Ten siempre a Ítaca
en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Dice
mi amigo X que él no está de acuerdo con Sabina, que la vejez no es en absoluto
una puta mierda, sino una fase más de la vida en la que se puede disfrutar y estar
muy bien si te cuidas y te respeta la salud (dos cosas que van unidas). Mi colega
Mariano se suma a la idea y propone que montemos un comando Carcamales Punk Forever, para seguir
haciendo cosas que nos enriquezcan y nos alegren la vida. Y yo sigo mi deriva.
Cada día me despierto con la ilusión de que soy una persona joven. Luego me
miro al espejo, veo la imagen que me devuelve y mantengo el tipo como puedo (qué
le vamos a hacer). El otro día una vieja amiga a la que no veía hace mucho, me
dijo que me encontraba más guapo ahora que hace años. Estas cosas también ayudan.
Parte del secreto se encierra en el hermoso fragmento que les he puesto arriba.
Pertenece al afamado poema Ítaca, de
Cavafis. Estira la vida lo que puedas, sigue navegando y no intentes llegar a
puerto hasta que seas viejo y te adornen la madurez y la sabiduría. Sólo
entonces podrás, como el tipo de la foto, sentarte en un noray a contemplar el mar con los ojos
entrecerrados, mientras la tarde cae, el sol reverbera y los barcos regresan de
faenar sin apuros.
Disculpen
que me ponga trascendente, lo estoy haciendo adrede, para ilustrarles lo que
les quiero explicar hoy. ¿Alguno de ustedes, queridos lectores, puede decir que
el final del párrafo anterior es una cursilería? No lo creo. Sin embargo, hemos
dicho en el post anterior que entre lo sublime y lo cursi hay una línea muy
delgada (tranquilos, ya no me meto más con Podemos. Por ahora). La palabra cursi es muy curiosa. Para empezar,
se desconoce su etimología, hay infinidad de teorías, desde unas damas
gaditanas muy repolludas ellas, que se apellidaban Sicur (y que no aparecen en ningún texto histórico
serio), hasta la que la relaciona con el marroquí kursi, que significa silla. Sin olvidar a los que bucean en el calorro en busca de referencias. Lo
cierto es que la aparición de esta palabra está perfectamente documentada y hay que situarla a mediados del XIX
en la zona de Cádiz. Ya en 1869, cuando su uso se ha extendido a todo el país,
la RAE la autoriza, con al menos dos acepciones: “Dícese de la persona que
presume de fina y elegante sin serlo” y esta otra: “Aplícase a lo que, con
apariencia de elegancia o de riqueza, es ridículo y de mal gusto”.
Por
otro lado, se trata de un adjetivo intraducible a otros idiomas. En inglés
existe el término kitsch, admitido
universalmente, pero no es exactamente lo mismo. Lo kitsch es algo que alude
solamente al componente estético; es una denominación a menudo aplicada al arte:
a una pintura, a una escultura, aunque también a una orquestación o a una obra
de repostería. En cambio, lo cursi tiene también un componente ético; puede ser característica intrínseca de una persona, o describir una conducta, o una denominación, como la de Unidas Podemos. Como
ejemplos proverbiales de cursilería, suelen citarse los jardines domésticos decorados
con enanitos de piedra, las imágenes fluorescentes de mesita de noche representando
a la virgen de Lourdes o el peinado de ciertos perros. Lo cursi traduce siempre
una cierta forma de impostura, un quiero y no puedo, un tratar de parecer fino
sin conseguirlo.
Es
diferente de lo hortera, que es una
forma de presumir de lo contrario, de basto y ordinario. Ejemplos de conducta
hortera serían los concursos de eructos que hacen ciertos grupos de adolescentes, o la costumbre de embutir en una
camiseta el asiento del conductor de la fregoneta. Todos estos son adjetivos ideados con una intención peyorativa o insultante. El que los profiere se siente infinitamente superior al aludido. Cuando yo era joven, todos queríamos ser muy modernos y avanzados. En esos
años, lo antiguo se detestaba y se ninguneaba. Para designarlo se creó la
palabra camp que era el colmo de lo
viejo. Después, cuando la gente descubrió que lo antiguo puede ser cojonudo,
hubieron de inventar un adjetivo equivalente, pero de sentido opuesto: vintage.
