lunes, 16 de noviembre de 2020

995. Mientras esperamos a que se vaya Trump

¡¡¡NA, QUE NO SE VA!!! Esto cantaban a coro los cuatro pretendientes de la Mari Pepa en una escena memorable de La Revoltosa, zarzuela del Maestro Ruperto Chapí, estrenada en 1897 en el teatro Apolo de Madrid. Como era de esperar, el presidente más tóxico de la historia de los USA está teniendo un final a la altura de toda su presidencia, caracterizada por un comportamiento antideportivo continuado. La nueva administración Biden debería contratar a MAR, el creador de aquel eslogan inolvidable: Váyase señor González, para trasponerlo a Váyase señor Trump. O tal vez tengan que probar con agua caliente, no sé, para despegarlo del sillón. La cosa se puede eternizar y por eso no lo he celebrado yo todavía, que ya estoy escarmentado de celebrar cosas antes de hora y luego tener que tragarme el sapo. Tiempo habrá. Me llega ahora un vídeo de la gran Patti Smith, precursora del punk, amiga de Dylan, Springsteen y tantos otros músicos, que sigue con la misma energía de siempre a sus 73 años, y el día de las elecciones bajó a la calle en su barrio neoyorkino, con un guitarrista y unos amigos a cantar su himno People have the power, para animar a los votantes. Ya saben: la gente tiene el poder y ha de usarlo para librar al mundo de los tontos. Veanlo.

La cosa es que, mientras esperamos a que se vaya Trump, yo he tenido un par de semanas de bastante trabajo a pesar de la situación, lo que me ha llevado a disfrutar otra vez del descanso de fin de semana, recibido con alivio, como un lapsus en esa deriva enloquecida. El puente último ya descansé, pero estaba agotado anímicamente, entre las elecciones americanas, con su sube y baja de expectativas y emociones, el concierto a medianoche de Tab Benoit y Samantha Fish, que tengo pendiente de contarles y el curre de analizar, exponer y discutir los proyectos presentados al concurso del Bosque Metropolitano. Ya ven que no me faltan entretenimientos en esta situación de semiconfinamiento, en la que el tiempo pasa despacio y deprisa a la vez, como definió con precisión mi amiga indonesia Tantri: en nada tenemos la Navidad y nos pilla otra vez de sorpresa.

Tras el puente, he tenido una semana con muchas cosas que hacer, como verán. Este martes no fui a la oficina como los anteriores, porque la sesión de trabajo del equipo del Bosque Metropolitano la habíamos adelantado al viernes, como les dije. Sí estuve toda la mañana ocupado, organizando un par de visitas a la antigua fábrica CLESA, que haremos en la semana que hoy empieza, con los equipos técnicos de los cuatro finalistas de Reinventing II, divididos en dos grupos de dos. El edificio CLESA es una maravilla de la arquitectura industrial española, obra del maestro Alejandro de la Sota, que está abandonado desde la quiebra de la empresa, integrada en el grupo RUMASA. Los equipos quieren visitarlo para conocer cuál es exactamente su estado. Y coordinar esas visitas tiene su trabajo, entre las condiciones de seguridad y las sanitarias, además de cuadrar con tiempo las agendas de gente que no toda vive en Madrid.

El martes por la tarde tenía sesión telemática de Billar de Letras, en torno al libro Haz memoria (Gema Nieto, 2018), con participación de la autora y los editores. Estas sesiones en las que escuchas al autor son siempre interesantes, si bien la obra no me había dejado tan impresionado como otras anteriores (Niña, mujer, otras), ni el desarrollo de la propia sesión me resultó tan apasionante como la dedicada al libro del autor alemán Walter Kempowsky Todo en vano. La novela de Gema cuenta cómo una mujer ha de volver a la casa del pueblo en la que pasó un tiempo de niña con su abuela, para recuperar papeles y documentos de la familia. Eso da pie a un gran flashback en el que se cuenta la historia de su madre, sus tías y su abuela, una historia gravemente condicionada por la guerra española. Es una novela de mujeres, en la que los personajes masculinos son secundarios, que está escrita con pasión y en la que se cuentan sentimientos, algo que no es fácil.

