domingo, 24 de diciembre de 2017

694. Una tregua

Eso es lo que me voy a tomar yo. Me cojo dos semanas de vacaciones, pero sin dejar de trabajar. ¿Y eso cómo se come? Pues porque mi desempeño laboral tiene dos aspectos muy diferenciados. Uno, de servicio a la ciudad, de hacer un trabajo útil, de meterme en asuntos imaginativos que nadie más hace, para ayudar a difundir la marca Madrid y, de rebote, la marca España. Esa faceta de mi trabajo me satisface, me permite sentirme útil, divertirme y seguir aprendiendo. Recuerden el famoso aforismo de Confucio, que los japoneses y coreanos llevan a rajatabla: Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ningún día de tu vida.

Pero hay una segunda faceta en paralelo a la primera: la obligación de acudir cada día a la Isla de Alcatraz, fichar y cumplir un número de horas de presencia física. Esto es algo que depende de Asuntos Internos y es una verdadera inutilidad. Quiero decir que es un sistema ciego que sustituye a un verdadero control de rendimientos, que detectaría la mayor o menos eficiencia de cada unidad y de cada uno de sus funcionarios. Esto no se hace pero, en cambio, se cuentan las horas, minutos y segundos de presencia física, sin que importe si la gente se dedica a leer el Marca en ese tiempo. Les aseguro que los que no pegan ni chapa cumplen escrupulosamente el horario, porque no tienen otra cosa de que ocuparse. El sistema a quien nos jode es a los que trabajamos y más si tenemos que andar entrando y saliendo del edificio todo el rato. Es imposible medir mi trabajo con ese rasero.

Durante el trienio negro de Mrs. Bottle y la concejala replicante de Urbanismo, esa dicotomía fue especialmente dolorosa para mí, dado que ciertamente tenía poco trabajo y además la función de controlar el cumplimiento del horario recayó en una siniestra carcelera nazi. Ahora hay alguien más flexible, pero la dicotomía persiste. La faceta B me supone contar además con un montón de días de vacaciones, resultado de convenios sucesivos en los que se nos iban dando tales privilegios, a cambio de no subirnos debidamente el sueldo: moscosos, canosos, morrosos, días por asuntos propios, días médicos y no sé cuantas cosas más. En lo más duro de la crisis, el señor Montoro nos desposeyó de todos estos privilegios (pero no nos subió el sueldo, sino al contrario). Después los hemos ido recuperando, en la medida de lo posible.

Así que, en un momento como este, en que estoy de nuevo trabajando en algo que me apasiona y requiere toda mi dedicación, enfrento uno de los puntos críticos de esa dicotomía. Por un lado, tengo muchísimo trabajo para las dos semanas próximas, un trabajo que puedo hacer perfectamente desde mi casa, salvo un par de reuniones ya programadas. Y, por otro lado, me sobran un montón de días libres, que tengo que cogerme antes del 31 de enero, y de los que no pienso perdonar ninguno. Porque, para mí, los de asuntos internos son el enemigo (cuando esté jubilado, explicaré en detalle el sistema, completamente indetectable, con el que yo burlaba los tornos de fichar, algo de verdad muy divertido). Frente a esta coyuntura, la solución está muy clara: me voy a pasar dos semanas de trabajo no presencial, en las que estaré localizado. La gente de la ofi tiene instrucciones precisas de llamarme en cualquier momento del día, para cualquier urgencia que se presente. 
   
Estas dos próximas semanas van a ser también un ensayo de mi vida de jubilado, en la que mi plan es seguir trabajando, si es que sigo siendo de utilidad, pero además escribir en el blog, correr por el Retiro y dedicarme a todas las ocupaciones paralelas que pueda compatibilizar. Para eso es fundamental programarse y distribuir el tiempo adecuadamente. Y a tal efecto es imprescindible tener una buena agenda. Todos los años por estas fechas, suelo comprarme una agenda en una librería de mi barrio (hace muchos años que dejaron de darme una adecuada en el trabajo). Este año, he decidido comprarme la mejor, dentro del modelo que me gusta, es decir, la genuina Moleskine, la que utilizaban Hemingway, Picasso y muchos otros. Abajo ven qué feliz estoy con mi adquisición. Lo malo es que, como se te ocurra bosquejar un prusés en ella, luego te la pilla la pasma y te caes con todo el equipo.


Anteayer viernes estuve trabajando hasta las siete de la tarde, porque ya les he explicado que por la tarde es cuando puedo estar conectado con la gente de Nueva York que dirige el programa Reinventing Cities de mis penares y gozos. Ayer tenía medio empezado un texto sobre el regreso a primer plano de la matraca catalana, que nunca se había ido del todo, pero habíamos aprendido a hacer como que no existía. Lo que pasa es que estaba muy cansado y en estas fechas, en cuanto te descuidas, te arrolla el tsunami de las fiestas. Así que mi análisis del bucle catalonio, se queda para el próximo post. Ayer me tuve que ocupar de una serie de tareas, que les detallo a continuación. Comprar cerveza y gambas para esta noche. Me hice con dos packs (48 latas) de Estrella Galicia, además de encargar kilo y medio de gambas de Huelva, de las pequeñas, recién cocidas, que he recogido esta mañana en el Mercado de Antón Martín. Además me fui hasta el outlet de Salvador Bachiller de la plaza de Chueca, para comprar un regalo del amigo invisible.

