sábado, 18 de octubre de 2014

294. El perro Paco y otros animales

Una semana después de mi post #292, la auxiliar de enfermería Teresiña está venciendo al ébola, una noticia extraordinaria. Ustedes no lo saben, pero en este blog hemos puesto también nuestro granito de arena para su curación. Sí señor, aunque no se lo crean. Hace justo una semana yo pronostiqué que se iba a morir, a ver si, como siempre, me equivocaba en mis predicciones. El único que entendió el mensaje es mi amigo y paisano Alfred, seguidor fiel de este blog, que se apresuró a hacer el pronóstico contrario. Unimos así el augurio nefasto de un optimista crónico como yo, con el vaticinio positivo y esperanzado de un pesimista irredento como Alfred, en una especie de conjuro cruzado inverso a dos voces que, como gallegos, sabemos que tiene un poder y una efectividad similares a los del té de ginseng rojo coreano. El resultado está a la vista y es tiempo ya de gritar: ¡¡¡MEIGAS FORA, CARALLO!!!

El que se ha quedado en el camino es el pobre perro Excalibur, asesinado por esos siniestros personajes, muy españoles, a los que se refiere el epíteto otros animales del título de este post. Con perdón de los animales. AQUÍ tienen el análisis, siempre interesante de Pablo Herreros, antropólogo y primatólogo que publica sus comentarios en El inMundo. Les pido que lo lean antes de seguir. En el segundo párrafo se cita la manía patria de cortar por lo sano, algo tan cierto como cabreante. Les pongo otro ejemplo de esa compulsión tan española. En esta tierra, cada vez que se inicia una obra de urbanización de una plaza o bulevar, lo primero que se hace es vallar el espacio y poner un gran cartelón con la larga jerarquía de organismos que promueven la cosa. Una vez hecho esto, ¿saben qué es lo segundo que se hace? Sí, han acertado: ¡talar todos los árboles!

Muchas veces me ha tocado ver ese arboricidio sistemático e irracional y hasta he llegado a recriminárselo al responsable de la obra: ¡Pero, hombre, qué necesidad había de cargarse todos los árboles! Respuestas variopintas: es que en los planos no se dice que haya que conservarlos. Es que yo necesito visión, claridad, para trazar bien los bordillos. Es que luego vamos a plantar el doble de ejemplares en los nuevos parterres. Es que esos árboles no encajaban bien en la composición estética de la nueva zona ajardinada. Pues lo del pobre perro Excalibur es lo mismo. De momento le damos chicharrón. Luego ya veremos. Total es un perro. Le podemos comprar otro de la misma raza. Yo creo que en lugares más civilizados que el nuestro, cuando se renueva una plaza con jardines, se procura aprovechar los árboles que haya y se integran en el diseño. Y, en cuanto a los perros, sólo tienen que ver cómo se  ha actuado en Dallas con la mascota de una de sus dos enfermeras contagiadas de ébola.

Quien haya tenido perro, sabe que se trata de seres entrañables, cariñosos y fieles, que tienen su corazoncito. Como dice Herreros, poseen un instinto gregario acusado, que les hace estar siempre preocupados por el grupo, cuidando que nadie quede rezagado o desprotegido. En una partida de caminantes, el perro se adelanta todo el rato para prevenir peligros y alertar de su proximidad. Para ello utiliza su olfato, y se adelanta para que no le distraigan los olores de los demás componentes del grupo. Reconocen y aprecian a sus amos a los que tienen por una especie de parientes grandotes, un poco raros, a los que hay que halagar y agasajar todo el rato para que no se cabreen y la paguen con el de siempre. Lo que tienen distinto es el concepto del tiempo. Ellos no piensan en futuro o pasado, viven el instante, aunque sí identifican las rutinas, cuya repetición les tranquiliza. Si usted va con su perro a hacer a un recado y lo deja atado en la calle, se llevará un disgusto morrocotudo, porque cree que lo han abandonado para siempre. Por eso se lleva una alegría desmesurada cuando usted sale de la tienda y lo desata. Para él no hay una sucesión previsible, él vive un abandono absoluto y luego una recuperación milagrosa de la normalidad. Pero, si la situación se repite, entonces ya se vuelve una rutina, y el animal se sienta tranquilamente a esperar en la acera, porque sabe lo que vendrá después.

