viernes, 14 de octubre de 2022

1.176. Calamidades domésticas

Acabamos el post anterior con Samantha Fish, la única artista del rock por la que yo me movilizaría para ir a ver un concierto suyo en otra ciudad, junto con el gordo Christone Kingfish Ingram. Samantha inicia mañana su gira por el Reino Unido, nada menos que con doce conciertos casi seguidos. Estuve valorando la posibilidad de viajar a ese país, donde tengo buenos amigos, pero finalmente desistí. No sé si es por el Brexit o por el largo tiempo que llevo sin viajar por Europa desde que llegó el Covid, pero finalmente me dio un poco de pereza. Antes del Covid yo acostumbraba a pillarme un vuelo a Bruselas o a París para estar unos días por ahí sin un programa prefijado, moviéndome en trenes con mi pase Interrail y visitando ciudades como Ámsterdam, Hamburgo, Colonia, Estrasburgo o Lille. Ahora, la nueva gira de Sam, me ofrecía una excusa perfecta para recuperar esa buena costumbre pre-covid. Por cierto, aquí tienen una imagen muy reciente de nuestra diva favorita, donde se puede comprobar que se está dejando crecer la melena de sus primeros tiempos, como yo les anticipé.

Mi historia con los conciertos de Samantha empezó cuando me saqué seis entradas para verla en febrero pasado en París, con mis hijos. Luego, ese concierto se aplazó al 11 de noviembre próximo por culpa del Covid. En verano, en una mini gira inesperada, pasó por España y yo aproveché para ver dos de sus conciertos en Cazorla y Jerez de la Frontera. Y ahora me disponía a viajar a París para el concierto aplazado a noviembre en el Bataclan. Pero estaba yo mosca con este concierto, que no acababa de confirmarse en la página Web de la chica. En cambio, había otro concierto en Bruselas para el día 29 de octubre que sí estaba confirmado. Con el mosqueo que tenía, decidí sacarme una entrada para este evento, lo que me llevaba a un viaje de 15 días entre uno y otro concierto, que pensaba aprovechar para visitar a mis hijos y a algún amigo más por la zona.

Estaba ya a punto de empezar a sacarme los diferentes billetes, cuando llegó la noticia que yo me estaba temiendo. Samantha ha vuelto a aplazar su concierto de París. La sala Bataclan me ha enviado un correo en el que me copia el mensaje que les ha mandado Sam. Se lo transcribo traducido. Debido a necesidades de reestructuración de mi gira y conflictos de programación, me he visto obligada a mover algunas de mis fechas europeas. Lamento muchísimo no poder verlos este año, pero espero verlos de nuevo, queridos amigos, en 2023. Para entonces tendré un nuevo álbum, algunas canciones estupendas y les prometo que será genial. La nueva fecha es el 31 de mayo y yo tengo dos opciones: mantener mis entradas o pedir que me devuelvan el dinero. Me he decidido por la primera: en mayo ya tengo una fecha anotada en mi calendario.

Lo primero que hice fue llamar a mi contacto en el grupo de viajeros veteranos que están empezando a preparar un viaje al África profunda para ese mes de mayo. Me aseguraron que las fechas que contemplan son más bien en la primera quincena del mes. Pero ya están avisados: si el viaje se alarga hasta el 31, yo no podré ir. A continuación, tomé otra decisión más: mantener las fechas del viaje europeo. Llevaba ya un tiempo concentrando las citas de mi sinvivir cotidiano antes y después de esas dos semanas primeras de noviembre para dejar esas fechas libres. Así que mantengo el plan, si bien yo también he de reestructurar mi gira y resolver ciertos problemas de programación. De momento, ya he comprado un vuelo para el 29 de octubre a Bruselas, con vuelta el 12 de noviembre. Llegaré el mismo día del concierto, pero es que el 28 tengo entradas para el teatro con mi grupo de amigos de la farándula.

También he reservado una noche de hotel en Bruselas, concretamente en el hotel La Bourse, a siete minutos andando desde la Estación Central, a donde llegaré a mediodía desde el aeropuerto. El hotel está a dos minutos a pie del lugar del concierto: la sala AB, Ancienne Belgique, muy cerca de la Grand Place. Conozco bien el centro de Bruselas y tengo ya organizado ese primer día. El concierto de Sam empieza a las 20.00 y, cuando se termine todo, podré caminar hasta mi hotel y dormir a pierna suelta. El día 30 mi intención es caminar otra vez hasta la estación y tomar un tren no sé aun a donde, ya les iré contando mis etapas a medida que las vaya cumpliendo. De momento lo único fijo es que el día 12 de noviembre he de estar a las 20.00 en el aeropuerto de Bruselas para tomar el vuelo de vuelta.

