones. El ritmo es básico para todo: la música, el deporte, el trabajo, los blogs. A mí se me descabaló la cosa desde el miércoles, día en que hube de asistir a una comida de despedida de un querido compañero que se jubila (éste, a los 70, y porque no le dejan seguir). Con motivo de la comilona ya no pude entrenar esa tarde y decidí suprimir un día de carrera esa semana. Así que corrí el jueves y, aprovechando la semana de footing demediado, ese día estiré el recorrido hasta los 8 kilómetros, una mejora que hace días quería introducir.

En realidad este año estoy haciendo una temporada atípica, porque a partir de mis molestias en la espalda estuve ocho meses sin correr, de enero a agosto de 2014, y luego empecé con miedo, de manera muy gradual. Normalmente yo habría estado ya en octubre en torno a los ocho kilómetros tres veces por semana, pero este año me he visto abocado a irme moviendo un poco a tientas, en función de sensaciones, con la espalda pendiente de un hilo. En mi último post les hablaba del terremoto, que me pilló cuando me empezaba a vestir para salir al Retiro. A los viejos, cuando nos alteran una rutina, ya nos han jodido. Eso fue lo que me hizo el dichoso terremoto. Después de escuchar un rato la radio y consultar la prensa digital a ver qué decían, salí finalmente a la calle, aun con el sobresalto. De entrada me encontré inusualmente ligero. Estaba casi en el lugar donde acostumbro a hacer mi tanda de estiramientos, cuando me di cuenta: se me había olvidado ponerme la faja de neopreno en la cintura.

Era la primera vez que me pasaba algo así, pero el resultado fue instantáneo: esa noche me volvió a doler la espalada, después de muchos meses de tregua. Así que ahora tengo una comprobación empírica perfecta. En mi aprendizaje heurístico han quedado demostrados varios axiomas. Uno: la espalda me duele por correr. Dos: sólo con el reposo no se me quita el dolor. Tres: he de seguir nadando, al menos una vez por semana y no debo bajo ningún concepto olvidar mi faja de neopreno cuando salga a correr. Poco a poco he ido recuperando sensaciones, hasta el punto de que he subido la distancia hasta los 8 kilómetros sin un empeoramiento de mi espalda. Podría decirles que no me duele, pero mentiría. Lo que pasa es que el llamado umbral de dolor es algo muy personal de cada uno y yo paso mi tiempo entre momentos de ausencia total de dolor (entre ellos, los del propio momento de correr)  y otros en que la molestia no me invalida para hacer una vida normal.

Igualmente personal es lo de creerse los límites de colesterol aconsejables. En la comida de la que les hablaba más arriba, fue uno de los temas estrella, además de la próstata, el ácido úrico y otras delicias turcas de la llamada tercera edad (mi padre decía que la tercera edad le encantaba, que la que no le gustaba era la cuarta). El problema del mundo del urbanismo es que no hay renovación generacional, que yo hace años asistía a este tipo de saraos sintiéndome el más joven de la reunión, y con más de sesenta sigo teniendo esa sensación. El miércoles estuve con gente que hacía  mucho que no veía y los encontré a todos muy viejos. Con una excepción: José María Álvarez del Manzano. Al Alcalde de Madrid durante doce años le sienta muy bien la jubilación. Está rozagante, reluciente, apolíneo, delgado, eufórico, bronceado, ufano, con un tono muscular envidiable y, como siempre, hecho un pincel. No estuve en su mesa, pero estoy seguro de que no habló del colesterol en toda la tarde.

Ya he contado en el blog que yo tomo la pastilla contra el colesterol de la dosis más baja, un día sí y otro no. De esta forma mantengo el indicador total entre 200 y 230, es decir, lo que toda la vida se ha considerado normal. Ahora los médicos se curan en salud recomendando bajar de 200. A mí me han dicho mis médicos que el colesterol conviene tenerlo bajo, pero tampoco hay que obsesionarse; es sólo uno de los factores de riesgo cardiovascular, pero no el único. No pasa nada por tenerlo un poco alto, siempre que no se sume a otros factores, como sobrepeso, sedentarismo, tabaco, etc. Pues en el cóctel previo a la comida, un colega me dijo que él se tomaba una pastilla todos los días (no recordaba la dosis), porque no quería que su colesterol subiera de 195. Le trasladé la reflexión de mi médico y me contestó que él tenía varios otros factores de riesgo: alcoholismo, estrés, insomnio y no sé cuantas cosas. Mi amigo no fuma, está delgado, no creo que beba más que yo y las demás cosas están en su cabeza.

