miércoles, 26 de octubre de 2022

1.179. El caso de la tía Vinagres y sus enseñanzas

A las puertas de salir de viaje, ya les prevengo que el formato de hacer tres series de posts de líneas temáticas diferentes (una más íntima y reflexiva, una segunda más política y sobre el mundo exterior y una tercera específicamente musical) puede saltar en pedazos en cualquier momento. Tampoco les puedo garantizar que mantenga el ritmo de un post cada cuatro días. Lo primero se debía a la situación, relativamente estable, que estaba viviendo (aún con su sinvivir), y que ahora ha de dejar paso a una deriva atípica por el viaje a las Europas. En cuanto al ritmo, no lo voy a incrementar (he recibido varios mensajes de alivio de lectores que estaban sobrepasados por mi sobreabundancia anterior), pero quizá tampoco alcance a cumplirlo. Espero contar con suficientes lapsus de tiempo para ir dando cuenta de mis pasos, pero no me voy a agobiar si no mantengo ese ritmo. Y lo que no voy a hacer es cortar los ratos que tenga con los amigos que voy a ver, y con mis hijos, y decirles que me tengo que retirar a escribir en el blog. De ninguna manera.

Antes de la mierda de la pandemia, el rótulo Viajes, en el mapa de etiquetas aquí a la derecha abajo, era de los más grandes. A medida que nos fuimos viendo encerrados por el virus, el tamaño de dicha etiqueta fue disminuyendo, hasta su dimensión actual. Confío en que vuelva a crecer hasta volver a ser una de las más grandes. Y, como ya les conté, para dejar hueco al viaje, he tenido que concentrar el sinvivir en las semanas anterior y posterior. Lo de esta última semana antes de salir, está siendo de auténtico escándalo. La cosa empezó el propio sábado 22 de octubre. Que inicié corriendo por el Retiro encharcado, continué rematando y publicando mi post anterior y cerré por la noche asistiendo al concierto de Osi y los Osidados. El concierto era en la sala El Intruso, una discoteca pequeña, que está en un bajo al comienzo de Augusto Figueroa. Caminé hasta allí desde mi casa, por Marqués de Cubas y Libertad. Al final de esta última calle, se desató un diluvio sobre mi cabeza y llegué al lugar calado.

La sala estaba cerrada aún y había fuera un pequeño grupo de seguidores del blues, resguardados bajo un alero, entre los que encontré a varios conocidos de la SBM, la Sociedad del Blues de Madrid, de la que soy socio. En la puerta, un gran letrero rezaba Sold Out. No quedaban entradas. El lugar es pequeño, hay normas de aforo post covid y el concierto de Osi había suscitado mucha más expectación de la que yo me esperaba. La gente había sacado entradas por Internet hasta agotarlas. Ante tal tesitura, se me ocurrió llamar a mi amigo Henry Guitar, que iba a participar en el show con su trombón de varas y de quien supuse acertadamente que estaría ya dentro probando el sonido y los instrumentos. A mi llamada de socorro respondió saliendo al exterior en camisa, como si fuera a fumar. Le dije si podía colarme de pandereteiro o similar. No hizo falta. El público no podía entrar todavía, por lo que no había nadie pidiendo las entradas. Henry y yo entramos a la vez y nadie nos preguntó nada.

Así que el concierto encima me salió gratis. Dentro, las birras estaban a 5€ así que, con lo que me ahorré de la entrada, me dio para dos. Saludé a Osi, al trompetista y algunos otros conocidos. Del grupo de antes de la pandemia, Osi conserva sólo al bajo, conocido por Sargento. El guitarra y el batería han cambiado y yo creo que a mejor. Y la sala estaba petada. Al comienzo del show, Osi se mostró emocionado, pidió disculpas a los muchos que se habían quedado en la calle bajo la lluvia, tema del que se culpó por haberle dado demasiada difusión al evento. Parece que había venido gente hasta de Cuenca y no habían podido entrar. Por lo demás, el concierto estuvo muy bien, con la salvedad ya comentada de que Osi es un fiera con la armónica, pero debería de buscarse un cantante, algo en lo que todos los colegas estuvimos de acuerdo. Vean un par de clips que grabé con mi móvil. El segundo, con la sección completa de vientos, que estaban como piojos en costura en el escenario enano.


