domingo, 3 de marzo de 2013

96. El agua y el origen de Madrid

Por si me andan buscando las vueltas los de la Web Vroni-Plag, precisaré que este post se inspira en el texto de Heriberto Quesada incluido en el libro El Agua de Madrid, publicado por Lunwerg en 1985, con motivo de la puesta en marcha del Plan de Saneamiento Integral

Mucha gente piensa que Felipe II decidió trasladar la capital a Madrid, sólo porque estaba en el centro geográfico de España. Así lo sugiere el propio rey cuando justifica por escrito el traslado, que tuvo lugar en 1561: Es razón que tan gran monarquía tuviese ciudad que pudiese hacer el oficio de corazón, que tiene su principio y asiento en el centro del cuerpo. ¿Cómo justificar si no, que la capital de un imperio en el que no se ponía el sol se implantase en una aldea sin mar, sin un lago y con la única vecindad de un río enano y medio seco, que corría a más de un tiro de piedra de la zona habitada?

Había sin embargo otra razón: sus fuentes y manantiales, motivo también por el que antes se habían asentado en el lugar los cristianos tras la Reconquista, y antes los moros y, mucho antes sus primeros habitantes visigodos, que dieron nombre a la ciudad, a partir de la localización de la Fuente Matriz, la más grande de todas ellas, que surgía en el entorno de la actual Plaza de Puerta Cerrada. Esta fuente originaba un arroyo que caía hacia el Manzanares por la vaguada de la calle Segovia, separando las colinas donde se produjeron los primeros asentamientos humanos: Las Vistillas y La Almudena. Los visigodos siempre se implantaban en lugares que contaran con agua corriente y a veces los denominaban haciendo mención de sus fuentes más caudalosas, origen de otros toponímicos, como Madridejos, en Toledo.

En el Siglo IX, al caer la zona en manos de los moros, Madrid fue elegido como asentamiento preferente por la abundancia de agua. Los árabes eran expertos en construir redes de distribución de agua y la existencia de un manantial en una cota tan alta como Puerta Cerrada, era un regalo para sus hábiles albañiles. Ese es el origen de la red de viajes de agua, hoy día sepultada en su mayor parte bajo el asfalto de las calles, pero de la que quedan restos conservados y vestigios de su trazado. Estos viajes consistían en conducciones subterráneas con una mínima inclinación que garantizase la circulación del agua, construidas con tuberías cerámicas, sobre un lecho de gravilla y dentro de unos túneles de ladrillo excavados en la tierra, por los que podían circular de pié los maestros fontaneros que se encargaban de su mantenimiento y gestión.

Tras la Reconquista, los albañiles mozárabes conservaron la técnica y crearon una red de grandes viajes que venían de nuevos pozos localizados al norte, y circulaban por la traza de los arroyos de El Abroñigal y La Castellana. Al llegar al caserío, se ramificaban mediante un sistema de arquetas que llevaban el agua a las diferentes calles. Todas las tuberías estaban construidas en barro cocido sin vidriar lo que preservaba la pureza y el sabor del agua, evitando contaminantes. No es pues de extrañar que Felipe II situase aquí la capital, por tratarse de una aldea que tenía garantizado el suministro de agua.

Pero al convertirse la ciudad en capital de España, la población empezó a crecer y el agua se convirtió en un problema. A comienzos del XVII, la población  de la ciudad era de 80.000 habitantes y el sistema de viajes de agua se empezaba a quedar corto. La nobleza, los conventos, los hospitales y las cárceles gastaban mucha agua y para el pueblo llano quedaban los manantiales menos puros, lo que afectaba a diversos gremios como los tintoreros, los cerveceros y los confiteros, que requerían agua de calidad en grandes cantidades.

Madrid se empezó a convertir en una ciudad incómoda, hasta el punto de que Felipe III llegó a trasladar la capitalidad a Valladolid, un hecho poco conocido. Pero, tras unos meses, una delegación de la nobleza, encabezada por el Duque de Lerma, le convenció de restituirla a Madrid. Esta rectificación se consiguió a base de ofrecer al rey renuente la suma de 250.000 ducados, que los nobles estimaron por bien empleados, puesto que la capitalidad aumentaba el valor de sus terrenos y posesiones. 

