domingo, 22 de noviembre de 2020

997. To fuck shit up y el desguace americano

To fuck shit up es una expresión malsonante del idioma inglés, usada sobre todo en USA, que no tiene una traducción directa, pero que es equivalente a armar la de Dios, liarla parda o hacer un desastre de la hostia. Digamos que puede referirse a hacer un escrache, reventar una mani, generar un desmadre en cascada, romper una pareja, destrozar un castillo de arena, o simplemente molestar o fastidiar mucho. Y, en todos los casos, hacerlo de manera intencionada y no casual y con un punto irreversible: si dices you fucked shit up, viene a ser que ya la jodiste para siempre, tío, la has cagado. ¿Podemos decir que Trump está ahora trying to fuck shit up? No exactamente eso. De acuerdo con el lenguaje propio y exclusivo de este blog, estimo que Trump no está trying to fuck shit up sino dando mucho por culo que no es lo mismo. Y seguirá haciéndolo hasta que se estrelle contra la situación que no quiere aceptar. En fin, a todo esto, la expresión me trae a la cabeza a la deliciosa Samantha Fish, que a veces tiene su punto travieso, como muestra la imagen de abajo. Si se creían que me había olvidado de The queen Sam, es que no me conocen. En realidad, como el bebé del chiste que les he contado unas diez veces, sólo estaba descansando.  

Cada vez sé más cosas de esta mujer que me tiene fascinado y estoy preparando un post exclusivo para explicar quién es exactamente esta señora, con la que encuentro muchas cosas en común, tanto de forma de ser, como de aficiones. Como ven en estas otras fotos, Samantha es una gran amante de la cerveza y de los gatos.



En estos últimos tiempos, les he puesto al menos dos vídeos en los que se me puede ver interviniendo en determinados webinars o debates filmados, siempre con problemas técnicos que me impiden mostrar las imágenes o me dejan mi propia imagen congelada, cuando no se va el sonido o pasa algo peor. Han podido comprobar que no me descompongo y que sigo peleando por hacerlo lo mejor posible a pesar de las dificultades, lo que suele llamarse los inconvenientes del directo. Es que son muchos los años que llevo de conferenciante, en los que me ha sucedido de todo, lo cual da muchas tablas. Antes era muy frecuente llegar a un sitio con tu presentación en power point y encontrarte con que el sistema del lugar no era compatible. Ahora eso ya no pasa, todos los sistemas informáticos están unificados, pero a mí ya me ha tocado hablar improvisando sin poder mostrar una sola imagen. Incluso me ha sucedido que el sistema se cayera del todo, o se le fundiera una lámpara, con el mismo resultado.

Cuando hablé en Nueva York, en el congreso que tantas veces he contado, saludo a Bloomberg incluido, el día que me tocó hablar no hubo forma de que funcionara el puntero laser. Había por allí unos técnicos, pero no pudieron ajustarlo. La imagen era enorme, en una pared y yo me puse de pie y empecé a señalar con el dedo. El problema es que a algunas zonas de la imagen no me llegaba el brazo. Me recuerdo a mí mismo, ante un plano gigante de Madrid señalando por qué punto entra el río en la ciudad desde el norte, para lo que tomé impulso y di un salto como de baloncestista encestando, para señalar con el dedo el punto exacto. No había yo viajado hasta Nueva York para arredrarme por un tema como ese, pero reconocerán que, vestido con traje y corbata, hablando en inglés y tan lejos de España, la cosa tuvo su mérito (al final mi charla fue exitosa y me hicieron muchas preguntas).

Otra vez, teniendo que contar el proyecto del río a una delegación francesa de unas 40 personas, me tocó el último turno de intervención y los anteriores oradores me comieron el tiempo. El que dirigía la delegación me dijo que tenían que salir puntuales para el aeropuerto, por lo que yo disponía exactamente de 10 minutos para una charla que había previsto de media hora. Así que me puse a hablar en francés a toda pastilla, conseguí mostrar toda mi presentación en el tiempo requerido y, al llegar al final, resoplé de forma teatral, momento en que los 40 franchutes se pusieron a la vez en pie y me hicieron una ovación de las que hacen leyenda. Todavía hoy el encargado municipal de estos saraos suele recordarme que en 40 años que lleva organizando estas cosas, nunca ha visto que a nadie le hicieran la ola de esa manera.