Un
dandy como yo, y encima cool, calm and
collected, no puede evitar huir de lo cursi y lo hortera como de la peste;
mi blog es una continua búsqueda de una suerte de exquisitez. Y, sin embargo, aunque
pueda resultar paradójico, tengo una invencible debilidad por lo repipi, otra categoría vecina de las
anteriores, pero diferente. Es este un adjetivo normalmente aplicado a los
niños, aunque yo conozco a muchos adultos que son unos repipis inveterados. Hay
una serie de sinónimos de repipi: sabidillo, resabido, sabihondo, listillo,
redicho. Para que me entiendan, lo mejor es que les ponga unos cuantos ejemplos
de conductas repipis. Tal vez se hagan una idea de por qué adoro a la gente
repipi.
Empezamos por Don Camilo José Cela y el mejor de todos sus libros (en mi opinión): el Viaje a la Alcarria (1948). Es un libro en el que Cela hace de sí mismo el protagonista, pero se camufla tras el apelativo El Viajero, para narrar en tercera persona del singular. En uno de los capítulos, saliendo de Guadalajara a pie por la carretera de Zaragoza, una turba de zagales revolotea alrededor del Viajero hasta que se aburren y se van. Uno de ellos, sin embargo, empareja el paso con el suyo y camina a su lado. Es un chico avispado, pelirrojo y con pecas. Al instante, con cautela, pregunta: –¿Me permite usted que le acompañe unos hectómetros? Y el Viajero, que como yo siente debilidad por los niños repipis, le contesta que por supuesto, que estará encantado de que le acompañe unos hectómetros. Es un pasaje delicioso.
Empezamos por Don Camilo José Cela y el mejor de todos sus libros (en mi opinión): el Viaje a la Alcarria (1948). Es un libro en el que Cela hace de sí mismo el protagonista, pero se camufla tras el apelativo El Viajero, para narrar en tercera persona del singular. En uno de los capítulos, saliendo de Guadalajara a pie por la carretera de Zaragoza, una turba de zagales revolotea alrededor del Viajero hasta que se aburren y se van. Uno de ellos, sin embargo, empareja el paso con el suyo y camina a su lado. Es un chico avispado, pelirrojo y con pecas. Al instante, con cautela, pregunta: –¿Me permite usted que le acompañe unos hectómetros? Y el Viajero, que como yo siente debilidad por los niños repipis, le contesta que por supuesto, que estará encantado de que le acompañe unos hectómetros. Es un pasaje delicioso.
Cuando
yo era niño, la condición de repipi era bastante frecuente entre ciertos
profesores, como los que retrata la impagable película de Fellini Amarcord. Yo tuve uno de Historia que te
exigía saberte las respuestas de memoria. Por ejemplo: ¿cómo entraron los
bárbaros? Respuesta: en oleadas sucesivas.
Si contestabas en el examen en avalanchas
consecutivas (es un decir), te suspendía. Cuando ya se hartaba de que no le
hiciéramos caso, nos castigaba sin recreo y justificaba su acción enfatizando:
–Claro, les digo que se estén calladitos y hacen caso omiso… Y, cuando uno de
nosotros regresaba después de una enfermedad más larga de lo habitual, lo
saludaba con estas palabras: ¡Hombre! ¡El niño perdido y hallado en el templo!
También
en la Escuela de Arquitectura tuvimos un ejemplo de profesor repipi, el ínclito
Don Antonio Camuñas, catedrático de Materiales de Construcción. En aquellos
años predemocráticos en que los estudiantes solíamos ir sin afeitar, con greñas
y vestidos de cualquier manera con jerseys llenos de agujeros, Don Antonio
reprobaba nuestros atuendos y nos decía: –Un arquitecto ha de estar durante
todo el día correctamente vestido con chaqueta y corbata, por si le surge la
ocasión de ser objeto de un homenaje. Y en los exámenes advertía: –No fumen
que, al conjuro del humo, se propicia el intercambio de mensajes relacionados
con el tema del examen. Tenía este señor un libro que todos debíamos
estudiarnos en el que describía los diferentes materiales usados en la
construcción tradicional. Entre ellos el azulejo.