Esa preocupación por el grupo es lo que les hace ser unos pastores inigualables. Jamás se les queda atrás una sola oveja. Otro motivo íntimo que guía sus conductas es la obsesión de hacer lo correcto. A veces les cuesta saber qué es lo que queremos de ellos pero, en cuanto lo averiguan, les produce un gran placer hacer las cosas bien hechas y que se les reconozca por ello. Igualmente saben lo que está mal y les da vergüenza que les pillen haciéndolo. Una típica anécdota. Usted tiene un perro y, ya bien entrada la noche, decide irse a dormir. Se acerca a su camita, en un rincón, lo acaricia y le dice buenas noches. En cuanto usted se va y apaga la luz, el perro aprovecha para subirse a su sofá más utilizado, mucho más cómodo y además, impregnado de los olores del amo, algo que le gusta mucho. Pero, de pronto, usted regresa de improviso, porque ha olvidado las gafas de leer. El perro, sorprendido en una conducta que sabe incorrecta, en cuanto ve que la luz se enciende, se apresura a volver a su camita, donde hace gestos ostensibles de disimulo. No llega a silbar, porque los perros no saben.

En la literatura, muchas veces se ha dado la voz del narrador a un can, desde El Coloquio de los Perros, de Cervantes, hasta libros recientes como Tiempo de Perro, del camerunés Patrice Nganag, del que les hablé en el post #144, Mundo Perro, que pueden consultar AQUÍ. Todos ellos usan al perro como un recurso literario, consistente en crear un personaje neutro que observa todo desde primera fila sin intervenir en la acción. Sobre lo que observan estos perros narradores omniscientes, se elaboran luego unas reflexiones y deducciones que pueden resultar más o menos divertidas, pero que son imposibles para la mentalidad de un perro. El único que ha intentado acercarse a una especie de filosofía canina, es Paul Auster en el libro Tombuctú, que ya les he recomendado muchas veces. Por cierto, otro año más que no le dan el Premio Nobel a este extraordinario escritor, ni a Murakami ni a Bob Dylan. Ya aburren.

Los perros notan cuando estás triste y son especialmente sensibles y cuidadosos con esas situaciones. Se cuenta también de perros que han alertado sobre cánceres de piel de sus amos, lamiendo reiteradamente una zona de su anatomía con alguna mancha nueva. Y son conocidas las anécdotas de perros que han avisado de incendios y no se han marchado del lugar hasta que todo su grupo estaba a salvo. En el artículo de Herreros tienen la historia del famoso perro Moro, del pueblo cordobés de Fernán Núñez. Pero no es el único can famoso. En Edimburgo, el perro Bobby se quedó 14 años junto a la tumba de su amo, de la que nadie lo pudo separar hasta su propia muerte. Tiene incluso una estatua que es uno de los lugares de la ciudad más visitados por los turistas. AQUÍ les pongo su reseña. Y, recientemente, los periódicos han informado de la muerte de Lukánikos, el perro que participaba en toda las algaradas de la plaza Syntagma en Atenas. AQUÍ tienen una necrológica, llena de fotos sorprendentes.

Menos conocida es la historia del perro Paco, que se desarrolla en el Madrid bárbaro e inculto del XIX, del que les he hablado en textos recientes. Se cuenta que un día de octubre de 1879, el animal se coló por primera vez en el café Fornos, en la esquina de Alcalá con Peligros, hoy ocupada por un Starbucks Coffee. Antes que los camareros se dieran cuenta y lo echaran, el animalito se sentó junto al Marqués de Bogaraya, movió el rabo y le miró con gesto expresivo. Como los perros no pueden hablar, no le dijo deme argo, señorito, que tengo un hambre de la hostia, que era lo que expresaban sus inteligentes ojos. El Marqués, por hacer una humorada típica de la minoría de aristócratas juerguistas que poblaban los cafés del centro, pidió al camarero una chuleta de ternera y se la dio al chucho. Desde ese día, el perro Paco (bautizado así por el marqués), tomó por costumbre entrar en todos los cafés y esperar educadamente a que alguien le diera de comer. En Lhardy ha quedado constancia de sus visitas al café.

No sólo eso, sino que empezó a ir también a las tertulias, e incluso al teatro, donde ocupaba un lugar desde el que veía la función y se estaba quieto todo el rato. Al final apoyaba con ladridos los aplausos. El perro solía acompañar luego hasta su portal al noctámbulo que más le hubiera agasajado ese día, pero nunca aceptó la invitación de subir a pasar la noche a sus domicilios. Una vez cumplida su función social, el animalito se encaminaba a las cocheras de Fuencarral, donde se guardaban los tranvías públicos y los animales que tiraban de ellos. Era allí donde dormía. La prensa se hizo pronto eco y el perro Paco se convirtió en un personaje popular, al que todos querían. Camareros y porteros le franqueaban el paso, la gente le daba golosinas y todo el mundo lo apreciaba. Su imagen apareció en envoltorios de chocolatinas y se le llegó a componer una polca canesca, con letra, cuyo anuncio ven aquí al lado.

La cosa acabó de manera trágica, como no podía ser de otra manera en este país bárbaro y despiadado con los animales, donde nunca sucederá una historia como la del perro Bobby de Edimburgo. Como ya les he contado, uno de los principales entretenimientos de los madrileños de ese tiempo eran las corridas de toros, que se celebraban en la plaza situada en el actual Palacio de Deportes de Felipe II. Hasta allí se desplazaba la gente a pie, y el perro Paco tomó la costumbre de ir también a los toros, que le interesaban mucho. Como en los cafés, el can se mantenía quieto en su localidad durante la lidia, aunque al parecer acostumbraba a bajar al ruedo a ladrar al toro muerto hasta el arrastre, o al final, si se sacaba algún torero a hombros.

Un infausto día de 1882, el perro Paco asistía a una becerrada, cuando uno de los novilleros se atascó en la suerte de matar. Al enésimo pinchazo en hueso, la multitud empezó a abuchearlo unánimemente y se armó una bronca monumental. Como miembro destacado del grupo, el perro Paco se sintió obligado a bajar al ruedo a ladrar con mucha convicción a aquel chapucero al que los tendidos abroncaban. No está claro si le hizo tropezar al torero, o si éste se puso nervioso y quiso apartarlo para que no le molestara. Lo cierto es que usó para ello su estoque, con tan mala fortuna o aviesa intención, que le propinó un estoconazo más certero que todos sus intentos anteriores con el astado. El pobre perro fue llevado rápidamente a un sanatorio, donde no se le pudo salvar y murió a los tres días. La fuerza pública hubo de proteger al novillero al que la turba quería linchar allí mismo. Y nunca volvió a vestirse de luces.

Una historia de esta tierra salvaje, donde sería impensable que se construyera un cementerio de perros como los hermosísimos que pueden visitarse en Londres o Lisboa, con tumbas llenas de mensajes sentidos. No sé si algún día llegaremos a ser aquí tan considerados con los perros. En los países anglosajones, el perro es capaz hasta de ayudar a fregar la vajilla, como el que ven en la imagen de abajo. Sean buenos, cuiden a sus mascotas y que pasen un buen fin de semana. ¡¡GUAU, GUAU, GUAU!!

    

4 comentarios:

  1. Hoy me he venido muy arriba, estoy muy crecido con el magnífico análiis y reflexión que haces acerca de la favorable evolución de Teresiña de Becerreá. Tal y como lo explicas lo entiendo yo y no hay nada que tanto me satisfaga como ser entendido sin hablar demasiado, tambien sé que es muy pretencioso por mi parte y puede haber en ello una pizca de soberbia. Me encanta eso de "augurio cruzado inverso a dos voces" porque no creo en nada, pero en eso sí. Es como lo de las meigas, ya sabes. Afectuosamente, Alfred.

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    1. Me alegro, hombre. La verdad es que, si pretendía dar un mensaje optimista y a la vez soy consciente de que no acierto nunca con una predicción, pues, con Teresiña no tenía otra salida que afirmar muy convencido que estaba seguro de que se iba a morir. Lo hice adrede y no lo disimulé. Pero, cuando leí tu pronóstico contrario en el momento más álgido de su infección, intuí que entre ambos habíamos generado un meigallo poderoso capaz de vencer a cualquier virus. Incluso el del ébola. Lo que pasa es que no quise decirlo demasiado pronto, para no romper el conjuro antes de tiempo. Ahora que su cuerpo lucense ha generado anticuerpos como para merendarse a los millones de virus que la infectaban, podemos por fin cantar victoria.
      Si un día me pongo malo, yo quiero que me cuide Teresiña. Un abrazo, amigo.

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  2. Y no te olvides de Orfeo, el perrito del singular protagonista de "Niebla", Augusto Pérez, una de las criaturas más desvalidas, que no patéticas, que ha dado la pluma de Unamuno. El soliloquio de Orfeo ante su difunto amo es una de las piezas literarias más emotivas de la literatura universal.

    El cine también ha ofrecido ejemplares memorables, desde Rintintín, hasta el asombrosamente inteligente perrito de "El artista", pasando, ¿cómo no? por el travieso "Asta" de Myrna Loy y William Powell. ¡Qué naturalidad la de los perros ante las cámaras! Decía Henri de Montherland "nos gustan los animales porque no mienten". Ese debe de ser el secreto, los perros son gente en la que se puede confiar.

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    1. Bueno, si entramos en el mundo del cine, la cantidad de perros actores es interminable, desde Lassie, hasta el bulldog francés (primo del ayudante de friegaplatos), que cantaba blues con mucho sentimiento en Men in Black II. Se dice que el perro es el mejor amigo del hombre y que hace más de 20.000 años que son nuestros más fieles escuderos.
      Y, ya puestos a contar paridas caninas, habría que recordar los perritos que se ponían los taxistas en el cubremaletero, esos que movían la cabeza en los baches. Y los perritos piloto que te tocaban en las tómbolas de las ferias, esos que anunciaban a gritos por los megáfonos que atruenan estos lugares: ¡¡A por otro!! ¡¡A por otro!! ¡¡A por otro perrito piloto!!

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