domingo, 23 de mayo de 2021

1.053. De por qué no soy un personaje de Castán

En fin, como prólogo a esta nueva era post-covid que les anuncié el otro día, creo que es bueno ir cerrando algunos temas. Por ejemplo, lo de la derrota de la izquierda en las elecciones de Madrid. En el seno de lo que podemos llamar la izquierda (para entendernos) ha cundido el desánimo y he podido escuchar muchos razonamientos del tipo: ¡Oh! ¡Ah! Qué ruina, nosotros que somos los que nos ocupamos de la gente de abajo y llega una ocasión de votar y la gente a la que nosotros queremos se equivoca y vota a los que les oprimen y no a nosotros que nos desvivimos por cuidarlos. Supongo que ustedes han escuchado esto estos días o incluso algunos hasta lo habrán pensado. Es obvio que ahí está el error.

Reconozco que hay alguno que se ha venido arriba en su arrebato poético y ha dicho cosas realmente hermosas, como un amigo que me mandó el siguiente mensaje: es terrible sentirse parte de una especie en extinción, mientras a tu alrededor todos aplauden a los cazadores. Estupendo. Pero la llamada izquierda va de culo si sigue pensando cosas como esas. Hasta ahora, no había leído ningún análisis un poco atinado (salvo el mío –de orina– y discúlpenme que presuma de ello). Ahora he encontrado dos que lo superan y que dicen con mucha precisión lo que yo traté de esbozar de forma más chapucera.

Les voy a pedir que los lean. Ambos abundan colateralmente en una idea: la irritante superioridad moral de cierta izquierda. Ese rasgo que le impide salir del bucle en el que está. El primer análisis que les traigo proviene de El Triangle, un medio informativo admirable, voz de los catalanistas no secesionistas. Lo firma un tal Caldeiro, cuyo apellido desvela claramente sus orígenes, aunque se desempeña por Barcelona. Lo que dice, como análisis de lo que sucedió en las elecciones madrileñas, me parece perfecto, impecable, brillante. Para leerlo han de pinchar AQUÍ.

¿Lo han leído? A mí me parece que es certero. La gente, después de la pandemia, necesitaba ánimo y alegría y esta señora se lo ha ofrecido. Y ha arriesgado. Su punto de partida fue no hacer un encierro severo, como todas las ciudades de Europa. Mantener abiertos los bares, restaurantes, teatros, cines y museos. Y le ha salido bien, porque las cifras de contagios y muertes de Madrid no son más malos que las de los demás sitios. En el País Vasco, donde los bares llevan cerrados desde octubre, son incluso peores. Le podía haber salido mal, pero le ha salido bien, como llevamos señalando en este blog hace tiempo. Y la gente ha sabido entender ese mensaje: salvemos la economía del sector terciario, de la que vive mucha gente en esta ciudad y aguantemos el tirón.

No le vendría mal a esa izquierda que ahora se lame sus heridas dejar de reírse de la señora Ayuso, que es un personaje que tiene algo que no tiene el fraCasado, por ejemplo. Ella va a su aire. Sin ir más lejos, ya saben que se casó jovencita, luego se separó y durante una larga temporada (incluyendo el momento en que fue elegida presidenta) ha estado conviviendo con su peluquero, con el que mantenía una cuenta de Instagram en el que ambos manifestaban su amor mutuo. No es que estas cosas impliquen un certificado de personalidad innovadora o informal, pero yo no me puedo imaginar al fraCasado dejando a su señora y liándose con una corista de cabaré, por decir algo. Ayuso mantuvo esa relación con naturalidad durante la campaña en la que fue elegida. Y ahora que ha roto con el maromo, lo ha hecho con discreción.

Es cierto que su discurso está lleno muchas veces de simplezas, pero poco a poco va intercalándolas con cosas de más interés y en el único debate preelectoral mantuvo el tipo sin mayor esfuerzo, sólo vaciló cuando Iglesias le dijo que dejara de reírse y le costó cambiar la mueca unos segundos más de lo debido. Un amigo mío de esos que siempre dice maldades bastante graciosas, sostiene que está convencido de que Ayuso lleva un pinganillo en la oreja, por el que MAR le va soplando lo que tiene que decir, lo que pasa es que en algunos momentos el pinganillo falla y es cuando dice tonterías. Un chiste más, y gracioso para mí. Pero como los de la izquierda se limiten a seguir haciendo chistes de Ayuso, dentro de dos años les volverá a ganar.

