sábado, 2 de diciembre de 2017

688. Rescatar Blade Runner

Blade Runner es una película mítica para mí, como saben. Su estreno en España a comienzos de 1983 me pilló recién incorporado a la Gerencia de Urbanismo y pocas veces me he llevado una impresión cinematográfica tan poderosa como el día que fui a verla al cine Avenida, muy cerca de Callao. Al día siguiente les hablé a todos mis colegas de esta película y les insté a ir a verla esa misma tarde, sin más dilación. Yo mismo fui una segunda vez al Avenida para verla de nuevo sin la tensión narrativa de la primera vez. Esa segunda visión me permitió disfrutar de los detalles, los escenarios, la trama obsesiva, las interpretaciones, el guión magnífico, la música perfecta de Vangelis. Todo ello ha quedado registrado en el blog, pero esta película tiene una intrahistoria que les cuento, con un estrambote final inquietante, por lo que a mí respecta.

Blade Runner(1982) es la tercera obra del director británico Ridley Scott. Antes había dirigido Los Duelistas (1977) y Alien (1979). Scott, que acaba de cumplir 80 años, dejó a todo el mundo estupefacto con estas tres películas, las tres muy recomendables. Según el crítico Carlos Boyero, podría haberse retirado en ese momento, porque todo lo que hizo después es prescindible. Estoy bastante de acuerdo con esa apreciación, a pesar de que la carrera de este hombre incluye Gladiator, Thelma y Louise y otras cintas bastante buenas. Alien asombró en el Festival de San Sebastián y obtuvo el Oscar a los mejores efectos especiales. Entonces, Scott se planteó adaptar al cine la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, del mítico Philip K. Dick, que daría origen a Blade Runner.

Tras sus films anteriores Ridley Scott empezaba a tener reconocimiento y eso le daba cierta autoridad para hacer lo que le diera la gana: tenía carta blanca. Y estaba en plena madurez creativa. La Warner Bross le dejó filmar y hacer un montaje a su gusto. Pero los productores que asistieron a los primeros pases, dijeron que el film era muy difícil de entender. Hicieron unos sondeos de audiencia, que corroboraron esa primera impresión. La cinta era compleja y abstrusa y era una pena que una historia tan poderosa no se ofreciera en una versión más asequible. Así que impusieron sus cambios. Le añadieron unos fragmentos de voz en off, en los que Deckard, el protagonista, va explicando quién es, a qué se dedica y cómo le afecta ese trabajo de blade runner en el que ha de ejecutar sin piedad a los replicantes rebeldes, que aparentemente no se diferencian de los humanos.

Además suprimieron un par de escenas oníricas que consideraron que no aportaban nada a la trama. Y le añadieron un final feliz: unas escenas aéreas y luminosas sobre unos bosques, que sugieren que Deckard escapa finalmente de la ciudad y se va con Rachel, la guapa replicante de última generación que, al contrario de sus compañeros Nexus, no tiene fecha de caducidad. Esta escena añadida es un alivio para el espectador, después de casi dos horas de inmersión en un mundo gris y opresivo, en el que siempre es de noche y llueve todo el rato. La película termina, la trama se resuelve, Deckard ha hecho su trabajo y se monta en su coche volador con la hermosa replicante. Aun no se sabe si les van a dejar escapar o les van a matar a ambos. Entonces, sin transición, se ven unas vistas desde el aire de un maravilloso parque natural americano o canadiense, mientras rompe a sonar el último tema de Vangelis, una melodía que luego fue usada durante años como sintonía del programa de TV Informe Semanal.

Y uno siente el alivio en la misma butaca del cine porque, encima, es el final soñado de cada espectador masculino. ¿Qué sueño puede superar a la posibilidad de huir de tu realidad gris y opresiva llevando contigo a la mujer perfecta, que encima no envejece, que será así de guapa para siempre? En fin, ya les he contado que la película se estrenó y no fue un éxito de taquilla. Sólo algunos iluminados como yo intuyeron la grandeza de lo que se nos estaba mostrando. Y, por el boca a boca, el film fue poco a poco convirtiéndose en una película de culto, mítica, que marcó tendencia. Pero Scott vivió los retoques a su obra como una humillación inadmisible. Una ofensa de la que nunca se olvidó. En paralelo, su carrera de director siguió viento en popa. El haber dirigido Blade Runner era una credencial inigualable y por eso le llamaron para dirigir Gladiator, Thelma y Louise y otras películas, estas sí grandes bombazos en taquilla.

