domingo, 29 de marzo de 2020

925. CC6. Reflexiones cuarenteneras o cuarentenoides

El placer que uno siente viajando por su habitación está libre de la envidia inquieta de los hombres; es independiente de la fortuna.
Viaje a través de mi habitación (X. de Maistre, 1794)

Hoy es el día 17 de encierro, según mis cuentas, puesto que yo empecé a contar días el viernes 13 de marzo, después de que el jueves 12 el equipo de gobierno municipal decidiera mandar a casa a todos sus trabajadores. En este tiempo, me estoy esforzando por buscar temas externos sobre los que escribir para amenizar el encierro de mis seguidores, pero tampoco viene mal hacer algunas reflexiones sobre la propia situación que estamos atravesando, una peripecia totalmente excepcional e insólita para gentes que, como yo, hemos tenido la suerte de vivir toda nuestra vida en paz y sin mayores quebrantos colectivos, como guerras, huracanes, terremotos o similares. 69 años en mi caso. Quién nos iba a decir hace unos meses que nos encontraríamos así. La situación nos ha atropellado y, cuanto más sepamos resistir, mejor librados saldremos. En los últimos siete años estaba yo tan ocupado que tenía que hacer reflexiones a la carrera, pero ahora dispongo de tiempo para sacar mi vena más cool, calm and collected y pensar con un poco más de pausa.

Lo primero que quiero dejar sentado es que no comparto esos mensajes antimilitaristas que se quejan de que en las ruedas de prensa de cada mañana a las 12, haya unos cuantos generales explicando la logística que se está aplicando. Me refiero a esos artículos cuajados de buenismo inútil, que claman ofendidos: –¡Por favor! No somos soldados. Desde luego que no somos soldados (al menos yo). Pero tengo muy claro que estamos en una guerra, aunque nuestro enemigo sea invisible. Y, si no somos soldados, ¿qué coño somos? Pues está bien claro: somos civiles en medio de una guerra. Como los sirios y los del Yemen. ¿Y cuál es la prioridad básica de un civil en un estado de guerra? También está bien claro: salvar el pellejo. Esto es lo primero y no es cuestión baladí: estamos teniendo bajas, muchas bajas (ya ven que asumo el lenguaje militar). Y cada vez más cerca. Yo tengo ya algunos amigos y conocidos que se han muerto y muchos contagiados, unos ingresados en hospitales, más o menos graves, y otros pasándolo en casa. La cosa no es como para tomársela a la ligera, coño, que se está muriendo la gente con este virus, hostia.

Así que ya lo saben: hay que hacer lo posible por salvar el pellejo. Y por intentar que lo salven también nuestras familias y nuestros más próximos. Ninguna precaución es excesiva y es un reto que tenemos que asumir individualmente, pero con sentido de lo colectivo. A título individual, yo podría salir a correr al Retiro (si no estuviera cerrado), seguro de que no me contagiaría. Pero por un sentido colectivo, no lo hago. Ese sentido colectivo es el que no tuvieron los que respondieron al cierre de colegios y la amenaza de confinamiento saliendo masivamente de Madrid y esparciendo el virus por toda la geografía española. Pero ya vendrá el tiempo de los reproches. Si nos dicen que nos quedemos en casa, nos quedamos. Y si podemos concentrar las compras para no salir más que cada cuatro días, pues así lo haremos.

La posibilidad de que sucediera una cosa como esta, una epidemia de contagio masivo, era algo que teníamos ahí, pero no queríamos ver. Ya hubo antes diversos amagos, como el SARS de 2002, pero los conjuramos con tanta rapidez y eficacia que nos creíamos invencibles. Ahora hemos recuperado una charla TED que dio Bill Gates en Vancouver en 2015, en la que se hablaba de ese riesgo y que por desgracia ha resultado profética. Por si no la conocen, les voy a poner un enlace para verla con subtítulos en español. Se la recomiendo; es cortita, 8 minutos, pero muy significativa. Han de pinchar AQUÍ. La película a la que hace referencia Gates, es Contagio (Steven Soderbergh, 2011). Basta ver el trailer oficial que les pongo abajo, para quedarnos helados. Por cierto, habrán observado que Gates habla también en términos militares. 


