viernes, 13 de septiembre de 2019

871. Le vendredi noir

Sí, señor, les escribo desde París, más en concreto desde la habitación que gentilmente me ha cedido en su casa mi hijo Kike, y estoy a las puertas de iniciar la jornada que toda la prensa local ha calificado como Le vendredi noir, el día de la huelga salvaje de todo el transporte público parisino, contra el gobierno del señor Macron y especialmente contra su ministra de trabajo, la señora Muriel Pénicaud, que ha cometido el crimen horrendo de proponer una ley que establece la jubilación de todos los franceses a los 65 años, siendo así que en estos momentos los trabajadores del Metro y el RER la tienen establecida por convenio a los 62. En Francia, estas cosas se hacen en serio, es decir, a hostias, pues. Desde la Revolución Francesa, la Comuna y los demás hechos históricos, los franchutes lo han hecho siempre igual.

Quiere eso decir que, en solidaridad con los del Metro, pararán también el RER, los ferrocarriles de media y larga distancia y, por supuesto, los autobuses. Será día de grandes atascos, bocinazos y gente yendo a su trabajo a pie, en bici o como puedan, porque las empresas han dicho que los que no vayan al trabajo perderán el sueldo del día al ser considerados huelguistas. La empresa del Metro ha fijado unos servicios mínimos que los huelguistas han proclamado que desobedecerán, habrá piquetes y se volverá a los días gloriosos de las grandes huelgas de los 60 y 70. Porque lo de los chalecos amarillos era violento pero localizado en una zona de la ciudad, y esto es general. Tal vez hoy veamos lo que se decía en un verso de la canción de Rancid Telegraph Avenue, que les subí al blog el otro día: Tear gas and riot pólice, fíjense ustedes qué pocas sílabas necesita el idioma inglés para decir Gases lacrimógenos y policía antidisturbios. Vean un par de imágenes de lo que se ve desde mi ventana en estos momentos de espera del gran follón.   






Por lo demás, el martes, después de terminar mi último post, caminé hasta el barrio de Malasaña para participar en la inauguración de curso de este año en Billar de Letras, una sesión memorable, en torno a la novela La Azotea. Es esta una obra que la escritora uruguaya Fernanda Trías escribió con 22 años y del tirón, sin correcciones posteriores. Narra el proceso de deterioro mental, económico y de condiciones generales de vida al que se ve sometida una mujer con su padre enfermo y una niña que nace en el transcurso del libro. La mujer deja su trabajo, no vuelve a salir a la calle y tampoco deja que los demás lo hagan. Le van cortando la luz, el agua, etc. El trío esconde un terrible secreto que no les voy a desvelar, pero que está detrás de la decisión de aislarse del mundo. Un caso extremo de una serie de fenómenos que se dan a menudo en nuestros días: la soledad urbana, el envejecimiento, el deterioro mental, la pobreza energética. Es una novela de la que cuesta salir indemne.

Contamos en el club con la presencia de la editora, una mujer muy singular que se llama Sol Samana y se ha dedicado antes a diversas ocupaciones entre ellas, con bastante éxito, la de fotógrafa. A partir de una pequeña herencia familiar que recibió, decidió crear una editorial, que se llama Tránsito. La colección se abrió hace justo un año con La azotea, y lleva por ahora cinco libros, todos de mujeres escritoras, formato medio (short story) y temática en general tremenda, terrible, impactante. Sol quiere expresar el desgarro de la condición femenina y la forma en que determinadas mujeres se defienden de ello escribiendo. Sus autoras son normalmente jóvenes, de países latinoamericanos y ha decidido mantener su lenguaje original, sin adaptarlo al español de España, ni incluir un glosario final. El que no entienda un término, que busque su significado en Google. La Azotea va ya por la cuarta reimpresión (que no edición), lo que es un éxito muy superior al que ella esperaba. Abajo tiene la foto final de la sesión, en la que pueden comprobar que, aparte de Ronaldo y yo, el resto de asistentes eran mujeres, como en cualquier otra actividad de interés que no esté relacionada con el fútbol.


Regresé a casa caminando y dejé para el día siguiente hacer mi pequeña maleta para París. El miércoles, debidamente trajeado, afeitado y repeinado, me subí en un Airbús de Air France, en donde compartí asiento con dos negros de Carolina del Norte, testigos de Jehová, que me contaron toda su vida, como suelen hacer los seguidores de esta religión. Aterrizamos a las 14.30 y tuve que hacer gala de mi conocimiento del sistema del transporte público para llegar a tiempo a mi cita de las 16.00. Si no me llego a saber el sistema de sacar billetes para el RER, en las máquinas del aeropuerto, en donde lo más rápido es pagar con la tarjeta VISA, no hubiera llegado. Tuve que tomar el RER B, hasta Chatelet-Les Halles, el intercambiador de transportes con más pasajeros diarios del mundo y allí cambiarme al RER A, un par de estaciones, para luego buscar el hotel y localizar la zona del congreso, inscribirme y, ya con mi acreditación en la solapa, encontrar la sala donde tendría lugar la mesa redonda. Entré con la sesión a punto de empezar y pasé agachado hasta la última silla que quedaba libre en la mesa.