Y esta mañana he subido a la FNAC a comprar un par de libros para otro regalo. Enredando por allí, me ha saltado otra vez un libro a los ojos. Es el último de Emmanuel Carrère (recuerden: Limonov y El adversario, sensacionales). Se llama Conviene tener un sitio a donde ir. Ojeando la contraportada, veo que se trata de una antología de los mejores artículos periodísticos de este señor a lo largo de los años. Que incluye entre otros: una entrevista fallida con Catherine Deneuve, que se describe como memorable, una visión de la Rumanía post-Ceaucescu, un viaje a Sri Lanka después del tsunami, perfiles de Lovecraft, Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) y otros escritores malditos, así como una serie de nueve artículos para una revista italiana que le contrató para dar una visión masculina sobre el mundo femenino, serie que termina con un texto sobre el orgasmo femenino, que se consideró marcadamente pornográfico, lo que supuso el abrupto final de la colaboración. Obviamente, me lo tenía que comprar.

La chica de la caja era una rubia con un leve aire a Silvie Vartan. El diálogo, trufado de miradas que sugerían otras esgrimas, fue más o menos como sigue. Buenas. Buenas. Verás, traigo tres libros y quiero tickets regalo para estos dos; este otro es para mí. Ya, pero, si lo va a pagar todo con tarjeta (se la acababa de dar) yo se lo cobro de una vez y se generan tickets regalo automáticamente para los tres; luego descartamos uno. Estupendo. ¿Tiene tarjeta de socio? No. Se la puedo hacer en medio minuto. Es que soy antitarjetas, tuve una que me regalaron y no la renové. Pero con la tarjeta de socio FNAC tendría ya un descuento de 5€ en esta compra, sólo por sacársela. La tarjeta, quieres decir (una aclaración marcadamente pornográfica, que la chica encajó sosteniendo mi mirada con la dosis justa de ironía en los ojos). La tarjeta, sí, desde luego. Gracias, pero es que me lo prohíbe mi religión. (Media sonrisa) Allá usted, ¿quiere teclear su número secreto? Cómo no. A ver… este es el ticket regalo de su libro... lo rompemos. No, no, déjemelo, no sea que no me guste el libro que me regalo a mí mismo y tenga que venir a devolverlo. (Risa franca) Eso no va a pasar, es muy bueno, sobre todo los artículos para una revista italiana; de troncharse… Bueno, si vas a estar tú en la caja, a lo mejor, sólo por eso vengo. (Risa ya muy abierta, dientes más regulares que los de Silvie) Las devoluciones son en la planta baja y yo no estoy allí, lo siento. Más lo siento yo; en ese caso, feliz Navidad, guapa. Feliz Navidad, señor.

Un coqueteo sin mayor malicia, creo yo, aunque, tras el caso Weinstein hay que andarse con tiento con estas cosas. Por lo demás, este año no me ha tocado ni un céntimo en la lotería. Ni una mísera devolución de alguna de las participaciones de 1€ que llevaba. Por ejemplo, una que compro todos los años: la de la Asociación Benéfica Cultural y Deportiva de Funcionarios de Ceremonial y Asistencia Interna del Excmo. Ayuntamiento de Madrid, Antigua de Maceros, Porteros y Ordenanzas, fundada en 1065 bajo el Patrocinio del Santo Ángel de la Guarda. Tiene un nombre tan largo que, aunque juegues sólo un par de euros, han de hacer unas papeletas enormes, para que les quepa todo. Esperemos que ese bacarrá lotero sea el anuncio de un buen año. Para mí y para ustedes. Por si acaso, tocaremos madera o cruzaremos los dedos. 


Ya que han salido los ordenanzas, termino con una historia que seguro que no saben: los ordenanzas ya no son la clase inferior en la pirámide jerárquica del Ayuntamiento. Hay otros por debajo. Les cuento. Al final de la Feria TRAFIC, se me requirió desde el IFEMA a recoger los folletos que habían sobrado del pabellón municipal, a menos que quisiera que se tirasen a la basura. Eran tres cajas pesadas. Pedí la ayuda de un ordenanza con una carretilla y quedé con él en la calle. Apareció, literalmente, con las manos en los bolsillos y fumándose un puro, en compañía de un sujeto renegrido y túzaro, que ni siquiera me saludó y que era el que arrastraba el carrito mirando al suelo. Le pregunté al del puro quién era. Respuesta: un delincuente. Tal cual. Resulta que hay un estrato jerárquico por debajo de los ordenanzas: los delincuentes, verdaderos epsilones de la organización municipal. Se trata de tipos a los que han pillado en pequeños delitos, como hurtos discretos y sin violencia, rebasar un poco la tasa de alcohol al volante, o pelearse de madrugada sin resultado de sangre. Un juez los ha condenado a una pena de trabajos forzosos durante una temporada más o menos larga, en calidad de prestación sustitutoria.

En fin, dado que con este post han cumplido ustedes la condición de no acostarse sin aprender algo nuevo, ya sólo les queda celebrar adecuadamente la Nochebuena. Ese es mi deseo para todos los lectores: que se reúnan ustedes con sus familias, cenen opíparamente y que pasen unas felices fiestas. La semana próxima seguimos.


4 comentarios:

  1. A riesgo de que se me queme la pularda, no tengo más remedio que aprovechar para darte un pretexto para volver a ver a Silvia Vartan posbraquets al filo de la hora de salida,!comprar un libro precioso!, editado por Reino de Cordelia y escrito por Alfonso Mateo sagasta:La Mala Hoja. Es corta y aprenderás el erotismo de paladear el humo de un puro y sobre el terrible exclavismo. Fin de la cuña publicitaria. Si te gusta, puedes invitarle a tu club de lectura.

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    1. Lo compraré, prometido. Lo del club de lectura ya es más difícil, lo dirige Ronaldinho con mano de hierro.

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