lunes, 10 de octubre de 2022

1.175. Cipriano, la vaselina y los premios del blues

Domingo por la tarde. Escribo en mi terraza, aprovechando este delicioso veranillo retrasado de San Miguel que nos está deparando unas tardes maravillosas, a la temperatura perfecta para estar en camiseta escribiendo bajo los toldos y con la música a volumen bajo para no molestar a los vecinos. Hay que aprovechar también que al Hijo de Putin aun no se le ha ido la olla hasta el punto de ponerse a lanzar bombazos nucleares. Occidente hace bien en decir que se toma muy en serio sus bravatas. Este tipo es un enano físico y moral y por tanto un acomplejado. Y con los acomplejados lo peor es tomarse sus amenazas como si fueran de farol. A ese desprecio pueden responder con la famosa frase sujétame el cubata, que voy donde el botón rojo. Esperemos que la locura no llegue a ese grado.

Vuelan mariposas y abejorros por mis plantas, felices de que se haya terminado el calor extremo (durante el mes y medio de asfixia a partir del 15 de julio, no hubo insectos por aquí, ni mosquitos, ni moscas ni nada). Escribo hoy para publicarlo mañana temprano, porque este lunes entraré en otro grumo del sinvivir que les vengo relatando. Mañana a las 10.30 he de dar una clase de hora y media sobre el realojo del barrio de Palomeras en la ETSAM, al grupo de mi amiga Sonia de Gregorio, que año tras año me sigue llamando para contar esta historia. Tenía esta cita reservada hace tiempo, pero resulta que se me ha juntado con el viaje de mi nueva amiga Inés R., profesora de la Escuela de Arquitectura de Le Havre, que mañana desembarca en Madrid con 40 de sus alumnos.

Para el lunes, esta chica ha organizado una visita a las oficinas de Madrid Nuevo Norte, antigua Operación Chamartín, y, a modo de contrapunto, un encuentro con Félix Arias, el líder de la contestación contra ese proyecto. El martes comentaré con ellos mi postura al respecto, más pragmática y menos dogmática que la de Félix, aunque no menos crítica. Porque el martes por la mañana me reuniré con este grupo a las 9.30 al pie del depósito de agua del Matadero para iniciar allí una visita guiada a Madrid Río. Durante cuatro horas he de explicarles el proyecto en francés. El plan es terminar en el kiosco del parque, al final de la Avenida de Portugal, donde espero que puedan darnos de comer a un grupo tan grande. Por la tarde, voy a acompañarles a su encuentro con el grupo de arquitectos Zuloark, que organizaron el solar de la plaza de La Cebada, resultante de la demolición del viejo polideportivo en tiempos del alcalde Gallardón. Tengo algo que aportar aquí también, sobre el proceso que dio lugar a ese solar.

El miércoles este grupo de alumnos franceses continuará por Madrid y no descarto sumarme a alguna de sus actividades, en función del feeling que establezca con su profesora, a la que por ahora sólo conozco por teléfono y en fotos. Todo esto no es más que la continuación de mi frenético día a día que les voy contando en el blog. El jueves pasado, como les comenté, estuve en la concentración frente a la Embajada de Irán. Fue una cosa bonita, intensa, dramática, apenas 200 personas a ojo de buen cubero. En un momento dado, muchas de las asistentes se quitaron los pañuelos de la cabeza y los cortaron con tijeras para echar los pedacitos en una bandeja que se entregaría en la embajada. Yo había acudido con mi pañuelo de bluesman y de pronto todo el mundo me miraba como animándome a sumarme a la protesta, así que opté por quitármelo y guardarlo en un bolsillo: yo llevo el pañuelo para presumir, no porque me lo ordene ningún ayatollah. Y no lo quiero perder.

