jueves, 29 de diciembre de 2016

594. Los abuelos y el sexo

Han leído bien, no he dicho género, sino sexo puro y duro. A las edades que uno va teniendo, es indudable que la atracción por el sexo contrario y la pulsión continua por practicar una mínima actividad sexual cotidiana, se van mitigando y cada uno sobrelleva esta novedad como buenamente puede. Si alguien piensa que me voy a poner a dar detalles de mi situación particular al respecto, va de culo; esto no es un consultorio ni una página de consejos o de mejora de la autoestima. Los seguidores de este blog saben que, aunque aparentemente aquí se cuenta todo, en realidad soy bastante hermético a la hora de revelar mis intimidades. En realidad, lo primero que quiero desmentir es eso de que los hombres no hablamos de estas cosas (bulo muy generalizado entre las féminas que, según creo, son mayoría entre los seguidores de este blog, como son mayoría en cualquier asunto con un mínimo interés). Pues no señor: los tíos no sólo hablamos de fútbol y de coches. También comentamos otras cosas.

Por ejemplo, un seguidor de este blog me hace la siguiente confesión: –Este año que termina he echado menos polvos que votos en la urna. Es cierto que hemos tenido más elecciones que las que nos hubieran gustado, que estábamos hasta la coroneta de tanta votar, pero hagan la cuenta y saquen ustedes sus propias conclusiones. Sin embargo, esto se refiere más al terreno de las oportunidades para practicar una actividad tan placentera. Cuando uno es joven, las ocasiones le salen al camino. Basta no ser demasiado feo, lavarse lo necesario, tener una sonrisa resplandeciente y seguirle el rollo a las prójimas (o prójimos) que se te pongan a tiro. La hormona hace el resto. Los jóvenes, para mí, son todos guapísimos. Da gloria verlos. Sin embargo, los vejestorios ya no tenemos tanto tirón, qué le vamos a hacer. Antes bastaba con ponerse en el río, en la ruta de los peces, para que picara alguno. Como decía Fraga Iribarne: pra pescar lo rodaballo, hay que mollarse o carallo. Ahora los peixes pasan de largo. Las canas, la calva, la figura levemente cargada, pues echan para atrás a todas las jovencitas.

Porque ya he dicho más arriba que a mí lo que me gusta son las (y los) jóvenes. Cierto es que, hasta hace muy poco, me ponían bastante las mujeres de mi edad, pero eso se va perdiendo. Y no tengo queja al respecto; las jóvenes con las que comparto algún rato me siguen bastante el rollo, me ríen los chistes y entran conmigo en divertidas esgrimas mentales. Pero hay un momento en que la chica te dice alguna frase definitiva. Por ejemplo: eres un tío cojonudo, hay que ver qué bien me caes, yo creo que es porque me recuerdas a mi padre. Gran chasco. O esta otra: desde luego, hay que ver que majo eres, tiene un mérito muy grande que estés tan al día y mantengas la mente tan joven a tus años, osá, es que te lo juro, conozco a tíos mucho más jóvenes que, a tu lado, son auténticos ancianos mentales. En ese momento uno siente lo mismo que cuando entra al Metro y se levantan a la vez un par de chavales a cederle el asiento. Que la cosa no va por donde a uno le parecía, oh iluso. Pero eso no quita para que me sigan gustando las jovencitas. Tal vez recuerdan aquel estribillo del gordo Chiquetete, que decía:

Cuarenta y veinte
Cuarenta y veinte
Es el amor lo que importa
                                              Y no
Lo que diga la gente

Hasta aquí estamos hablando de factores exógenos, es decir, de los demás (y las demás), de las ocasiones y los obstáculos que uno se encuentra en su camino hacia un pequeño revolcón (que tampoco está uno ya para marcas atléticas). Pero ¿qué hay de nuestros anhelos, de nuestras ganas, de nuestra aptitud para responder al reto? Que yo recuerde, desde los 14 años, o antes, a mí cada vez que se me ponía al alcance una mujer un poco atractiva, la imaginación me volaba al instante hacia unas imágenes muy explícitas y la mente empezaba a buscar caminos o excusas para intentar llegar a lo de siempre. Tema delicado, porque las mujeres tienen una tendencia innata a tirar por dónde tú no quieres, de forma que, si eres demasiado directo, se cortan; si te quedas corto, se aburren y hay que buscar ese margen mínimo que les atrae sin llegar a espantarlas. Moverse en ese filo es difícil, pero apasionante.