Pero la ciudad seguía siendo un tanto caótica, sin un plan urbanístico y con el agua como uno de sus problemas más graves. Para colmo también carecía de saneamiento, por lo que las aguas sucias se arrojaban a la calle al grito de ¡Agua va! Teodoro Ardemans, Tracista Mayor de Obras Reales y Maestro de Obras de Madrid, a quien se atribuyen las primeras Ordenanzas de la ciudad, redactó un Plan de Saneamiento en tiempos de Felipe V, pero no fue hasta la llegada de Carlos III cuando el asunto mejoró. El considerado mejor Alcalde de Madrid, construyó cerca de 2000 metros lineales de alcantarillado, origen del futuro sistema de colectores.

La distribución normal de agua no llegó hasta 1858, fecha de la inauguración de la traída de aguas del Lozoya, por medio del Canal de Isabel Segunda, que da nombre al sistema que actualmente garantiza un suministro de agua de gran calidad a un área metropolitana de más de cuatro millones de habitantes, basado en un grupo de pantanos construidos en la época de Franco. Esa primera traída, no terminó sin embargo con la tradición de los aguadores, que se mantuvo hasta principios del siglo XX, cuando desapareció con la llegada del automóvil.

Los aguadores llevaban dos o cuatro cántaros de barro cocido de unos veinte litros cada uno, a lomos de asnos, o bien tonelillos que cargaban ellos mismos a la espalda o sobre la cabeza. Vendían el litro de agua a una perra chica (cinco céntimos) y, teniendo en cuenta que la materia prima era gratis, los que tenían el burro en propiedad lograban redondear un jornal de unas diez pesetas, que les daba para vivir, eso sí, a base de trabajar todo el día, fuera invierno o verano. Más adelante aparecieron aguadores mayoristas, con carros que cargaban grandes depósitos. Estos intermediarios vendían el agua a los minoristas a una perra gorda (diez céntimos), lo que les dejaba un margen nada despreciable.

Después de la guerra, la población de la ciudad (en torno a 1,3 millones de habitantes) tenía agua de sobra. Vino entonces la sequía de 1944/45, origen del famoso discurso de El Caudillo en el balcón de la Plaza de Oriente, en el que con su voz más atiplada proclamó: Decían que no íbamos a durar, y aquí nos tienen después de haber superado una guerra, dos postguerras y una pertinaz sequía. Sucedió en un acto de desagravio al Generalísimo, por la negativa de la ONU a admitir a España como miembro de pleno derecho. En esos años, la organización era conocida entre nosotros por sus siglas inglesas (UNO), por lo que el grito más coreado por las masas enardecidas fue: Si ellos tienen UNO, nosotros tenemos dos. Años más tarde, el presidente Eisenhower medió para que nos admitieran definitivamente.

La pertinaz sequía estuvo, pues, en el origen de la obsesión de Franco por construir pantanos, empezando por los once que actualmente conforman el sistema del Canal de Isabel Segunda. Ese que ahora quieren privatizar los del PP, fracción esperancista-nachista. ¡Si doña Isabel o don Paco levantaran la cabeza!

6 comentarios:

  1. Señor, su información sobre el origen del nombre de Madrid, me descoloca totalmente. Yo siempre había creído que el nombre venía de Magerit, la denominación árabe también relacionada con la abundancia de agua. ¿Hasta qué punto es fiable lo que usted dice? Disculpe mi desconfianza, por lo demás el texto me parece muy interesante.

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    1. Tu duda es lógica, yo puedo equivocarme en las cosas que cuento, pero en este caso estoy bien documentado. Además del libro que cito en la entradilla (que, supongo, puedes conseguir en la Cuesta de Moyano), te remito a otro que es fundamental: Historia del Nombre "Madrid", de Jaime Oliver Asín, editado por el CSIC en 1959, que seguramente encontrarás en la Casa del Libro. El libro recoge la investigación de este insigne arabista y profesor de bachillerato, que fue distinguida en 1952 con el Premio Francisco Franco de Investigación, el más importante de España en esos años.
      En ese trabajo se pone de manifiesto que Matrice fue el primer nombre de la Villa, un nombre premusulmán, que hacía alusión al arroyo (madre, madre de aguas, matriz de aguas) que corría por el vallejo que actualmente es la calle de Segovia. Ese nombre primitivo —según Oliver Asín— debió, con la invasión islámica, cambiar a Mayrit, formado por la palabra árabe mayra (madre, fuente mayor) y el sufijo iberorrománico "it" que significa "abundancia de".

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  2. ¡Qué bien documentado tu artículo, Emilio! Eres un crac.

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  3. Emilio:

    Estoy encantada con tu blog. ¡Cuántas publicaciones interesantes! Este artículo, en especial, me ha enganchado. ¡Enhorabuena!

    Tania

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    1. Muchas gracias, Tania, fue un placer conoceros a todos en el taller de autoedición. Seguimos en contacto. Besos.

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