La suspensión del concierto de París es una pequeña calamidad que se ha cruzado en mi camino, pero ante estas cosas hay que reaccionar rápido, con recursos y buena cara y con un pensamiento base: que todos los problemas sean estos. Hoy me toca hablar de cuestiones del día a día, esas en las que te van saliendo obstáculos y puñetas que has de resolver sobre la marcha. Son también pequeñas calamidades, pero así es la vida, que decimos en España. En el mundo anglosajón, esta expresión se dice con una metáfora muy expresiva: That’s the way the cookie crumbles, así es como la galletita se desmenuza. Cuando la galleta, no sólo se te desmenuza, sino que encima se te cae en el café y te mancha toda la pechera, pues no te queda otra que comerte los restos con una cuchara y tratar de limpiarte la camisa con un quitamanchas. La semana pasada, que yo esperaba más tranquila, se me fue toda en cuestiones de ese tipo, que ahora les cuento.

No obstante, asistí a un evento, como vestigio del sinvivir de las semanas anterior y posterior. El martes a la una estaba a la puerta del Colegio de Arquitectos, el COAM, a donde llegué andando desde mi casa. A esa hora había un acto de imposición de insignias a algunos colegiados que cumplían 50 años de profesión y otros por su especial desempeño a lo largo de los años. Entre ellos, varios jefes que yo tuve en el Ayuntamiento en los años 90. El actual decano Sigfrido Herráez también fue parte del Ayuntamiento en esos tiempos y hasta se presentó el propio Alcalde Álvarez del Manzano, que se conserva bastante bien. Me encontré con gente que hacía años que no veía. Al final del acto hubo numerosas fotos, entre ellas, una con todos los del Ayuntamiento, alrededor del alcalde, a la que me sumé con mucho gusto.

Viendo esta imagen mía, rodeado de peperos ilustres, seguro que alguno de mis seguidores más dogmáticos y fundamentalistas pensarán: ahora me explico yo las posiciones de Emilio sobre Ucrania, este hombre se está volviendo de derechas, etc. A mí el acto en el COAM me resultó entrañable, yo no tacho a la gente por su posición ideológica, para mí está por encima el lado humano de las personas y con esta banda siempre me he llevado bien, ellos saben de qué pies cojeo y yo sé que ellos lo saben y aun así me aprecian sinceramente y en todo momento nos hemos tratado con educación y cariño. Por mis opiniones en el blog sólo he perdido a una amiga, y tengo claro que el problema fue de ella, no mío.

El acto de marras continuó con unas cervezas, de las que me escabullí pronto para volver caminando a casa, con una parada intermedia en la Taberna de Ángel Sierra, en la plaza de Chueca, donde sirven uno de los mejores vermús de Madrid. El bar está ahora regentado por dos señoras rusas, madre e hija, que llevan más de 20 años en Madrid. Hablé un poco con la madre de la situación creada por la guerra. Con gesto triste, me contó que todos los veranos volvían a su tierra a pasar unas cortas vacaciones con su familia. Que este año habían hecho lo mismo, pero que tal vez fuera la última por una temporada, porque casi no pueden volver, les pusieron muchas pegas para salir de Rusia, a pesar de estar radicadas en Madrid tanto tiempo, y acabaron perdiéndose una semana de trabajo. Tal vez a las autoridades rusas les da rabia que coman fuagrás, como ha denunciado su jefe. Añadió como conclusión que ella sólo anhela que se acabe la guerra y que dejen a la gente vivir en paz que es lo que quiere todo el mundo.

Pero el resto de la semana estuve cerrando temas domésticos de esos que te surgen cuando te preocupas de tener la casa en condiciones. Antes del Covid yo apenas paraba por casa. Pero a partir del encierro he empezado a acondicionar mi guarida en el centro de Madrid, en donde paso ahora muchas horas. Y esa tarea culminó con la pintura y acuchillado del suelo antes del verano. Pero con estas cosas pasa que pillas una velocidad de crucero y ya no puedes parar. Así que yo me encontré con tres péqueñas tareas que se requerían para arreglar algunos aspectos de detalle y cuya gestión me reveló cómo han cambiado las cosas en estos últimos tiempos. La primera, relacionada con mi proyecto de hacerme con un gato para que me haga compañía.

