jueves, 5 de abril de 2018

718. En un mundo muy extraño

Raro
No digo diferente, digo raro
Ya no sé si el mundo está al revés
O soy yo el que está cabeza abajo

De una canción de Fito y los Fittipaldis

Leíamos la semana pasada parte de la letra del tema de Radiohead Creep. Desde luego que yo me he sentido en muchas situaciones un creep, un weirdo, un tipo raro y todo lo que dice la canción. Un inadaptado, en suma, con unas ganas enormes de echar a correr (hace una semana, la última vez, en una procesión). Fito insiste en el concepto: él también se siente raro y no sabe si el mundo está al revés, o es que él está cabeza abajo. Pues, miren por dónde, yo no he tenido nunca la menor duda al respecto. Yo no estoy cabeza abajo. Para nada. Es el entorno el que falla. Yo estoy de puta madre (la RAE recoge esta expresión en primera acepción como locución adjetival –equivalente a muy bueno/a– y en segundo lugar como locución adverbial –muy bien– que  es como la usa todo el rato Zidane).

Pues eso, que estoy de puta madre. Tras una semana de relax madrileño, aquí me tienen otra vez incorporado a la vorágine del día a día, sin margen para un aterrizaje más suave. El lunes tuve un montón de trabajo para ponerme al día, contestar el correo y tener un par de reuniones con posibles concursantes de Reinventing Cities. Acabé saliendo de la oficina a las 17.30, es decir, regalándoles media hora a los de Asuntos Internos. Corrí de vuelta a mi casa donde dediqué la tarde a terminarme el libro Mundo Extraño, que veríamos al día siguiente en mi club de lectura. Últimamente hago eso: termino los libros sobre la bocina. No es por dejadez, sino por falta de tiempo y para tenerlo más fresco el día del club. Les diré que, tanto el lunes como el martes, fui al trabajo en Metro. ¿Por qué? Pues porque le dejé el coche a mi hijo Kike, para que hiciera lo que él llama la mudanza y que ahora les explico en qué consiste.

Hace días que sabía que mi hijo se iba a París. No, no. No de vacaciones. Se va a vivir allí, porque le ha salido un trabajo de puta madre. Otro desmentido de eso que piensan algunos de mis lectores: que lo cuento todo. Pues esto no lo conté. Resulta que mi hijo, de navidades para acá, ha aplicado, como se dice ahora, a diversos puestos de trabajo, básicamente en Europa (Londres, Hamburgo, París y alguna ciudad española). Para conseguir el de París, tuvo que pasar un largo proceso de selección, que se hace mediante diversas pruebas, entrevistas y aportación de curriculum y datos, todo ello por Internet. La última fase, a la que llegaron dos, es ya una entrevista presencial. A mi hijo lo llamaron primero. Le mandaron un billete de avión de ida y vuelta. Llegó a la oficina en torno a las 12 del mediodía y directamente se fue a comer con todo el equipo. Tras la sobremesa accedió al despacho del jefazo (que no había comido con ellos) para la entrevista. Y se volvió. Le dijeron que ya le llamarían. Una semana después le comunicaron que habían decidido ni llamar al segundo, que el puesto era suyo.

Se pueden imaginar los saltos de alegría que di. Lo que pasa es que, en la apretada deriva del blog, no hubo hueco para comentarlo. Como saben, mi hijo vivía desde el verano pasado en un piso con dos compañeros. Ahora ha tenido que vaciar completamente su habitación, para dejarla libre. Así que supongo que ya se imaginan lo que supone para él el concepto la mudanza. El lunes me acosté con la casa convertida en trastero. El martes volví a utilizar el Metro para ir al trabajo. Terminé de ponerme al día y dediqué buena parte de la mañana a ayudar a mi jefa a preparar el sarao del día siguiente, que ya se cuenta cuando corresponda. Mi hijo volaba por la tarde, con un equipaje considerable y la idea era que lo cargase en el coche y viniera a recogerme a mi trabajo, que está al lado del aeropuerto. Así lo hicimos, nos dimos un abrazo a la puerta de la T-4 tras cargarlo todo en un carrito, y salí arreando para mi casa. Desde allí fui caminando hasta la calle Espíritu Santo, donde hacemos el club Billar de Letras.

La sesión de anteayer fue realmente uno de los días cumbre del desarrollo del club en este curso. Debatimos sobre el libro Mundo Extraño, en presencia del autor, José Ovejero, y el editor Juan Casamayor, director de Páginas de Espuma. Dos viejos conocidos.  Con José coincidí en Bruselas, donde vivía por entonces, en un club de lectura que se narró en el Post #24, publicado con el dylaniano título de El tiempo pasa despacio. Tenía entonces el pelo menos blanco y acababa de publicar un libro de poesía, que fue el que analizamos en el primer piso de un bar bruselense, frente a unas pintas de Leffe Blonde. En ese momento, trabajaba todavía como traductor simultáneo para diversos organismos europeos, ocupación que, me contó, dejo a mediados de 2013, para volverse a Madrid y dedicarse en exclusiva a la literatura.