¿Seguimos a mi edad con ese pensamiento de monocultivo, que hace que nuestras prójimas digan (con razón) que los hombres pensamos con esa pequeña cabecita que tenemos alojada en el extremo de nuestro órgano más exclusivo y característico? ¿Seguimos soñando a todas horas con darnos una alegría, aunque sea cortita? That is the question. Ya saben que yo soy un observador de la condición humana, observación de la que se nutre en buena medida este blog. Así que he preguntado a unos y a otros, he recolectado respuestas aquí y allá y me he encontrado con un espectro de contestaciones que, más o menos, se contienen entre dos extremos, que voy a personificar en dos amigos, a los que llamaré A y B (ya saben que este blog es muy pudoroso a la hora de revelar identidades).

El amigo A me confiesa lo siguiente: –Yo, la verdad es que ya nunca tengo ganas. Que coñazo el trabajo de ligar, de buscar un lugar, de arriesgar tu estabilidad personal y mental por un placer de unos minutos. Quita, quita. Yo ya no necesito eso y para mí es un verdadero alivio, porque antes andaba todo el día pensando en lo mismo y ahora tengo mucho más margen mental para pensar en otras cosas, para disfrutar de placeres más complejos y más sutiles. Ahora, eso sí: yo, si hay que cumplir, cumplo. En el otro extremo está mi amigo B, que niega la mayor. Mi problema es el contrario –dice–, mi problema es precisamente que ya no cumplo. Ahora, ganas, lo que se dice ganas, yo tengo continuamente, todo el rato, todos los días. 
   
Entre ambas situaciones extremas nos vamos moviendo los sexagenarios, y no tengan duda de que influye mucho la forma de ser, el carácter más o menos positivo, optimista, proactivo, abierto. Para mantener cualquier actividad tenemos que poner algo de nuestra parte, ya sea para correr, para nadar, para andar en bicicleta, para esquiar, para leer, para escribir un blog o para seguir viéndote con los amigos y aguantándolos con sus glorias y sus miserias. En primer lugar, seas joven o viejo, lo primero que tienes que hacer es estar contento. Si estás contento, las mujeres te buscan. Si te pones en plan cenizo, a quejarte y a dar pena, huyen de ti como de la mierda. Y luego, hay que saber dejarlas llegar, seguirles el rollo, no ser ansioso, ni ser antipático como un ajo. La seducción es una técnica sobre la que se han escrito tratados.

Mi forma de ser que, esa sí, queda clara y meridiana para cualquiera que siga el blog, les puede dar una idea aproximada de en qué lugar me encuentro, dentro del espectro que delimitan esas posiciones extremas. Además, habría que analizar en profundidad el concepto cumplir. Qué es cumplir. Yo creo que se trata de una expresión un poco arcaica, que bebe directamente del papel tradicional del hombre, como sembrador de la simiente necesaria para la perpetuación de la especie. Uno hace la siembra y ya está. Y luego piensa: ya he cumplido. No cabe duda de que, a ciertas edades, ese papel, personificado en la imagen de abajo, va perdiendo eficacia.


Pero tal vez haya que pensar en un concepto diferente de cumplir. Uno cumple, si se ajusta a sus propias expectativas, si pasa un rato agradable, si hace que su pareja disfrute (para lo que tal vez sepan que la práctica del coito tradicional no es la única que sirve). Si el sexo se libera de la necesidad de procrear, uno se lo puede pasar muy bien. En mi caso personal, yo no he tenido que cambiar mi contexto mental. Para mí el sexo ha sido siempre una actividad placentera, en la que la posibilidad de un posterior embarazo era algo que no añadía sino un terror atávico, una especie de vértigo (aunque nunca tuve dudas de que sería un padrazo). Así que seguimos en la brecha. Mi problema es que, a medida que voy siendo más viejo, las de mi edad me van motivando menos (en su mayoría) y las más jóvenes me cortan cuando me dicen que les recuerdo a su padre. En fin, que me viene a la memoria el viejo verso de Campoamor:

Las hijas de las madres que amé tanto
Me besan ya como se besa a un santo

A las puertas ya del 2017, no me queda más que desearles un feliz año nuevo, lleno de buenas noticias (no como este que se va). Y que ustedes y yo consigamos follar más que votar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario