viernes, 22 de marzo de 2019

820. El embrollo del Brexit

La que tienen liada en el Reino Desunido. El otro día en una entrevista en la radio escuché al ministro Borrell, con su gracejo leridano (es un decir), mostrar su perplejidad sobre lo que está pasando en Gran Bretaña, con estas palabras: –Si no quieren irse de Europa sin acuerdo y no quieren este acuerdo y no quieren ningún otro acuerdo y tampoco quieren repetir el referéndum, entonces ¿qué es lo que quieren los ingleses? Pues eso mismo digo yo: ¿qué coño querrán? Ahora mismo, ya ni ellos mismos lo saben, o esa es al menos la impresión que uno saca desde fuera. Cuanto más nos acercamos a la fecha del 29 de marzo, prevista en el protocolo del proceso para que Gran Bretaña deje formalmente de ser miembro de la Unión Europea e inicie el llamado período de transición, más tenemos todos la sensación de que los ingleses se han hecho la picha un lío, dicho esto último sin ánimo de herir la sensibilidad de las mentes, sin duda bienpensantes, de mis seguidores habituales.

Este proceso está siendo una muestra de cómo un país se puede meter en un callejón sin salida por una tontuna y los catalanes harían bien de tomar nota, porque van camino de quedarse atrapados en una ratonera similar. Recapitulemos. A comienzos de 2015, el primer ministro James Cameron se está preparando para las Elecciones Generales, que tendrán lugar el 7 de mayo de ese año. En Gran Bretaña, las legislaturas duran cinco años y Cameron lleva gobernando desde 2010 sin mayoría absoluta. En esos años ya ha tentado a la suerte permitiendo y amparando el referéndum de separación de Escocia. Un órdago que le ha obligado a hacer una campaña institucional fuerte en contra de la secesión, que le ha permitido finalmente ganar el envite (ciertamente, por los pelos). Así que, durante la campaña para la reelección, no se le ocurre mejor cosa que decir que, si gana, convocará un referéndum para que los británicos decidan si quieren seguir en Europa o no, rápidamente bautizado como el Brexit, aunque últimamente está siendo renombrado por mucha gente con el nombre chusco que sostiene esta señora en una pancarta.


¿Y por qué hace esto este señor? Pues por un motivo interno de dinámica partidaria. Está harto de gobernar sin mayoría y tiene dentro de su partido a un sector, el más a la derecha, que está cada vez más alejado de sus posturas, porque escucha los cantos de sirena eurófobos del UKIP del nefando Nigel Farage. Vale –les dice a estos–,  no os vayáis con ese fascista, que yo os prometo hacer un referéndum por el Brexit si seguís conmigo. Algo parecido a lo que intenta ahora Pablo Casado: sobreactuar como facha para que la gente no se vaya a Vox. Esta era la excusa, fácil de criticar ahora, desde la perspectiva del desastre que ha generado. Pero a esta excusa hay que añadirle algunos matices. El primero, que este señor, a quien en el blog hemos apodado El Camerón de la Isla, es bastante tonto. Digamos, para entendernos, que es tan tonto como Zapatero, o como qué-las-das-François Hollande. Menudo trío de lumbreras. Lo que pasa es que El Camerón ha terminado por ser el más dañino de los tres. Este tipo de personajes apuestan una vez y ganan. Entonces se creen los más listos y en posesión de una suerte legendaria. Y siguen arriesgando mucho, hasta que se la pegan. Entonces se caen con todo el equipo.

Después de ganar el órdago escocés, Camerón de la Isla pensó que, si se volcaba en una potente campaña institucional a favor del remain, lograría mantener a su país en Europa. En donde, todo hay que decirlo, estaban muy cómodos. Porque, recordemos, Gran Bretaña no estaba en el euro; mantenía la libra esterlina y era un socio bastante privilegiado y señorito, que se beneficiaba de todas las ventajas de la Unión y no sufría sus mayores inconvenientes, relacionados todos con la unión monetaria. Pero Cameron hace esa promesa y a continuación gana las elecciones por mayoría absoluta. Es decir, en mayo de 2015 es reelegido por otros cinco años. Tal vez en este punto, podría haber seguido la máxima hispana prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido. Pero decidió ser honrado, mantuvo su promesa y se la jugó. Y perdió. Por cierto, los independentistas catalanes le tienen como un ejemplo de demócrata, en contraposición a Rajoy, que es gallego y no quiso correr los riesgos de un referéndum a la escocesa.

El 26 de junio de 2016, se celebra el referéndum y gana (por muy poco) el leave Europe. Cameron, que tenía garantizada una cómoda mayoría absoluta hasta mayo de 2020, dimite al poco tiempo y es sustituido automáticamente por la señora May, su férrea e inflexible Ministra del Interior. Ahora mismo, esta señora me está empezando a dar hasta pena, así que dejaré de llamarla La Bruja May de la Torva Mirada. El señor Camerón se hundió merecidamente en el sumidero del olvido y la señora May se dispuso a gestionar el desaguisado. Desde entonces todo ha ido mal. Como no podía ser de otra manera. Porque, al día siguiente de la votación, Farage y otros reconocen haber mentido en cuanto a la cantidad de dinero que se iba a ahorrar el Reino-ya-definitivamente-Desunido, al marcharse de Europa. Y luego hemos sabido que empresas como Cambridge Analytica contribuyeron decisivamente a aumentar la abstención de votantes potenciales tibios a favor del remain.