La verdad es que me encantó volver a un local petao a altas horas de la noche y con música en directo a buen volumen. Con esto de la pandemia, era una sensación olvidada y muy grata de recuperar. Una forma casi de rejuvenecer, después de la agonía de los confinamientos. Acabado el concierto, esperé a los músicos de viento y su peña de parejas y amigos vallecanos y nos fuimos a tomar algo. Alguien dijo conocer un lugar asturiano llamado El Tigre, en la calle Hortaleza (hay otros dos por Madrid) donde te puedes pedir dobles de sidra, que te acompañan con cantidades desmesuradas de pinchos, con los que te quitas el hambre y hasta ya cenas. Mi hijo Lucas era muy amigo de este tipo de lugares, cuando estudiaba en la universidad madrileña y tenía poco dinero. Estuvimos allí hasta que cerraron, a las dos de la madrugada. Luego, mis colegas se encaminaron a Cibeles a pillar un búho y yo caminé a mi vez hacia casa, por la ciudad dormida, con los últimos noctámbulos en retirada bajo la niebla. Me tomé mis medicinas nocturnas y me acosté ya cerca de las tres.  

El domingo fue un día de levantarse tarde, descansar la resaca, hacer una salida mínima a por cervezas que se me habían terminado y dejar correr el tiempo que, por lo demás, continuaba lluvioso y desapacible. Las juergas hay que descansarlas, y más a mi edad, y además debía reponer fuerzas para la semana que se me venía y que les voy a resumir en formato guión telegráfico.

Lunes 24.- Cita a media mañana para un café al lado de Cibeles, con mi amiga Cr, que quería comentarme unas cosas. Recogida de mi camiseta para el concierto de Sam del sábado. Sesión de yoga y comida en Ricla.

¿Cómo dicen? ¿Qué cual es la camiseta esa? Bueno, yo quería ceñirme al formato telegráfico, son ustedes los que me han interrumpido. Vale, la semana anterior, preocupado por si consigo llegar hasta Samantha y saludarla y si me recordará, ideé un mensaje para imprimir en una camiseta y fui a encargarlo a una serigrafía que hay en Santa Isabel, cerca de mi casa. El lunes la recogí y abajo tienen la imagen. ¿Ustedes creen que cuando me vea en la primera fila con ese mensaje se acordará de mí? Le he mandado las fotos a mi amigo Dani, que se muere de envidia y se ha mostrado muy orgulloso de que le ceda el primer lugar en el ranking de fans. Vean las fotos y seguimos con el guión.


Martes 25.- Clase de inglés con Ed a primera hora. Desplazamiento a Collado Villalba para que me pusieran la cuarta vacuna Covid y la de la gripe. Comida con mi última jefa en el Ayuntamiento y mi compañera M. Cita al anochecer con mis amigos Gonzalo y Esther, a los que no veo hace mucho, para unas birras.

¡Vaya! ¿Otra vez? Desde luego es que no me dejan ustedes seguir con mi guión. ¿Qué quieren ahora? ¿Que por qué me tengo que ir a Villalba para vacunarme? Joder, un poco de paciencia, que ya se lo cuento más abajo. Esto tiene que ver con la tía Vinagres del título, pero no se me adelanten.

Miércoles 26. Visita a Madrid Río con los asistentes al congreso de urbanismo COST Action, que tiene su reunión anual esta semana en Madrid. Mi amiga Alexandra Delgado, de la universidad Antonio Nebrija, es la coordinadora del viaje y se enteró por redes de que hace poco he hecho dos visitas guiadas al parque, una en español y otra en francés. La de hoy será en inglés y la iniciaré en cuanto publique este post. Y a las 19.15 tengo clase de guitarra en Palomeras con Henry.

Jueves 27. Clase de inglés, resto de la mañana para trámites pre-viaje, última clase de yoga y última comida en Ricla, hasta dentro de tres semanas.

Viernes 28.- Espero tener casi todo el día libre para hacer el equipaje y rematar los últimos flecos preparatorios del viaje. Pero tengo una entrada para ver una obra de teatro con mi grupo de forofos de la farándula, más la caña subsiguiente. Confío en ir al teatro con el equipaje terminado.

