domingo, 6 de noviembre de 2022

1.182. Un poco de calma, por favor

Sí, señor, los días 1, 2 y 3 de mi viaje tuvieron un punto vertiginoso, fueron un carrusel de emociones sin un momento de remanso para analizar por dónde me estaba deslizando y no me pidan que mantenga esa velocidad de crucero durante los quince días previstos para esta escapada. Los días 4, 5 y 6 han sido radicalmente distintos, tranquilamente alojado en la casa de mi hijo Lucas en Lille. Les diré que mi hijo tenía previsto llegar a Lille, tras su puente largo en Londres, el día 1 de noviembre, en torno a las cinco de la tarde. Y yo procuré ajustar mi llegada a esa misma hora. En los dos días siguientes mi hijo salió tempranito a trabajar y no volvió hasta las siete de la tarde, así que tuve mucho tiempo libre para calmar un poco las aguas removidas de los primeros días. Después del allegro vivace de esos días inolvidables, llegamos a un adagio sostenuto que viene muy bien como contrapunto de la vorágine anterior. Momento perfecto para volver la vista y hacer unas reflexiones al respecto.

Quizá también para comentarles algunos asuntos de intendencia, como el funcionamiento del sistema Interrail con la nueva modalidad digital. Yo sé que algunos de mis lectores sacan de mis textos informaciones prácticas, que luego pueden aplicar en sus viajes o en sus vidas. Para mis anteriores viajes de este formato antes de la pandemia, yo bajaba a la estación de Atocha y compraba un pase Interrail de yayos, que tenía la forma de un cuadernito en donde se iban anotando los diferentes viajes con un bolígrafo y que debía presentarse, debidamente cumplimentado, a los revisores de cada tren. Era un procedimiento artesanal que ya ha pasado a la historia. Todo eso se ha informatizado y ahora se hace en el móvil descargando una app. Entrando en la página Web de Interrail Europa, te dan a elegir diferentes opciones con sus precios, en función de tu edad y tu proyecto de viaje.

En dicha Web, yo elegí la modalidad de siete días de viaje a usar a lo largo de un mes y me costó 310€. El primer día lo utilicé en el trayecto del aeropuerto de Bruselas hasta la Centraal Station, como ya les conté. En el segundo día hice tres viajes: Bruselas-Ámsterdam, Ámsterdam-Nieuw Vennep y Nieuw Vennep-Ámsterdam. Para incluir estos viajes en el pase no tuve el menor problema, era algo sencillo y cada billete confirmado generaba un código QR que había que pasar por los tornos correspondientes para acceder al andén y luego si te lo pedían en el propio tren. En el último de estos viajes, me tuvo que echar una mano Holger porque llegamos sin tiempo al apeadero y mi móvil, de noche y en medio de la nada, es muy lento. Hubiera perdido el tren de no ser por el marido de mi amiga. Pero todo iba aceptablemente bien.

Sin embargo, para el siguiente viaje, Ámsterdam-Lille, la app ya no me funcionó tan bien. A la hora de incluir este viaje en mi pase, únicamente me aparecía en pantalla la posibilidad de utilizar trenes de alta velocidad, Ámsterdam-Bruselas y Bruselas-Lille que requerían pagar suplementos de 25€ cada uno, 50€ en total. Me pareció una barbaridad pero, en un momento dado, decidí que adelante. Entonces, la app me indicó que debía reservar asiento. Intenté hacerlo, pero fui incapaz. Por entonces, no había llegado a pagar nada aun de dichos suplementos. Y pensé que era imposible que no hubiera otras alternativas sin costo adicional. Para el tramo Ámsterdam-Bruselas, me constaba que existen otros trenes, yo había viajado en uno de ellos dos días antes en sentido contrario. Y, en cuanto al tramo Bruselas-Lille, pues es un tramo muy corto y con trenes normales a todas horas.

