jueves, 30 de enero de 2014

225. Wert no será el peor Ministro de Educación de la historia

No señor, nunca conseguirá serlo. Y mira que el hombre está haciendo esfuerzos para merecer ese preciado título, digno de figurar en el libro de los records Guiness, homólogo de la cuchara de madera en los campeonatos de rugby o los Premios Razzie que cada año eligen la peor película, la peor interpretación masculina y femenina, etc. Por más que se esfuerce el señor Lo-que-hay-que-wert, no podrá arrebatar ese título a quien lo ostenta por derecho desde hace cuarenta años: el inefable Julio Rodríguez. Para entender la figura de este sujeto, cuya historia parece sacada de una película de Berlanga, hay que situar el contexto.

Cuesta ahora imaginar cómo discurrían esos años del tardofranquismo declinante, en los que El Caudillo ya no gobernaba con mano de hierro, sino que se había convertido en un anciano tembloroso que movía más a la compasión que a otros sentimientos más ajustados a su cruel trayectoria, mientras la gente se empezaba a posicionar (palabro tan repulsivo como su significado) de cara a lo que pudiera venir. Corre el año del Señor de 1973. El dictador está cansado y decide nombrar un Presidente del Gobierno al que pueda ir trasladando poco a poco los hilos del poder. Franco se reserva para sí los títulos de más alcurnia: aquellos con los que se referían a él los periódicos de la época, cada vez que aludían a su persona: “Su Excelencia el Jefe del Estado, don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios y Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire”. 

Es curiosa la obsesión de los autócratas por hacerse llamar con títulos largos. En los tiempos más duros del Zaire, los diarios locales debían referirse al dictador, cuyo nombre de pila era Joseph Mobutu, por este otro que expresa la grandeza de su dominio sobre sus súbditos: Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Zabanga, que significa: “Mobutu, guerrero que va de victoria en victoria y al que nadie puede parar”. No se pierdan tampoco la forma en que aludían a Fidel Castro en el Granma, el único periódico de Cuba, durante los años gloriosos del ahora decrépito líder: “El Comandante en Jefe don Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros”. ¡Ah, las similitudes, cuántas cosas revelan!

Volviendo a Franco, el anciano dictador estaba, más o menos, tan decrépito como Fidel en estos momentos y decidió, como les digo, nombrar por primera vez en cuarenta años un Presidente de Gobierno. La cosa le cayó en suerte al hombre a quien todos consideraban como el delfín del régimen, el elegido para gobernar la transición con mano firme: el almirante Carrero Blanco. El flamante presidente recibió su nombramiento en junio de 1973, sin saber que apenas duraría seis meses en el poder (y en el reino de los vivos). Y procedió a nombrar a sus ministros. Julio Rodríguez recibió la cartera de Educación y Ciencia y se puso a trabajar inmediatamente. Les pongo aquí su imagen más conocida.

Se ha especulado ampliamente con la historieta chusca de que a este sujeto lo nombraron por error. Es posible que sea cierto, pero no hay constancia. Yo, honradamente, no sé si creérmelo. Según esta teoría, Franco le indicó a Carrero que, para Educación, nombrara a ”ese chico tan majo de Granada que está de rector”. Se refería a Sánchez-Agesta, catedrático afecto al régimen, que estaba al frente de la Universidad granadina. Carrero se equivocó y nombró a Julio Rodríguez, rector de la Autónoma de Madrid también granadino. Cuando se dieron cuenta del error, el susodicho salía ya por la tele celebrándolo en casa con su mujer y sus cinco hijos, y les pareció cruel anular el nombramiento. Total, la educación se la traía al pairo.

Ya les digo que tiendo a creer que todo eso es leyenda. Sus partidarios, que los tiene, dicen que fue éste un infundio que hizo correr Ricardo de la Cierva, historiador poco considerado por sus colegas, despechado porque el nuevo ministro no lo nombró Director General de Cultura, como esperaba (años después, De La Cierva llegaría él mismo a ministro de Educación). Sea como fuere, Julio Rodríguez no era un piernas: era catedrático de Cristalografía, en la Facultad de Químicas, y había llegado a rector de la Autónoma. Su problema es que era un fascista de libro, y no utilizo la palabra fascista como insulto, sino a título descriptivo. También era del Opus, pero creo que esta es una caracterización secundaria, que tal vez explique lo de los cinco hijos, pero que palidece frente a su componente fascista dominante.