Ridley estaba en la cumbre, en el Olimpo de los grandes de Hollywood. Pero no olvidaba la vieja ofensa. Y, en 1992, consiguió que la Warner reestrenara la película en todo el mundo, con el subtítulo de El montaje del director. Yo, que ya la había visto unas diez o doce veces (en versión original con subtítulos, en cines de barrio y en la tele, donde solían darla de vez en cuando), acudí esperanzado a un cine de estreno que ya ni recuerdo, convencido de que esta nueva visión sería una especie de vuelta de tuerca sobre la obra maestra, para mostrarnos su verdadera grandeza. Mi gozo en un pozo. La película era exactamente la misma, salvo unos retoques mínimos, pero decisivos. En primer lugar, se suprime la voz en off. Los que ya nos sabíamos la trama de memoria, seguimos entendiendo todo a la perfección y tal vez también los nuevos espectadores. Pero esa voz en off no hacía daño. Además, en la versión doblada al español, esa voz le añadía dramatismo a la visión, ya saben que los dobladores españoles son excelentes y parece que hasta la productora americana reconoció que la versión española superaba a la inglesa.

En cuanto a las escenas suprimidas en su día y ahora revividas, son dos, apenas tres minutos entre ambas. En una parece que Deckard sueña con un unicornio que cabalga por verdes praderas a cámara lenta. En mi opinión, una escena al borde de lo cursi que rompe el tempo claustrofóbico y urbano de la película. En la otra, al final, cuando Gaff, el enigmático compañero de Deckard, el tipo que tiene en su mano dejar huir a la pareja protagonista, o acribillarlos a balazos, deposita en una mesa un muñequito de papel de los que fabrica a lo largo de la película (hechos con la técnica japonesa origami). La cámara lo enfoca y resulta ser un unicornio. Eso es todo. Confieso que, cuando la vi en el cine, no entendí lo que me quería decir el director. Luego me lo explicaron. Además, se suprime el final feliz, sustituido por unos títulos de crédito neutros sobre el tema de Vangelis. Ridley quiere que el espectador se quede jodido: este es el mundo que viene, el futuro negro que nos espera. Pero no le sirve de mucho, porque el alivio que esa escena comportaba, ahora lo aporta el hecho de salir a la calle (la Gran Vía, por ejemplo) e ingresar en el mundo urbano, seguro, inclusivo, solidario de Madrid, o la ciudad de cada uno de ustedes, queridos lectores. O su propio hogar, si la han visto en la tele.

Y digo yo: ¿para este burro necesitábamos tamañas alforjas? Vamos con la explicación de las escenas suprimidas y recobradas. Según los listos, el sueño del unicornio es tan irreal que, más que un sueño, parece un implante de memoria, como los que les ponen a los replicantes, para que crean tener un pasado y no se angustien con la inminencia de su fecha de caducidad. Esto crea en el espectador la duda de si Deckard es también un replicante. El muñequito que fabrica Gaff al final, parece indicar que sí lo es. Gaff lo sabe y aun así le deja escapar, porque es su amigo y no lo quiere matar, como sería su deber (no olvidemos que Deckard pretende huir con una de las personas que debería haber matado). Yo creo que esto es mucho suponer, que Ridley Scott simplemente se tiró el rollo y aprovechó para hacer caja dos veces con el mismo producto. Como buen gallego, hasta creo que la escena del caballito cornudo triscando por los campos la filmó después, para subrayar la ofensa suprema que le habían infligido al suprimir una escena que en realidad ni siquiera existía.

Desde entonces, en las tiendas se vendían ambas versiones, la del director y la original (se habla de que existen otras, que son parte de la leyenda, yo nunca las he visto). Como les dije, tenía a buen recaudo un DVD con la primera, que me ponía en mi casa de vez en cuando, en esas noches en que las dudas te asaltan, te ves agobiado y necesitas reforzar tus bases ideológicas y anímicas. Y llegamos así al estrambote personal. Resulta que este otoño, 35 años más tarde, se ha estrenado una continuación de Blade Runner, una digna secuela de la obra maestra, dirigida por Denis Villeneuve, acontecimiento del que se dio cuenta en el Post #677 (recuerden que, para verla en versión original, hube de desplazarme en coche a los cines Kinépolis, en las afueras de Boadilla del Monte, de donde salí con la impresión de que los replicantes estaban a este lado de la pantalla, incluso tal vez yo era uno de ellos).