El viernes inauguré la temporada de teatro con Finlandia, una obra de 80 minutos sobre una pelea de pareja en una habitación de hotel de Helsinki. A mí me gustó, pero algunos colegas del grupo resaltaron el hecho de que la historia empieza ya en pleno clímax y no hay un crescendo o una gradación de tempos anímicos: empiezan a hostia limpia y acaban igual. El trabajo de los dos actores es agotador, se chillan todo el rato con parrafadas vociferadas a toda velocidad. Al final, nos tomamos unas cervezas por la zona, que es uno de los objetivos del grupo, el teatro es sólo la excusa. Con motivo de esto, me acosté tarde y ligeramente achispado pero, a pesar de ello, el sábado salí tempranito a correr mis reglamentarios 6,5 kms por el Retiro. Y no hice mala marca.

Una reflexión al respecto. Tanto en la concentración iraní, como en el teatro, el personal que había acudido a estos eventos era de edad. Abundaban las calvas, las barbas canosas, las señoras con teñidos de peluquería, los trajes chaqueta, los rostros veteranos, prototipos del dicho la arruga es bella. La gente mayor, de mi quinta, se divierte, es culta y tiene preocupaciones sociales y políticas. Somos los boomers y a mucha honra. Pero ¿dónde están los más jóvenes? Pues ustedes me dirán. Tal vez mandándose compulsivamente mensajes de guasap escritos a velocidad de vértigo con ambos pulgares o haciéndose selfies poniendo caras de memos. Ya saben que yo tengo debilidad por los millenials, como mis hijos, esos treintañeros que pronto habrán de acceder a los puestos directivos de la sociedad y que son una generación preparada y capaz. ¿Sabrán ellos como motivar a los más jóvenes? Está por ver.

En los conciertos de Samantha Fish también el público es veterano. Esta chica hace la música que nos gusta a los boomers. Los jóvenes se decantan más por el rap, el hip hop y similares, de los que ya saben que Keith Richards dice que puede admitir que eso sea cultura pero que, por favor, no le digan que es música. Samantha está a-puntito-a-puntito de iniciar su gira por el Reino Unido, que en principio debe terminar en París, en el Bataclan, concierto para el que tengo seis entradas para verla con mis hijos. Pero este concierto sigue sin estar confirmado del todo y, por si acaso, me he sacado una entrada para mí, para otro que sí está totalmente confirmado, el que dará en la sala AB de Bruselas el próximo 29 de octubre. Mi plan es hacerme un viajecito por esa parte de Europa visitando amigos y amigas, entre uno y otro concierto. Samantha tocó hace unos días en el Telluride Blues and Brews Festival que se celebra cada año en esa estación de esquí del estado de Colorado. Sam es la reina de ese festival y les voy a pedir que vean una de las canciones que tocó, para que disfruten de la conexión que tiene con su baterista Sarah Tomek. Merece la pena.

Sam y Sarah comparten la energía, la determinación, el talento, la profesionalidad. También los vestidos que se ponen, pero en este caso imagino que Samantha ha creado una línea de ropa con la que se visten ambas y de la que seguramente saca también beneficios, porque ya les he dicho que esta mujer es una auténtica fenicia. En sus últimos vídeos la veo con el pelo más largo y en una mujer que cuida tanto su apariencia física esto no puede ser casualidad, es posible que se esté dejando otra vez la melena de sus primeros tiempos. Por otro lado, la letra de esta canción es compleja y lúgubre como las que solía escribir al principio de su carrera (ahora son más alegres y desenfadadas). Nena de ojos verdes, reina difunta, afrodita pasada de anfetaminas, llenas el depósito con Tanqueray, y miras cómo se desvanece tu dulzura, porque no hay ángeles por aquí alrededor, no, no hay ángeles.