Decidí acercarme a la estación de Ámsterdam para ver cómo se solucionaba el tema. El día tercero de mi viaje, antes de irme de paseo por Ámsterdam, me pasé por las taquillas de la estación y allí me atendió un señor muy amable. Me explicó que con los móviles un poco antiguos a veces es imposible reservar asientos y pagar. Pero me preguntó qué es lo que quería yo exactamente. Eso no ofrecía dudas: yo quería estar en Lille el día siguiente a las 5 de la tarde y contaba con todo el día, no estaba especialmente interesado en coger un AVE, y menos con semejante suplemento. Me lo organizó desde su ordenador y dijo: ya está. Delante de él entré en la app y, milagrosamente había aparecido una nueva posibilidad y ya la tenía cargada. Tuve que anular el viaje que había seleccionado el día anterior y activar el nuevo. Una reflexión obvia: por mucha app y mucha informatización, al final tienes que recurrir a una persona de carne y hueso para que te solucione los problemas que te vayan surgiendo.

El viaje que me diseñó el amable amigo de las taquillas de Ámsterdam tenía tres tramos. El primero, Ámsterdam-Bruselas, salía de la Centraal Station a las 11.30. Así que tuve tiempo para salir a desayunar a una cafetería cercana y acercarme por última vez al Damm, comprobando que la ciudad estaba barrida por un viento helado que venía del mar y era bastante desagradable. Volví al hotel, hice las maletas, bajé para el check-out y caminé a la estación, pero hube de hacerlo despacio por estar el firme de las calles destripado como en una ciudad bombardeada, por cuenta de las obras gallardónicas. Si vas deprisa por un suelo como ese te puedes cargar las ruedas del troley sin enterarte. En la estación me compré un bocata y una botella de agua, que guardé para la pausa de media hora prevista para cambiar de tren en Bruselas.

Luego hice un trayecto Bruselas-Kortrijk y, tras cambiar otra vez de tren, un tercero Kortrijk-Lille. Nada más entrar en Francia, se subió al tren un grupo de unos siete u ocho gendarmes, de aire bastante agresivo y maleducado, que nos miraron a todos como a delincuentes. Mi hijo Lucas me confirmó luego que siempre es así últimamente y que a él, que es más joven y de aspecto menos inofensivo que el mío, le han hecho a veces abrir su mochila y le han desparramado todo por el asiento sin ayudarle luego a reorganizarlo ni pedirle disculpas. Resultados de la precaución nacional después de las sucesivas olas de atentados que ha sufrido el país.

Llegué a Lille a las cinco y media como estaba previsto, y salí de la estación en medio de una persistente lluvia. Me encontré con mi hijo y subimos a su casa, que está un poco desangelada, porque está a medio mudarse a otra casa cercana y ya se ha llevado bastantes cosas. Esa noche salimos a cenar a una hamburguesería en la que Lucas me advirtió que la música que ponían era muy buena. Pero la selección musical de la que disfrutamos superaba todo lo que yo pudiera esperar. Por poner un ejemplo, no es fácil hoy en día escuchar en un bar canciones como el Stuck in the middle with you de Stealers Wheel. Abajo pueden disfrutar de ella.

El día 2 de noviembre dejé discurrir la mañana afinando mi post empezado a escribir en el tren el día anterior, me di una vuelta por la ciudad y subí a la estación de tren para resolver otro problema del pase Interrail en relación con el trayecto siguiente, que ahora les cuento. Comí una ensalada en una Brasserie enfrente de la propia estación y vagabundeé un rato más por la tarde. El plan era cenar esta vez en casa, así que me pasé por un supermercado en donde compré toda la lista de productos que me había encargado mi hijo para cocinar una pasta con verduritas, que le sale muy bien. Nos hicimos unos selfies para la posteridad, que pueden ver abajo.


