sábado, 14 de marzo de 2015

355. Bajo la amenaza del fanatismo

Crece la preocupación por el órdago sostenido del llamado Ejército Islámico (EI), contra el universo occidental, este mundo que nos ha costado tantos siglos de esfuerzo construir, en el que hay muchas injusticias y desigualdades, pero en el que los derechos humanos se van poco a poco abriendo paso, la pena de muerte se va viendo relegada a lugares cada vez más minoritarios y la mujer ha logrado unos niveles de igualdad nunca antes conocidos y al menos nadie le obliga a taparse entera como un fantasma fúnebre. Algunos plantean este desafío como una lucha entre religiones o civilizaciones, pero es falso. Yo creo que se trata de unos bárbaros que amenazan nuestro mundo desde fuera, que quieren regresar a la Edad Media para dominarnos y hacernos pasar por el aro. Implantar la lapidación y la degollina como expresiones normativas y ponerle un burka global a nuestra sociedad. La Edad Media contra el mundo digital del Siglo XXI.

Pretensión tan absurda y contra natura, era previsible que no lograra un nivel de seguimiento mundial muy numeroso pero, sorprendentemente, ahora resulta que hay cientos de europeos que viajan camuflados a Turquía para luego cruzar la frontera y sumarse a los yihadistas. En la mayoría de los casos se trata de hijos de inmigrantes, sobre los que ya se ha hablado aquí con motivo del atentado de Charlie Hebdo. Personas jóvenes de origen árabe que han nacido en occidente, de padres más o menos integrados en un mundo en el que nadie les impide practicar sus ritos y sus costumbres de origen. El problema es que estos árabes de segunda generación se ven discriminados por su color, su nombre o su acento, con la excepción de la élite de los más listos, a los que se facilita el acceso a la universidad. El resto ven muchas puertas cerradas, mientras que los blancos, en muchos casos, encuentran su vida resuelta por familia, sin que tengan necesidad de ser unos lumbreras.

Esta situación lleva a muchos de estos hijos del gueto a situaciones relacionadas con la delincuencia, la droga, la marginación y la degradación personal. En ese caladero pescan los fanáticos, ayudados por ciertos predicadores de las mezquitas que animan a la guerra santa. Muchos de estos desclasados ven aquí una oportunidad de reivindicarse, de pasar de ser unos don nadie en sus barrios suburbiales a convertirse en héroes que degüellan a sus oponentes sin que les tiemble el pulso. A estos se unen toda clase de infelices y paranoicos, como el joven australiano de rostro angelical que hace poco se inmoló en algún mercado iraquí, según la noticia que pueden consultar AQUÍ. Y mujeres como las tres adolescentes de origen sirio que huyeron hace poco juntas de sus acomodados hogares británicos.

Cuesta creer que un movimiento tan cruel pueda arrastrar a las masas y yo quiero imaginar que en su nivel de crueldad y barbarie tienen su propio talón de Aquiles, pero eso no quita para que en los próximos días tengamos que asistir a nuevas barbaridades de esta gente, debidamente filmadas y difundidas en la red, previo montaje cuidadoso que incluye música, cámara lenta y fundidos a negro. El mundo del siglo XXI debería estar unido para defenderse de estos nuevos bárbaros, pero lo cierto es que seguimos a nuestras cosas. Seguimos con nuestras peleillas con Putin y con personajetes como Maduro. Seguimos interesados por los efectos de los pedos de Draghi y los desafíos de Tsipras, por no hablar de nuestros problemas locales, como la amenaza de triunfo de la Marquesa del Cha-cha-chá. Discutimos sobre galgos y podencos mientras ellos avanzan y cortan cabezas.

Nuestro mundo está en peligro, pero ya nos hemos acostumbrado a convivir con ese riesgo, ante el que, a nivel individual, poco podemos hacer, salvo tocar madera y confiar en que no se nos lleve por delante alguna bomba o tiroteo. Total, ahora tenemos que vivir también pendientes de los terremotos. Hace año y pico hubo uno en Madrid que fue como un golpe seco, del que ya les conté que me pilló literalmente sentado en la taza, sin sospechar que eso me ponía en contacto íntimo con las fuerzas telúricas. El del otro día me sorprendió sentado poniéndome unos calcetines de deportes para salir a correr. Mi sensación fue como si alguien que me tuviera cogido por el cuello me diera tres sacudidas enérgicas sucesivas. Como estaba solo, comprendí que se trataba de un terremoto. Luego hablé con compañeros y amigos que no sintieron nada y alguien me explicó que no era lo mismo estar sobre la falla, que más alejado. Está claro que yo vivo encima de la puta falla.