El fascismo es un movimiento que se funda en Italia en 1921, más de diez años antes de que surja en Alemania y de la fundación de Falange en España. Es un movimiento juvenil, popular, obrerista (Mussolini era un antiguo militante socialista), que se sustenta sobre bases de virilidad, camaradería y jovialidad, con predominio total de la acción sobre la razón (la famosa dialéctica de los puños y las pistolas), que se propone redimir a la sociedad y sacarla de su letargo y que propugna un modelo económico corporativista, intervencionista y totalitario, muchas de cuyas medidas estaban calcadas de las políticas de Lenin y Stalin. Cuando digo que Julio Rodríguez era un fascista, me estoy refiriendo a ese impulso redentor, a esa pulsión de forzar la realidad, de dar suelta a una energía desbordada (era el ministro más joven del Gobierno), de espabilar a la ciudadanía con una serie de medidas en cierta forma revolucionarias, que buscan generar una sociedad nueva, organizada sobre principios castrenses y jerárquicos.

Sólo esto puede explicar la ocurrencia del señor Rodríguez de cambiar el calendario universitario, para hacerlo coincidir con el año natural. Es decir, que, a partir de 1974, los cursos empezarían el 1 de enero y terminarían el 31 de diciembre. Junto a su ideario fascista, hay que aludir también a un carácter personal singular, caracterizado por una cierta cabezonería, por no preguntar a nadie, por tomar en solitario las decisiones más peregrinas y no mostrarlas hasta que son irreversibles y luego aguantar el tirón de las críticas masivas, rasgos comunes de los personajes de este tipo (piensen en Gallardón y el aborto). El caso es que el 27 de septiembre, el BOE publica la sorprendente orden. Aquí tienen el link, por si les resulta demasiado increíble. Ya ven que entre los argumentos se cita la necesidad de acompasar los calendarios lectivos y castrenses.

La medida se implantaría progresivamente, de forma que ese año sólo afectaría a los que empezaban en la Universidad. Los que habían aprobado el Preu en junio del 73, tuvieron la gran suerte de gozar de seis meses seguidos de vacaciones y se lo tomaron con alegría. Ellos también eran jóvenes y animosos, formaban peñas sustentadas en la camaradería, el alcohol, el excedente de testosterona y un cierto nivel de gamberrismo, que pudieron desarrollar libremente en esos seis meses, al son de “los estudiantes navarroooooos, me-cagüen-la, cuando van a la posada, chim-pón-jódete-patrón-saca-pan-y-vino-chorizo-y-jamón y el porróóóóóón, lo primero que preguntan, etc…” La sabiduría popular no tardó en ponerle un nombre merecido al disparate: el calendario juliano.

Lo que vino después es sabido. El 20 de diciembre de 1973, Carrero Blanco vuela por los aires con coche y todo y aterriza en una azotea de la calle Claudio Coello. Julio Rodriguez reacciona como cabría esperar. Se pone su mejor gabardina y se presenta en la Comisaría más cercana, como voluntario para las partidas civiles que, supone, se organizarán enseguida, para defender en la calle a España, al glorioso Movimiento Nacional y a sus principios fundamentales, tradicionalistas y de las JONS. Los policías le sugieren amablemente que se vuelva a su casa y no moleste, que bastantes problemas tienen ya con el atentado y la necesidad de controlar el orden público en momentos tan dramáticos. Franco aparece en los funerales con una llorera inconsolable y sale de esa guisa en los telediarios, subrayando la imagen de debilidad del régimen.

