sábado, 9 de marzo de 2019

816. Los culos de las francesas y un divieso

He dudado antes de ponerle a un post semejante título, por el riesgo de concitar la atención insana de salidos, mirones y viciosos varios, pero lo prometido es deuda. En realidad, este es un foro donde se habla mayormente de otros asuntos, con preferencia por la literatura, la autoficción, el comentario satírico sobre la actualidad, el humor y el regodeo con el lenguaje. Y, en relación con el trasero de las señoras, hace mucho tiempo que traje al blog un escrito delicioso de un autor argentino, que se llamaba Oda al culo, parte esencial del Post #75, que pueden (y deben) leer, para lo que han de pinchar en el enlace anterior. Los seguidores que no lo eran entonces (hace más de seis años), encontrarán un texto ciertamente sublime, y los que ya lo leyeron, pueden repasarlo, es una lectura siempre estimulante. Un relato esférico, cósmico, como el objeto al que se refiere. Después de esto poco me queda a mí por añadir.

Pero acabo de volver de Francia, donde las mujeres jóvenes gustan del pantalón o vestido ajustado para resaltar las partes más atractivas de su anatomía y, bajo el sol de París, aquello era una sinfonía de formas, de colores, de energía positiva, de vitalidad. Mi primera reflexión fue que París es en estos momentos una ciudad de gente joven, de muchachada que vive acelerada y desenfadadamente, que trabajan, se aman y se divierten sin ceder al cansancio. Que comen, beben, fuman y hacen deporte sin freno. Luego me di cuenta de que la reflexión no era la correcta. No es que París sea una ciudad de jóvenes. Es que yo estoy viejo, que no es lo mismo. Así que no les extrañará saber que yo caí, enamorado de la moda juvenil, de las chicas de los chicos de los maaaniquís, etc.

Y he de rescatar también una vieja reflexión lingüística al respecto, ya desarrollada en el blog. Porque, cuando yo era niño, la palabra culo se usaba correctamente y no como ahora. En los tiempos en que yo era un chaval, la palabra culo se empleaba para designar estrictamente el orificio anal, mientras para la parte más carnosa se utilizaba el vocablo femenino plural (las) cachas. Obviamente plural, porque son dos. Bueno, los elegantes decían (las) nalgas, pero a mí esta palabra siempre me ha sonado como propia de ámbitos médicos, asépticos y hasta casi quirúrgicos: uno no imagina a una señora probándose un vestido y desechándolo porque le hace mucha nalga. O a una amante diciendo ráscame las nalgas, querido.

Por cierto, el agujero se solía llamar también el ojete, apelativo entrañable donde los haya, como lo es el de las cachas, denominaciones ambas que a mí me retrotraen inequívocamente a la infancia. La segunda de ellas ha dejado lamentablemente de usarse, salvo la derivada bastarda estar cachas, por ser muy musculoso. Pero ya no se habla nunca de las cachas, porque ahora todo el mundo usa la palabra culo para designarlas, en un ejemplo proverbial de sinécdoque, figura retórica que, como seguramente no ignoran, consiste en designar una parte por el todo, o el todo por una parte. Cuando alguien dice que fulanita (o fulanito) tiene el culo muy grande, no pretende expresar que esa persona esté en posesión de un orificio anal de gran diámetro, sino que tiene unas cachas o nalgas prominentes. Esto es algo que sucede en el castellano, pero no, en cambio, en el francés.

Porque en francés se dice le cul para designar el propio agujero, pero las cachas se nombran, como es lógico, con un sustantivo femenino plural: les fesses. Esta es una palabra de uso muy corriente, tanto en el francés coloquial, como en el más formal, utilizada incluso en refranes o expresiones frecuentes, como coûter la peau des fesses, que literalmente sería costar la piel de las cachas, pero que debemos traducir por costar un ojo de la cara. O este otro: rester avec les fesses en l’air, que viene a significar lo mismo que en castellano: quedarse con el culo al aire. El culo prácticamente al aire llevaban por la calle algunas chicas con las que me crucé en distintas calles, vestidas con unos modelos de minifalda tan exiguos como nunca antes los había visto (en París, por supuesto, no en Lille). Debe de ser la moda de este año. Y una de las noches que pasé allí, mi hijo me llevó a cenar al restaurante La Belle Hortense, casi enfrente del Café Les Philosophes y propiedad de los mismos dueños, en pleno Marais. Y en el lugar había una exposición de culos de señoras, o digámoslo correctamente: cachas o fesses. Pueden ver que no les engaño.


Por cerrar el tema, he de decirles que la denominación femenina plural les fesses tiene incluso un sustantivo colectivo derivado, que designa el conjunto de ambas: le fessier, que podríamos traducir por el culamen. Y es este el nombre que la conocida marca de moda francesa Le Temps des Cerises ha elegido para retrucar la divisa oficial de la República Francesa, y convertirla en el lema de su campaña de primavera 2019: Libertad, Igualdad y Buen Culamen. Vean abajo el cartel que ahora mismo adorna las paradas de autobús de toda Francia. No cabe duda de que unas cachas como esas son un factor que contribuye decisivamente a fomentar la fraternidad más acendrada. 