Para
la descripción del azulejo, el autor contaba cómo se había creado este
elemento constructivo en el mundo árabe medieval, texto en el que alcanzaba las
más altas cotas en su cualidad de repipi excelso. Era un texto que empezaba
así: –El magnate musulmán, amante como el que más de la naturaleza, se
encierra empero en su palacio, donde se rodea de profusión de fuentes y regatos.
He rebuscado en mi memoria, pero no consigo acordarme de cómo continuaba. Apelo
a mi brother de Loja el Coronel
Groucho para que, con su memoria prodigiosa, complete si puede este texto
inefable. A los futuros arquitectos nos hacía mucha gracia esta
narración, hasta el punto de que todo el mundo se la aprendía de memoria. Se cuenta
que, en una promoción posterior a la mía, el tema de un examen parcial fue precisamente el azulejo, y todos los alumnos repitieron completa
la definición y sacaron sobresaliente, para satisfacción de Don Antonio,
halagado por la popularidad de su texto.
Pero
no hay que irse a esas alturas académicas para encontrar a gente repipi. En mis años de Colegio Mayor, los residentes en todos los colegios del entorno
acudíamos sin excepción a cortarnos el pelo a la barbería de Benedicto, un personaje
que trascendía ya la cualidad de repipi, para entrar en la de friky, una categoría paralela a las
anteriores. Benedicto era un peluquero gay medio miope y tirando a rechoncho,
bastante dicharachero y que trataba de parecer más culto de lo que era, lo que
le llevaba a pronunciar frases un tanto singulares. Un día acudí como siempre a
su cubículo y me recibió con estas palabras: –Hay que ver qué calor que tenemos esta tarde. Y eso
que estoy con la ventana herméticamente abierta.
El
actual portero de mi casa es un tipo que casi nunca está en su puesto y, para
justificarse, dispone de una serie de carteles con excusas, que tiene unidos
con un gusanillo. Uno llega a casa y encuentra un letrero sobre el mostrador
que dice estoy en las calderas, o
bien estoy en la escalera tercera, estoy recogiendo la basura, he salido un minuto, o el más escueto de
todos: ya vengo. En los meses de
agosto se busca un sustituto y un año de estos encontró a un joven superpulcro y atento,
que sólo abandonaba el puesto para subir a recoger las bolsas de basura por los pisos. Para esas
ocasiones, empezó por usar el cartel que decía estoy recogiendo la basura. Pero luego se conoce que pensó que
ese letrero no expresaba debidamente la complejidad de su trabajo, por lo que
lo sustituyó por otro que se confeccionó él mismo y que con letra redondilla rezaba: –Estoy
recogiendo desperdicios domiciliarios.
Creo
que con estos ejemplos habrán comprendido que es lo que yo entiendo por repipi
y el porqué de mi fascinación por este tipo de sujetos. Terminaré, igual que
empecé: con Don Camilo José Cela. En un cuento poco conocido de este ilustre
paisano, se cuenta el caso de Don Agustín, un profesor de primaria que era tan
repipi que los alumnos le pusieron por mote Don Agustín Cagapoquito. Los
demás profesores del claustro se reían las tripas con el apodo y no perdían
ocasión de recordárselo al final de las reuniones lectivas, cuando todos se relajaban tomando unos refrescos. Se lo decían para hacerle rabiar, porque sabían
que le daba mucho coraje. Don Agustín Cagapoquito, presa de la indignación,
levantaba un dedo con gesto admonitorio y proclamaba: –¡Qué sabrán esos malandrines de lo
que yo exonero!
Que
pasen ustedes un excelente Viernes de Dolores, felicidades a las Lolas, buen finde y buena Semana Santa, los que puedan
disfrutarla.
Es verdad que no envejecemos, lo que pasa es que el mundo nos mira de otra manera, pero nos sentimos exactamente igual que cuando teníamos 30 años; la misma curiosidad, la misma ilusión, la misma pasión descontrolada. Por eso, cuando alguien me cede el asiento en el metro, yo doy un brinco. Espero que no llegue el día en el que me rompa la cadera, claro.