Tal como me imaginaba, Gema es una mujer muy perfeccionista, que repasa hasta la saciedad sus textos hasta que están perfectos. Los editores confirmaron que apenas tuvieron que introducir correcciones en el manuscrito que les presentó. Si yo actuara así, publicaría un post cada dos meses; realmente tengo una forma de ser opuesta a la de esta buena novelista. No obstante, las opiniones que formulé durante la sesión fueron educadas y resaltando lo positivo de la novela, que es mucho. Estábamos en un foro como de costumbre todo de mujeres, menos los editores, Ronaldo y yo. La sesión fue emotiva, la escritora aparecía en público por primera vez después de superar la covid y salió muy reconfortada. Por la noche me envió una petición de amistad en Facebook, que rápidamente contesté, y publicó esta foto de la sesión.

El miércoles hice mi entrenamiento matinal indoor y me pasé el resto de la mañana conectado haciendo trabajos diversos. Se me echó la hora de comer encima sin haber preparado nada, así que bajé a comer a La Matilda, donde me dieron un caldo gallego como hacía décadas que no probaba. Tenía hora en el dentista a las cuatro, así que eché a andar atravesando el Retiro, bajo una llovizna fina. El parque está precioso y su vista me revivió las ganas de volver a correr al aire libre. Tras casi una hora de tortura dental, regresé por el mismo camino a casa y estuve el resto de la tarde ensayando mi intervención en el sarao del día siguiente, que ahora les cuento.

El jueves fue un día realmente completo. Hube de madrugar para poder estar conectado por el Windows Teams a las 8.30, hora en que con puntualidad suiza mi jefa inició el Encuentro Informativo telemático de los jueves y nos contó las perspectivas del año que empieza en poco más de un mes, del que estamos aún pendientes de que se apruebe el presupuesto y ver cuánto nos recortan lo que hemos pedido. A mí me interesa relativamente, porque el 19 de febrero es mi último día como funcionario, aunque, con esta situación de pandemia, no voy a poder hacer mi viaje de vuelta al mundo por las ciudades, así que, si encuentro la manera, es posible que siga currando hasta el verano (no más). Tras el encuentro informativo, me obsequié con mi desayuno habitual, con zumo y tostadas, me duché, y bajé a coger el coche para ir a la oficina.

A las 11.00 teníamos el reto de contar el Bosque Metropolitano en el webinar Lighting Lab, organizado por el ITD, un instituto de investigación de la Universidad Politécnica. Nos lo habían ofrecido hace tiempo y, como siempre, me tocó a mí hacer la presentación. Cuando me fui enterando del formato, verifiqué que la cosa era en inglés, y con una intervención de unos 10/15 minutos, seguidos de una ronda de preguntas de otros 30 minutos. A la vista de eso, negocié con mi jefa y mi compañera M. que me ayudaran con las preguntas, porque a mí me escuchan y se creen que hablo muy bien inglés, aunque no tengo ni puta idea, porque le doy a mi pronunciación una musicalidad muy aparente, no en vano todo lo que sé de inglés lo he aprendido a través del rock and roll. Entonces, me suelen hacer las preguntas hablando a toda velocidad, me cuesta entenderlos y me pongo nervioso. Al final, la cosa quedó bien gracias a ellas. El webinar está colgado en Youtube y lo pueden ver abajo. No hace falta que se lo traguen entero, sólo en diagonal, para que vean cómo me bandeo en estas situaciones.  

La verdad es que yo me veo y escucho en estas grabaciones y me encuentro horroroso, pero dicen que es lo que le pasa a todo el mundo. También es como una maldición el hecho de que la transmisión me falle, siempre me pasa alguna putada técnica en estos saraos: o se me congela la imagen, o se me va el sonido o cualquier otra calamidad. Tras el webinar, aproveché que estaba en la oficina para hacer algunas gestiones con diferentes compañeros. A las 13.30 cogí el coche de vuelta, lo dejé en el garaje, subí un momento a casa a dejar el ordenador y eché a andar de nuevo, esta vez en dirección a Colón. Había quedado allí a comer con mi amigo X, para probar un nuevo restaurante que han abierto a todo lujo hace 15 días. Se llama Papúa y uno de los socios que lo han montado es el marido de una amiga mía. Es un lugar muy amplio que no te da ninguna sensación de agobio sanitario. El restaurante está bajo la plaza, iluminado por un lucernario que sobresale al exterior. Comimos estupendamente, en un ambiente tropical, lleno de gente muy cool. Abajo tienen la imagen del lucernario visto desde fuera y la foto que le pedimos al camarero que nos hiciera.  


Volví caminando a casa y me pasé el resto del día leyendo tranquilamente y descansando de tanto trajín. El viernes fue también un día tranquilo, en el que me pasé toda la mañana teletrabajando y tuve la tarde más libre, antesala de un fin de semana sin mayores obligaciones que la de correr el domingo (finalmente lo hice dentro de casa) y escribir un post para ustedes, que dejé prácticamente listo ayer tarde. Ahora me adelanto a lo que seguramente está pensando más de uno de ustedes. ¿Es prudente que desarrolle tantas actividades sociales, con el riesgo de contagio que al parecer hay en mi ciudad y siendo como soy una persona de riesgo? Mi respuesta: cada uno es cada uno y yo no pretendo ser un modelo de conducta para nadie. Siempre he pensado que una vida exenta de riesgo no merece la pena de ser vivida.

Yo soy prudente y sé los riesgos que asumo. Pero no estoy acojonado y les diré que, por edad y circunstancias, soy también persona de riesgo del otro virus: el del aislamiento, el encierro y la miseria moral absoluta. Les pongo un ejemplo. Yo podría conducir mi coche de manera ultraprudente. Eso no me garantizaría un nivel de riesgo cero, pero seguramente disminuiría las posibilidades de que me dé una chufa con el coche. Sin embargo, sigo conduciendo de una forma alegre y relajada, cambiándome de carril cuando me da la gana, cerrando a los taxistas y a una velocidad tal vez más alta de la debida. Eso me obliga a ir con siete ojos, a estar muy despierto y pendiente de todo, lo que me somete a una especie de masaje cerebral y anímico que es muy bueno para ambas cosas: la cabeza y el ánimo.

Como dice mi amigo X, nosotros hemos echado las muelas conduciendo nuestros coches por la jungla madrileña. Pues de la misma forma afronto yo esta situación de pandemia. Tengo compañeros que no han vuelto a pisar el edificio APOT, donde tenemos las oficinas. Y otros a los que les propongo quedar a comer en algún restaurante (Matilda, Casa Tomás, Papúa) y me dicen que ellos no entran en un local cerrado ni a punta de pistola. Yo no quiero en absoluto contagiarme del covid, pero creo que se puede uno ir incorporando a la vida post covid, con prudencia, pero sin miedo. No sé, los riesgos son ciertos, en medio de una pandemia en plena expansión, pero a mi edad, muchos no saldrían a correr por el Retiro por miedo a tropezarse y romperse un hueso. Y yo sigo corriendo.

La resiliencia es algo muy útil en estos momentos, tanto a nivel individual como colectivo. Un ejemplo de resiliencia es el grupo de rock AC/DC. Estos australianos sufrieron en estos últimos años una serie de desgracias, empezando por la muerte de su guitarrista Malcolm Young, el creador de su sonido más característico, así como la de su hermano mayor George Young, músico de los Easy Beats y Flash and the Pan, que fue quien metió el gusanillo del rock a sus hermanos pequeños, Malcolm y Angus. El cantante Brian Johnson se tuvo que retirar a media gira, hace como seis años, porque estaba en riesgo de quedarse definitivamente sordo (los grupos de antes no tenían la buena costumbre de usar tapones para los oídos, como hacen todos ahora y el volumen brutal del rock los dejaba a menudo medio sordos, como le sucedió a Phil Collins). Angus Young, inasequible al desaliento, lo sustituyó durante la gira por el famoso Axel Rose, lo que hizo que muchos fans devolvieran sus entradas.