En un alarde de coherencia, el Caudillo nombra nuevo Presidente a Arias Navarro, el Ministro del Interior cuyos servicios no fueron capaces de olerse ni de lejos la que estaban preparando los etarras en pleno centro de Madrid. Arias nombra nuevo Gobierno y pone al frente de Educación a un tipo gris, poco amante de las extravagancias y las estridencias, cuya primera medida es anular el calendario juliano. El asunto se quedó finalmente en una simple anécdota. Los de la promoción de ese año hicieron un curso tres meses más corto. Normalmente los cursos se denominan con dos años: el curso 83/84, el curso 69/70. Estos señores sufrieron la rareza de hacer el curso 74/74.

Vuelto a la vida civil, Julio Rodríguez recuperó su actividad docente y se dedicó a dar conferencias por el mundo. Además se afilió al partido Fuerza Nueva, liderado por su amigo Blas Piñar. Él sostenía que seguía siendo ministro de Carrero Blanco, puesto que el almirante había tenido la deferencia de nombrarle y solo él podía cesarlo, algo que no había sucedido. De este modo, el que alcanzaba la categoría de Ministro de Carrero Blanco, como el que era ungido miembro de la Orden de Calatrava, lo era ya de por vida. Para él era un honor que no caducaría jamás, una especie de blasón del que siempre presumía. De hecho se imprimió unas tarjetas de visita en las que rezaba: “Julio Rodríguez, Ministro de Carrero Blanco”. También publicó su único libro de temática no relacionada con la química, lógicamente llamado Impresiones de un Ministro de Carrero Blanco (Planeta, 1974).

Este singular personaje murió en Chile de un infarto, a los cincuenta años. Los profesionales de la difusión de rumores infundados dijeron que había ido allí invitado por Pinochet. Me temo que el general no sabía ni quién era. En realidad había acudido invitado por la Facultad de Químicas de Santiago a dar una serie de conferencias sobre cristalografía, que era su especialidad. Debió de ser un gran químico, supongo, al que seis meses de vértigo convirtieron en el peor Ministro de Educación de la historia. 
  

5 comentarios:

  1. Me acuerdo perfectamente del personajillo éste. Usted y yo estábamos por segundo o tercero de carrera y hasta creo que hubo algún que otro follón por la universidad. De todos modos hubo auténticas lumbreras de ministros de educación, acuérdese de Villar Palasí...éste nos pilló tres o cuatro años antes...
    Un abrazo querido amigo.

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    1. Ah, se me olvidaba, mi mas sincera enhorabuena por lograr que funcione la hora y fecha en que se realizan los comentarios...debió de ser ardua tarea.

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    2. ¡Que tiempos, amigo! Por entonces estudiábamos lo justo, bebíamos bastante más de lo justo, tocábamos la guitarra, intentábamos ligar con suerte desigual, y rematábamos el día en lugares como El Avión. Alguien definió esta época como el prepostfranquismo. Años líquidos que viven en nuestro recuerdo.
      Lo de la sincronización horaria me resultó difícil por cabezota, por querer hacerlo yo. Cualquier informático hubiera tardado dos segundos.
      Abrazos.

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  2. No creo que se pueda ser peor ministro que Wert; al menos ese señor, que pasó a la historia como Julio el Breve, poco daño pudo hacer en sus pocos meses de ministro y en una dictadura. El curso 74/74 es una mera anécdota, para regocijo de los estudiantes que se beneficiaron de su fugacidad. En cambio Wert, con la pereza de su jefe para cesar a sus huestes, tiene carta blanca para hacer destrozos. Y los está haciendo a conciencia (recortes en becas y profesorado, adoctrinamiento católico, hostilidad hacia la universidad, "erasmus", enfrentamiento con todas las autonomías, segregación...) Un asco de ministro, no lo soporta más que Gomendio, Dios los cría... menudo par de pijos.

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    1. Tiene toda la razón. He aludido a Wert porque, si titulo mi post "Julio Rodriguez, Ministro de Carrero Blanco" aquí sólo hubieran entrado cuatro nostálgicos. Está claro que aquel estrambótico personaje no tuvo tiempo de hacer tanto daño como el que nos está infligiendo "Lo que hay que Wert".

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