También me ha sucedido que entre el público viniera alguien a reventar el tema (fuck shit up) y me interrumpiera todo el rato con preguntas capciosas o absurdas. En una ocasión tuve que llamar a los de seguridad para que se llevaran al follonero. Pero lo que recuerdo con más angustia fue una ocasión en que me empezó a picar la garganta, me dio la tos y me quedé sin voz a medio parlamento. Estaba en la Junta de Usera, con el Concejal del distrito y toda su plana mayor escuchándome sentados alrededor de una mesa de juntas. Después de un par de intentos, pedí por señas un folio en blanco y escribí: por favor, déjenme estar cinco minutos en silencio. Así lo hicimos. Luego, empecé a hablar sin forzar mucho la voz y conseguí remontar la situación y contarles todo lo que les tenía que contar. El concejal me felicitó al final por la forma en que había salido del apuro.

¿Por qué creen que les cuento todo esto? ¿Cómo dicen? Que para presumir. Vaya, siempre tiene que venir algún graciosillo a dar por culo o a fuck shit up. Por supuesto que por presumir. Pero también por otra cosa y aquí entra de nuevo Samantha. Les voy a pedir que vean un vídeo que muestra las tres primeras canciones de un concierto de mi diva más querida, de hace poco más de un año, en una zona rural del condado de Orange, en Carolina del Norte, en donde a Samantha le fallan las conexiones y se queda sin sonido. Verán cómo afronta la situación. Merece la pena que lo vean. Sucede en el campo, al aire libre. Este es un vídeo que no está en Youtube, lo grabó un fan con su móvil y lo colgó en Facebook, en una de las páginas de fans de Samantha, a las que estoy suscrito. Espero que puedan verlo bien, se lo he mandado a un amigo que no tiene Facebook y me dice que lo ve perfectamente.

Pónganselo en el tamaño mayor que puedan, que quiero que se fijen en varias cosas. Primero: todos los músicos de su big band están arriba, pero ella llega la última, escoltada por su fiel bajo Chris Alexander, porque quiere subir las escaleras como una reina y hacer una aparición de diva total. Pueden comprobar también que Samantha ya había empezado a engordar antes del confinamiento, se puede ver que tiene papitos en los mofletes y unas cachas importantes. Además, les prevengo que el vídeo está grabado con un móvil, con lo que se oye en primer plano al público. Sobre todo a un pelma, que debe de estar justo al lado del que graba, que todo el rato hace aaaauuuuuuhhh, con un sonido entre lamento de pájaro tropical, gato al que le acaban de pisar el rabo, especialista gallego en aturuxos y tipo al que alguien le ha dado un pellizco fuerte en los huevos. No he contado las veces que repite su grito, pero yo le calculo unas cuarenta. Imagino que, para dar ese alarido con tanta convicción, ha de cerrar los ojos, con lo que se pierde una parte importante del concierto.

Algunos de ustedes me han contado que suelen seguir estos videos que les explico en detalle leyendo el texto en un Ipad a la vez que ven la imagen en el ordenador. Les cuento. Samantha empieza con la cigar box guitar, ese instrumento arcaico de 4 cuerdas. En cuanto canta el primer verso, mira a su izquierda y pide al mezclador de sonidos que le suba el volumen del micro, con un gesto expresivo. Canta el segundo verso y nada, lo que motiva una segunda mirada de reojo y otro gesto, ahora con la mano abierta: que me lo subas, coño. Pero lo peor llega enseguida. La cigar box pierde la conexión con el ampli. Samantha hace gestos, ahora a su derecha, pero no deja de cantar. Y los músicos tienen instrucción de continuar. Samantha se va donde los técnicos, enreda un poco con ellos, porque conoce cómo van todas las conexiones. Pero la cosa sigue sin furrular. Entonces vuelve al micro y proclama: I break it down (me lo he cargado). Pero no pasa nada, dice al público, no se preocupen, que se va a solucionar, mueve un poco el culo, se quita las gafas y las tira al cielo para atrás, en otro gesto de diva, saludado por el pelma con su enésimo aaaauuuuuuhhh.

Vuelve con los técnicos y, en un momento dado, se agacha y el tipo que la está filmando se recrea un momento en su culo, antes de desviar la cámara avergonzado, para enfocar a los otros músicos. Enseguida parecen encontrar un remedio provisional, un empalme chapuza para salir del paso. Samantha vuelve y se pone a ajustar los botones del suelo y del ampli. Una precisión: por si no se han dado cuenta, todo este kit de aparatos con los que Samantha distorsiona y modela su sonido, es completamente analógico, aquí no hay nada digital como lo que usan algunos músicos más en la onda. Samantha es la reina del sonido analógico, que maneja a su antojo con el pie o agachándose. Lo tiene así porque es lo que le gusta.

Con la solución provisional, vuelve al micro (nuevo aaaauuuuuuhhh) y canta su primera canción, en la que vuelca toda su pasión, sacando un auténtico vendaval de sonido de esa guitarra arcaica en la que está considerada la mejor intérprete mundial. Durante el clímax final, hace gestos perentorios a su derecha, para que vengan otra vez los técnicos. Vean cómo se apresura a quitarse la guitarra, para tirarse al suelo a arreglar el tema bien, sin chapuzas, algo en lo que se afana con prisa, mientras los músicos siguen tocando. Otro de los vecinos pelmazos del filmador comenta por dos veces: ¡Is the hornyest working woman in the showbiz! Es la trabajadora más cachonda (o más maciza) del mundo del espectáculo. Cuando ha conseguido arreglar la avería, agarra la Gibson SG que es su guitarra preferida, para atacar las dos canciones enlazadas que siguen. Como tiene previsto, a la mitad de este doble tema se cambia de guitarra por un rato, deja la Gibson y empuña su nueva Delaney. Con tanto trajín está un poco acalorada así que se quita la chaqueta de cuero y se queda con su top de leopardo, rompiendo, guapísima, eventualidad saludada con el correspondiente aaaauuuuuuhhh del pelmazo. Para ver todo esto, han de pinchar AQUÍ

En fin, esta mujer toca muy bien la guitarra, canta fenomenal, pero lo que más me admira de ella es su determinación, su personalidad, su convicción de que lo que hace es bueno, su presencia en el escenario. Lo que en los USA se llama la showmanship, otro vocablo intraducible. Sale al estrado como una reina, enfrenta a una multitud de palurdos que le gritan que qué culo tiene y otras ordinarieces, y acaba poniéndolos a todos a bailar a su son, llevándolos a su terreno y haciéndoles cantar ese coro suave que dice I won't fade away, no me desvaneceré, toda una declaración de principios. Es que, les digo la verdad, yo veo este vídeo y me entran unas ganas irresistibles de gritar también aaaauuuuuuhhh. 

Ahora les pregunto una cosa. El tipo ese que se pasa todo el concierto dando semejantes alaridos, parece claro que es un genuino garrulo de Carolina del Norte. Se le puede imaginar con aire rural, gorra de su equipo de beisbol, camisa de cuadros, manos manchadas de grasa de conducir su tractor. ¿No piensan ustedes que este señor seguramente ha votado a Trump? Yo me apostaría un brazo a que sí. Orange es uno de los 100 condados de Carolina del Norte, un estado donde ha ganado Trump, cierto que por un margen estrecho. Mucha gente se pregunta asombrada quiénes son esos casi 75 millones de votantes que ha recolectado este señor. Pues aquí tienen uno de ellos, todo un prototipo. Tal vez muchos de esos tipos votaron a Trump confiando en que realmente he would fuck shit up. El estropicio que ha hecho no es exactamente el que algunos esperaban.

Donde mucha gente votó a Trump en 2016, desencantada de los elegantes como Obama y Clinton que miraban por encima del hombro a la población empobrecida de ciertas zonas industriales en declive, fue en los estados del llamado Cinturón del Óxido, Michigan, Wisconsin y Pensilvania (Minnesota se mantuvo fiel a los demócratas). Muchos de estos votantes han cambiado ahora el signo de su voto, al ver que Trump, al fin y al cabo, no era más que un millonario caprichoso que les había dado gato por liebre. En concreto, en el estado de Michigan transcurre la acción de los relatos que reúne el libro que estoy ahora devorándome con auténtica pasión, para la sesión de diciembre de Billar de Letras. Se llama Desguace americano (Bonnie Jo Campbell, 2009, publicado en España en 2018 por la editorial independiente Dirty Works).



Bonnie Jo es esta señora que tienen aquí arriba, con su burro. Nacida en Kalamazoo (Michigan) hace 58 años, Bonnie Jo se crió en una granja con su madre y sus cuatro hermanos, en un medio totalmente rural y deteriorado. Hasta que se escapó de casa con la intención de estudiar filosofía en Chicago. Suele contar que, en cuanto se fue, su madre puso su habitación en alquiler. Pero, una vez fuera de casa, se dedicó a recorrer los Estados Unidos de punta a punta, haciendo autostop. En Phoenix (Arizona), se encontró con el famoso circo Ringling Bross y se unió a la caravana, como vendedora de refrescos en los descansos. Dice que se sacó bastante pasta. A continuación se vino a Europa, estuvo organizando y haciendo de guía de viajes de aventura en Rusia, subió los Alpes en bicicleta y, en los ratos libres, se sacó un máster en matemáticas.

