viernes, 23 de julio de 2021

1.070. En el calor de la urbe

Estoy esta mañana de viernes, en la que parece que el bochorno del aire del Sáhara se da un respiro y deja paso al alivio de vientos algo más frescos, gozando de unas horas en las que no tengo finalmente nada que hacer, hasta que deba vestirme y bajar a la estación de Atocha a esperar a mi hijo Lucas que viene en el AVE de Murcia y llega a mediodía. Porque, finalmente, el Jurado de Reinventing Cities Students se ha aplazado por falta de quórum y de consenso en la fecha. Se intentará la semana que viene y si no hay tampoco acuerdo se dejará ya para septiembre. Porque el mes de agosto, otro año más se insiste en parar el mundo como en Navidad y aplazar los temas hasta que todo el mundo regrese de hacinarse en las playas, comer paellas con arena, rebozarse en linimentos protectores del sol, bañarse en el agua mediterránea, que es como sopa de menudillos tan llena de gente, y acabar cada jornada rendidos después de repetir hasta la saciedad la aburrida rutina de no hacer nada de interés, pero con la misma frase en la boca: qué bien nos lo estamos pasando.

No quiero resultar displicente, las familias con niños y la gente más gregaria han de cumplir con las rutinas anuales y líbreme Dios de sentirme superior a ellos desde mi condición de solitario urbano, una condición que me he buscado yo solito, que tiene sus ventajas e inconvenientes, como saben o imaginan, pero que no me exime de la experiencia de haberme tragado muchos años ese formato de vacaciones que empieza con el coche cargado hasta los topes con toda clase de pertrechos playeros, para acometer trayectos de más de 600 kilómetros, inevitablemente iniciados con la pregunta desolada del chaval: ¿Falta mucho para llegar? Mi hijo Lucas, que siempre fue original y ya de pequeño iba un poco a la contra, solía cerrar el círculo conceptual cuando, harto del largo viaje y ya cerca de llegar al lugar de destino, se ponía a berrear a voz en grito: ¡Yo quiero ir a Madrid! Creo que nunca supo realmente cómo me identificaba yo con esa súplica.

Hasta hoy, sin embargo, el calendario anunciado no me ha dejado mucho margen para pararme a pensar en estas cosas. El lunes enfilé las calles ardientes del mediodía para llegar a la escuela de yoga y tuve mi primera clase que me resultó maravillosa, dedicada a la práctica del llamado Saludo al sol A, versión abreviada que ya había ensayado en mi curso telemático exprés y que es como el ABC del yoga, algo así como La casa del sol naciente en el aprendizaje del blues a la guitarra. Esta primera clase me sirvió para establecer las rutinas, mi paseo de veinte minutos por Atocha, calle Magdalena, Tirso, arranque de la Cuesta de Segovia, Puerta Cerrada, calle de la Pasa, plaza del Conde de Barajas y plaza del Conde de Miranda donde está la escuela. La mochila con el uniforme de clase y una pequeña toalla, porque uno suda como un pollo. La necesidad de descalzarse al entrar, para pasar ya descalzo al vestuario en donde se cambia uno.

Elena es una profesora experta que está muy atenta a dejarte aire, a detectar cuándo el ejercicio te supera y necesitas un poco de cuartel. Me había dicho que la clase sería de unos 40 minutos, pero lo cierto es que, tras hacer las rutinas de salida, vestirme, calzarme y salir a la plaza abrasada bajo el sol, miré por primera vez el reloj y eran las tres y cuarto. Si consideramos el cuarto de hora como dedicado a ambas rutinas complementarias, nos deja un tiempo de ejercicio de una hora, que está muy bien. Caminé hacia mis bares favoritos de la zona, el Revuelta y el Ricla, pero estaban ambos cerrados; el primero imagino que cierra los lunes y el otro ostentaba un cartelito escrito a mano que decía Nos hemos ido de vacaciones unos días, volvemos pronto. Así que caminé de vuelta a mi barrio y finalmente entré a comer a La Pitarra, donde el menú es más contundente que el del Matilda. Mi amigo Luis me sacó un salmorejo y un bacalao al horno que me supieron a gloria después del yoga.

