lunes, 16 de septiembre de 2019

872. De París a mi barrio

El viernes, como les dije estuve comiendo con mi amigo Alain, en el Café de l’Industrie, un lugar que ya conocía, por la zona de Bastille. Hablamos de un montón de cosas y me enteré de algo que no sabía, o al menos, no con esos detalles. Parece que el pueblo de París ha sido siempre muy follonero, es famosa la Revolución de 1789, pero ha habido otras varias igual de sangrientas, como la que sofocó la famosa Comuna de París. Por eso, cuando se aprobó la organización del Estado francés, en 1871, se determinó que todas las ciudades y pueblos tendrían un alcalde elegido por el pueblo. ¿Todas? No. Todas menos París. Como los parisienses estaban todo el tiempo dando la bronca, se decidió que no tuvieran alcalde, sino un prefecto nombrado directamente por el gobierno del Estado. En realidad no era uno, sino dos, los prefectos, uno encargado de vigilar específicamente el orden público y otro para el resto de las funciones urbanas.

Y esa situación se mantuvo, nada menos que hasta 1976. Ese año los parisienses consiguieron una aspiración por la que llevaban décadas clamando: elegir a su alcalde y ser por fin autónomos. En 1976 pudieron celebrar elecciones locales y ¿saben a quién eligieron? Pues a Jacques Chirac, un político de derechas puro. Contradicciones urbanas: después de tanto luchar por tener elecciones parecería que elegirían a un alcalde de izquierdas. Pues no. Y resulta que París sólo ha tenido cuatro alcaldes: Chirac, Tiberi, Delanoe y la señora Hidalgo. Los períodos legislativos en las ciudades francesas son de seis años (y los de París se quejan, como nosotros, de que es poco, que en seis años no se puede hacer nada).

Jacques Chirac estuvo tres mandatos, era muy popular y hubiera ganado todas las veces que quisiera, pero en el 95 decidió optar al puesto de presidente de la República y dejó la alcaldía a su segundo Tiberi. Este ganó una vez y luego perdió con Delanoe, socialista, ecologista, ciclista y declarado homosexual, a pesar de tener esposa que ejercía de primera dama. Cada uno puede ser lo que quiera, pero este señor no se declaraba bisexual, sino homosexual. El papelón de la doña era, pues, peculiar. Pero también fue un alcalde muy querido, que fue reelegido, por lo que estuvo 12 años en el cargo. Se retiró porque quiso y le dejó el bastón de mando a su teniente de alcalde la señora Hidalgo. Las próximas elecciones locales son en marzo de 2020 y la alcaldesa se presenta a la reelección, pero la cosa está reñida porque tiene un enemigo importante del partido de Macron.

De todas estas cosas hablé con el bueno de Alain, que cuenta conmigo para dar una nueva clase a finales de enero en su máster de la Universidad Paris 8. Comimos bien, un escueto menú del día, acompañado con cerveza y vino tinto en buena cantidad. Al final le dije que si se quería dar un paseo, pero me contestó que tenía una cita de trabajo a primera hora de la tarde. De lo cual deduje que tal vez se fuera a echar una siesta: él me había propuesto el lugar, no muy lejos de su casa y con lo que habíamos bebido no sé si estaba para muchas citas. Yo estaba en cambio bastante lejos de la casa de Kike, así que me fui a la plaza de los Vosgos y me senté un rato al sol, a que se me pasara la modorra alcohólica. Por cierto, no me vi envuelto en ningún episodio de tear gas and riot police. El Metro estaba cerrado a cal y canto (salvo dos líneas que funcionan sin conductor). Ni servicios mínimos ni nada. Pero yo no vi ninguna revuelta. Caos circulatorio sí: atascos de kilómetros, todos los cruces bloqueados y orquesta de bocinas todo el día. Sin transporte público, la ciudad volvió a un modelo de movilidad entre Álvarez del Manzano y Almeida.

Esa noche me reuní con mi hijo, que salía de trabajar y salimos a buscar una cebichería peruana, en donde cenamos suave para dormir bien. El sábado estábamos libres los dos, así que nos dimos una vuelta por el barrio de Belle Ville, que mola todo, y luego me llevó a un italiano en donde nos comimos una pizza estupenda. Por la tarde, aprovechando la reapertura del Metro, nos acercamos a la zona de las Galerías Lafayette, para que Kike se comprara unos zapatos que necesitaba. Luego estuvimos deambulando por el Marais, el entorno del Pompidou y subimos hasta Pigalle, donde nos sentamos a tomarnos un Perrier en una terraza. Por la noche caímos a un japonés a comernos un ramen de puta madre. Y esto fue lo que dieron de sí mis vacaciones parisinas.