Mientras preparamos las Fallas de Valencia, todos estamos en riesgo alto de atentado yihadista y espero que, en este caso, no me pille también encima de la falla. Cuando los atentados del 11-M, mucha gente pensó que era ETA y otra mucha que era Bin Laden, en castigo por la foto de Aznar en las Azores. Ya entonces yo defendí que ni lo uno ni lo otro, que nos atacaban sólo por ser occidentales, como a los bailones de la discoteca volada en Bali. Los fanáticos atacan donde pueden, preparan estas cosas con tiempo y cuidado y nos eligieron porque en ese momento andábamos con la guardia baja. Luego sacaron lo de que un día fuimos Al-Ándalus como una excusa complementaria. Ahora las investigaciones más serias han determinado que el atentado estaba preparado desde mucho antes de la foto de las Azores.

Cuando lo de Charlie Hebdo yo mostré mi cabreo echando en cierta forma la culpa a unos dibujantes que provocan al monstruo con un producción humorística que a mí me hace poca gracia. Ahora creo que estaba equivocado y pido disculpas. Los yihadistas, aquí también atacaron donde y cuando pudieron. Además, ahora tienen este nuevo sistema de mantener células durmientes o lobos solitarios que pueden actuar por su cuenta cuando les parezca oportuno. Así han funcionado en Copenhague, en el Maratón de Boston, en Gran Bretaña (el tipo que acuchilló a un soldado por la calle) y tantos otros. ¿Será el próximo en España? Pues tocaremos madera.



En cualquier caso, las principales víctimas de estos descerebrados son los musulmanes moderados. Arriba tienen una imagen de la entrada del EI en una ciudad del norte de Irak. Hace dos o tres años, una facción de yihadistas tomó la parte norte de Mali, incluyendo la histórica ciudad de Tombuctú e impusieron allí su régimen bárbaro durante unos meses hasta que fueron desalojados por tropas gubernamentales con ayuda francesa (la cosa incluyó la destrucción de una serie de mausoleos de santos preislámicos que eran Patrimonio de la UNESCO). Sobre este breve interregno trata la extraordinaria película Timbuktú (2014), que fue candidata al Oscar a la mejor película extranjera, pero perdió con la polaca Ida, también excepcional. Timbuktú es la quinta película de Abderrahmane Sissako, director mauritano criado en Malí, formado en la escuela de cine de Moscú a donde acudió con una beca y que actualmente vive en Francia.

La película cuenta cómo se ve afectada la vida cotidiana de una pequeña aldea cerca de Tombuctú por la llegada de los yihadistas, que imponen inmediatamente la sharia causando terror y graves molestias a una población que hasta ese momento vivía tranquila con sus costumbres milenarias lejos del mundanal ruido. El film, que no incluye ninguna escena violenta, muestra el absurdo de esta nueva situación en la que se prohíbe la música, el cine, el fútbol, el alcohol y el tabaco bajo amenaza de graves penas. A las mujeres se las obliga a vestir de negro y llevar calcetines. Y la cámara busca también la vida cotidiana de estos soldados del miedo, muchos de ellos imberbes, que se dedican a discutir si Messi es mejor que Zidane, a pesar de haber prohibido el fútbol. Les recomiendo que la vean si pueden. No hay mejor retrato del absurdo de esta lacra del mundo moderno contado además por un musulmán. Mientras tanto les dejo AQUÍ una crónica de esta maravillosa película. 

A la espera del próximo atentado, que pasen ustedes un buen domingo.

2 comentarios:

  1. ¿Dices que se refleja también la vida cotidiana de los yihadistas? No pensé que esos locos se dejaran filmar.

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    1. A lo mejor no me he explicado bien. La película no es un documental. Es una recreación con actores en su mayoría no profesionales. Ni siquiera pudieron rodar en Mali; tuvieron que ir a unas pequeñas aldeas de Mauritania, cuyos habitantes colaboran en el proyecto como secundarios y figurantes, arriesgando la vida si un día el fanatismo llega de verdad hasta allí. Y, desde luego, se rodó cuando Tombuctú había sido ya liberada.

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