domingo, 13 de diciembre de 2020

1.003. ACNUR en el Yemen

Ya les conté hace unos años que, con motivo de un dinero que recibí de forma inesperada, tomé dos decisiones trascendentes: comprar acciones del Deportivo de La Coruña y hacerme socio de ACNUR. Es decir, apoyar al club de mis amores y ayudar en una iniciativa solidaria. Estuve dudando entre unas cuantas ONGs y al final creo que acerté. ACNUR no es ni siquiera una ONG. Es una agencia de la ONU, que se ocupa de los refugiados y desplazados resultantes de conflictos, guerras y persecuciones en el mundo. Es decir, que tiene un mandato mundial de aparecer donde quiera que surja un conflicto y que depende directamente del Consejo de Seguridad de la ONU, ante quien rinde cuenta de sus actividades. Como socio, aporto una cantidad fija mensual y, además, en circunstancias de emergencia humanitaria, me pueden llamar por teléfono para negociar una aportación extra. En los años que llevo como socio, esta circunstancia se ha dado tres veces: en 2017 con los rohingya que huían de Birmania hacia Bangladesh, en 2018 con los venezolanos que salían en estampida hacia Colombia y hace unos meses ante la crisis humanitaria del Yemen.

Las tres veces he respondido dando un dinero adicional y en esta última me invitaron a asistir a una videoconferencia on line en la que dos de los cooperantes sobre el terreno explicaban en que consiste su trabajo y como se manejan en medio de una guerra que dura ya cerca de seis años, suponiendo que antes estuvieran en paz, ya que, por lo que he podido saber, el país lleva en una guerra civil intermitente más o menos explícita más de 50 años, desde que los británicos se fueron del Yemen del Sur, en 1967. La otra mitad del país, el Yemen del Norte, estuvo fuera del Imperio Británico, bajo dominio turco y había alcanzado la independencia en 1918, tras la derrota de los turcos en la Gran Guerra. En 1967, los insurgentes que habían logrado echar a los ingleses declararon un estado comunista de la órbita soviética.

Pero, en 1990 se conjugan dos hechos cruciales: el reciente desplome del mundo soviético y el descubrimiento de unos pozos de petróleo en la zona fronteriza entre ambos Yemen. Eso empuja a la unificación. Fue nombrado presidente del Yemen unido, el que desde 1978 dirigía el estado del norte con mano de hierro: Alí Abdullah Saleh. En 1994 hubo un conato de secesión de un grupo separatista del sur, aplastado a sangre y fuego. Saleh se fue convirtiendo en un autócrata longevo, de esos que se eternizan en el poder en regímenes dominados por la corrupción y el nepotismo. Cuando se desatan a comienzos de 2011 los disturbios en todo el mundo árabe contra este tipo de regímenes, en lo que se dio en llamar la primavera árabe, el Yemen se ve afectado y, tras más de un año de revueltas, el gobierno pide a Saleh que se haga a un lado y deje el poder a su vicepresidente, el general Mansur-al-Hadi. Aquí unas imágenes de ambos personajes, Saleh a la izquierda.

















Esto es un simple cambio de cromos. Saleh acepta a cambio de que no se le juzgue por sus anteriores tropelías. No obstante, entre ambos jerifaltes empieza a generarse una inquina importante. Antes de eso, en el norte ya se habían intentado rebelar varias veces los llamados hutíes, guerrilleros autóctonos de religión chiita, que están hartos del dominio de los clanes suníes que dominan el país desde siempre. Saleh los había aplastado todas las veces, aunque no había podido acabar con la guerrilla, emboscada en las montañas. Pero en 2014, los hutíes reaparecen bien organizados, posiblemente con apoyo iraní y del grupo libanés Hezbolah, empiezan a ganar batallas, se van haciendo con territorio liberado y conquistan la capital Sanaa. Sorprendentemente, Saleh y sus partidarios aparecen ahora entre los aliados de este movimiento, canalizando su rivalidad con Hadi mediante el apoyo a sus antiguos enemigos. El gobierno se medio disuelve y Hadi se va a Arabia. 