Pero la cosa no acaba aquí. El batería Phil Rudd tuvo un grave problema de drogas y se le fue la olla, hasta el punto de ser detenido, acusado de amenazar de muerte a un vecino y contratar a un sicario para cargárselo, por lo que un juez decretó su confinamiento domiciliario hasta el juicio. Por último, el bajo Cliff Williams, declaró a finales de 2016 que estaba harto de esa vida llena de sobresaltos y que se retiraba definitivamente. Pues bien, Angus no se ha rendido, a pesar de la dolorosa muerte de sus dos hermanos mayores en el lapso de menos de un año. Con paciencia, ha reunido otra vez a la banda original. El cantante ha superado sus problemas auditivos y ahora no se quita los tapones ni para ducharse. El batería, sometido a una cura de desintoxicación y absuelto finalmente de todas las acusaciones, se ha apuntado también. Y al bajo no le ha quedado más remedio que volver. Tal vez haya visto lo gordo y feo que se ha puesto el bajo de los Stones desde que se retiró de la banda.

Sólo falta el gran Malcolm Young, que ha sido sustituido por su sobrino Stevie Young, hijo de George, que tiene ya más de 60. La banda queda así: Brian Johnson (73), cantante. Angus Young (70), guitarra solista. Stevie Young (63), segundo guitarra. Cliff Williams (70), bajo. Y Phil Rudd (66), batería. Con esa formación se han reunido a grabar y su nuevo disco salió en todo el mundo el viernes pasado, viernes 13, un día muy adecuado. Parece que quieren hacer una gira de despedida, que no esperan empezar hasta 2022, por mor de la pandemia. Los críticos han vuelto a decir que el disco suena exactamente igual que su música de siempre. Angus ha declarado, irónico, que llevan 17 discos escuchando a los críticos acusarles de que se repiten, pero la gente vuelve a comprar esos discos todos iguales. Les dejo con la primera canción que se dio a conocer de este nuevo trabajo del grupo, para que juzguen por ustedes mismos. A sus 70, Angus Young se ha vuelto a vestir de Guillermo el Travieso para el vídeo promocional y sigue dando sus saltitos de siempre por el escenario. Eso es resiliencia, coño. Aprendamos de este señor. Que tengan una buena semana. 


6 comentarios:

  1. Siendo usted el único asistente varón al Billar de Letras, no es de extrañar que la chica pidiera ser su amiga, es posible que amistades femeninas tenga de sobra, a la vista de la temática de su novela.

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    1. Pues le diré que se ha pasado usted de listo o de malpensado: he entrado en el perfil de la chica y también se ha conectado con algunas de las participantes en la sesión de Billar de Letras (no con todas). Imagino que lo hizo con la gente que dijo cosas que le interesaron.

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  2. Lo de su forma de defenderse en inglés es ciertamente meritorio. Yo le aconsejo que cuide un poco más la imagen. No debe ponerse la mano encima de la cabeza, eso le da un aire de ayatollah rancio o cura ortodoxo reflexivo, usted bien tieso, sonriente y menos dubitativo, que lo que cuenta es muy interesante y maneja un inglés suficiente para explicarlo.
    Respecto a lo demás, desde luego que cada uno hace lo que le da la gana, pero haga el favor de cuidarse, que el virus no perdona.
    Un abrazo.

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    1. Agradezco el consejo y lo seguiré a rajatabla: no volveré a tocarme la cabeza ni aunque me pique.
      No se preocupe, procuro cuidarme por la cuenta que me trae.

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  3. Pero ¡qué guapos estáis Sir Henry and you in Papúa! Tus textos me levantan tanto el ánimo que cualquier día me atrevo a decírtelo al oído. Quiero decir por teléfono. Un beso.

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    1. Pues si sirven para levantarte el ánimo, entonces está bien empleado el esfuerzo. Por teléfono, o como quieras, para ti estoy siempre disponible. Un beso enorme.

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