viernes, 4 de diciembre de 2020

1.000. Inaugurando una nueva era

Hete aquí, queridos seguidores y allegados a este blog, que finalmente llega el post #1.000. Lo de allegados lo digo a ver si cuela, porque no tengo yo muy claro lo que significa. Cada vez que veo a una amiga después del largo tiempo de encierro, me lanzo a darle un abrazo (con mascarilla). Si veo que me sigue el rollo se lo doy. Si, por el contrario, intuyo que me va a hacer la cobra, entonces me freno a tiempo. Y digo yo: ¿la que me admite el abrazo es una allegada? ¿O la allegada es la otra, la de la cobra? Nuevas categorías que aparecen en esta época incierta, como la de conviviente. Para las presentaciones va a ser un lío: mira Fulano, te presento a mi conviviente. Porque además, pronto habrá que especificar: conviviente con o sin derecho a roce, con autorización de tocamiento de culo, etcétera. 

Todo se complica, esto es como las llamadas identidades de género, algo que en mi infancia no existía, al menos oficialmente, y que cada vez se vuelve más enrevesado. A ciertos tipos les preguntas por ello y te pueden soltar: verás, yo es que soy transexual, transgénero y bisexual fluctuante no binario. Y estos no son los más radicales; los hay que terminan su letanía definiéndose como no binarie. La primera vez que oí el término, pensé que era como se decía en Cataluña, pero no, resulta que hay tipos tan extremistas que entienden que aplicarse a sí mismos un adjetivo acabado en o es una muestra de machismo insufrible y decadente, por lo que recurren a una terminación neutra que no se identifique con los géneros de toda la vida, esos del mundo binario en el que algunos hemos vivido casi 70 años sin sentirnos mal dentro de nuestro cuerpo.

Pero volvamos a lo primero. Me he demorado en escribir este texto porque ya les conté lo ocupado que estoy últimamente. Esta mañana hemos tenido la tercera sesión del Jurado del Bosque Metropolitano, que ha seguido a las del lunes y el miércoles. El martes entregué por fin mis facturas y documentos a Hacienda y comprobé que aquí también han cambiado las cosas. La última vez que tuve un rifirrafe con ellos, te recibía un tipo en persona y discutías con él si el sello de la factura x era válido o no. Ahora no te puedes ni acercar. Entregas tu tocho por un agujero bajo la mampara plástica y allí mismo te lo escanean y te lo devuelven. Me tocó un funcionario cuidadoso, que desgrapó los documentos que traía grapados, extrajo los post-it que pegó en folios en blanco en su sitio, hizo el escáner de todo y lo volvió a dejar como estaba antes de devolvérmelo. Al final, la cosa es que te toque un tipo amable. Veremos si el que ha de examinar la documentación aportada es de la misma cuerda.

Pero, bueno, inauguramos el segundo milenio del blog y parece obligado hablar de la pandemia. Las cifras españolas van mejorando, lo mismo en Cataluña que en Ayusolandia, lo que viene a demostrar que el bicho es imprevisible y le da igual que cerremos o no los bares. Yo sigo comiendo de forma intermitente en restaurantes de mi confianza, ya he comido tres veces en el Papúa-Colón y, por ejemplo, esta semana he comido en el bar de mis amigos los tres días que me ha tocado ir a la ofi para el Jurado de marras. En general, sigo comiendo y cenando en casa, pero ya he salido dos noches a tomarme cañas, una a La Platería, en mi barrio, y otra al Frida de Chueca.

Han sido mis primeras salidas nocturnas, en ambos casos por invitación de sendas jóvenes amigas de las que no me hacen la cobra. Ya me conocen ustedes y saben que, si me llama una chica y me dice que si quiero tomarme algo con ella, voy a entrar siempre al trapo, sea la hora que sea. Les diré que el día del Frida estaba lloviendo bastante y la noche de La Platería la llamada de mi amiga me pilló en pijama y ya cenado. Algunos me siguen diciendo que soy un imprudente y todo eso, pero es que, ahora que empieza el mal tiempo, si seguimos con la tontuna de salir sólo a terrazas, nos puede pasar como al gallego del vídeo que les pongo abajo.

Sin saber cómo lo hemos hecho, ahora las cifras de contagios y muertos en España van mejorando y hasta se dice que somos el país que mejor va en Europa. La forma de percibir esto en gráficos es con los datos acumulados de los últimos siete días. Cada día se anota esa cifra y se hace la gráfica. Acabo de comprobar en la prensa los cuadros de ahora mismo y aquí pueden verlos, arriba el de casos y abajo el de muertos, que siempre va un poco retrasado respecto al otro.