Por la tarde hice mi tarea de porteador de nevera desde Moratalaz hasta San Cristóbal de los Ángeles, un barrio este último en las más altas cotas de vulnerabilidad social, según los estudios de Planificación Estratégica que desarrollamos durante los cuatro años de la señora Carmena. La bajada de la nevera desde la casa primera fue cómoda, porque tenían ascensor, una instalación adherida a la fachada que se construyó también gracias a las ayudas del Plan Madre desarrollado en esos mismos años. La verdad es que a veces me cuesta entender por qué mucha gente se abstuvo de volver a votar a Carmena en las segundas elecciones. En San Cristóbal, hubimos de subir la nevera a pulso cuatro pisos por una de las estrechísimas escaleras de este barrio. Menos mal que en la casa había un chaval fuerte que nos ayudó.

Con el trabajo hecho llamé a mi amiga, que no estaba esa tarde en casa y nos pidió que la esperásemos en algún bar. Mi colega no tenía prisa, así que entramos en un antro de dominicanos, con la bachata a todo volumen. Tres chicos y una chica, negros como el carbón, jugaban una partida de dominó en una mesa y pasaban esporádicamente detrás de la barra para sacarse más bebidas y atender a los escasos clientes que aparecían por allí despistados, como era nuestro caso. Averiguamos que tenían botellines de Mahou de los originales, con la etiqueta verde, de 20 cc, el clásico quinto, y que los conservaban muy fríos, así que nos repusimos allí del trabajo de porteadores. Estábamos empezando el tercer quinto cuando llegó mi amiga, que nos contó que su ventana daba a este bar y que todas las noches la cosa acababa en broncas y peleas hasta las tantas.

El martes, la charla con Richard Sennett fue muy interesante. Este señor, sociólogo británico y no yanqui como yo creía, escribió hace cincuenta años un libro que se llamaba Los usos del desorden, en el que se centraba en el mayo del 68 y demás revueltas a lo largo y ancho del mundo, como experiencia creadora y generadora de un nuevo orden urbano, con un enfoque participativo, que permitiera sumar esa gran marea ciudadana al diseño de la ciudad. Ahora, otro urbanista que se llama Pablo Sendra, sevillano y en torno a la treintena, ha encontrado un paralelismo entre aquella situación y la actual, con el 15M y los movimientos como Occupy Wall Street y similares. Este hombre, que es profesor en la Bartlett School of Architecture de Londres, contactó con Sennet y le propuso escribir un libro a medias, a partir de esa similitud.

Sennett aceptó encantado y el martes presentaban la edición española del libro, del que por supuesto me compré un ejemplar. El libro se llama Diseñar el desorden. Sennett finalmente no había podido viajar a Madrid por las restricciones covid y participó en el acto por Zoom en una gran pantalla. Sennet es un anciano súper interesante que mantiene su mentalidad alternativa y no tiene empacho en decir que uno de los principales enemigos de los ciudadanos de las grandes urbes es la policía. Al salir, todavía con el calor bastante asentado, mi amiga y yo decidimos caminar hasta la Plaza Mayor para tomarnos una tónica en una terraza. Es curioso que la Plaza Mayor sea ahora uno de los lugares en donde se puede encontrar fácilmente mesa, porque no hay apenas turistas foráneos y los locales se orientan más hacia lugares como la Plaza de Santa Ana, Malasaña o Chueca.

Por cierto, cuando pasamos ante el nuevo templete de la Red de San Luis, mi amiga, que es muy arquitecta, no perdió ocasión de ponerlo verde, como ya anticipé hace unos cuantos posts. En su caso, los argumentos son de algo más de peso que los de los simples conservadores de cascarones. Dice que realmente es una partida de obra muy cara para un uso muy minoritario, porque mucha gente no usa el ascensor. Que su única función es decorativa y su principal finalidad es añadir un atractivo más a este centro convertido en parque temático para el turismo. Yo respeto esta opinión, pero me parece que el turismo es una fuente de ingresos para la ciudad y que la idea de reconstruir fielmente el templete es acertada. Aunque la verdad es que, en pandemia, sólo puede bajar y subir una persona en cada viaje, como les conté. Y que al otro día la prensa informó de que el ascensor estaba ya averiado.