Pero cada uno es cada uno. Ahora estoy yo preocupado, porque con el disgusto de haber incumplido mi compromiso con el blog, no he pegado ojo estos días y ese es ya un segundo factor de riesgo a considerar. Bueno, fuera coñas, la verdad es que tuve un fin de semana laboral un poco sobrecargado. El viernes me pasé toda la mañana en Madrid Río, como guía de una visita al parque, dentro de las actividades programadas por la Demarcación de Madrid del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Corredoiras con motivo de la Semana de la Ingeniería. Este sarao se celebra cada tres años (en el último me tocó como parte de las actividades ordinarias que me asignaban mis jefes; ahora, los de la Demarcación contactaron directamente conmigo, porque les gustó como lo hice la otra vez, y mis jefes me firmaron el permiso como si me hubieran mandado ellos; ya ven qué bajo hemos caído). Era un festejo de inscripción libre y se apuntaron 30 personas, en su totalidad jubilados y ociosos, porque la cita era a las 10 de la mañana de un día de diario. Acabamos a la una y volví en coche al trabajo a completar horario.

El sábado repetí la jugada. Esta vez era una actividad complementaria del congreso de la asociación europea de urbanistas AESOP. Había gente de todas partes, la explicación era en inglés y terminamos a la hora de comer. Esta es una actividad que también me salió por fuera del Ayuntamiento y, al ser en sábado, no tiene compensación horaria posible. De aquí lo que saqué, además de mi propia satisfacción, fue la invitación a un café en el punto medio y una cerveza con unas tapas al final. Aproveché, por supuesto, para hacer networking-lobbying, repartí tarjetas, hice unos cuantos amigos portugueses, alemanes y turcos y quedé emplazado para verlos en otras ocasiones. Un profesor de urbanismo de Lisboa prometió traer a todo su curso el año que viene. Con otro de Postdam, cerca de Berlín, fui yo el que quede en acercarme a verle la próxima vez que vaya a la capital alemana.

Y, por cierto que, al menos dos congresistas alemanes, me dijeron al final que era su primera visita a Madrid, y que les había sorprendido la pujanza y la buena salud de la ciudad. Ellos habían oído muchas cosas sobre nuestra crisis y esperaban encontrarse una ciudad llena de miseria, con los vagabundos pululando por ahí. Además, los dos coincidieron en que encontraban la ciudad muy limpia y bien mantenida. Aquí confieso que no sé si esto se debe a un exceso de dioptrías, o es que estos germanos son unos guarros. Yo no he visto la ciudad tan mal, en este aspecto, como en esta fase final del Trienio Negro, cuyo cierre tanto se hace de rogar. Hala, duerman bien.

4 comentarios:

  1. ¿Y no sería más sencillo que dejaras de correr y le dieras un poco de cuartel a tu castigado cuerpo de sexagenario?

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    1. Algún día tendré que dejar de correr y lo tengo asumido. Pero, mientras pueda, seguiré. Me va bien para el colesterol, la figura y, sobre todo, para el coco.

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  2. Es ciertamente sorprendente que vengan unos alemanes a decir que la ciudad está limpia. Los que hemos visitado las ciudades alemanas o suizas sabemos el significado exacto del concepto "limpieza urbana". ¿No sería que se lo dijeron por hacerle un poco la pelota? Los alemanes son muy educados y, lo mismo que llevan siempre unas flores o una botella de vino cuando van de visita, supongo que les enseñan de pequeños a hacer cumplidos a un anfitrión que les lleva de paseo toda la mañana y les trata con amabilidad. Esos cumplidos son gratis y no debe tomárselos en sentido literal.

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    1. Puede que tenga razón, no se me había ocurrido. De todas formas, creo que se lo pasaron bien, les interesó la visita y seguramente se esperaban una ciudad más estropeada y decadente. La prensa de allí jalea mucho, al dictado de la señora Merkel, para que se genere entre sus ciudadanos la idea de que somos unos impresentables y no les regañen por extorsionarnos. También se trabajan aquí el crearnos mala conciencia con el mismo objetivo, con la complacencia del de la barba, que sigue "haciendo lo que hay que hacer".

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