Vale, no se agobien, que ya saben que yo puedo con todo esto y más (además de lo que no se cuenta en el blog). Pero ustedes me han hecho una pregunta. Por qué me he tenido que ir a vacunar a Collado Villalba. Pues esto tiene su historia y tenemos que remontarnos al miércoles de la semana anterior, 19 de octubre. Llevaba yo ya varios días con el come-come de que debería ponerme la doble vacuna Covid-4+gripe antes de salir a hacer las Europas. Es una mínima precaución que me parecía pertinente, aunque el año pasado un par de meses después de esa misma vacuna me pillé el Covid en su versión suavecita (tal vez fue tan suavecita precisamente por haberme vacunado). Y, como les conté, la vacuna de la gripe del año pasado era la primera vez que me la ponía en mi vida.

Así que, el miércoles 19 bajé por la mañana al Centro de Salud que me corresponde, aquí en la misma calle Alameda. Esperé una pequeña cola y accedí a un mostrador con una mampara antivirus, tras la que se pertrechaba una señora de mediana edad, delgada, con gafas, gesto adusto y una acusada cara de mal-huele. Le dije que era mayor de 70 y venía a ver si podía vacunarme. Tedría que pedir cita ꟷdijo. Pues adelante. Consultó sus listas y comprobó que mi DNI aparecía allí. Le comenté entonces que aún no me habían llamado, pero quería ver si me la podían adelantar, porque el sábado 29 me iba de viaje fuera de España y me gustaría irme vacunado si era posible. Consultó su cuadro y dijo: Tengo un hueco mañana a las 15.30. Torcí la cara y pregunté si podía ser a otra hora. Imposible. Verá, es que a esa hora tengo una clase de yoga, que ya la tengo pagada y no la querría perder. Pues usted verá.

¿Y no puede ser que me den otra cita a lo largo de la semana que viene? Nueva consulta al cuadro. Tengo otro hueco el viernes 28 a las 15.30. Imagino que puse una cara de incredulidad manifiesta: ꟷ¿Me está usted diciendo que desde mañana hasta el viernes de la semana que viene no hay un solo hueco en su programa, ni por la mañana ni por la tarde? Sí, eso es lo que le he dicho. La cara de mal-huele había virado a un cierto toque malévolo, como si estuviera disfrutando con mis penares. En fin, agaché la cabeza y le dije que, si no podía ofrecerme otra cosa, que me diera la cita para el viernes. Me imprimió el ticket correspondiente y gritó ¡¡SIGUIENTE!!

El caso es que subí a casa, comí y me pasé toda la tarde comiéndome el tarro. ¿Y si me da reacción? ¿Y si me pongo malo a mitad de vuelo? Así de primeras, sólo pensaba en esa posibilidad. Para mí un avión es un lugar muy delicado para que te pase cualquier problema, porque no hay quien te ampare y el vuelo no se va a parar para que te bajes. Un avión es un lugar al que has de acceder en plena forma, limpio, con ropa cómoda, bien comido, sin mocos y sin agobios mentales, por lo que pueda pasar. Ya he contado lo que me pasó en un vuelo, que de pronto un tipo se puso a morir y empezaron todos a gritar ¡¡UN MÉDICO, UN MÉDICO!! La sola maniobra de sacar al tipo de su asiento y tumbarlo en el pasillo en medio de sus convulsiones fue ya algo laboriosísimo. Así que decidí consultar el tema con mi amigo A. que es médico de atención primaria, precisamente en Collado Villalba.

No sé si lo recuerdan, pero mi amigo A. me sacó del apuro cuando una doctora china guapísima de ese mismo centro (suplente de la doctora de familia que me corresponde, que está de baja indefinida y diría que infinita) se negó a recetarme el medicamento anticolesterol que llevaba tomando como diez años, prescrito por lo privado y que, por tanto, tenía que pagar de mi bolsillo. Cuando pasé de ser activo a pensionista, decidí que ya estaba bien de pagar mis medicinas y acudí al centro que me correspondía para que me las pusieran en la tarjeta. Por cierto, estando yo todavía en la consulta, la china dejó entrar a un enfermero cachas con el que se puso a coquetear abiertamente y se desentendió completamente de mí, de modo que, como nadie me hacía ni puto caso, opté por marcharme y ni siquiera me dijeron adiós. Menos mal que mi amigo A. entró al quite y, desde Villalba, me incluyó en la tarjeta todos los medicamentos que necesito. Estoy un poco gafado con este centro. 