El miércoles corrí temprano por el Retiro y me encontré bastante bien. Descansé el resto de la mañana para guardar fuerzas para mi charla vespertina. A las dos bajé a comer al Matilda, porque a las tres quería conectarme a la radio The Bridge, de Kansas City, en donde Samantha Fish presentaba otra canción de su nuevo álbum, precisamente la que le da título: Faster, como colofón de una entrevista en directo en la que se mostró como siempre ilusionada con el éxito de este álbum. Una vez escuchadas las dos canciones, he de decir que se trata de música muy diferente de sus registros anteriores, pero a la vez muy Samantha. Habrá que oír el resto de los temas y ver cómo responde el público. Sam es muy valiente y esta es una jugada en la que está arriesgando mucho. Dentro de la promoción del álbum, ha grabado una versión en directo de Fáster con su nuevo grupo, que se ha publicado esta mañana. Aquí la tienen.

A las seis me conecté para mi clase de tres horas. Eran cinco alumnas, todo chicas: periodista, geógrafa, abogada, experta en turismo y licenciada en administración de empresas. Se conectaban desde Chile, Brasil y otros lugares. Les conté las diferencias entre planificación estratégica y planificación tradicional, y les expliqué tres proyectos: la Estrategia de Regeneración Urbana, el Bosque Metropolitano y el Madrid Río. La chica chilena se llama Michelle y va a venir a Madrid en agosto hasta diciembre. Quedamos en ir a hacer la visita de Madrid Río con la otra española y la profesora. Para octubre ya tengo otra clase comprometida con la ETSAM para repetir mi historia sobre el chabolismo de Madrid. Y justo ahora me acaban de pagar la charla que di en marzo para la École Polytechnique Federale de Lausanne, que no he conseguido cobrar hasta ahora por problemas de divisas.

Ayer tuve mi clase de inglés por la mañana y a las 13.30 eché a andar bajo el sol de mediodía, en busca de mi escuela de yoga. Me dice Elena que es bueno que practique en casa los ejercicios que aprendo en clase. Así que para el futuro más inmediato preveo un calendario semanal compuesto por dos días con clase de yoga, otros dos en los que me levante y practique un poco en ayunas, otros dos de salir a correr al Retiro y el domingo a descansar, como dicen que hizo el Creador. Eso se va aproximando ya a una organización del tiempo más parecida al ideal de Murakami que les he explicado tantas veces. Por lo demás, ayer sí que estaba abierto el Revuelta, así que tras la clase de yoga me acerqué y me tomé dos de las tajadas de bacalao rebozadas que dan fama al lugar y que sin duda son las mejores de Madrid. Con un doble de cerveza y un par de croquetas, ya comí.

Y llegué a casa relajado y limpio de mente y cuerpo. Estuve toda la tarde leyendo y vagueando merecidamente y no tuve ganas de ponerme a escribir este post que he empezado por la mañana. Hoy, tras recoger a Lucas en la estación, hemos comido en las Bodegas Rosell y, después de la pequeña siesta reglamentaria, he continuado escribiendo este texto que ahora publicaré. Y mañana será otro día. La semana entrante ya ingreso en una dinámica más tranquila, lejos de ese deprisa-deprisa (Faster), que ha sido esta semana que ahora agotamos. Tendré tiempo de practicar con la guitarra, leer, etc. aprovechando el ligero alivio térmico que se anuncia, al menos hasta el martes. Que tengan ustedes un buen finde y que disfruten de sus vacaciones los que se las hayan cogido. Por mi parte, ya saben que yo estoy de vacaciones permanentes desde finales de febrero, pero sin dejar de afanarme en mis actividades diversas. Para no dejar entrar al viejo, como recomienda el gran Clint Eastwood.

2 comentarios:

  1. Pues yo estoy aquí fresquito en Chiclana, aunque me he traído la tablet para seguir sus textos veraniegos. No nos mire mal a los que nos vamos de vacaciones. No todos tenemos once meses al año llenos de actividades tan apetecibles como las suyas. Necesitamos orearnos de vez en cuando, salir de nuestra realidad un poco claustrofóbica, acentuada este año por los encierros y los miedos de la pandemia.
    Pero eso no quiere decir que no sigamos adoptando precauciones. Usted siga poniéndole barreras a ese viejo que quiere colonizar su alma y déjenos a los demás mortales que vayamos a nuestra bola.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues gracias siempre a usted, querido seguidor anónimo. La gente es libre de irse de vacaciones cuando le pete, por supuesto, y yo también soy libre de criticarles, educadamente, si viene a cuento.
      Un abrazo (socialmente distante pero afectuoso) y gracias por llevarse la tablet de paseo.

      Eliminar