Unos días después, mi amigo X me llamó para anunciarme que iba al cine a ver la nueva película. Le pregunté si había visto la primera. No la había visto. Le dije que no iba a entender nada, salvo que yo le diera algunas explicaciones. Hablamos por teléfono unos tres cuartos de horas, le explique lo que eran los replicantes, los Nexus, los blade runners, la Tyrell Corporation, el papel de los diferentes personajes. Días después me enseñó el cuadro sinóptico que se había hecho (ya saben que es ingeniero), con los conceptos subrayados en varios colores y relacionados con flechas. Con ese cuadro hecho y aprendido, fue al cine y le encantó la película. Se me ocurrió entonces regalarle una versión buena de la primera parte y me acerqué un día al FNAC.

Me dirigí al joven que atendía el mostrador. ¿Tienen Blade Runner la primera? –Claro que sí, cómo no, segunda estantería a la derecha, parte de arriba. Allí me fui. No había más que copias del Montaje del Director. Rebusqué por detrás y nada. Volví ante el educado vendedor. –Verá, es que yo la que busco es la otra, la que se vio en los cines. –¿La de la voz en off y el final esplendoroso? No se canse, no la va a encontrar en ninguna parte. Ej-que al Ril-ly 'jcot se le ha ido la olla y ha prohibido que se vendan otras versiones diferentes a la suya. Busque usted en tiendas de segunda mano. Horror. De camino a casa, me pasé por Discos La Metralleta, la mítica tienda que sobrevive bajo la plaza de Las Descalzas Reales en la entreplanta sobre el parking subterráneo. Nada. Habían tenido algunas copias pero las habían vendido todas hace días.

Tranquilos. No hay problema. Porque yo tenía mi DVD comprado en su día, el que me ponía en las noches solitarias del invierno. ¿Lo tenía? Pues no. Busqué por todas las estanterías y no lo encontré. Tal vez alguno de mis hijos se lo ha prestado a algún amigo y luego se le ha olvidado. No sería de extrañar, con la matraca que les he dado sobre la película durante años. Hasta puede que haya sido yo mismo quien se la haya prestado a alguien. El caso es que no está. He probado a descargármela de la red, pero sólo hay la versión del director. El veto de Ril-ly 'jcot es absoluto. Desde entonces estoy buscando un DVD con la versión buena, con la voz en off y el final feliz. Y sin unicornios. Quiero hacer dos copias, una para X y otra para mí. Mi amigo argentino Guille, me dijo que él la tenía. Pero me la prestó y es una versión descargada que comparte DVD con otras dos películas. Y que yo no puedo ver con ninguno de los tres reproductores que tengo en casa, diseñados para ver sólo películas compradas.

Mi amigo Luis Reus, delineante de la oficina, me dijo que él tenía una versión buena, comprada en la tienda como la mía. Me la trajo y estaba sólo la caja. Faltaba el disco. Luego descubrió que su hijo la había visto con la X-Box y se le había quedado atrancada dentro. No se puede sacar. Ahora está esperando que algún amigo manitas desmonte la máquina y saque el disco de dentro. Pero, a día de hoy, no tengo la película y es algo que me intranquiliza. Prácticamente mi tiempo y mi energía mental están dedicados full time a dos temas: el proyecto Reinventing Cities y la búsqueda de Blade Runner. Un par de reflexiones al respecto, que enlazan con algunos de mis posts recientes, porque ya saben que los temas que aquí se tratan parecen muy variados, pero están todos relacionados: en el fondo yo siempre escribo sobre lo mismo.

Primero. ¿No ven detrás de esta serie de desatinos domésticos la mano de un dios jugando a los dados? Que a Ridley Scott se le vaya la olla, que a mí se me pierda mi película más preciada, que la de mi amigo Guille no se pueda reproducir y la de Luis Reus se quede atrapada en una X-Box, ¿no son demasiadas casualidades? Ya saben que, como dice Carlos Eugenio López, todo está al albur de un cubilete divino que, ora nos hace avanzar expeditos sobre el tablero de los días, ora nos retiene en una casilla con trampa. A mí los dados me están haciendo avanzar a galope sobre el tablero de los días en el tema de Reinventing Cities, hasta el punto que también yo me estoy reinventing como funcionario resucitado. Pero a la vez, se me está castigando a permanecer en una casilla trampa en la búsqueda de Blade Runner, para que no me venga demasiado arriba, como un recordatorio del carácter aleatorio de nuestros destinos y nuestras trayectorias vitales.

Segundo. ¿Qué decir del empecinamiento del señor Scott? Pues que revela el endiosamiento de este tipo de personajes. A lo mejor todo se debe a que tiene 80 años, que a medida que nos vamos haciendo mayores nos volvemos más cabezotas. Me parece normal que el tipo se ofendiera cuando le tocaron su película. Pero, con el tiempo, tal vez debiera haberse convencido de que esos retoques eran para bien y la versión estrenada se había convertido en una obra de culto para mucha gente. Los verdaderos genios son humildes y saben reconocer estas cosas. Bob Dylan compuso All along the Watchtower y no tuvo inconveniente en admitir que la versión de Jimmy Hendrix superaba la suya; incluso la tocaba como él en los conciertos. Lo mismo hizo Herbie Hancock con la versión de US3 del Cantaloup Island (estos dos temas fueron analizados en este blog hace mucho tiempo).

La actitud de Scott le acerca, en cambio, al rollo de Cartarescu. Yo soy el artista y mi trabajo se acaba cuando cago mi obra de arte. Lo que haga luego la industria editorial con ello, no es mi problema. Una postura ególatra inaceptable. La diferencia es que Cartarescu se desentiende del producto que se elabora con su arte. Él es el genio y su genialidad queda plasmada en unos folios manuscritos. Lo que se haga con ellos se la bufa. Ridley, en cambio, persigue con saña y encarnizamiento a cualquiera que le toque una coma a su producto. Son actitudes aparentemente opuestas en simetría, pero coincidentes en el fondo por el desprecio que suponen hacia los numerosos colaboradores que intervienen en la producción de un libro o una película. Películas y libros, que son el resultado de un esfuerzo colectivo, en el que trabaja mucha gente para conseguir un producto acabado. No tener esto en cuenta es una muestra de egoísmo místico deplorable.

Pero se va a joder este señor porque, antes o después, yo conseguiré una cinta de las que se vendían en las tiendas hasta hace poco y haré dos réplicas, una para mi amigo X y otra para mí. Y, si el dios que tira los dados me concede la suerte de llegar a los 80, tal vez me dedique a ver Blade Runner una y otra vez de forma obsesiva, igual que mi padre releía todo el tiempo el Quijote y no quería saber nada de ningún otro libro. Las leyes de Mendel es lo que tienen. Sean buenos un fin de semana más. Dentro de nada se para el mundo tres semanas, como cada año, pero de eso ya hablaremos otro día.  

6 comentarios:

  1. Yo, en cinta de video... ! Hay que ver como se estropean las cintas de video, ea!

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    1. ¿En VHS? A lo mejor se puede convertir en digital. Pero espero solucionarlo por un sistema más sencillo. Gracias, de todas formas.

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  2. Pues si te encuentras al dios que tira los dados, dile que tu amigo Mariano también se ha puesto en marcha y busca tu BR versión primera y que le den por la retambufa porque eso de ser dios es un coñazo y un cinismo insoportable. Un abrazo. Paso la petición.

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    1. Estoy de acuerdo. Y gracias por echarme una mano, samaritano.

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  3. Pues yo discrepo. La forma de actuar de Cartarescu y Scott me parecen diferentes. Cartarescu hace su obra de arte y se desentiende de ella. Le importa un rábano que luego haya una estructura que la convierta en cultura de consumo. Es una actitud que no me parece bien y que revela que es un tipo raro.
    En cambio Scott es un perfeccionista que sí se interesa por lo que se haga con su obra. Que quiere que se respete su autoría y persigue las adulteraciones de una forma, si quieres, un poco obsesiva, pero legítima. Su actitud, a mí me parece correcta y respetable.

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    1. Está usted en su derecho de discrepar y ha explicado muy bien su punto de vista. Pero a mí no me gusta ninguna de las dos actitudes. Ambos me parecen revestidos de un convencimiento de que lo que hacen es buenísimo. Yo sostengo que los tipos verdaderamente geniales no se dan importancia, actúan con naturalidad son sencillos y no se muestran ufanos de su talento.
      Discrepar está muy bien, en todo caso.

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