Empecé a imaginar dónde situar el arenero para las micciones (así se dice ¿no?) de mi futuro socio y pensé que, teniendo una terraza espaciosa, lo suyo es que lo pusiera fuera. Esto me exigía construirme de alguna forma una gatera con un portillo que el animal pudiera empujar para entrar y salir. El único sitio posible era en mi gran ventanal que hace también de puerta de salida a la terraza. Constructivamente, todo es posible, así que llamé a la empresa Euroal, que hace unos 16 años me instaló todas las carpinterías con doble cristal. Resultado: la empresa, que estaba por la zona de Julián Camarillo, ya no existe. Alguna de las crisis más recientes se la ha llevado por delante.

En paralelo, hablé con algunos colegas y me disuadieron de mi intención. Constructivamente, todo es posible, pero abrir una gatera en un ventanal siempre rompe el puente térmico de aislamiento de la casa. Mi cuarto de estar pasaría a ser un lugar más frío, como lo es la cocina, donde hay algo parecido para salida de humos del gas de la encimera. Y hay ahora un nuevo tipo de arena para gatos que es súper absorbente de olores y además se puede comprar un tenderete superior al que el gato entra para mear y que reduce todavía más el pestazo. Así que: primer asunto cerrado.

El segundo problema es que la portezuela del armario rinconero que tengo bajo el fregadero de dos senos en esquina, se había caído completamente, después de que las bisagras se desmoronaran como las galletas del refrán british. En este caso, procedí a llamar a la empresa que me hizo los muebles de cocina, que responde al nombre de Neftalí, que manda carallo. Neftalí todavía existe, pero me dijeron por teléfono que los tiempos han cambiado y que los pedidos de reparaciones de sus muebles deben ahora hacerse por Whatsapp, con fotos de los desperfectos a reparar. Me dieron el número, hice las fotos y se las envié. Respuesta cero. Unos días después insistí con un mensaje seco: ¿Van ustedes a contestarme algo o no? Misma respuesta. Estaba claro que no podía esperar nada de Neftalí, algo nada sorprendente con semejante nombre.

Así que decidí hacérmelo yo mismo. Me fui a Leroy Merlin, encontré unas bisagras similares, compré tornillos y también un rollo de madera pintada de blanco para cantear, de esa que se fija con la plancha caliente, para reparar la puerta que estaba ya muy estropeada. También me hice con unos metros de Aironfix para forrar el suelo del armario, que estaba ya medio podrido, por las basuras y las goteras del grifo del fregadero. Estuve una mañana trabajando, sentado en el suelo y recordando mis viejas habilidades para el bricolaje y lo dejé ciertamente niquelao. Cuando vino la señora que limpia la casa, no se lo podía creer.

Pero resulta que el grifo del fregadero seguía goteando y cada mañana me encontraba un charquito cada vez mayor. Una amiga me dijo que los seguros de hogar suelen ofrecerte unas horas al año de un manitas para que te arregle cosas como esta. Llamé al seguro que tengo, no les voy a decir el nombre de la compañía, total todas son iguales. Me dijeron que, efectivamente, tenía derecho a cuatro horas de un manitas para una sola visita anual. Les expliqué que el grifo de mi fregadero estaba estropeado y que necesitaba un fontanero que me lo arreglara. Tomaron nota y quedé con ellos en que el fontanero vendría al día siguiente después de las 12.00. Al ratito me llamó el supuesto manitas. Un sudamericano, de los del tipo flojo, o sea sin ganas de trabajar (también hay vagos españoles, por supuesto).

Lo primero que me dijo: oiga, es que yo no arreglo grifos. Tiene cojones la cosa. ¿Y entonces qué es lo que hace usted? Pues yo me encargo de lo que tiene usted cubierto en su póliza, que es ajustar o sustituir. ¿Y a qué le llama usted ajustar? Pues a apretarlo si está suelto. Pero eso lo puedo hacer yo mismo, con unos alicates; lo que yo quiero es que usted venga, desmonte el grifo, vea si tiene que sustituir alguna pieza y en ese caso la reponga, y en caso contrario cambiarme el grifo. Ya le he dicho que yo no arreglo grifos. ¿Y si decidimos que hay que sustituirlo? Pues yo se lo monto, pero lo tiene que tener usted comprado cuando yo vaya. Pero yo tengo cuatro horas con usted; entonces podemos bajar los dos a una ferretería y comprarlo. Bueno… si no está muy lejos… En fin, no sigo reproduciendo la conversación, que fue toda del mismo tenor. Pensé que, ya que tenía derecho a esas cuatro horas, que viniera y así le veía la cara. Entonces me dijo que a las doce no podía, que tenía que ser a las once.