Pero les he hablado de dos textos con análisis acertados. El segundo lo escribe el veterano historiador José Álvarez Junco, que siempre me gusta por su perspectiva. Este señor va más allá que Caldeiro puesto que mira al futuro y se permite aconsejar a la izquierda cómo salir del punto muerto en el que se encuentra. Este es un artículo de El País y sé que algunos de mis lectores no están suscritos, pero es un problema para el que yo no tengo solución. Pídanselo a un amigo o bajen al kiosco a ver si tiene algún ejemplar de papel. Para el caso de que lo puedan abrir, por ser suscriptores o no haber agotado el número de artículos gratis que se ofrecen a los no suscriptores, han de pinchar AQUÍ.

Con esto doy por cerrado el asunto y paso a contarles alguna cosa más en la línea de lo que quiero que sea esta nueva época del blog. El jueves culminé un par de semanas bastante intensas como les conté. Ese día empecé con mi clase de inglés y seguí con la segunda sesión de dos horas de yoga. Acabé agotado, como de la primera. Mi profesora, Elena, me ha hecho llegar algunos vídeos para que practique en casa si quiero. Pero me parece que, en el nivel ínfimo en que estoy, es más conveniente que vaya a unas clases presenciales con ella, para que me vaya guiando y me corrija lo que haga mal. Estoy pendiente de que me diga qué turnos tiene libres y las demás condiciones. Estaba tan cansado que volví a comer en el Matilda. Tenía mi vacunación a las 16.40, así que subí después de comer a descansar otro rato.

Para ir a la Fundación Jiménez Díaz desde mi casa, lo más cómodo es caminar por las empinadas calles de Lavapiés, hasta llegar a la plaza del mismo nombre, en donde hay una estación de Metro de la Línea 3, que te lleva directo a Moncloa. Consulté en el Google Maps la duración del trayecto y estuve haciendo un poco más de tiempo para llegar puntual. Y en esas andaba cuando rompió a sonar el móvil. Era mi amiga y compañera M. No había vuelto a hablar con ella ni con mi jefa después del Jurado del lunes del que me fui de una forma un tanto abrupta, por cosas que no puedo revelar aquí. No dije ni adiós y en el post pasado ya conté que sentí como si se estuviera cerrando un capítulo de mi vida. Mi compañera trataba de templar gaitas y traerme otra vez al redil, porque me aprecia y quiere seguir contando conmigo. Y bien que lo logró. Pero necesitó una conversación muy larga en la que me explicó algunas cosas que yo desconocía y que me hicieron matizar mi posición.

Pero, a lo que vamos. La charleta se alargaba y se alargaba y yo no podía cortarla, porque era una conversación clave. Por el rabillo del ojo controlaba el reloj de mi muñeca. Tenía que salir ya para la vacunación. Cogí mi cartera, las llaves, el dinero y demás pertrechos, abrí la puerta y salí. Durante la bajada del ascensor se le iba la señal a mi amiga, pero le dije que abajo se recuperaba. Eché a andar, atravesé la calle de Atocha, luego la de Santa Isabel, tomé la empinada cuesta abajo de San Cosme y San Damián, callejeé un poco más por el intrincado dédalo de Lavapiés hasta llegar a la boca del Metro. Mi amiga no cesaba de hablar, pero a mí se me acababa el tiempo. Así que le dije que tenía que entrar ya en el Metro, le agradecí su llamada que realmente tuvo para mí un efecto balsámico, colgué y guardé el teléfono. Sólo en ese momento me di cuenta de que no llevaba puesta la mascarilla, ni tenía ninguna en los bolsillos.