Era de noche y me pareció muy tarde para llamarle, pero lo hice al día siguiente. Le conté mi historia y le hice una pregunta: ¿A ti te parece prudente que yo me ponga la doble vacuna un día a las 15.30 y salga en un vuelo al día siguiente temprano por la mañana, menos de 24 horas después? Su respuesta fue categórica: para nada. Me dijo que esta tanda de vacunas estaba dando reacciones, precisamente en las primeras 24 horas y eran reacciones puñeteras, con fiebre alta invalidante. Y me habló de otras dos posibilidades que yo no había imaginado: que me presentara en el aeropuerto con fiebre y no me dejaran embarcar, o que me subiera al avión, me diera la fiebre en pleno vuelo y en Bruselas no me dejaran entrar y me mandasen de vuelta. El año pasado me puse esa doble vacuna por la mañana y a mediodía me fui al yoga y al Ricla sin problemas. Pero eso no quiere decir que no me pueda pasar lo contrario

Me dijo entonces que en su centro estaban vacunando y que le preguntaría a la enfermera jefe al cargo del programa. Que esperase a ver qué le decían. Entonces le solté lo que tenía en la cabeza. Que mi orden de prioridades era: si se podía, vacunarme antes del viernes y, en caso de que no se pudiera, dejarlo para después del viaje. En ambos casos, tenía que anular la cita del viernes y le propuse bajar enseguida a hacerlo para ir ganando tiempo. ¡Espérate me dijo, no seas ansioso! Tú ahora no hagas nada, te quedas ahí sentadito. Y esperas a que te llame. Me senté como me decía y no tardó mucho en sonar el móvil. La enfermera de Villalba no se lo podía creer, es sencillo colar a una persona en el turno, porque hay margen de sobra. Ella misma había anulado mi cita del viernes y me había abierto hueco para el martes a las 11.30. Y el comentario de mi amigo A.: esa tía te ha querido fastidiar adrede; por lo que sea le has caído mal y te ha puteado por el puro gusto de joderte. Has tenido la mala suerte de que te ha tocado una amargada, una tía Vinagres.

Tenía razón y la señora se ha quedado ya con el mote. Parece claro que me podría haber ayudado si hubiera querido, pero pasó de mí. En el mundo hay gente de ayudar y gente que no, y esta última disfruta aplicándote la legislación vigente. Conocen, supongo, el llamado primer mandamiento del funcionario: al amigo, el culo; al enemigo, por culo; y al indiferente, la legislación vigente (seguro que lo tienes en tus notas, querido Ateo Piadoso). En mis casi cuarenta años de funcionario, yo he ayudado a los administrados todo lo que he podido, incluso haciendo trampas para facilitarles trámites o abreviar procedimientos. Pero cuando te toca una tía Vinagres, que no está por la labor de ayudarte, no puedes hacer nada. Menos mal que tengo un amigo que me saca de estos apuros y, gracias a él, ayer martes me puse la doble vacuna, que, por cierto, no me ha dado reacción de ningún tipo. Eso sí: he tenido que dormir boca arriba, por tener un pinchazo doloroso en cada brazo.

Pero esta historia tiene tres moralejas, de las que se derivan enseñanzas. La primera: No hay que hablar de más. Creo que a mi edad, ya no voy a cambiar mi forma de ser, yo lo cuento todo y es algo que, por ejemplo, a mi hijo Kike le pone negro. Una anécdota. Bajo a hacer unas fotocopias y Kike, que vivía conmigo en ese momento, me acompaña. Mientras van haciéndose las copias, yo le cuento al fotocopiero que necesito el documento en papel, porque he de firmar en dos o tres sitios y me exigen en el Ministerio que lleve el documento en papel y con las firmas originales, para que me den la ayuda a la que tengo derecho y blablablá. Kike, a mi lado, está en silencio pero yo, que lo conozco, lo siento cargar gas como las ollas a presión. Al salir le pregunto qué le pasa y estalla: ¡¡PAPÁ, NO HAY QUE CONTARLE TODO A TODOS!! Una vez que ha estallado, baja el tono y añade: ꟷEs que no sé por qué tienes que contarle esa mierda con todo lujo de detalles a un tío al que no conoces de nada.