ResponderEliminarQuerido Mariano, yo ya he pasado esa fase; yo, si un joven me cede el asiento en el Metro, doy un brinco, pero para sentarme, antes de que lo haga algún otro de los abuelos del vagón. Bueno, no siempre, según me dé.
EliminarMi querido brother, he disfrutado leyendo esta nueva entrega que nos regala. Disiento que diga que mi memoria es prodigiosa, es más, con la edad uno padece lapsus dignos de un principio de alzheimer preocupante. Respecto a la famosa cita de nuestro común profesor Don Antonio Camuñas y Paredes (Membranas sic Fdez. Alba), creo recordar lo siguiente:
ResponderEliminar"El magnate musulmán, amante como el que más de la naturaleza, se encierra empero en su palacio, donde se rodea de profusión de fuentes, regatos y surtidores de agua, circunstancia unida a la necesidad de dotar a sus paredes de un material impermeable surge el alicatado, descendiente de la palabra árabe al-qataa".
Si no es textual es parecido.
Espero haberle ayudado y deseoso de verlo el día 25 en el concierto de CHECOPOLACO donde libaremos con fruición recordando aquello de "Marsella 74 Suite".
Abrazo fuerte.
P.D.: Le aconsejo leer, si no lo ha hecho ya, un blog de nuestro coetáneo Antón Capitel donde narra lo que era la ETSA de nuestro tiempo.
EliminarLe adjunto el enlace: https://veredes.es/blog/mis-memorias-de-la-escuela-de-arquitectura-anton-capitel/
Querido Coronel, allá nos veremos en el café Berlín, día 25 a las 20.00, cita a la que cualquiera de los lectores queda convocado. Ya sabía yo que se acordaría usted de algo más de la historia del ínclito magnate musulmán. He de confesarle que la parte que yo reproduje, no la saqué de mi memoria, como escribí, sino precisamente del texto de Antón Capitel. Yo puse en Google "el magnate musulmán" y me salió esa página, que está muy bien.
EliminarMe ha encantado el poema de Ítaca que no conocía y he leído completo, me emociona y comparto. A lo mejor decir esto es cursilería. Gracias.
ResponderEliminarMe alegro que te guste el poema, querido Alfred, a mí también me emociona siempre Kavafis. Sin embargo, has de saber que Lluis Llach le puso música en 1976 en un disco de relativo éxito, en el que lo declamaba en catalán, poniéndose trascendente como de costumbre. Entonces no sabíamos que su Ítaca era la independensiaaaa. En el caso de este señor, la palabreja cursi se puede aplicar de manera ontológica (y discúlpame la cursilería). Quiero decir que "es" un cursi.
ResponderEliminarPues ya me has jodido por la coincidencia en el gusto con ese personaje, pero si su Itaca es la independensiaaa le va a resultar un viaje a perpetuidad y no llegará a sentarse en un noray a ver el mar. Abrazos, amigo.
ResponderEliminarSí, aparte de la disconformidad ideológica y política, Lluis Llach es un músico bastante cursi, que se las da de trascendente y con esa forma de cantar como si todo lo que hace fuera la hostia. A mí medio me gustaba hace una eternidad, cuando cantaba aquello de la Estaca. Pero me enseñó a detestarlo mi amigo Jordi-que-no-se-llama-Jordi, en uno de los viajes a Barcelona en los que me alojé en su casa.
EliminarUn fuerte abrazo.
Emilio, yo creo que el ínclito don Camuñas era un pedante. Lo de repipi, como tú dices, es para definir a los insoportables niños precoces. Y, por último, don Jacinto Benavente estrenó una de sus
ResponderEliminar"comedias de salón" que llevaba ese título,"Lo cursi", en esa obra el concepto se desenvolvía en el plano estético. Precioso el fragmento de Cavafis.
Bueno, puedes llamarlo como quieras. Yo lo he llamado repipi, porque para mí esta palabra no tiene el matiz peyorativo de "pedante". A mí don Camuñas me parecía un tipo entrañable, que había hecho de su carácter repipi o pedante, un arte.
EliminarY Benavente era , él mismo bastante cursi, creo.