Momento de terror. He de decir que a las cuatro de la tarde en Madrid, el jueves, hacía un calor de la hostia. Por eso había salido yo en mangas de camisa, sin la chaqueta que solía utilizar en los días anteriores, en la que llevo dos mascarillas de repuesto, por si la principal se estropea o se me vuela. Y no podía volver a casa a por otra, porque entonces perdería mi turno de vacunación. La cosa era seria. Pero aquí me van a permitir una divagación literaria. Si yo fuera un personaje de los que protagonizan TODOS los relatos de Carlos Castán, seguramente me hubiera venido abajo, habría desandado mi camino tal vez enterrando la nariz en el interior del codo sumido en un sentimiento invencible de vergüenza, habría subido a casa hecho polvo para ponerme la mascarilla y constatar que ya no podía ir a vacunarme. Y hubiera vivido toda la vida ya con esa culpa sobre mis hombros, sin contar con que posiblemente hubiera contraído el covid, si no la lepra o algo peor.

Creo que entienden lo que quiero decir. Pero yo no soy un personaje de Castán. Y tengo recursos. Ante mí, frente a la escalera del Metro había una frutería regentada por el proverbial pakis (que suelen ser de Bangla Desh). Me acerqué, tapándome la boca con la mano y le pregunté si había alguna farmacia cerca. Me dijo que en la otra punta de la alargada plaza. Caminé hasta allí cubriéndome como podía bajo el sol abrasador. La farmacia era estrecha y alargada, con dos mostradores al fondo. Había dos clientas que estaban siendo atendidas. Asomé la cabeza y, por encima de una de las clientas, la farmacéutica mandona gritó: –¡No puede entrar sin mascarilla! –Es que lo que quiero es comprar una. –Muy bien, espere ahí.

La señora anterior ya se retiraba guardando los vueltos. Pregunté cuánto era y me dijeron que 62 céntimos. Saqué el suelto e hice ademán de avanzar hacia el mostrador, pero la mandona gritó de nuevo: –¡Le he dicho que se quede ahí! –Es que iba a pagarle. –Quédese ahí, yo le acerco la mascarilla, se la pone y luego viene usted a pagar. Así lo hicimos. Me entregó la mascarilla en su plástico, sujetándola con dos deditos, como si estuviera tratando con un apestado, y se volvió a su puesto. Me la puse y por mi mente se cruzó la idea fugaz de echar a correr hasta el Metro y hacerle un sinpa a esa tía borde. Pero con 70 años ya me voy volviendo menos gamberro, estaba cansado del yoga y el calor y pensé que en el fondo la señora tenía razón.

Historietas como esta son las que pretendo que vayan ocupando mi blog, en vez de la tediosa atención a la actualidad. Porque todo el rato digo que yo no soy un analista político, pero siempre acabo picando y comentando la actualidad. Les diré que llegué en hora al punto de vacunación, que ya estoy por tanto inmunizado, así que empezaré a pensar en hacer algún viaje. Y que esta segunda dosis me produjo un poco de reacción: el viernes por la mañana me encontraba bastante baldado, algo que inicialmente atribuí a agujetas del yoga. Pero a mediodía me sentía ya decididamente mal. Me puse el termómetro y tenía 37.6, lo que se suele llamar unas decimitas. Me tomé un paracetamol con una comida energética y me tumbé vestido sobre la cama.

Casi una hora después me desperté empapado en sudor pero ya mejor. Me di una ducha y bajé a la terraza del Brillante donde había quedado esta vez con un amigo que necesitaba mis consejos literarios porque quiere presentarse al premio de novela corta Encina de Plata que yo gané hace años. Pasamos la velada allí hasta que se empezó a hacer de noche. Con la cena repetí de paracetamol, aunque ya estaba bien. Y el sábado ya no tuve fiebre, pero me seguía sintiendo muy cansado. Pasé la mañana leyendo y la tarde siguiendo el Carrusel Deportivo con la emoción del final de Liga y el alegrón de que la ganara el Atleti. Hoy ya he madrugado para salir a correr al Retiro y por la tarde he bajado a tomar un té con una amiga, que la vida sigue.