Y el día 3, tres cuartos de lo mismo. Por la mañana me conecté a la clase de inglés con Ed. Luego publiqué finalmente mi post anterior sobre mis peripecias en Ámsterdam y aun tuve tiempo de darme otro largo paseo por el Vieux Lille y comerme un sándwich. Por la tarde se puso a llover así que opté por recogerme. Mi hijo, que va y viene al trabajo en bicicleta, llegó calado. Cuando se hubo secado someramente, salimos a cenar a un lugar llamado La Barbue d’Anvers, que es algo así como La cojonuda de Amberes. Quedamos con una amiga suya y nos calzamos sendas carbonades, que es el plato típico de Lille, para la cena de despedida.

Para el trayecto Lille-Tours el problema era el mismo que había tenido en el anterior viaje: la app sólo me ofrecía billetes del TGV, pero en este caso el suplemento a pagar eran 20€ (10 hasta París y 10 para la otra mitad). Y esta fórmula me parecía bien, por 20€ podía resolver mi traslado en muy poco tiempo y no pasarme un día entero en el tren. Pero había que reservar asiento y ya les he contado que desde mi viejo móvil no se puede. Así que tuve que acercarme a la estación a hacer los trámites pertinentes. Ahora estoy en Tours, en la casa de mi amiga Barbara Chabbal y les escribo desde este lugar paradisiaco, sobre el que ya me extenderé en el post siguiente.

Porque les he prometido algunas reflexiones sobre los primeros días de viaje, formuladas desde la calma chicha de mi estancia en Lille con una rutina hogareña de amo de casa: todo el día esperando que mi hijo volviera del trabajo para disfrutar de su compañía en las últimas horas de la tarde/noche. Una calma chicha que me ha permitido mirar un poco atrás y cargar pilas para lo que viene. Para empezar, mi amiga África me dice que fui un poco demasiado tímido con Sam cuando me encontré con ella por la calle. Seguramente es cierto, pero yo procuré portarme de forma respetuosa. En estas cosas es importante observar la reacción de la otra parte y actuar en consecuencia. En Jerez, Samantha estaba feliz, y una vez aseada un poco después del agotador concierto, le preguntaron si podían entrar a saludarla un par de fans locales y dijo que sí. Allí, en cierta forma, jugaba en casa, era su camerino, estaba maqueada y radiante y todos nos sentimos muy bien.

En una bocacalle de la Grand Place, la situación es muy distinta. Vas tranquilamente paseando para relajar la mente y te aborda un tipo al que apenas recuerdas (porque ella tiene encuentros con fans veteranos como yo todos los días). Cuando le hablé, se mostró halagada y complacida, pero sin exagerar. Sus gestos me indicaban que no estaba cómoda del todo. Y a mí no me gusta forzar este tipo de situaciones. Yo necesito recibir un feedback de que la otra parte está a gusto para internarme un poco más por vericuetos de mayor riesgo. Dice mi amigo Dani que por qué no le pedí que nos hiciéramos una foto allí en la calle. Esto también lo tengo claro. Samantha había salido a callejear, vestida con ropa vieja y puede que hasta sin haberse duchado. Iba hecha un adefesio y dudo mucho que quisiera una foto en esas condiciones. Por la tarde, después de comer algo ligero, se echaría una pequeña siesta, se lavaría bien e iniciaría el proceso de maquillaje que la convierte en el personaje público Samantha Fish. Ella es muy cuidadosa con todos los detalles y tiene una rutina preconcierto, que incluye media hora de ejercicios de garganta para calentar la voz.

No soy persona propicia a caer en los lamentos a cuenta de lo hecho, y la autoconmiseración (ya saben: la he cagado, qué mal que lo hice todo). Pero si que quizá pudiera haber hecho algo más cuando me encontré con Matt Wade el teclista de Sam. Podría haberle dado con el codo y decirle: venga Matt, cuélame contigo cuando vuelvas a la trastienda, a ver si puedo ver a Sam aunque sea un minuto. En este caso, en primer lugar, confieso que no se me ocurrió. Pero además, a esa altura yo estaba ya bajo el influjo de Sandra, la chica de los ojos grises, y en mi mente se dibujaba claro el refrán a falta de Sam, buenas son tortas. Sandra sí que exteriorizaba todo el rato que estaba tan a gusto conmigo como yo con ella. Esta sensación cruzada es para mí algo imprescindible para estar con una mujer. Y es algo que se percibe con mucha claridad.