Ya lo ven, para lo mío era estricto al cien por cien; para lo suyo, la hora, flexibilidad total. Colgué el teléfono bastante cabreado. Y al ratito me llegó un SMS confirmándome la visita del menda a las 9.00 de la mañana. Y dije: hasta aquí hemos llegado (además tenía clase de inglés a esas horas). Volví a llamar al seguro, les dije que anulasen la incidencia. Respuesta: es que ahora mismo se nos ha caído el sistema y hasta que vuelva no podemos anularlo. Muy bien, pues usted se queda con el recado y cuando pueda lo anula. Y le advierto que, como mañana venga ese señor a mi casa, no pienso abrirle la puerta. En segundo lugar le pedí algún tipo de dirección en la que pudiera quejarme formalmente del trato recibido. Me remitió al teléfono general de información, o sea que nada de nada. Le dije que por favor me manden un duplicado de la póliza para que me pueda estudiar las coberturas. Hasta hoy no me lo han mandado.

En realidad, lo que quiero es tener esa póliza para darme de baja y contratar un seguro de hogar con otra compañía, en donde tengan un manitas de verdad y no un manitas de cerdo. Como se lo han olido, no me la mandan. En cuanto al grifo, llamé a mi amigo Carmelo, un fontanero muy amable que ya me ha arreglado otras cosas. Me pidió que le mandase por Whatsapp unas fotos del grifo. Entonces me explicó las ventajas del cambio sobre la reparación. Él está en Torrejón de Ardoz. Para él, entrar en el Madrid Central es un drama. Para una reparación, tendría que venir un día, ver qué le pasa al grifo llevarse la pieza estropeada (seguramente el cartucho) y volver otro día con el cartucho de sustitución ya comprado en su tienda habitual de suministros. Es decir: dos desplazamientos. Me saldría mucho más caro que sustituir el grifo. Con las fotos que le había mandado, él compraría otro grifo y vendría de una vez a instalármelo. Le dije que sí y al día siguiente tenía el tema solucionado. Me cobró en total 110€ que no está nada mal.

Vamos con las moralejas. En este mundo en el que nos movemos, las cosas han cambiado mucho. Los medios telemáticos han inducido un cambio profundo en las rutinas. Esos medios permiten que, quien era amable y servicial, lo siga siendo. Pero los bordes y vagos tienen ahora mejores excusas y eso se evidencia sobre todo en el trato con la administración. Recuerden la frase mágica: el sistema no me deja hacerlo. Los sistemas informáticos, como los constructivos, permiten hacer lo que se quiera, pero hay que saber gestionarlos. Y tener vocación de servicio al ciudadano o al cliente, según los casos. Un efecto más del neo capitalismo despiadado.

Y otra cosa es la vorágine de cómo las empresas de toda la vida desaparecen o se reconvierten (generalmente a peor). Eso redunda también en un peor servicio. Cada vez que paseo por una calle de Madrid después de un mes, me encuentro nuevos negocios que sustituyen a los viejos que han cerrado. Es este capitalismo que evoluciona a velocidad de vértigo. Los tiempos están cambiando, cantaba Bob Dylan en 1964. Treinta y seis años después, en el 2000, el mismo artista publicó una canción que decía Los tiempos ya han cambiado. El futuro premio Nobel tenía por entonces 59 años y aun era posible liarlo a que hiciera un vídeo promocional; ahora, con 81 es algo inviable. El vídeo ha aparecido ya en este blog, pero me parece que viene lo suficientemente a cuento como para repetirlo y dejárselo de propina. Sean buenos.

2 comentarios:

  1. ¿Es Michael Douglas el que sale en el vídeo de Dylan?

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    1. Uff... ya lo expliqué cuando traje este vídeo al blog. La canción es de la película Wonder boys, en la que participan Michael Douglas, Robert Downey jr, Toby McGuire (famoso por los diversos Spiderman) y la chica: una jovencísima Katie Holmes. El director Curtis Hanson escuchó la canción que se le había pedido a Dylan y le convenció de grabar unas imágenes para intercalarlas con escenas de la película. Y, por cierto, el genio de Minneapolis obtuvo por esta canción el Óscar de ese año y el Globo de Oro, premios que, como suele hacer, no fue a recoger. Dylan no ama ese tipo de saraos.

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