La sesión era en inglés y versó sobre las posibilidades de inversión en las ciudades españolas. Hubo intervenciones bastante interesantes, que no les voy a describir aquí. Pero yo sabía que el moderador se había reunido con todos los intervinientes a las cuatro menos cinco, reunión a la que yo no había llegado y en la que más o menos se habían repartido los temas y las intervenciones. Según el programa, la mesa se acababa a las 17.00 y, cinco minutos antes, yo seguía sin intervenir, así que levanté la mano y le hice una seña al moderador. Me dio la palabra y, con tono serio y humorístico, como el del famoso Eugenio, hablé para decir: –tal vez ustedes tengan algún interés en escuchar las opiniones desde el lado de la administración pública. Recibí una carcajada general y todos se apresuraron a decir que por supuesto, que estaban interesadísimos. Ya los tenía en el bote.

Mi amiga Melina, la que me ha metido en este lío, intervino para decir que teníamos 15 minutos extra, que no me preocupara (me habían dado paso por delante de otros asistentes mano en alto). Así que hablé con calma. Mi discurso fue en el sentido de decir que estamos en un momento dulce para la inversión inmobiliaria en Madrid. Que la anterior crisis había sido muy grave, precisamente por la dedicación prácticamente en exclusiva de los inversores al sector residencial (más el hotelero en el centro). Que en los años de la señora Carmena, se habían paralizado para reestudiarlos los mayores desarrollos planificados, como Chamartín o el Sureste. Que a cambio, se habían iniciado otras líneas muy interesantes, como la regeneración de la periferia, el Reinventing Cities, la recuperación de las áreas industriales abandonadas, o la mejora de calidad en los barrios de la ciudad existente. Que el nuevo equipo pensaba seguir con esas líneas, pero al mismo tiempo había desbloqueado las operaciones pendientes. Que como resultado de esto, las posibilidades de invertir en la ciudad estaban muy diversificadas, lo que nos daba una mayor resistencia ante eventuales crisis.

No me olvidé de decir que, en caso de Brexit duro, Madrid se ofrecía para localización de las empresas que optaran por irse. Un tipo con cara de vinagre, preguntó si la ciudad tenía capacidad para dar residencia más o menos asequible para decenas de miles de personas que trabajasen en esas empresas. Y ahí saqué los datos. 22.000 viviendas en Los Berrocales y 16.000 en Los Ahijones, operaciones recién desbloqueadas. Pero a qué precios –preguntó el amargado. Pues una vivienda para una familia media se puede conseguir por unos 160.000€ –le dije. Ya ven que me lo tenía preparado. Acabamos entre abrazos y besos o, si lo prefieren, que salí por la puerta grande. De allí nos pasamos al fastuoso coctel, en donde enseguida me hice con una cerveza y empecé a repartir tarjetas entre los que me habían escuchado. Hice un montón de contactos y me puse bien de canapés, que no había comido más que un sándwich en el avión.

Varios me hicieron prometer que me quedaría a la cena de gala. Le pregunté a Melina y me dijo que tenía que ir a inscribirme a la recepción, en donde había una waiting list. Así lo hice y me pasaron un formulario en el que debía rellenar mis datos. Entre los datos estaban los números de mi tarjeta VISA. Pregunté para qué y me dijeron que la cena era de pago: 190€. Pregunté si no era gratis para mí, puesto que había intervenido en una mesa. Me indicaron lo que ponía la letra pequeña del formulario: la cena era para miembros del club, inscritos en el congreso y co-chairs. Aduje que yo era co-chair, pero no coló: no estaba en su lista. Entonces les dije que au revoire. Regresé al cóctel, doblé de cerveza y de canapés y tomé las de Villadiego. Si hay algo de lo que puedo presumir es que, con 68 años y medio, nadie me ha engañado dos veces. Una vez sola, mucha gente, porque soy confiado y despistado. Pero, a la primera ya los calo y no me la repiten. A mí ya me habían hecho la 13/14 con el congreso (como me dice un comentarista). Muy pánfilo tenía que ser para pagar 190€ por una cena.

Con mis bultos regresé al Metro y me dirigí a la casa de mi hijo. Cenamos tranquilamente, su novia, un colega y yo y, a pesar de invitarles, me salió más barato que la cena del GRI Club. Ayer jueves, por la mañana, me acerqué a La Coupole, el restaurante de Montparnasse, donde reservé para la cena del día 12 de octubre, para los diez esforzados viajeros de Madagascar. Desde allí tomé el Metro y luego el bus 128 para visitar a mi amigo Philippe, internado como saben en una residencia después de sufrir un ACVA hace año y medio. Lo encontré prácticamente igual, tal vez más resignado. Hube de dejarle a las 17.30, para que no me pillara el comienzo de la huelga del Metro. Estuve callejeando luego un buen rato por las zonas del Odeon y el Marais, mis barrios favoritos de París. Y luego regresé para cenar con mi hijo y su peña. Hoy he quedado a comer con mi amigo Alain, el profesor de la Université Paris 8 que me invitó en enero a dar una charla en su máster. Como tengo que salir andando, he de dejar el post rematado antes de las 12.30. Que lo pasen bien.

2 comentarios:

  1. Muy hábil su intervención frente a los inversores. Diciéndoles lo que quieren oír, pero sin esparcir más mierda de la necesaria.
    Espero que no le hayan dado con la porra los del "tear gas and riot police".
    Abrazos sin límites.

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    1. Más que habilidad, es cara dura y capacidad de disimulo, para que no se note el crecimiento de la nariz. Lo de no esparcir mierda si que es cierto, es algo que siempre intento. Y, como ya he contado, no me tocó presenciar ningún disturbio.
      Abrazos.

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