Pero el régimen de Arabia Saudí no puede tolerar que se implante un régimen proiraní y chiita en sus mismas barbas y manda allí a su ejército en la llamada Operación Tormenta Decisiva para echar a los hutíes del poder. Por si no lo saben, Arabia Saudí tiene en la actualidad el tercer ejército más potente del mundo. En el Yemen, ese ejército está al servicio de lo que se llama La Coalición, a la que apoyan los Emiratos Árabes Unidos, con tropas, y los Estados Unidos y Francia entre otros con armamento, inteligencia y asesoramiento general. La intervención armada, que se presumía fulminante, comienza en marzo de 2015, pero no consigue su objetivo. Es más, los expertos piensan que esta guerra se está convirtiendo en el Vietnam de Arabia Saudí. Después de casi seis años de guerra, los hutíes resisten, están apoyados por la población, defienden su tierra y conocen metro a metro el terreno montañoso del país. No es fácil ganarles con unas tropas profesionales que no tienen el mismo grado de motivación.

A finales de 2017, los hutíes se hartaron de los manejos del expresidente Saleh y se lo quitaron de en medio, directamente con un misilazo. Visto lo visto, el presidente Hadi sigue los acontecimientos de esta guerra, iniciada con el objetivo formal de reponerlo en el poder, cómodamente instalado en Ryad, hasta ver si puede volver algún día. Pero la cosa no se concreta y los frentes parecen haberse estabilizado. Además, por en medio hay otros grupos, como unos separatistas del sur que van a su bola, una rama de Al-Quaeda y otra del ISIS. Es difícil hasta saber lo que está pasando. Les animo a ver este vídeo en el que un estudioso de la historia del país trata de explicar ese caos, sin demasiado resultado. Es un video con bastante información.

Esta es la situación. Un ejército poderoso que no consigue avanzar, contenido por una guerrilla perfectamente organizada y dispuesta a resistir. Un frente de guerra estabilizado con bombardeos cruzados. ¿Quién pierde esta guerra? Pues los de siempre: la población civil. La población civil sin recursos, porque la gente con dinero ha salido pitando y están en Arabia, Canadá y otros lugares. Y aquí es donde entra en escena ACNUR. Según datos de la organización, el 80% de la población yemení necesita ayuda, simplemente para comer a diario. Dependían de la ayuda humanitaria ya antes de la llegada del covid. Es posiblemente la mayor catástrofe humanitaria de los tiempos modernos. Ha brotado el cólera y también la difteria, enfermedades que se creían prácticamente erradicadas. Pero es que los niños se mueren de hambre aunque no enfermen. Tal vez sea el momento de mostrar unas imágenes, para que vean de qué estamos hablando. Todas ellas son de la capital rebelde Sanaa, arrasada por los bombardeos de La Coalición, a menudo con bombas fabricadas en España, que le seguimos vendiendo a Arabia Saudí y los Emiratos, a cambio de acoger al emérito y otros favores.




Los que nos hablaron por videoconferencia desde el terreno son un colombiano y una francesa. Su trabajo consiste en evaluar necesidades, priorizar urgencias, intentar trabajar con las comunidades, controlar el adecuado reparto de la ayuda y aportar respuestas médicas, psicosociales y económicas. En el país hay en torno a cuatro millones de desplazados y unos 250.000 refugiados. En la jerga humanitaria, se llama desplazados a los que tienen que huir de sus casas pero permanecen en su país. Refugiados son los que han de abandonar el país. En el Yemen, los refugiados provienen de Etiopía y Somalia, todos anteriores a la epidemia. Llegaron a las costas en pateras, con la esperanza de alcanzar Arabia Saudí, donde los que consiguen llegar encuentran empleos en la construcción y las mujeres en el servicio doméstico. Pero, al declararse la pandemia, Arabia Saudí cerró su frontera sur y allí se quedaron los refugiados, en muchos casos sin dinero ya ni para una patera de vuelta.