El 29 de marzo de 2017, la señora May invoca oficialmente el artículo 50 del Tratado de la Unión, lo que pone en marcha el cronómetro. Tic-tac, tic-tac. El proceso ha de durar dos años justos, que se van a cumplir dentro de unos días. Poco después de iniciar el camino, la señora May se da cuenta del berenjenal en el que está metiéndose y concibe una idea que acabará resultando también nefasta: convoca elecciones anticipadas. Es otra tontería inmensa, visto ahora a posteriori. Esta señora disfrutaba de mayoría absoluta heredada de su antecesor. Pero le llegan los cantos de sirena de unos sondeos que le garantizan una supermayoría aun más amplia. Y se la pega. Pierde un montón de escaños, no revalida la mayoría absoluta y necesita volver a gobernar en coalición. ¿Con quién? Pues nada menos que con los unionistas de Irlanda del Norte. Los únicos que se muestran dispuestos a apoyarla.

Y aquí está ahora mismo el quid de la cuestión, por encima del chalaneo económico de la negociación. Supongo que saben que Gran Bretaña no tiene Constitución formal. El país se rige por una serie de Acuerdos, que son sagrados. Tampoco ignorarán que el gran problema británico de las últimas décadas estaba en Irlanda del Norte, el llamado Ulster, en donde conviven (por decir algo) dos comunidades que se odian a muerte: los católicos partidarios de integrarse en Irlanda y los protestantes unionistas que quieren seguir en el Reino Unido. Después de más de 30 años de batalla, de convivir con unas imágenes cotidianas tremendas, con el ejército inglés patrullando las calles de Belfast, de violencia, bombas y tiroteos, después de 3.600 muertos, se consiguió una paz precaria, que cristalizó en el llamado Acuerdo del Viernes Santo (1998). Es un acuerdo frágil, como el de Bosnia; aquí no hay soldados de la ONU para evitar que se sigan pegando pero, veinte años después, Belfast sigue sembrado de alambradas que mantienen separados entre sí los barrios hostiles.

Pero es un Acuerdo y esto en Gran Bretaña es sagrado. Y, miren ustedes por dónde, entre sus cláusulas hay una que prescribe que entre una y otra Irlanda, no habrá nunca jamás una frontera material. Fue una de las condiciones por las que el IRA consintió en dejar las armas. Si Gran Bretaña sale de la UE, mientras Irlanda se queda, ya me dirán ustedes cómo se hace eso sin una frontera. En tiempos de globalización y con las identidades nacionales en franco declive, mi impresión es que el Ulster es ahora mismo un grano en el culo para los británicos; que si se organizara un referéndum al respecto, la mayoría de los votantes sería partidaria de soltarlo y que se uniera a Irlanda. Pero la señora May no puede ni plantearse esto, por cuanto su precario gobierno está sostenido precisamente por los unionistas. O sea, que ahora mismo la cosa no tiene arreglo.

Como en otros asuntos, yo creo que los únicos que lo pueden solucionar son los mismos que han creado el problema, volviendo hacia atrás como Pulgarcito en el cuento. Es decir: repetir el referéndum y que lo pierdan. Y se queden en Europa, como dicta el sentido común. De la misma forma, el conflicto catalán no se va a arreglar hasta que en unas elecciones pierdan los independentistas. Esto es todavía más difícil, porque hay dos millones de señores a los que les gustan Torra y Puigdemont, que ya hay que tener mal gusto. Dos millones que van a seguir con las orejeras puestas, para no ver lo que hay a los lados, justo lo que no quieren ver. Ya saben que sarna con gusto no pica. Como este post está algo sosete, voy a cerrarlo con un poco de música. El otro día les puse la versión del Stand by Me, que hacían tres músicos de formación clásica. El de la hermosa y sentida voz se llama Charles Yang, es de origen chino y es todo un virtuoso del violín. He encontrado un vídeo en el que confronta su virtuosismo con un colega, este de origen japonés, Jake Shimabukuro, que es un virguero del ukelele. Sobre la melodía del While my guitar gently weeps de George Harrison, organizan un combate musical maravilloso. Disfruten de él y pasen un buen finde.



4 comentarios:

  1. Cameron de la Isla es buenisimo. Jajaja.

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    1. Ese señor se estudiará en los futuros tratados históricos como prototipo del tonto.

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  2. Tiene usted puntería: publicó esto el viernes al mediodía y desde entonces la cosa se ha precipitado. Un millón de manifestantes en Londres pidiendo un segundo referéndum. Y la señora May apartada de la línea de decisión.

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    1. Y lo acojonante es que ninguna de las opciones que se barajan en el Parlamento tiene en cuenta lo que pidió a gritos ese millón de manifestantes: un segundo referéndum. Es curiosa la idiosincrasia de los pueblos. Si esto sucede en Francia, se arma una revolución, salen los gilets jaunes y arrancan todos los adoquines de las calles para tirárselos a los parlamentarios.
      En la Gran Bretaña, uno puede imaginarse al parlamentario tipo, fumando en pipa y tomándose un té mientras contempla desde detrás de la cortina la manifestación, comentando "interesante, sencillamente interesante".

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