El domingo me levanté y bajé a comprar unos croissants para desayunar. En la cola de la panadería me preparé para decirlo perfecto: s’il vous plais, deux croissants pour emporter. Llegado el momento, lo dije y la chica me respondió: ¿Deux croissants et quoi plus? Un golpe bajo a mi autoestima francófona. Kike me explicó luego que esa es una expresión muy formal y académica, que la gente dice sólo deux croissants: si estás en la cola y no pides café, ya se sobreentiende que son para llevar. Desayunamos, hice mi maleta, me despedí de Kike y caminé hasta la Gare du Nord a coger el RER al aeropuerto. El vuelo se retrasó más de una hora a causa de las tormentas que había en Madrid: los controladores de aquí no autorizaban el despegue. Llegué sin novedad para encontrarme una ciudad en pleno dimanche noir, a causa de la ultima etapa de la Vuelta Ciclista a España, que hace que se corte toda la Castellana (además, el tren también está cortado por obras). Me costó un montón llegar hasta mi casa.

Por la noche, me puse en la tele el partido del Dépor, pero en el descanso me fui a dormir. El resultado era incierto, pero el equipo juega tan mal que pensé que no tenía por qué tragarme semejante peñazo. Y hoy he vuelto al trabajo. Reuniones, puesta al día de temas, etc. Después de comer me he vuelto a casa a descansar un rato. Y por la tarde he tenido que hacer una serie de gestiones. Primero, tomarme la segunda dosis de la vacuna contra el cólera. A continuación, mandar la transferencia del pago final de mis toldos. Después he ido a la tintorería. Mi otro hijo Lucas había estado por aquí para una boda y me había dejado el traje para que se lo llevara a limpiar. He aprovechado para llevar uno de los míos, que ya casi no uso. Y me he encontrado que en la tintorería del barrio había una chica nueva. Le he preguntado por los anteriores tintoreros, una pareja de gallegos que llevaban toda la vida en el negocio, y me he enterado de que se jubilaron el 1 de enero y le traspasaron el negocio. Ya ven cuánto uso yo la tintorería.

De allí he subido al mercado a encargarle a mi amigo Luis el charcutero que me preparase diez paquetes de jamón y salchichón envasados al vacío, para Madagascar. Después he subido al Corte Inglés de Preciados a comprarme alguna ropa para África. Se recomiendan pantalones largos y camisetas de manga larga, frescos y de colores claros, pero no blancos. Con los oscuros te asas y los blancos atraen a todos los mosquitos. Camisetas tengo muchas de las carreras, pero me he comprado una camisa y un pantalón de North Face, además de varios pares de calcetines frescos de trekking, todo ello lavable a mano y de secado rápido. De vuelta, he pasado por la librería de montaña Desnivel, en donde me he agenciado una guía de Madagascar. He recogido mis paquetes del charcutero, he comprado un pack de cervezas Estrella Galicia y he rematado mi recorrido por el barrio en la floristería de mis amigos y vecinos, en donde les he trasladado mis opiniones sobre la primera propuesta que me han hecho. Y me he subido a escribir.

Como no tengo ninguna imagen para ilustrar este texto (no me he hecho ninguna foto en París, tal vez como reacción a la tontuna de la gente que todo el rato está haciéndose fotos sonrientes con la uve de la victoria, para subirlas enseguida al Facebook), pues les voy a dejar un breve regalito musical. La Creedence Clearwater Revival fue un grupo clave que sólo duró cuatro años a comienzos de los 70. Enseguida acabaron a bofetadas y su líder John Fogerty no retomó su carrera en solitario hasta que resolvió los juicios en los que se metió por los derechos del grupo. En 2009, vino por primera vez a tocar a España. Fue en la Casa de Campo, un concierto memorable al que asistimos mi hijo Kike y yo. Los del grupo que le acompañaba tocaron solos un tema instrumental, a modo de introducción. Entonces salió Fogerty y, casi sin saludar, atacó directamente los sones de esta canción que les voy a dejar de propina. Una píldora de buen rock. Que la disfruten.



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