Las letras del rock empezaron siendo muy ñoñas, chico busca chica, necesito tu amor, dame la mano, etc. Es que los boomers rompimos con una época muy puritana, de educación primaria segregada y mucho beaterío. Hasta que llegó Bob Dylan con sus poemas magníficos, justos merecedores del premio Nobel aunque fuera con un par de décadas de retraso, el rock se centraba básicamente en letras bastante moñas. Recuerden por ejemplo que los Stones pretendían escandalizar con una canción cuyo estribillo decía pasemos la noche juntos, Let’s spend the night togheter. ¡Qué escándalo! En una aparición en TV les hicieron cambiar la letra para decir pasemos un rato juntos. Ya ven en qué tiempos surgimos con el rock. Los Beatles también tuvieron un éxito importante con una canción que decía I wanna hold your hand, quiero coger tu mano. Habrá cosas más inocentes que hacer manitas, o pasar la noche haciendo las cucharillas, por ejemplo.

Contrasta esto, por ejemplo con el despelote que fueron los años 20 del siglo pasado, en donde Josephine Baker salía a escena cubierta con un cinturón de plátanos como único atuendo. Las letras de los pasodobles y las zarzuelas eran mucho más pícaras que los rocks del principio, recuerden las Noches de Faraón, el maldito Putifar y aquella estrofa de Ay Ba, Ay Ba, Ay Babilonio, qué mareo. Supongo que todos ustedes la conocen. Sin embargo, es posible que desconozcan piezas como el Chotis de Cipriano, de los años 20, una cumbre de las letras picantes con su impagable estribillo: Ay Cipriano, no bajes más la mano, no seas exagerao. Vale, por si creen que me lo he inventado, aquí está la versión de la simpar Olga Ramos, tal como la cantaba en el antro de la calle de la Palma 51, en donde algunas noches me tocó disfrutar de su arte.

La gran Olga Ramos rescató este tema publicado en 1916 en la voz de Úrsula López y que me imagino que a mi padre le tocó bailar más de una vez cuando vino a Madrid años después. De aquellos años solía contarme lo que hacía los sábados con una peseta, que le llegaba para el tranvía de ida y vuelta al centro, un vermú con aperitivo, cena y copa en algún café cantante. Eran otros tiempos pero, en cuestiones morales, más adelantados que muchas épocas posteriores. Otro ejemplo destacado es esta grabación que todavía se conserva de la gran artista conocida como Bella Dorita, la reina del Molino Rojo de Barcelona. La acompaña la orquestina Crazy Boys, está grabado en 1933 y el título no puede ser más sugerente: La vaselina.

Ay, qué calores que me están entrando entre el veranillo y la Bella Dorita, me he tenido que quitar la camiseta y todo y aquí estoy hecho un cachas de terraza. Pero mientras escribía estas cosas, me ha llegado una noticia acerca de Samantha. Como cada año, la revista de blues Making A Scene ha publicado los premios anuales a los mejores artistas independientes del blues. Hace dos años Sam se llevó nada menos que diez premios por su penúltimo disco Kill or be kind, entre ellos el de mejor artista de blues, hombre o mujer. Pues este año, su disco Faster se ha llevado seis premios, como pueden ver en la imagen de abajo.

Entre ellos, el de mejor artista femenina de blues. El premio más importante se lo ha llevado esta vez el mejor artista masculino: el gordo Christone Kingfish Ingram, otro motivo de alegría para mí, que llevo meses hablándoles de este singular guitarrista de 22 años y 180 kilos de peso. Kingfish se ha llevado también seis galardones en un certamen que se convoca en mayo y en el que votan todos los seguidores del blues que desean hacerlo. También ha habido premios (dos) para Larkin Poe. El premio Road Warrior a la mejor gira esta vez no se lo ha llevado Sam sino Ally Venable, una chica que toca muy bien la guitarra y tiene 23 añitos, diez menos que Sam. Así que cerraré este post con un tema del gordo, que lleva este año muchos premios, porque también ganó el Grammy como les conté. Es mucho este gordo, que toca la música que le conecta con sus abuelos y no quería saber nada del rap que le gustaba a sus compañeros de cole. La de perrerías que le habrán hecho. El vídeo que les traigo ya ha aparecido en el blog, pero es que es el tema que más me gusta de todos los suyos. Sean buenos.

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