ACNUR ha elaborado un presupuesto de lo que necesitaría para este año a punto de empezar, que asciende a 250 M$, de los cuales sólo ha logrado obtener 150. Por eso pide a los socios un esfuerzo extra. Al no tener el dinero asegurado, se ven obligados a establecer prioridades en una situación fuertemente marcada por la hambruna, el cólera y el covid. Los refugiados son quizá la población más vulnerable y se concentran sobre todo en las ciudades, Aden y Sanaa. Se les ofrece traducción (no suelen hablar el árabe local), protección legal, documentación (que muchos de ellos han perdido, por haber tenido que abandonar precipitadamente sus casas: quien no tiene un DNI, no es nadie y no puede recibir otras ayudas), apoyo psicosocial, ayudas en efectivo cuando se necesitan, servicios especiales para niños, mujeres, discapacitados y ancianos, formación para generar ingresos, microcréditos, asesoramiento de todo tipo, mediación, salud y educación en todos los niveles. Y programas de retorno a su país, o de desplazamientos a USA, Canadá y Europa, según la casuística de cada uno.

A los desplazados se les facilita protección, refugios, material de primera necesidad, asistencia legal y gestión de los campamentos en donde se implantan. También se les consiguen documentos y se les facilitan ayudas en efectivo. Se ofrecen tres tipos de refugio. El de emergencia, el más primario, construido con postes de madera hincados en el terreno y lonas. El intermedio construido con TESK, un tejido tradicional de la zona elaborado con hojas de palma, que tiene una vida media de seis meses. Y el más permanente, construido en TSU, que es una especie de adobe local, que se puede poner encima del TESK y viene a durar unos tres años. Con todo eso se genera un pequeño mercado de la construcción, que también ayuda.

En relación con el covid, ACNUR facilita información, mascarillas y kits de emergencia, material médico para los hospitales, ayudas en efectivo y formación para la fabricación de mascarillas artesanales. Tiene un programa de iluminación nocturna con energía solar (Dar luz en la oscuridad), que facilita recorridos de seguridad en torno a las letrinas o las cocinas, un elemento clave contra la violencia y la inseguridad de género, que permite dignificar el territorio en una tierra en la que se hace de noche muy pronto. Igualmente hay programas de distribución de agua con camiones y realización de pozos con motobombas, también con energía solar. En cuanto a las ayudas en efectivo, calculan unos 720.000 beneficiarios, con un presupuesto de 30,6 M$. El objetivo sería llegar a los 1,3 millones de beneficiarios. Mientras tanto se da prioridad a las familias más vulnerables y los desplazados más recientes.





¿Y cómo viven estos cooperantes? Pues están centralizados en dos oficinas, una en Aden y otra en Sanaa, es decir, una a cada lado del frente. Ahora mismo están confinados por el covid en ambas ciudades. Viven en zonas seguras, en los llamados distritos diplomáticos y se mueven siempre con escolta. Por la mañana van a la oficina con escolta y lo mismo cuando vuelven al anochecer. Comen en la propia oficina de forma frugal y tienen siempre más trabajo del que podrían acometer de forma tranquila. Según cuentan, los nacionales se mueven por sus ciudades con un poco más de libertad. Muchas veces han de emprender misiones que los llevan durante varios días a campamentos externos de refugiados y desplazados. Viajan en convoyes militares y extienden sus compounds junto a las tiendas de los acogidos en el campamento.

Un compound es un módulo de tienda amplio y confortable y, lo más importante, con los signos y los emblemas de la ONU. Esto hace que se vean desde todas partes, incluido desde el aire, lo que durante un tiempo da mucha seguridad al campamento. Son una especie de escudos humanos, porque ningún general de los dos bandos en liza va a dar la orden de que se ataque un lugar donde hay cooperantes de ACNUR o cualquier otra ONG, y los mandos intermedios se cuidan muy mucho de dar semejante orden, por miedo a que les corten los huevos sus superiores. Colaboran continuamente con la población civil, procuran aislarse de los políticos y en este toma y daca son clave los traductores, que cumplen muchas más tareas que las de mero intérprete. La sociedad civil es sabia y sabe cómo apoyar a los que les pueden ayudar y mucho.