De estas y otras cosas se ha nutrido esta semana mi nostalgia de un viaje que ha resultado redondo, como unas buenas cachas. Me lo he pasado genial, he encontrado bien a mis hijos y he desarrollado una actividad bastante frenética en París (un poco más tranquila en Lille), que he mantenido sin solución de continuidad en mi aterrizaje en la rutina laboral. Porque los tres primeros días apenas he aparecido por la oficina. El domingo por la noche me comuniqué con mi jefa, que debía intervenir el lunes a primera hora en una mesa redonda en Cibeles, abriendo las jornadas internacionales ToGather que ha organizado el Coordinador de la Alcaldía Luis Cueto. Le pregunté si quería que la acompañara y luego nos íbamos juntos a la oficina. Le pareció buena idea y así lo hicimos. Y sucedió una de esas cosas que algunos de mis lectores se creen que me invento. Realmente, es bastante increíble.

Resulta que entre los invitados internacionales de estas importantes jornadas, estaba la señora Ellen S. De Vibe, veterana directora del departamento de Planeamiento Urbanístico de Oslo. Y que, cuando llegó mi jefa, se puso a hablar con ella en inglés. Y que la señora le contó que hace años había venido a Madrid y había estado en el parque Madrid Río, en una visita guiada dirigida por un técnico del Ayuntamiento, con un bigote blanco, del que todavía se acordaba porque le había impresionado la pasión con la que contaba el proyecto y su punto de vista visionario sobre las ciudades. Y mi jefa dijo: –¡Ese es Emilio y viene ahora! Así que, cuando llegué, poco menos que me recibieron con cohetes. Yo no me acordaba de esta señora, pero he consultado la relación minuciosa y precisa que tengo de todas mis actividades de relaciones internacionales y he deducido que, efectivamente, recibí a una delegación de la ciudad de Oslo el 16 de septiembre de 2014, y les acompañé a ver el Centro de Control de Túneles y todo el parque Madrid Río.

Tras la mesa redonda, me fui con mi jefa a la oficina y me perdí la intervención de esta señora tan impresionada con mi presentación del río. Por la tarde, al salir del trabajo, me pasé otra vez por Cibeles para asistir a la parte más interesante de las jornadas, con las intervenciones de Saskia Sassen y Richard Sennett, dos referencias mundiales del urbanismo. Allí me senté con Ellen, quien, con gesto cómplice, me confesó: –Le he mencionado a usted en mi conferencia de esta mañana. Le di las gracias, le dije que me sentía muy halagado y le prometí que, si un día voy a Oslo, no dejaré de llamarla. Una compañera de la oficina que estuvo toda la mañana en las jornadas, me ha confirmado que esta señora me citó con nombre y apellidos (le había dado una de mis tarjetas por la mañana) y que dijo cosas muy bonitas de mí. Ya ven, qué quieren que les diga, esto forma parte de la cresta de la ola de mi cabalgada surfista y también es una muestra de que voy recogiendo algo de lo que llevo muchos años sembrando.

El martes me tocó recibir a un curso de postgrado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Belgrano (Argentina) con los que estuve casi toda la mañana en Cibeles. Al final me tuve que ir corriendo a la oficina, porque de 4 a 5 teníamos una call con Nueva York para tomar las últimas decisiones sobre el final de Reinventing Cities. Y el miércoles me encargué de guiar la visita de campo de los participantes en ToGather que se apuntaron a esta actividad opcional. En un autobús de la EMT, visitamos bajo la lluvia algunos edificios rehabilitados con las ayudas del Plan MadRe, en Manoteras y Orcasitas; nos asomamos al parque Madrid Río y rematamos con un recorrido por la Gran Vía. Nos falló el tiempo, pero les pude contar muchas cosas en el autobús, de donde nos bajamos lo mínimo y, aún así, nos calamos. Vean un par de fotos de la excursión.



En definitiva, que hasta el jueves no pude bajar el ritmo, dedicarme a poner al día el correo y empezar a organizar mi programa para los próximos meses. Y, como era previsible, esa bajada de ritmo abrió una puerta irremediable a la nostalgia de mi periplo parisino y lillois. Me queda sólo relatar una cosa. Durante todo mi viaje sufrí una incidencia física leve, pero muy molesta, que no les he contado porque, como ya he dicho, al blog se viene llorado. Desconozco el origen, pero, cuando llegué a la Universidad Paris 8, tenía en el índice de mi mano derecha una picadura de un insecto, o tal vez un grano con pus o algo similar. Lo cierto es que, con los nervios de la ocasión y la presión de tener que hablar en francés a un auditorio de bastante altura académica, me pasé las tres horas rascándomelo y tocándomelo de forma inconsciente mientras hablaba. Por la tarde tenía una infección importante y la mano tan hinchada que no podía ni sujetar un bolígrafo. Esa noche, cuando volvió del teatro, Alain se asustó mucho y me dio una pomada antibiótica de la que tenía dos tubos, uno de los cuales me regaló y me he estado dando dos veces al día prácticamente hasta hoy. Los primeros días, completé la acción terapéutica con Ibuprofeno oral, que siempre llevo en mi equipaje y que, como saben, es anti-inflamatorio. 

