sábado, 31 de marzo de 2018

717. Creep

Mi post anterior acababa con la imagen de una mujer muy atractiva, la actriz Sally Hawkings. Hoy empezaremos con otra. Tal vez una de las actrices de rostro más expresivo y sugerente (siempre en mi opinión, ya saben que soy un poco raro en estas cosas), es la actriz francesa Charlotte Gainsbourg, hija de la bella Jane Birkin y su marido el músico Serge Gainsbourg. Esta pareja se hizo famosa en España a finales de los sesenta con el tema Je t’aime, moi non plus, que tanto nos ponía en las discoteques de la época. Charlotte, que físicamente se parece más a su padre, es una actriz superlativa con una sólida carrera; les recomiendo especialmente Samba (2014), en donde se descubre como actriz de comedia. 

Hoy quiero que vean una escena de la película Ils se marièrent et euren beaucoup d’enfants (2004) que, si se hubiera estrenado en España, se llamaría seguramente Y fueron felices y comieron perdices. Gabrielle, el personaje que interpreta Gainsbourg, es una esposa que tiene la intuición de que su marido la engaña, lo que le induce un nivel importante de ansiedad y angustia. En ese contexto se acerca a una tienda de discos y se pone a escuchar música con auriculares. Entonces aparece el apuesto Johnny Depp, que hace lo que se llama un cameo en la película. No queda claro si es una escena real o soñada, incógnita que se resolverá al final del film. Pero el despliegue de gestualidad que intercambian ambos es impagable. De la música hablaremos después. Pinchen AQUÍ y disfruten.

La canción que acaban de escuchar se llama Creep y es uno de los éxitos más sonados del grupo británico de rock Radiohead, ahora un tanto venido a menos. El adjetivo creep alude a la gente que se siente absolutamente en el lugar equivocado, como el proverbial pulpo en un garaje. Podríamos traducirla como raro, extravagante, excéntrico, colgado, friki. Letra y música de la canción expresan bastante bien los problemas existenciales y de identidad que sufren algunas personas, especialmente los adolescentes, y que les llegan a angustiar bastante. Por eso le interesa a Gabrielle. Aquí tienen una parte de esa letra con su traducción

You float like a feather                                               Tú flotas como una pluma
In a beautiful world                                                    En un mundo hermoso
And I wish I was special                                            Y yo desearía ser especial
‘Cause you’re so fucking special                               Porque tú eres tan jodidamente especial
But I’m a creep                                                           Pero yo soy un colgado
I’m a weirdo                                                               Un bicho raro
What the hell I’m doing here?                                    Qué coño estoy haciendo aquí
I don’t belong here                                                     Yo no pertenezco a esto.

No me digan que no han sentido nunca una sensación similar en determinados lugares. Esta Semana Santa he vivido una escena en la que me he sentido un auténtico creep. Como saben, decidí quedarme en Madrid y pasar de otros planes. Simplemente dejar fluir el tiempo. Let’s flow. Terminar de ponerme al día con la serie Fariña, listo para seguirla a partir del miércoles que viene en Antena 3. Avanzar en la lectura de Mundo Extraño, de José Ovejero, que analizaremos con el autor en la próxima sesión de Billar de Letras, el 3 de abril (por cierto, a José Ovejero le conocí en una sesión similar en Bruselas, que quedó reseñada en el blog, con motivo de una de mis visitas a la capital de Europa). Madrid es perfecto en Semana Santa, como en agosto. Sólo hay una pega: que muchos bares, tiendas y negocios están cerrados.

El martes, por ejemplo intenté quedar con mi hijo Kike en las Bodegas Rosell para comer, pero estaba cerrado. Acabamos en un restaurante peruano en la calle Téllez, en donde me obsequié con un anticucho, plato confeccionado con finos filetes de corazón de vaca o de buey, cocinados con una salsa muy especiada. Ayer, Viernes Santo, dediqué la mañana a visitar Madrid Río con un grupo de jóvenes colombianas de visita en Madrid, a las que había prometido hacer de cicerone a petición de una amiga común. Las tuve embelesadas más de tres horas y al final me invitaron a comer en la Cantina del Matadero, donde nos zampamos un guiso intercultural de carrillada desmigada y cocinada en una salsa de fuertes acentos aztecas.

Este es el mundo cosmopolita en el que tanto me gusta vivir y en el que un ciudadano del mundo como yo puede dar rienda a su curiosidad y ganas de aprender sin que nadie le presione con murgas identitarias. Aquí nadie me obliga a proclamar que me gusta el chotis, o la muñeira, o la sardana. Aquí se permite que cada uno se exprese como le venga en gana. En el Retiro, todos los sábados se reúne un grupo de catalanes que organizan unas sardanas muy concurridas, sin que nadie les abuchee ni les tire tomates. Un poco más allá, otra peña hace tai chi. También hay espacio para celebraciones más casposas, como desfiles militares, o procesiones. Creo que nunca había asistido a una procesión en Madrid. Hasta el otro día. Y les puedo jurar que me sentí completamente creep. Se lo cuento.