Como ven, la típica película distópica, como tantas que hemos visto. Sólo que ahora estamos dentro de ella. Tenemos que afrontarla con calma, con cabeza y estando muy atentos. Quejarse de los inconvenientes del encierro es una tontería. Por mucho que nos quejemos, tendremos que seguir encerrados el tiempo que nos digan. ¿Y qué previsiones tenemos? Bueno, me gustaría decirles que unos pocos días más, pero no parece lo más probable. Hemos cumplido ya dos semanas y el estado de alarma prorrogado se extiende hasta el 12 de abril, otros quince días más. No me parece exagerado pensar que se prorrogue de nuevo hasta final de mes. O sea, que si todo fuera sobre ruedas (algo no muy probable) estamos hablando del 1 de mayo. Me cuentan amigos que trabajan en proyectos urbanos, agencias de viajes o comercios de suministros, que sus empresas están haciendo sus previsiones a partir del 15 de mayo. Ese es un escenario optimista moderado. También puede ser más largo. Yo no quiero alarmarles en exceso, pero tampoco mentirles. Ojalá dure lo menos posible.

Teniendo en cuenta el antecedente de China (el único que alienta el optimismo, porque Corea del Sur y Japón están repuntando), tampoco va a ser que de un día para otro empecemos a hacer vida normal. La recuperación de la normalidad será gradual y con muchas cautelas. Así que lo mejor es que se acostumbren a la vida de encierro, que tampoco está tan mal, hombre (además, esta noche nos han quitado una hora de encierro y en octubre nos la devolverán de vida normal, no sé de qué se quejan). Joder, yo me estoy haciendo unas comidas de puta madre y me consta que mis improvisadas recetas son parte del éxito de mis cuadernos de la cuarentena. Estoy estirando lo que puedo Los Soprano, aunque está claro que me voy a terminar las siete temporadas antes de que nos dejen volver a la calle. Y hay muchísima literatura que consumir, mucho cine que ver y muchas otras cosas en que entretenerse. Estos días, yo estoy llamando a una serie de amigos a los que no llamaba demasiado últimamente, para ver cómo están. Cada uno lo lleva como puede. Mi amiga A, la hiperactiva, dibuja pájaros exóticos de colores sin parar. Tiene ya una colección importante. Le he dicho que me tiene que regalar uno para enmarcarlo.

Mi amigo B, el hipocondríaco, se dedica a limpiar compulsivamente la casa, que ya antes tenía como los chorros del oro. Sólo sale a comprar más lejía y Don Limpio Baños. Mi amiga C, la solidaria, hace la compra a todos los abuelos de su bloque y cose batas para los enfermeros reciclando bolsas de basura. Mi amigo D, el anacoreta, me dice que él ya estaba encerrado voluntariamente desde hace unos dos años y que esta crisis le viene muy bien porque estaba harto de inventarse excusas cada vez que le llamaba algún amigo y le proponía salir a tomar una cerveza (ya había yo observado eso de las excusas hace tiempo). En fin, que yo creo que, manteniéndose protegido del virus con las recomendaciones que todo el mundo conoce, se puede pasar el tiempo bastante dignamente, cada uno en su línea. Vale, así como para descansar, les muestro ahora algunas fotos nuevas de las calles vacías. Empezando por una vista nocturna de Brooklyn, con una de las columnas del Manhattan Bridge al fondo.


Panorámica de la playa de Copacabana, desde la terraza de la casa de mi amigo Daniel Mancebo, el hombre de C40 en Río


El Puente de Westminster, en Londres, con el BIg Ben en obras.
L'Arc de Triomphe, París

 La Piazza Navona, en Roma

Una avenida de la reconstruida Varsovia.

