sábado, 17 de marzo de 2018

713. Acerca del capitalismo

Llevo ya dos noches con el helicóptero en el cogote a cuenta de los disturbios en Lavapiés, que está, como quien dice, por el lado de estribor de mi casa, según estoy sentado escribiendo. Llueve finito, como en las tres últimas semanas, un tiempo gallego que me lubrica las membranas físicas y mentales, que llena los pantanos y limpia las calles del centro urbano de vómitos de borrachos, meadas de incívicos y cagadas de perro, además de espantar a los vocingleros nocturnos que con tiempo seco suelen entonar sus cánticos de madrugada al pie de mis ventanas. Vivir en el centro con tiempo lluvioso es una delicia. Ayer, por ejemplo, salí a las 7 en dirección a la calle del Pez-27, treinta minutos de trayecto a pie (y luego otros treinta de vuelta). No llevo nunca paraguas, sino capucha para protegerme la cabeza del chirimiri y los chaparrones ocasionales. Supongo que conocen el chiste del gallego: ¿entonces en su tierra están todo el tiempo con el calabobos? ¡Ay no señor, no! Allí no hay eso. Allí lo que tenemos es orballo. Como desvela Roberto Bolaño en El gaucho insufrible, en la Pampa profunda los abuelos suelen despedirse entre ellos con esta frase: que le llueva finito.

Bajo esa lluvia finita me llegué a la dirección reseñada, donde se sitúa la librería Cervantes y Compañía. Allí presentaba su primer libro de relatos mi amiga María José Beltrán. El libro se titula Lo llamaré frontera y no lo he leído todavía, obviamente, pero se lo recomiendo sin dudarlo. María José escribe una prosa profundamente poética, con presencia continua del reino vegetal, árboles, flores y plantas de todas clases en unos relatos evocadores, con un punto onírico, llenos de nostalgia y sensibilidad. Es una alegría que una colega consiga por fin publicar. María José tiene unos 50 años, dos hijos, es profesora de instituto y lleva la bondad y la benevolencia en su rostro. Nunca se le había ocurrido escribir hasta que hace unos años se quedó completamente sola un mes de julio entero, y se defendió de esa situación, que nunca había vivido antes, poniéndose a escribir cada día sin un objetivo específico.

A la vuelta de mi excursión literaria seguía el helicóptero en posición cenital sobre mi terraza, tal vez para vigilar que no se desatasen de nuevo las hostilidades. No quiero opinar sobre lo ocurrido en Lavapiés, un mantero que se muere de un infarto, un bulo difundido por las redes (me resisto a llamarlas sociales) y la llama de la ira que prende entre gente previamente cabreada por su situación de marginación. Con perdón de la comparación, es lo mismo que cuando en Afganistán o Pakistán, alguien difunde que, en un país lejano, han publicado unas caricaturas de Mahoma. Inmediatamente las calles se llenan de gentes indignadas que, aunque no han visto tales caricaturas, montan tremendo quilombo, frecuentemente con varios muertos. Aquí, como gracias a Dios estamos en otro nivel, no ha habido más muertos que el pobre mantero. Sólo una serie de vidrieras de banco y mobiliario urbano destrozados.

Me quedo sólo con la afirmación del Concejal del Distrito Centro: el mantero muerto es una víctima del capitalismo. Estoy de acuerdo (no esperarán que me ponga en contra de un miembro del equipo político que gobierna la institución que me da de comer). Pero me permito una matización: el mantero es una víctima del capitalismo, pero no es un caso excepcional. En realidad, todos somos víctimas del capitalismo. Y puedo decirlo después de haber estado en el corazón del monstruo: la feria MIPIM, de Cannes. No había acudido nunca a esta feria y creo que es algo que merece la pena hacer, al menos una vez en la vida, para entender lo que está pasando. Les cuento. Hace ya unos meses que Hélène Chartier nos dijo desde Nueva York que C40 había reservado un día en el MIPIM para presentar internacionalmente el programa Reinventing Cities. Y que era conveniente que Madrid estuviera representada allí. La presentación tenía dos partes, un acto con diversos alcaldes por la mañana y otra de altos cargos políticos por la tarde.