En un momento dado, decidió que quería dedicar el resto de su vida a escribir cuentos y novelas sobre la zona en la que pasó su infancia, por lo que regresó y se estableció por allí. Con el burro y otros animales de granja. Como dice la contraportada del libro, probablemente es la única beneficiaria de una beca Guggenheim que sabe cómo castrar un cerdo. Sus personajes son tipos que tienen también múltiples habilidades. Saben arreglar un coche averiado o una lavadora que pierde agua. Saben disparar una pistola o un fusil. Saben descuartizar, pelar y limpiar cualquier bicho que atropellen con sus viejos coches. Saben cocinar metanfetamina, beben como cosacos, les cuesta llegar a fin de mes y no consiguen mantener una pareja estable. Se duchan lo justo, tienen la ropa y los zapatos llenos de barro, nieve sucia y sal de la que echan en la carretera. Y ya no tienen la menor esperanza en un sistema que los ha dejado caer.

Alguno almacena combustible, munición y víveres, por si un día llega el fin del mundo. Otros coleccionan objetos absurdos en una versión vernácula del síndrome de Diógenes. Sus casas son un desastre, llenas de botellas vacías de cerveza por todas partes, su alimentación es desastrosa, fuman un cigarrillo tras otro, tienen el televisor encendido todo el día a volumen alto y a menudo duermen vestidos sobre un sofá destartalado, entre vapores alcohólicos. El ambiente de los pueblos es el de las zonas industriales venidas abajo, como Avilés o los Altos Hornos de Vizcaya, pero encima con un frío de varios grados bajo cero. Por todas partes hay aparatos viejos que funcionan mal y hacen ruidos horrendos. Y, como telón de fondo sonoro, el estruendo de la cercana autopista interestatal. El que espera el fin del mundo lo imagina como un gran apagón eléctrico, que generaría un escenario en silencio, donde se escucharían los trinos de los pájaros. Y presidiéndolo todo, la ominosa presencia de una planta de celulosa, una papelera industrial, que todos ustedes saben a lo que huelen. Ahí es donde trabajan los únicos que no están en el paro.

Esta situación ya es terrible en países europeos, como España. Pero en los USA, la inexistente regulación del mercado laboral, deja a estos desheredados del progreso totalmente desamparados, viviendo en viejas autocaravanas amontonadas en las afueras de los pueblos, sin asomo de esperanza de mejora alguna. Curiosamente, en este medio tan depauperado, sobreviven mejor las mujeres, cuando las dejan (no en vano la autora es un ejemplo de ello). Ellas se ocupan de hacer mejor la vida de sus vecinos, de atender a los niños y las familias, de alegrar el día a día de sus hombres y de mantener la cabeza fría. En fin, en este texto hemos hablado, como de costumbre, de mujeres fuertes y brillantes. Cerraremos con la imagen de otra de estas leghorn women. De las recientes elecciones generales de Moldavia, un pequeño país centroeuropeo vecino de Rumanía, ha resultado un nuevo gobierno, por primera vez en su historia presidido por una mujer. Se llama Maia Sandu, es economista, formada en Harvard y hasta hace poco trabajaba en el Banco Mundial. Una mujer joven (48), brillante y atractiva. Otra más. Les deseo una buena semana.




4 comentarios:

  1. Maravilloso el vídeo. ¿Nos puedes decir qué páginas de fans son esas a las que te refieres? Estoy considerando seriamente apuntarme.
    Por lo demás, lo he visto una segunda vez con un objetivo concreto: contar el número de GUAUUUUS que da el garrulo, supuesto votante de Trump. A mí me salen 53. Es tenaz el tipo. En realidad, su berrido recuerda también un poco al canto de los gallos de madrugada. Yo he intentado repetirlo y no me sale con el mismo sentimiento.
    Gracias por amenizarnos estos días de encierro y penuria.

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    1. Le contesto. Yo estoy adherido a The Samantha Fish Group, "https://www.facebook.com/groups/711328535676999", la propia página en Facebook de la artista, "https://www.facebook.com/samanthafishmusic" y un grupo de animosos seguidores españoles que somos sólo 82, que tenemos el objetivo fundacional de traerla a tocar a España y que, como no podría ser de otra manera, nos llamamos Samantha Fish España, "https://www.facebook.com/groups/1601665463326042".
      A usted no le sale el berrido, porque no cierra los ojos.
      Un abrazo. Y anímese a apuntarse al grupo de esforzados seguidores patrios de la diva. El grupo se creó en junio y somos muy activos.

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  2. Dice usted que las mujeres sobreviven mejor en los ambientes gélidos de Michigan cuando las dejan. ¿Quiere decir cuando se lo permiten? ¿O cuando las abandonan?

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    1. Lo primero, pero usted ya lo sabe, tio ganso. La coña es siempre bien recibida en este foro.

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