 Por último, la Kaaba, en La Meca



Tras este interludio, les diré que se han escrito muchas cosas respecto a esto de vivir encerrado una temporada. Vean por ejemplo estos versos proféticos del gran Lao Tse (Siglo VI antes de Cristo): Sin pasar de la puerta se conoce el mundo, sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo, cuando más lejos se sale menos se aprende. Una eternidad después, en 1794, el Conde Xavier de Maistre, joven militar de Saboya, se batió en duelo con un tipo que le había ofendido, práctica que estaba prohibida, por lo que fue juzgado y condenado a 42 días de reclusión forzosa en su domicilio de Turín, una casa que todavía existe y donde seguramente algún turinés esté ahora mismo guardando una cuarentena similar. Como no podía hacer otra cosa, escribió un librito que se llama Viaje alrededor de mi habitación, una de cuyas frases encabeza este post. Este hombre emigró luego a San Petersburgo, donde se convirtió en un personaje, al servicio del zar. No supo que su libro era famoso hasta que viajó a París, muchos años después, para un negocio privado.

El libro en cuestión es una obra menor que ha sido más valorado por lo que supone, como crítica satírica de los libros de viajes, que por su valor literario. Borges era un gran admirador de este curioso texto. Lo más destacable del escrito del Conde de Maistre es su afirmación de que los días de encierro le permitieron conectarse con lo Universal. Es decir, desde un cuarto en el que uno está confinado, como nosotros, se puede alcanzar el Universo entero. Algo así hizo Kafka, que encima escribía por las noches, después de su jornada de trabajo de pasante, o el primer Guy de Maupassant, que luego tuvo la suerte de alcanzar el éxito literario en vida, lo que le permitió dejar su puesto de funcionario. También Proust, deprimido por la muerte de su madre, se encerró en su casa del 102 del Bulevar Haussman de París, que hizo forrar de corcho para reforzar el aislamiento, y estuvo quince años recluido, dedicado a componer su obra monumental À la recherche du temps perdu sin otro material que sus recuerdos, su cultura y sus queridas madalenas.

No hace falta salir al mundo exterior para tener una vida intensa. Mi tocayo Emilio Salgari escribió más de 80 novelas de aventuras en escenarios exóticos, sin salir de la redacción del periódico La Nuova Arena de Verona, donde trabajó mucho tiempo, y luego desde su despacho en una editorial de Turín que lo contrató durante sus últimos años de vida. De adolescente yo devoraba estas novelas de piratas y aventureros, con personajes tan brillantes como Sandokán o el Corsario Negro. Y eso que todos estos autores que he citado vivieron en un mundo sin wikipedias ni la posibilidad de tener la información instantánea de la que ahora disponemos. En este tiempo, uno puede trascender de lo particular (el escueto encierro) a lo universal. Yo estoy leyendo estos días las extraordinarias narraciones contenidas en la Micropedia de Ignacio Padilla, todas ellas relatos imaginarios y delirantes, que sus amigos cuentan que él narraba como si fueran ciertos, sobre todo al final de las noches de farra.

Uno de estos relatos de Padilla se titula Memorial de la Segunda Peste. Cuenta aquí que, en una imaginaria Misión de Saint Martin, después del paso de la peste bubónica, los nativos se curan milagrosamente sin que nadie pueda explicárselo. Llega entonces un investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Kent, que se llama Richard de Veelt, quien descubre que estos nativos están más sanos que un humano normal, que en ningún momento pierden la alegría ni la sonrisa de oreja a oreja, ni aunque se les pinche con cuchillos y agujas. Y llega a la conclusión de que la Misión ha sufrido una segunda peste, una especie de peste inversa que cura a los indígenas no sólo de las consecuencias de la epidemia sufrida, sino de todas sus dolencias anteriores. Empieza a escribir sus conclusiones, pero no llega a terminar su obra porque los nativos se lo acaban comiendo sin perder su sonrisa beatífica.

Lo que nos trae de vuelta a esta nueva peste que nos aflige y a la continuación del encierro con que nos protegemos de ella. Hemos hablado de un horizonte del 15 de mayo. Pero después vendrá el futuro y hay que empezar a planificarlo. Como les he dicho, la vuelta a la normalidad será gradual. Y tal vez hayamos aprendido a valorar lo que tenemos, en este mundo del Siglo XXI a prueba de epidemias. A mí se me criticaba antes del virus por estar tan contento con el mundo que me había tocado vivir. Joder, es que era un paraíso. Hay cosas que sólo se valoran cuando no se tienen (ya saben los ejemplos: la salud, el dinero y el pelo de la cabeza). Obviamente nada volverá a ser igual, pero continuaremos en un mundo lleno de temas de los que hablar, lo que justifica la existencia de este blog. Esperemos tener el margen suficiente como para dejar al tiempo su labor terapéutica inigualable: el tiempo todo lo cura. Nos quedará entonces el recuerdo de estos días en que sobrevivimos encerrados. Como algo irreal. Como una historia de las que cuenta Ignacio Padilla. Como un mal sueño. 