No puedo dar demasiados detalles al respecto (ya lo contaré todo, si viene al caso, cuando me jubile), pero, por resumir: en el acto de los Alcaldes no hubo nadie por parte de Madrid. Y en el de por la tarde estuve yo, al lado de los vicealcaldes de París y Milán y otros altos cargos de Oslo, Rejkyavik y Montreal. El acto de la tarde era a las 18.30 y nosotros (M. y yo) llegamos a la feria a las 13, así que tuvimos tiempo de pulular por allí y ver el ambiente. El MIPIM es la mayor feria inmobiliaria del mundo y dura una semana. La inscripción cuesta 1.900€ por persona. Nosotros conseguimos unas acreditaciones gratuitas para un solo día (si no, no venimos). Esa acreditación es un vale de entrada en el paraíso del capitalismo. En realidad, ya empezamos a pulsar el ambiente en el tren que nos llevó desde Niza, donde estábamos alojados. El vagón ya iba lleno de tipos encorbatados, con los mismos trajes azul-oscuro-casi-negro.

En la estación central de Cannes nos bajamos y seguimos al pelotón, no había posibilidad de perderse, la ciudad vive de estos saraos, como el Festival de Cine y otros similares. Con la acreditación al cuello, uno pasa las barreras de seguridad y accede al jardín del edén del capital. Hordas de tipos clónicos circulan por allí poniéndose ciegos a beber y comer (todo es gratis, siempre que hayas conseguido entrar). Abajo les pongo unas fotos para que comprueben que todo lo que les cuento es real, que no fue un mal sueño. El personal está casi en exclusiva compuesto por varones blancos con las señales que exteriorizan su pertenencia a la clase social más alta. Las mujeres no creo que alcancen el 20% de los asistentes. No sé si me van a creer, pero estuve por allí todo un día y no vi un solo negro y casi ningún asiático. Eso sí, los tipos son de todas las edades. Hay viejos y jovencitos, con los mismos trajes oscuros, porque esta es una clase endogámica en la que los hijos heredan los negocios.

También es fácil observar que todos se conocen, que vienen aquí año tras año, que están muy contentos y se dan grandes abrazos cuando se encuentran y se reconocen. Al parecer, hay otra gran feria mundial en Munich, pero es muy diferente. En Munich, los stands forman una cuadrícula perfecta y, si te dicen que el pabellón español está en la posición H-4, es muy sencillo encontrarlo. En Cannes, la distribución es latina, caótica, orgánica. Los stands se desparraman por el paseo marítimo formando un laberinto que incluye diversos yates gigantescos estibados en el muelle, que se alquilan para la feria. Por ejemplo, el pabellón de la República Checa, estaba en uno de esos yates. Hay diversas rutinas que se repiten año a año, por ejemplo, todo el mundo se va a comer al pabellón de Munich. Allí te pones en una primera cola para que te sirvan una salchicha bratwurst y un bretzel partido en dos y puesto a la plancha. Y en otra cola te dan una pinta de cerveza, pudiendo elegir entre lager o weiss beer.

Desde luego que hay salas de reuniones tranquilas y cuartos vips, en donde se cierran negocios y se establecen relaciones comerciales decisivas para los mortales como ustedes y yo. Y que hay diversos actos y conferencias interesantes que se anuncian debidamente y que justifican el venir a este lugar. Pero mi pálpito al ver el panorama interno es que eso son sólo excusas; que el verdadero objeto del sarao es lo otro, el entrar en ese mundo soñado, donde los capitalistas de las diferentes edades se encuentran en su salsa y disfrutan como gorrinos, en un entorno seguro en que la comida y la bebida son gratis y nadie impide que te pongas varias veces a la cola de las bratwurst, como observamos que hacía un gordo al que la camisa le sobresalía por fuera del pantalón azul-oscuro-casi-negro. Aquí las fotos prometidas.





La feria se cierra cada día a las 20.00 y el personal  se derrama por las calles de la ciudad, donde abarrota los restaurantes y bares hasta altas horas de la noche. He de precisar que el miércoles fue un día de sol en medio de una semana lluviosa, así que pudimos asistir al espectáculo más auténtico y fastuoso. En medio de este universo, cada pabellón es un mundillo cerrado con características propias. En el Spanish Cluster (así se llamaba) el 80% del espacio es de la Comunidad de Madrid, que muestra todo el tiempo imágenes de la Plaza Mayor, la Gran vía y otros lugares de la ciudad. Para esta gente Leganés, Getafe o Aranjuez no existen. Directamente compiten con nosotros, el Ayuntamiento, y por eso nos llevamos tan mal (otro día detallaré la hostilidad con la que fuimos recibidos).