Era miércoles santo a media tarde y había subido a la sede de Apple en la Puerta del Sol. Resulta que tengo un Ipad, cuya funda imantada está realmente hecha una porquería con la tela medio arrancada y deshilachada. La típica tarea pendiente que se hace en semanas como esta. Pensé que tal vez encontrara una funda nueva. Pretensión vana: el modelo que yo tengo ya no se fabrica, me dijeron que me comprara uno más actual. No pienso hacerlo, recurriré a los chinos y, si no encuentro una funda que me sirva, continuaré sin funda. En la Puerta del Sol suele haber diversos saraos, como mariachis mejicanos, magos, grupos tocando carnavalitos andinos, cuadrillas de breakdancers. Y, siempre, una partida patética; un grupo de unos quince ancianos que caminan en círculo tras una bandera republicana, recitando una y otra vez un mantra, dirigidos por un abuelo con megáfono. Repite el vocero: LOS CRÍMENES DEL FRANQUISMO y todos los catecúmenos corean: NO-PRES-CRIBEN. Así un día y otro.

Pero esa tarde no había nada de eso. Esa tarde la plaza estaba abarrotada por un personal bastante homogéneo, compuesto sobre todo por señoras emperifolladas como si fueran de boda, familias con los nietos también vestidos de domingo, media de edad muy alta y una expectación indisimulada sobrevolando el gentío. A mi lado, una señora se tropezó y tuve la suerte de sujetarla al vuelo, cuando ya se precipitaba contra el suelo. Era una mujer regordeta, miope, de aire maternal. Me miró con agradecimiento desde detrás de los culos de vaso que usaba por lentes. Iba bien maqueada, con un abrigo gris cruzado de cuello de piel, pañuelo violeta y una permanente de peluquería, con mechas claras discretas. A ojo de buen cubero, le calculé unos setenta y tantos. Hacía muecas de dolor, se había torcido un poco el tobillo, dijo. Le pregunté si quería que la acompañara a una casa de socorro o algo así y, con un gesto como el de una paloma que recompone el plumaje porque tiene frío, dijo con orgullo: –Gracias, caballero, pero no es nada serio. Yo he salido a ver la procesión y la voy a ver de todas-todas.
 
–¿Así que hay una procesión? –pregunté ingenuamente. Me miró como si fuera una especie de extraterrestre y enfatizó: –¡La hermandad del Cristo de los Gitanos! Le agradecí el dato y, de corrido, me propuso que la ayudara a acercarse a la primera fila, que es lo que estaba intentando cuando se había tropezado. Asentí, se colgó de mi brazo y empezamos a infiltrarnos en la masa, diciendo cosas como a ver un momentito, dejen paso a esta señora que se ha lastimado, etc. No nos costó demasiado acceder a un espacio libre lineal, que se abría en el centro de la Puerta del Sol.  Y allí estuvimos un buen rato esperando. La señora cotorreaba todo el rato con datos que no me interesaban demasiado. Me habló de su familia, de que estaba jubilada, que no le iba mal en la vida, bienestar que atribuía a la intercesión del Cristo, al que era muy devota. Iba a identificarme como no creyente, pero pensé que para qué.

Por el espacio libre circulaban arriba y abajo policías municipales, voluntarios con chaleco amarillo, tipos con transmisores de radio, un gordo que no se podía ni abrochar el chaleco dirigiendo el cotarro. La espera fue interminable y no crean que no me entraron ganas de largarme, pero me sentía vagamente obligado a no dejar sola a aquella señora tan correcta y confiada. Además iba muy perfumada con un aroma agradable (si hay algo que no soporto es a los viejos que huelen mal). Por fin vimos venir el cortejo. Un par de motos de los municipales confirmando la anchura del espacio, una doble hilera de nazarenos con capirotes morados y grandes velones prendidos. Detrás, el Cristo, en mi opinión sin demasiado valor artístico. Tras él, una banda musical con uniformes entre macero y guardia civil del XVIII, arrancándose con un pasodoble bizarro y retrechero. Llevaban el paso a hombros y lo bailaban al son del pasodoble.

Dudo que haya un espectáculo más aburrido. Cada poco la comitiva se para y hay que esperar a que se ponga otra vez en marcha. Las cuadrillas de nazarenos están comandadas por un tipo vestido de la misma guisa, que todo el rato camina arriba y abajo, controlando cada detalle. Me acordé de un viejo chiste de mi infancia. En un momento dado, el comandante de los nazarenos descubre que uno de los cofrades lleva un lacito naranja en la punta del capirote y lo aborda escandalizado: –¡¡Hermano!! ¡¡Que lleva usted un lacito naranja!! –Claro que sí, señor –responde el otro impertérrito–, es que esta procesión dura toda la noche, luego viene mi mujer a traerme la cena y el año pasado se la dio al de detrás. Ese era el chiste. El personal aplaude determinadas músicas, la forma en que los costaleros levantan el catafalco después de cada parada, el baile de la imagen. Detrás del paso van una serie de personajes de paisano, uno de ellos, muy serio, llevando al hombro una escalera portátil de aluminio. Le pregunto a la señora si sabe para qué es y me dice que ni idea.