¿Quién está en estas organizaciones? Pues básicamente gente joven, con curiosidad por el mundo y ganas de ayudar. Personas altruistas, un poco aventureras y con un punto misional, dispuestas a pasar determinadas penurias materiales a cambio de una satisfacción moral: ser consciente de haber sido útil a la gente machacada por una guerra o una hambruna, es algo que resulta muy gratificante. Hacen turnos y tienen períodos rotatorios de descanso, para reponer fuerzas, ver a sus familias y desconectar de tanta tensión. Y a ciertas edades suelen pasar a trabajos más descansados en la misma organización, salvo algunos recalcitrantes. ACNUR tiene 70 años de experiencia y muchas rutinas aprendidas. Para su actuación es básica la rapidez. Han de actuar en situaciones de emergencia, lo que excluye trabas burocráticas y mandos dubitativos. La celeridad es básica para lograr resultados eficaces.

En el Yemen estas organizaciones están luchando a brazo partido contra una hecatombe humanitaria que tratan de contener con escasez de medios. La guerra no tiene visos de acabar pronto. Está estancada en su progresión. Pero, como les decía antes, la sociedad civil es sabia y aprende a convivir en medio de la guerra. Es algo increíble pero, en guerra, la gente se adapta y sigue haciendo su actividad cotidiana cuando se puede. Compran, venden, trabajan, aman, llevan a los niños a la escuela, acuden a los cafés. Alexis, el colombiano que nos habla, vivió esto por primera vez en su país, y luego lo ha comprobado en Pakistán, Sudán y ahora en el Yemen. Uno aprende a protegerse, a intuir cuando se acerca un bombardeo o un ataque por tierra y sabe dónde está el refugio más próximo.

Desgraciado país el Yemen, un lugar que podemos considerar un estado fallido, como Somalia o el propio Afganistán. Donde se mueven a su antojo los señores de la guerra y los pequeños delincuentes. Un lugar ya marcado por la geografía, árido, desértico, con escasa lluvia y orografía endemoniada como la afgana. No hace mucho era un lugar turístico, que los tour-operators incluían en su oferta. Uno de los lugares fijos que había que visitar era el museo de la pequeña ciudad interior de Habban, un antiguo asentamiento judío. Habban es ahora una ciudad fantasma. El museo permanece en pie, entre edificios bombardeados. En la entrada, el libro donde los turistas escribían lo que les había parecido la visita. Apartando el polvo que lo cubre, se puede leer la última anotación. Es de noviembre de 2007 y corresponde a una turista británica: Este es un lugar fantástico, un paseo en el tiempo.

Ahora, el Yemen es el infierno. En medio de él se mueven los cooperantes de ACNUR y otras ONGs que operan en la zona. Después de leer este post, a lo mejor alguno de ustedes queridos lectores se anima a hacerse socio de ACNUR. Cada vez que tengo la oportunidad de hablar con alguien de la organización, me deshago en disculpas por aportar tan poco dinero al mes (no les voy a desvelar la cantidad). Y siempre me contestan lo mismo: Emilio, con lo que aportas tú cada mes se le puede dar una alimentación adecuada a un niño de Sudán del Sur durante más de un mes. Creo que es cierto. Y de esta situación en la que todos estamos enmierdados por la epidemia, la crisis económica y otros desastres, sólo vamos a salir con solidaridad. Porque, mientras haya zonas depauperadas como esta, el covid y otras enfermedades no podrán ser erradicadas del todo. Háganme caso. Les dejo con una imagen emblemática de este conflicto.






2 comentarios:

  1. Prueba de que no todas las guerras surgen por motivos económicos. Aquí el petróleo que hay es poco y sin capacidad para competir con los grandes productores de la zona. La guerra es por viejas inquinas tribales, como la de Somalia o la que salió en la misma Yugoslavia, contenida a duras penas. No sé si la ONU puede hacer algo más en este caso, además de la imprescindible ayuda humanitaria, igual que se hizo en Yugoslavia. Al menos que dejen de pegarse.

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    1. Las viejas rencillas tribales, o de religión o raza, son difíciles de erradicar. En Bosnia siguen los cascos azules, evitando con su presencia que serbobosnios y musulmanes se vuelvan a matar entre ellos. En Irlanda del Norte hay también muros como el que quería construir Trump entre católicos y unionistas. Las malas relaciones entre vecinos son una calamidad casi como la del covid. Y más difícil de erradicar. Contra eso no hay vacunas.

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