De todas formas, este es un problema mundial y, mientras no mejoren los datos a nivel global, vamos a estar jodidos, porque será muy difícil evitar rebrotes si no lo erradicamos de las zonas del tercer mundo, en las que tiene pinta de quedarse acantonado por una larga temporada. ¿Y cómo son esos gráficos a nivel mundial? Pues aquí se los muestro, en este caso no los acumulados, sino los diarios, recién copiados de la página Arc-Gis que mantiene la Johns Hopkins University, de Baltimore (Maryland). A nivel mundial, las cosas no acaban de estar tan claras.



A esto hay que echarle muuuuuuuucha paciencia. Mis amigos de Ciudad Real quieren ir organizando el viaje de 2021, pero yo les freno: hasta 2022 no vamos a poder viajar como antes, y eso con suerte. No se trata sólo de que baje la incidencia del virus a niveles tolerables, sino que se nos quiten los miedos de la cabeza. Yo, particularmente, hasta que no vea que empezamos a tirar las mascarillas a la basura, no daré el tema por resuelto. Lo que pasa es que es posible que algunos de los hábitos que hemos adquirido en estos tiempos tal vez se queden para siempre. Algunos para bien, como el teletrabajo. Yo los días que trabajo desde mi casa estoy en la gloria. Y los días en que voy a la ofi, los disfruto mucho más que antes, en que había que ir todos los días, lo que constituía una especie de obligación resultante de una maldición bíblica. En esto hemos mejorado. Y en la progresiva desaparición del dinero suelto.

Si recuerdan cómo se viajaba antes del 11-S y cómo cambiaron las cosas después, entenderán lo que les quiero decir: que algunas cosas nunca volverán a ser como antes. Antes del 11-S nadie hubiera imaginado que, para entrar en un avión, todos consentiríamos que nos humillaran de la forma que se generalizó después. Esto de las pandemias es algo que incide mucho en las costumbres y los hábitos, el sida también alteró los parámetros del sexo, de una forma inimaginable unos años antes. El problema es que nuestra generación ha tenido la suerte de no vivir una pandemia similar, hasta esta. Pero en la antigüedad eran cosa más frecuente y también cambiaron muchos hábitos de la población. Lo que les cuento a continuación es un extracto del artículo publicado por el profesor Andrew Latham en la revista científica The Conversation el pasado 1 de octubre, como pueden comprobar AQUÍ.

Según este señor, en la Historia de Europa ha habido al menos tres pandemias mucho más graves y arrasadoras que esta, que indujeron cambios profundos en las sociedades de su tiempo, en sus hábitos cotidianos y en las relaciones de poder. Entre los años 165 y 262 de nuestra era tuvieron lugar dos pestes sucesivas que asolaron el Imperio Romano, conocidas como la Peste Antonina y la Peste de Cipriano. Ahora se tiende a creer que ambas no fueron sino dos oleadas de la misma enfermedad, una cepa letal de la viruela. Entre ambas supusieron la muerte de entre un cuarto y un tercio de la población romana. Acojonante, pero cierto. Y dice el profesor Latham que su llegada estuvo directamente relacionada con la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio.

Antes de la llegada de la peste, los cristianos eran unos 40.000, apenas un 0,07% de la población romana, en su mayoría pagana. Una generación después, tras la peste de Cipriano, el imperio se hace cristiano. ¿Por qué? Pues porque los cristianos primitivos tenían una cultura de la caridad y el cuidado de los enfermos, que no tenían los paganos, quienes reaccionaron a la pandemia por el procedimiento de sálvese quien pueda. Los cristianos tenían una sólida red solidaria cimentada en las catacumbas y su religión les impulsaba a cuidarse entre ellos y también a los paganos. Con su tradición de cuidados paliativos, lograban mejorar el estado general de los enfermos, aunque la viruela era incurable. Eso hizo que lo llevaran mejor y que lograran antes la inmunidad de grupo. En aquellos tiempos de ignorancia, muchos paganos se convirtieron creyendo que tenían poderes mágicos y, a la vez, la cultura del cuidado les daba a los cristianos la oportunidad de extender sus creencias y propagar su fe. Así que porcentualmente sobrevivieron más cristianos que paganos y lograron un prestigio que les llevó a dominar el Imperio en poco más de una generación.