Independientemente de su origen, he llegado a la conclusión de que lo que he sufrido no puede ser otra cosa que un divieso. No tengo ninguna duda al respecto. Es este un tipo de afección cutánea que ahora es muy poco frecuente, pero en tiempos no muy lejanos, cuando las condiciones de higiene de nuestras vidas no eran tan estrictas como ahora, constituía una dolencia bastante común, como lo prueba la cantidad de denominaciones que tiene el castellano para ello, entre otros, además de divieso: panadizo, forúnculo, lobanillo o golondrino. Es, como digo, una cosa leve pero dolorosa y muy molesta, porque esa parte del dedo se roza con todo y uno ve las estrellas cada vez que, por ejemplo, intenta sacar algo del bolsillo. El último día de mi estancia parisina, logré que se reventara, generando un cráter de pus que poco a poco fue adquiriendo la textura de un muffin neoyorkino de fresa, con su envoltorio de papel y todo, como pueden comprobar en la foto que me hice recién llegado a Lille, cuando ya estaba bastante reducido. Ya sé que no es una imagen muy agradable, pero no todo van a ser cosas tan bonitas como los culos de las francesas. Peor era, desde cualquier punto de vista, la imagen de mi fractura de húmero que les mostré en su día. Así que, no se quejen. Y, desde luego, sean buenos.



10 comentarios:

  1. Disculpe la impertinencia pero: ¿lo que le atacó no sería un chinche en casa de su amigo el profesor? A mí me sucedió algo parecido una vez en casa de una novia eventual, contribuyendo a que las cosas se estropearan entre nosotros (ella dijo que el chinche lo había traído yo en mi ropa).

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    1. Pues no, mi amigo tenía la casa bien limpia y bien curiosa. Yo creo que fue en el Metro o en la visita previa a la Universidad. Y calculo que sería una araña o algo por el estilo. Todavía no lo tengo curado del todo, pero ya va bien.

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  2. Compruebo que es usted un gran admirador de los "leggins" por aquí denominados por el vulgo "torcoño" (se le ve "to er coño"). Son muy frecuentes en esta época del año.
    En cuanto a su incidencia en el dedo debo precisar que es más correcto llamarle "lobanillo" que "golondrino" ya que estos suelen acudir a los sobacos o a las ingles.
    Me alegra mucho de que haya disfrutado de su estancia en La France, cuna de la revolución y de la grandeur en compañía de sus hijos. Siempre es muy conveniente cargar baterías en compañía de nuestros descendientes directos, cosa que yo hago con mucha frecuencia debido a la corta distancia que separa Granada con Loja City.
    Un abrazo fuerte brother y "aúpa Depor" que como no espabile...

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    1. Los leggins son la sal de la vida y la alegría del mundo. Agradezco la precisión del golondrino. Y los chicos siempre da gusto verlos bien y contentos. Lo del Dépor ya es otro cantar. ¿Quién sera nuestro Zidane que nos saque de la incuria futbolística. Vamos mal, pero aun queda mucha Liga. Y la esperanza es lo último que se pierde.
      Abrazo fuerte.

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  3. Yo creo que es un absceso. Y no se toca, si no quieres que vayan a peor, como te ocurrió. En cuanto a los soberanos culos, que tantos nombres tienen, también se llaman "panderos" en el sermo vulgaris, cuando son bien hermosos.

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    1. Añado los dos nombres: absceso y pandero. A este último, yo le sumaría la denominación "bullarengue" que es bastante descriptiva.

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  4. ¡Qué desagradable! Con lo que me gustaban a mí los muffins de fresa, ya no sé sí voy a poder comerme otro en mi vida...

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    1. Pues cómaselos de chocolate, que también están muy buenos.

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  5. Esa “sinfonía de formas” de las parisinas le da un profundo encanto a la ciudad, más allá de sus monumentos, en cuyas construcciones no podrían los mejores canteros decorar con tanta gracia y atracción como esa sinfonía silenciosa.

    Creo que el relato está a la altura del mismísimo Quevedo, del que dejo aquí un párrafo tomado de “Gracias y desgracias del ojo del culo”,

    “No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los que supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza y virtud, corren esta fortuna de ser despreciadas della, y él en particular por tener más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo; mirado bien es el más perfecto y bien colocado dél, y más favorecido de la Naturaleza, pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en un diámetro o zodíaco como ella. Su sitio es en medio como el del sol; su tacto es blando; tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe ser alabado pues, se parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver. El no tener más de un ojo es falta de amor poderoso, fuera de que el ojo del culo por su mucha gravedad y autoridad no consiente niña; y bien mirado es más de ver que los ojos de la cara, que aunque no es tan claro tiene más hechura”.

    Un abrazo.

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    1. Bueno, compararme con Quevedo es una exageración evidente. La prosa de este señor es inigualable, como lo prueba el fragmento que tú aportas y que prestigia definitivamente esta página. Muchas gracias.
      Y estoy encantado de que haya tantos comentarios, esta claro que lo del culo vende. Un fuerte abrazo.

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