Si ayer fue la jornada final de la Liga en España, hoy lo ha sido en Francia, con otra alegría: ha ganado finalmente el equipo de Lille, donde vive mi hijo Lucas, el histórico LOSC, que ha resistido la presión del París Saint Germain, que lo triplica en presupuesto. He hablado con mi hijo que ha sacado su móvil a la ventana para que escuchara los cohetes y los cánticos de la ciudad celebrando la machada de su equipo. Es un poco lo que decía el artículo de Caldeiro que les he puesto más arriba: la gente lo ha pasado mal con la pandemia y necesita estas explosiones de júbilo. La celebración esta tarde de los del Atleti con sus coches, motos y bicis por la Castellana ha sido de época. Así que: ¡Aúpa Aleti y Allez LOSC!

Entramos, pues, en una nueva era, basada en el avance de la vacunación, pero yo sigo bastante a lo mío, como han visto. Y les voy a despedir con un vídeo de Samantha, para no perder la costumbre. De esa Sam inicial que me tiene fascinado. La de ahora también me encanta, es una auténtica dama del blues, pero es que esta postadolescente larguirucha llena de energía, con su formato básico de trío era algo ciertamente extraordinario. Esta era la Samantha del pelo rubio largo, lavado con un champú del Todo a Cien, acompañada por Go-Go Ray a la batería y Chris Alexander al bajo y con su guitarra Delaney tuneada del pescadito. Pero ya estaba en todo su esplendor. Y fíjense en un detalle: nadie besa el micrófono como ella. La actuación es en un festival en Portland (el otro, el de Maine, en la costa Este) en julio de 2013. Que la disfruten. Es un chute de energía. Buenas noches.

6 comentarios:

  1. Muy sensual y atractiva tu querida Samantha, me gustó más que nunca, ¡y cómo besa el micrófono!,¡ y qué rejo tiene! pero para estar en Portland en el mes de marzo parecen todos muy ligeros de ropa. Felicidades a la afición del Atleti, se lo ha merecido a lo largo de la temporada.

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    1. Querido Alfred!! Has dado en el clavo. El vídeo se publicó en marzo de 2014 en Youtube. Pero he buscado en la información del festival, y la actuación que se ve corresponde a casi un año antes, julio de 2013. Por eso están todos frescos. Sam tiene 24 añitos y está eufórica porque a finales de 2012 se ha llevado el premio al mejor artista debutante del blues. Con tu permiso lo voy a corregir, porque estos textos luego los lee gente a toro pasado, que muchas veces no leen los comentarios y las respuestas.
      Por lo demás, esta mujer estaba muy guapa a esas edades. Ya me definirás el significado de la palabra rejo, que no conozco. A ver cuándo nos llevamos una buena noticia del Dépor. Un abrazo.

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    2. ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo... Bien la conozco dijo Sancho y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo...¡Oh hideputa qué rejo tiene y qué voz!
      1ªp. cap.25
      ¡Oh hideputa y qué rejo debe tener la bellaca!
      2ªp. cap.13
      En el primer caso se refiere a Dulcinea, en el segundo a la hija de Sancho.
      En ambos la palabra en cuestión significa fuerza, fortaleza que, en mi humilde opinión, atribuí a la por todos admirada Samantha. Un abrazo.

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    3. Mil gracias amigo Alfred. Tu aportación, como siempre, aumenta el nivel de este foro, en este caso encima trayendo a colación al querido Quijote, que todo el mundo debería tener en su mesita de noche.
      Un fuerte abrazo.

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  2. Gracias por los dos artículos, son muy clarificadores de lo que está pasando. La historia de tu paseo a través de Lavapiés hablando por el móvil sin mascarilla está muy bien contada. En realidad es un asunto insignificante, pero en eso consiste la literatura, en convertir una anécdota nimia en algo que el lector comparte y sufre contigo. Y Samantha, espectacular, como siempre. En este blog estamos formando ya un pequeño club de fans de la chica. Yo creo que deberías conectar con ella. Un abrazo.

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    1. Sí señor, decía Unamuno que la literatura consiste en extraer lo universal de lo cotidiano. Lo de Samantha es imparable, cada vez sale más gente que la quiere y la admira. Un abrazo, amigo anónimo.

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