En este sentido, ha llamado también la atención lo que cuento de que Tantri y yo coincidimos en Portland tres días y ya supimos que seríamos amigos para siempre. Más de un seguidor se ha tomado esto como una apreciación exagerada y romántica, como para darle el punto literario al texto. Pero es algo que sucedió de verdad. Encontré a Tantri por primera vez en el descansillo del hotel donde estábamos alojados, mientras esperábamos el ascensor. Y ya no nos separamos. Terminamos juntos de preparar las intervenciones en el workshop que nos tocaban en los días sucesivos. Y, cuando tuve yo que intervenir, ella se encargó de ir pasando las imágenes de power point de mi presentación, favor que le devolví cuando llegó su turno. Con su impagable sentido del humor indonesio, me llama desde el primer día El Jefe, porque dice que me parezco a un personaje con ese nombre de la serie Narcos, que le gustó mucho.

Menos tiempo requirió la gatita Mina, en casa de mi amiga África, para mostrarme que estaba a gusto conmigo. En medio minuto, me miró con sus ojos de Michelle Pfeiffer y decidió que yo le molaba. Y me lo siguió haciendo ver a lo largo de las gozosas semanas que viví en esa casa. Hasta el punto que, tanto África como su marido, me dijeron separadamente, pero con la misma seriedad: no te la vas a llevar ¿eh? ni lo sueñes. No pensé nunca en semejante tropelía, los gatos son de las casas y, tal vez, lo que tengo que hacer es ir a visitarles con más frecuencia. Todo llegará. Por lo demás, en estos días he permanecido al tanto de la guerra de Ucrania y los riesgos que comporta. En este momento, en nuestra querida Europa todos seguimos haciendo nuestra vida como si esa guerra no existiera. Hemos cogido mucha experiencia en este tipo de actitudes, a fuerza de aprender a vivir como si no hubiera Covid.

Me complace encontrar en la prensa opiniones que concuerdan con la mía, de personajes que admiro, como Javier Cercas y otros. Es el caso de David Trueba, un sujeto encantador, de ideas siempre sensatas y nada sospechoso de connivencia con el poder. Su artículo de hace unos días titulado El tío Vlad, es de lo mejor que he leído últimamente. Para consultarlo, han de pinchar AQUÍ. Es la línea que yo sostengo. Que, como dijo Churchill, la democracia es el peor sistema de gobierno que existe, descontando todos los demás. Yo estoy encantado de vivir en esta Europa decadente, pero llena de vida, en donde funcionan inventos como el Interrail, y donde las mujeres pueden ir solas por las calles de las ciudades sin que nadie las moleste. La preferiré siempre a esa Rusia cerrada en la que ni siquiera puedes tener Facebook, lo que por ejemplo impide a mi amiga Svetlana de San Petersburgo comunicarse conmigo. Yo creo que hay una internacional de las autocracias, que incluye a China, Turquía, Irán y tantos otros lugares. Por tercera vez les voy a poner la foto de este verano.

Que personajes como estos anden sueltos por el mundo es una verdadera cabronade. Cuando yo era niño, había tres payasos en nuestra tele en blanco y negro, que cada día cantaban una estúpida cantinela cuyo estribillo era Dame la manita Pepe Luis. Tal vez ustedes lo recuerden. Ahora, estos tres payasos trágicos han reeditado el tema con una ligera variación: Dame la manita Vladimir. Mi viaje por las tierras galas ha tenido unos días tranquilos en Lille, en donde he podido comprobar que mi hijo está bien y he disfrutado de su compañía y del calor de un hogar en el que sentirme como en mi casa. No está mal como segunda fase de una aventura que reanuda mi vocación viajera interrumpida por la pandemia. Pero mi gira continúa y la seguiré reseñando en el blog, para disfrute de todos ustedes. A condición de que sean buenos, por supuesto.

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