A continuación otra doble hilera interminable de nazarenos. En medio, monaguillos y monaguillas, todos sonrientes y sonrientas, unos esparciendo incienso, otros portando estandartes que, más que plateados, parecen forrados con envoltorios del chocolate. Hay algunos tipos con aire de fuerzas vivas franquistas y, en medio de ellos, el señor Pedro Corral, concejal del PP, que lo fuera de Cultura en tiempos de Ana Botella, periodista ocasional del ABC. Menos mal que no me ha reconocido, menudo papelón. Le pregunto a la señora si falta mucho y vuelve a enfatizar: –¡Hombre! ¡Falta la Virgen! Claro. No sé cómo he podido dudarlo. Al final, aparece por el fondo, la imagen de blanco sobre una pirámide de velas de tamaños menguantes. Muy vistosa en plena anochecida. Detrás otra banda, ésta vestida de civil y la ambulancia del SAMUR cerrando el cortejo con todas las luces al viento, pero sin sonido.

Le pregunté a la señora si vivía muy lejos. Me dijo que en Amor de Dios. Me quedaba de camino y ofrecí acompañarla. Aceptó al instante. Se cogió otra vez de mi brazo y caminamos cruzando la plaza de Santa Ana con sus terrazas repletas de gente. Cojeaba ligeramente y no cesaba de hablar, pero no voy a reproducir aquí lo que me contó. Las personas confiadas son mi debilidad. Yo podría haber sido un estafador de esos que se aprovechan de las personas mayores para desvalijarlas, pero por alguna razón aquella señora había visto algo en mi cara que le había hecho confiar en mí. Era de noche cuando llegamos a su portal. Con naturalidad me dijo que había hecho torrijas y que si quería podía invitarme a una, con una copita de Terry. Hice el gesto de que no, de ninguna manera, y enseguida añadió que, por supuesto, sin compromiso de ningún tipo. Entonces, con mi sonrisa más encantadora, le dije que en otra ocasión. Le di la mano y nos deseamos buenas noches. Caía ya un viento helado cuando tomé la calle Atocha en dirección a mi casa.

Una reflexión apresurada. Gabrielle tiene su encuentro casual con Johnny Depp y no se sabe si es una ensoñación. Yo también sueño con encuentros casuales con mujeres como Sally Hawkings o Charlotte Gainsbourg. Pero he de asumir que tengo la edad que tengo y que los únicos episodios casuales con los que puedo soñar corresponden a mujeres bastante más mayores. Aparte de que tampoco soy Johnny Depp. El encuentro con la señora de la procesión me dejó todo esto bien claro. Tal vez esa noche se acostó con la duda de si había sido un encuentro real o soñado. En la película Nosotros por la noche (Our souls at night, 2017), una octogenaria Jane Fonda hace realidad sus ensoñaciones llamando una noche a la puerta de su vecino, un no menos anciano Robert Redford. Lo que pasa después no se lo voy a contar. Bastará decir que Jane Fonda está guapísima. Buenas vacaciones.

5 comentarios:

  1. No me creo nada esa historia de la señora y la copita de Terry. Más bien creo que se le ha ido la pinza y ha entrado de lleno en los terrenos del realismo mágico.

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    1. Pues yo ni me lo creo ni me lo dejo de creer, me da igual, es una historia muy buena.

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    2. Queridos amigos anónimos, son ustedes libres de creerse o no lo que les venga en gana. Las cosas que suceden en la realidad, a veces son las más increíbles. A la vista de sus comentarios parece que he conseguido lo que quería. Me explico. Si yo me limito a contar los hechos, no habría duda ninguna. El prólogo con el vídeo de Charlotte Gainsbourg y la reflexión final, envuelven la historia en un sandwich nebuloso, que genera la incertidumbre. La larga introducción hablando de otras cosas también es intencionada; se trata de ir envolviendo al lector para pillarle luego desprevenido con una historia concreta.
      Todo está calculado en este blog, aunque parezca casual y espontáneo.
      Hala, ya me he tirado el rollo. Sólo me queda mandarles sendos abrazos.

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  2. En Cataluña los penitentes llevaban este año lacitos, pero no precisamente naranja ni en el capirote: amarillos y en las pecheras.

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    1. Sí, es una pena que Puigdemont esté en Alemania. Si no, podrían haberlo sacado en procesión.

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