Años después, la llamada Peste de Justiniano (causada por la bacteria de la peste bubónica) asoló los imperios Bizantino y Persa (Sasánida) entre los años 541 y 549. Mató entre 25 y 50 millones de personas y se quedó luego remoloneando por el Mediterráneo hasta el año 755, más de dos siglos. Bizantinos y persas andaban a la greña por el control del Mediterráneo pero, ante la depauperación de ambos imperios, fueron los árabes los que se aprovecharon y se hicieron con el control de toda la orilla sur, donde antes no habían estado nunca (en Marruecos los que vivían eran los bereberes). Parece que los árabes no contaban con grandes ciudades, eran una cultura más rural y guerrera y se vieron menos afectados por la peste. Lo mismo que visigodos y demás bárbaros (el imperio romano de Occidente ya había caído mucho antes). Pero dice el profesor que hasta entonces la economía europea se sustentaba en la esclavitud. Y, al ser los esclavos, por sus condiciones de vida, diezmados por la enfermedad, la oferta disminuyó y los señores se vieron obligados a dar parcelas a trabajadores nominalmente libres, que entregaban parte de la cosecha al señor a cambio de protección militar y ciertos privilegios. Había nacido el feudalismo.

Por último, la Peste Negra, que diezmó a la población europea entre 1347 y 1350, mató a unos 80 millones de personas y estuvo en el origen del final de la Edad Media. La pérdida masiva de mano de obra, otorgó un mayor poder de negociación a los trabajadores del campo que sobrevivieron. Se generalizó el uso de determinados inventos que ya existían, como el arado de hierro, la técnica del barbecho, el uso de estiércol para abono, la imprenta, las bombas de agua y las armas de fuego. Muchos campesinos, al verse liberados, se trasladaron a las ciudades y se dedicaron a la artesanía, la albañilería, la cocina y otros oficios. Florecieron el comercio, la vida urbana y la cultura, algunos nobles se convirtieron en mecenas y ya saben cómo se llama, en definitiva este fenómeno: el Renacimiento.

Hasta aquí lo que cuenta el profesor Latham. He de añadir que este señor es un experto en la investigación histórica de epidemias y tiende a explicar todos los fenómenos históricos en clave de pandemias. Igual que los expertos en investigación meteorológica explican todo en clave climática, el Óptimo Climático Medieval, que genera la llegada del Renacimiento, y la Pequeña Edad del Hielo que llegó hasta finales del XIX, como clave del mundo moderno. No quiero decir con esto que echemos en saco roto las enseñanzas de este caballero. Probablemente, la deriva de la Historia está influida por una serie de factores que han de contemplarse globalmente, porque actúan en sinergia y se realimentan unos a otros. Y, por suerte o por desgracia, en este momento estamos en una circunstancia que nos ha hecho cambiar nuestros hábitos y no sabemos a dónde nos conduce.

Pero el mundo está ahora mucho mejor preparado para afrontar cosas como esta. Yo creo firmemente en el progreso y estoy convencido de que ganaremos esta guerra. Con bajas, desde luego, pero la ganaremos. El otro día hablé después de mucho tiempo con mi amigo francés Alain Sinou, el hombre que me invitó dos veces a dar clase en su máster de la Universidad Paris Huit, la segunda frustrada por la pandemia. Le pregunté cómo estaba y lo primero que me dijo en su español chapurreado fue: ¡Oh! Yo me despierto cada día y digo: qué bien, estoy sano, aprovechemos. Eso es lo que tenemos que hacer todos. Esa es la actitud. Cada día sin covid es un regalo del cielo. Hay que cuidarse, por supuesto, pero, como le oí decir a una señora el otro día en el Alcampo, no confundamos los churros con las Meninas. En el próximo post volveremos con el blues. No se crean que he dejado ese tema. Es que, como el bebé de mi chiste, estoy descansando. Que pasen un buen finde. Y abríguense.

2 comentarios:

  1. Miedo dan todas esas pestes que nos cuenta. Yo también creo que la ciencia ha avanzado mucho desde los romanos, pero de momento el bichito nos tiene en jaque. Con su blog a mano el encierro se lleva mejor. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Realmente, lo que está sucediendo, salvando el riesgo de caer enfermo y pasarlo muy mal, es una oportunidad única de observar a la Humanidad. En estas situaciones de crisis es donde se ve quién es altruista y quién mezquino, quien es el animoso y el cenizo, quién el valiente y quien el miedoso. Urbanísticamente es un fenómeno extraordinario, esas imágenes de las ciudades vacías, las palomas en los aleros extrañadísimas de tanta calma, imagino que las ratas y los insectos urbanos igualmente atónitos. Es algo para observarlo, tomar nota y contárselo a nuestros nietos, igual que a nosotros nos hablaban de la guerra. No le va a faltar a usted material para seguir amenizando nuestras horas muertas. Ánimo y a seguir.

    ResponderEliminar