Tiene toda la razón. Pero, como les digo, veo difícil que cambie en esto, es mi forma de ser, yo me abro, lo canto todo y empatizo así con los demás. Por eso voy haciendo amigos por todos lados. Pero hay una segunda moraleja, que es conjunta con la forma en que entré en el concierto de Osi y los Osidados: En España (no sé si es igual en todas partes) el que no tiene amigos, no se come una rosca. Mi amigo Henry salió a la calle, me tomó del brazo y me coló en El Intruso, algo que sin su ayuda me hubiera resultado imposible. Y mi amigo A. también me tomó del brazo, metafóricamente hablando, y me coló en el sistema de vacunación para que pudiera tener el tema listo antes del viernes. No hay nada como tener amigos, pero las moralejas 1 y 2 son contradictorias: yo tengo amigos porque los voy haciendo, a base de abrirle mi corazón y contarle mis penas con todo tipo de detalles a cualquiera que me escuche. Pero las recomendaciones de Kike son a tener en cuenta, en línea con la máxima de Quevedo: No tienes que decir todo lo que piensas, pero conviene que pienses todo lo que dices.

Son dos moralejas incompatibles, que te llevan a una paradoja irresoluble, como la del gato de Schrödinger: si no te abres no haces amigos y si no haces amigos no te comes una rosca. Lo que nos lleva a la moraleja 3: No hay que presumir demasiado de lo bien que uno está. El mundo está lleno de envidiosos y hay muchísima gente que lo está pasando muy mal (por eso acaban votando a Vox o a la señora Meloni). A esta gente le resulta escandaloso que tu vayas por ahí haciendo ostentación de tu felicidad. Esto es algo que yo sé y aplico; por eso me callo muchas cosas en este blog, en el que parece que lo canto todo, pero no es así. Si lo contase todo, aún resultaría más obscena mi alegría. Hay gente por ahí muy amargada que no soporta que presumas de estar muy bien. Yo no pretendo dar envidia, sino animar al personal, hacerles ver que peleando se puede salir de los malos tragos y que esa pelea es una de las cosas buenas que tiene esta vida. Pero siempre hay gente predispuesta a entender las cosas al revés.

Para que entendieran completamente lo que les quiero decir, se me había ocurrido contar la historia de la tía Vinagres cambiando el punto de vista, de modo que fuera ella misma la que relatase la historia desde su perspectiva, pero este post ya ha alcanzado la dimensión crítica. Yo creo que a esta señora le molestó desde mi forma de vestir, hasta el hecho de que presumiera de que iba a salir de España en unos días y también que rechazara la primera oferta que me hizo por cumplir con una clase de yoga. Esta señora es una amargada, que seguramente no puede viajar fuera, ni hacer yoga ni nada de nada, porque está trabajando por un sueldo de mierda atendiendo a los abuelos de un barrio envejecido, que son un coñazo, y encima en un ambulatorio que está en un sótano. Tal vez algún día me anime a escribir ese relato. Hoy, créanme, no tengo ni el tiempo ni la concentración mental que se necesita para ello. Y, a partir del próximo post, tendré que centrarme en el relato de mi viaje. Pero les prometo que un día escribiré ese relato pendiente. Hala, a ser buenos.

6 comentarios:

  1. En efecto, querido amigo, esa frase funcionarial figura entre las expresiones que tengo recopiladas pues, aunque no sea una frase adverbial (por las que siento predilección), sí que es una frase precocinada, aunque más valoro el hecho de que te hayas acordado de mí en tu escrito. Pero mi comentario no va por ahí, sino por esa tendencia (no sólo tuya) a hablar de todo, con todos y a todos, en cuando tenemos ocasión de ello; y eso lo tengo bastante claro desde que me convenció hace años, mi excelsa esposa, de que eso, no sólo no era malo, sino hasta conveniente e incluso casi obligatorio. Me explico:
    Yo, cuando era aún más joven de lo que ahora soy, era un chico más bien tímido, convencido de que las cosas que se me ocurrían no ofrecían apenas interés sino para mí. Bastante observador y excesivamente parco en palabras, apenas hablaba si no era para comunicar estrictamente aquello que consideraba imprescindible. Pese a ello, hice buenos amigos (no muchos), aunque lo que sí creé fue una fama de chico muy serio y respetuoso con las chicas, pero... la verdad,... bastante aburrido.
    Aún no entiendo cómo fue posible que, con esos antecedentes, me aceptase la que después fuera mi novia; una joven cuya lengua no dejaba de moverse a cualquier hora del día. Lo decía todo; lo soltaba todo a medida que se le venía a la cabeza y a mi parquedad verbal, oponía una incesante, pero divertidísima verborrea.
    Pues bien: en una ocasión, mi santa me reprochó mi mutismo, alegando poco menos que yo no tenía derecho a callar las cosas que sabía (que a ella se le antojaban muchísimas), pudiendo darlas a conocer a los demás. Es más: incluso llegó a señalarme que el hecho de no hablar con los demás de los asuntos más triviales, lejos de constituir una medida de respetuosa prudencia, podría ser considerado como una muestra de desinterés, por mi parte, en relación con los problemas ajenos, e incluso una auténtica falta de caridad cristiana con gente más ignorante que yo en algunos asuntos de cierta entidad.

    Poco a poco fui asimilando las palabras de mi mujer (el consejo de la mujer es poco, pero el no lo toma, es loco; decía Sancho), y fui abriéndome al diálogo, de una forma creciente. Ahora, el que habla por los codos en cuanto encuentra ocasión y tema, soy yo, y he podido apreciar que, si los contenidos de mis intervenciones no son necios (lo cual es fácil de comprobar, sin más que observar las miradas de los que me rodean), me puedo permitir el lujo de participar en conversaciones de todo tipo, en cualquier lugar y circunstancia. Ello, lejos de resultar desaconsejable, me ha reportado ventajas en diversos campos, y hasta favores procedentes de gente desconocida de la que no me hubiera esperado colaboración alguna.

    Así que no te preocupe la preocupación de tu hijo. Ya le llegará la hora en la que también él se dé cuenta de que una de las causas por las que hay tanta incomprensión es, precisamente, porque no conocemos los problemas ajenos, y eso sólo se soluciona enterándose de ellos mediante la comunicación cotidiana y permanente.

    Tal como señala el refrán:
    Hablando se entiende la gente.

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    1. Mi querido amigo, ¿qué puedo decir ante tan sabias reflexiones? Poco más que muchísimas gracias. Creo que todos los que nos vamos haciendo mayores pasamos por procesos similares, de la timidez de la adolescencia (esa etapa tan sobrevalorada), a la mayor seguridad de la madurez y la desinhibición irreversible de la vejez. Al menos los que intentamos ser honestos con nosotros mismos solemos evolucionar así, aunque nos pasen faenas tan grandes como la de perder a tu pareja. Hay otros que, con un punto de vista más egoista y menos presentable, se van volviendo cada vez más gruñones y amargados, yo conozco unos cuantos.
      En cualquier caso, no te preocupes por la longitud de tu comentario. Tu prosa ha de fluir libre de límites de tamaño y esta es una tribuna siempre a tu disposición. Un abrazo muy fuerte.

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  2. Pues a ese ritmo de pre-viaje, yo creo que el momento en que se suba al avión, va a ser para usted un auténtico alivio. Como todos sus lectores, le deseo buen viaje; aguardamos ya con ansiedad sus relatos sobre el terreno. Y, por cierto, lo de no estar más de tres días en cada casa es un acierto y ya previene de ello el refranero clásico: el huesped y la pesca, al tercer día apestan.

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    1. Le agradezco sus buenos deseos y espero estar a la altura de sus expectativas. Y gracias también por el refrán, que no conocía, pero que viene al pelo.

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  3. Muy ocurrente la camiseta para el concierto de Sam. Por supuesto que te reconocerá y la divertirá. Esta acaba escribiéndote una canción. Felices viajes, culodemalasiento. África.

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    1. Pues lo mismo para ti, querida. Que tengas una buena singladura en ese viaje tuyo allende los mares, un viaje de verdad, no como estas andaduras mías por tierras vecinas visitando a mis amigos.

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