El 20% restante se le deja a Murcia y Málaga, ciudades gobernadas también por el PP. Y aquí la fauna es diferente: habla sólo castellano y cultiva una imagen entre La Escopeta Nacional y un pijerío de barrio de Salamanca, con vestimentas sport, pelo planchado con brillantina, melenita haciendo una onda levantisca en el cuello y el típico aplomo machista cultivado en horas y horas de bares de la calle Serrano. Por aquí se movían hace años los de la Gurtel como peces en el agua. Y allí, en medio de territorio enemigo, plantamos nuestro roller de Reinventing Cities y nos pusimos a disposición del personal que estuviera interesado en saber algo del tema, prácticamente reducido a algunos arquitectos que, sin excepción, nos abordaban disculpándose y diciendo que no tenían nada que ver con semejante sarao.

Pero había otro pabellón español. ¿Adivinan cual? Sí, han acertado. El pabellón de Barcelona/Catalonia, el doble de grande y lujoso que el Spanish Cluster, atendido por gente de traje negro y lazo amarillo estentóreamente florecido en sus solapas. He de decir que me saludaron en español y fueron conmigo más amables y educados que los PPP (pijos peperos pedorros) que poblaban el Spanish Cluster. Hay muchas cosas que contar, que se quedan para otro día. Sólo reseñar que el acto de las 18.30 estuvo muy bien, que era necesario que alguien representara a Madrid en ese foro y que, para el blog, el resto de mi presencia en el MIPIM también fue aprovechable, como ven.

Les voy a dejar de regalo un vídeo musical. Hoy nos vamos al mundo del country. Una estrella naciente de ese universo es la rubia Holli Mosley. Aquí la tienen grabando su versión del histórico Who will the next fool be, Quién será el siguiente tonto, que compuso el gran Charlie Rich. La grabación tiene lugar en los también míticos estudios de Sam Phillips, en Memphis, Tenesse. Y toda la grabación es una delicia, los coros, el piano que maneja nada menos que un hijo de Charlie Rich, clavadito al padre, el punteo de un guitarrista veterano, reencarnación viviente del abuelo de Heidi. Todos arropan la sensacional voz de Holli en un momento único perfectamente recogido por varias cámaras y montado con toda delicadeza. Aquí se resumen varios de los conceptos comentados en posts anteriores, desde la exquisitez, hasta el poderío del mundo femenino, representado por una mujer que evidentemente no usa la talla 38. Sean buenos, pasen un gran fin de semana y que les llueva finito.



4 comentarios:

  1. Las fotos dan miedo, siempre pensé que los tiburones vestian un atuendo mas gris marengo y menos azul_oscuro_casi_negro

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    1. Pues ahora van de oscuro. Yo pensé que era negro, pero me dice mi hijo Kike que no, que es un azul oscuro-oscurísimo. Lo impresionante era la cantidad de elementos clónicos que había y lo bien que se lo estaban pasando. No hice fotos, y he bajado estas de Internet, aunque son de otros años, pero reflejan muy bien el ambiente, tal como yo lo percibí.

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  2. Siendo arquitecto y teniendo en cuenta que el MIPIM es un lugar donde se distribuye trabajo para que la profesión sobreviva, no parece muy oportuno que lo descalifique de esa manera.

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    1. Amigo, no sé quién es usted, pero así de primeras el cuerpo me pedía contestarle (eso sí, de forma amistosa) dándole las gracias por haber resuelto el enigma que plantea la canción: ¿Quién será el siguiente tonto?
      Pero no ando muy sobrado de lectores como para ponerme tan borde. Así que le mando un fuerte abrazo y le aclaro que no pretendo atacar a los arquitectos, un gremio al que me estoy acercando mucho en los últimos tiempos. Si algo puedo echarles en cara es que en cierta forma hayan caído en la trampa de venderse a determinados intereses, como los que se intuyen en ferias como el MIPIM. Pero lo están pagando muy caro y tienen toda mi solidaridad. Y las jóvenes hornadas están poniendo sobre el tablero posturas y propuestas mucho menos cerradas y endogámicas que las que a mí me repelían hace años. Tengo muchos amigos entre los jóvenes arquitectos, que tienen todo mi apoyo y mi amistad.

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