Entre los vídeos que han circulado por el Whatsapp y otras redes, les voy a dejar de propina el que me ha parecido más entrañable, cariñoso y optimista, una coplilla que imagina el futuro, que anticipa la alegría inmensa del momento en que nos den suelta (aunque supongo que la mayoría de mis lectores ya lo conocen, a muchos se lo he mandado yo mismo por Whatssapp, pero así pueden verlo en pantalla grande). Créanme, ese momento va a ser apoteósico, como salir de la cárcel, como acabar la mili, como terminar la carrera, como encontrar un amor de verdad. Sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta (supongo que esperaban que dijera como escarpias, pero es que no me gusta nada esa frase tan manida). Y ya saben el orden de prioridades: UNO, salvar el pellejo, DOS, proteger a los familiares y amigos hasta donde se pueda, TRES, seguir las instrucciones y disfrutar del encierro dentro de lo que cabe. Cuídense.

(P.D.: Me voy a cagar en el rey Guillermo de Holanda y en todos sus muertos)


8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Un abrazo, querido Paco. De tu lacónico mensaje deduzco que estás bien, supongo que preocupado como todos. Cuídate mucho. un abrazo.

      Eliminar
  2. Otra vez el experto en Nueva York. La vista que nos muestra corresponde a Washington Street, muy cerca del cruce con Front Street, calles ambas del barrio llamado DUMBO, bajo el paso elevado de arranque del Manhattan Bridge, en Brooklyn. Es un barrio muy agradable, impresiona verlo tan vacío. DUMBO significa precisamente Down Under Manhattan Bridge Overpass. Se trata de una de las vistas más icónicas de Nueva York, porque, en medio del vano inferior del pilar del Manhattan Bridge, se puede encuadrar el Empire State (si se fija, en la foto se ve en pequeño). Muchos turistas viene a este punto a hacerse sus fotos con el puente y el Empire State.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues gracias otra vez por las informaciones. No me había dado cuenta de que se ve el Empire State al fondo. Creo haber estado en ese barrio, pero hace casi ocho años que no he vuelto por New York y, como está el patio, no sé si podré volver.
      Un abrazo para ti también.

      Eliminar
  3. Por supuesto que se puede contar una historia en un país lejano y exótico sin haberlo visitado jamás: usted lo ha hecho, porque no nos irá a decir que llegó a ver la Ciudad Amurallada de Kowloon. Por cierto, a mí sí me gustó ese texto, sólo las fotos dan una idea de adónde puede llegar la miseria urbana, además de la conveniencia de que haya regulaciones normativas en todo el territorio, para que no sucedan estas cosas. Por aquí lo más parecido que hemos logrado es la Cañada Real de las Merinas, un horror similar, aunque no concentrado en una supermanzana, sino estirado a lo largo de más de 14 kms.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No es usted el único al que le ha gustado la entrada sobre Kowloon. Le diré que sí he estado una vez recorriendo la Cañada Real de las Merinas por trabajo y lo hice con varios compañeros y escoltados por la policía municipal. Es alucinante y no parece que se vaya a arreglar nunca. Los viejos habitantes ilegales han prosperado en muchos casos y tienen a los mejores abogados. Haría falta mucho dinero para cubrir las indemnizaciones que pedirían. así que mejor mirar a otro lado. Para cambiar la situación se necesitaría un político que no mirase sólo a sus cuatro años de mandato. Difícil.

      Eliminar
  4. El hombre de C40 en Río, ¿no era Jean Paul Belmondo?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy bueno. El Hombre de Río era una película desternillante, con un Belmondo que hacía el payaso como nadie. No sé si resistiría una visión ahora, o se habrá quedado vieja.

      Eliminar