Juan Casamayor es uno de los dos editores amigos que tengo (el otro es Darío Ochoa, de Automática), con los que he compartido talleres, Ferias del Libro, presentaciones y más de una discusión hasta las tantas en la barra de un bar. Nos dimos un abrazo y volvimos a hablar de la posibilidad de mandarle algunos textos que tengo, pero tendría que hacerles una corrección en serio, algo para lo que ahora no tengo tiempo. Por cierto, José Ovejero, me dijo que mi cara le sonaba vagamente, que recordaba la tertulia que compartimos en Bruselas pero que, si se hubiera cruzado conmigo en una calle, no me habría reconocido. Ya todos sentados, Ronaldo nos reveló que Juan había sido distinguido con el prestigioso Premio al Mérito Editorial de la última FIL de Guadalajara, celebrada en septiembre de 2017. Otra alegría enorme.

En cuanto al libro, pues es una colección de relatos muy en la temática de José Ovejero, un hombre que viste de negro y ha sido Premio Anagrama de Ensayo por La Ética de la Crueldad. La colección es muy variada. Ovejero, novelista, ensayista y poeta de amplio recorrido, regresa al mundo del relato corto haciendo gala de un oficio y una maestría extraordinarios. Es además un amante del rock, en especial del heavy metal, lo que se comprueba en el relato Orfeo en La Habana, creo que el que más me hizo disfrutar de todo el libro. En Papá es un perro, el narrador es un niño con amplios rasgos de autismo, que habla sobre su familia estándar. Hay algunos cuentos especialmente duros y crueles, pero sobre todos ellos sobrevuela una pluma exquisita y un sentido del humor (negro) muy peculiar. Es un libro que les recomiendo sin dudarlo. Aquí una imagen actual de José Ovejero.



El miércoles participé con mi jefa en un desayuno de trabajo presidido por el Coordinador de la Alcaldía Luis Cueto, con una serie de empresarios y representantes de la Banca, para promocionar el Reinventing Cities, un proyecto en el que necesitamos que se animen los inversores para formar equipo con los arquitectos y emprendedores sociales que ya se están movilizando y formando alianzas para concursar. Lo de desayuno de trabajo, se llama así porque se hace a media mañana, pero apenas había unas botellitas de agua de las pequeñas. No están los tiempos para mayores dispendios. El encuentro salió bien, aunque aún no sabemos hasta qué grado será productivo. Tengo pendiente contarles este asunto en detalle, pero todavía no es momento. La tarde del miércoles la tuve que dedicar a diversas compras y recados que no les voy a explicar aquí, mientras la señora de la limpieza se esforzaba en reconvertir el trastero en vivienda. Por la noche estaba muy cansado y además tenía que ver el episodio 5 de Fariña, así que no tuve  ni un rato para el blog.

Y esta mañana me he llevado una alegría adicional porque, por primera vez, hemos recibido un proyecto sólido para dos de las cuatro parcelas del Reinventing Cities. Hay movimiento en la ciudad pero, hasta ahora, no habíamos visto una propuesta cerrada y formalizada, aunque haya que completarla. Eso quiere decir que esta noche no tendré esa pesadilla recurrente que me hace despertarme sudando, convencido de que al final no se presentará nadie. Mi mundo es muy extraño, como ven, pero aun lo es más el que generan las noticias de la actualidad.

Que cualquier esposa odie a su suegra es normal. Lo que ya no lo es, es la ordinariez de meter el culo en medio para estropearle la foto con sus nietas. Eso nunca lo hubiera hecho un miembro nato de cualquier casa real. Esto es lo que le venía a decir a voces una señora gorda a otra, esta tarde mientras esperábamos en el paso de peatones en Atocha, perorando cargada de razón: –Ella no es la reina, el rey es él; ella es sólo la mujer del rey. Y remataba acalorada, levantando un dedo admonitor: –¡Que no es lo mismo, coñe! De la mala educación de la reina ya teníamos noticias con aquello del compiyogui, pero ahora se ha retratado, valga la paradoja. El otro tema de estos días es el del mastergate de la señá Cifuentes. Parece claro que pusieron a un becario a escribirlo a toda prisa, pero no ha colado. Aquí una imagen de las que circulan estos días por Whatsapp.


Pero yo quiero detenerme en otro asunto. El recluso Puigdemont parece que sigue mandando de cojones. Desde su celda ha dado la orden de quitar de en medio a Turull, para volver a proponer a Sànchez-con-acento-al-revés. Yo no tengo ninguna duda del origen de este cambio. El motivo son los pucheros a la puerta de la cárcel. Esa llorera le ha descubierto como ser humano, muy alejado del fanatismo que se le exige. Un fanático no llora. O, si lo hace, es por rabia. Pero el llanto de Turull no era de rabia. Era de desolación. Ya lo dije en el post correspondiente. En ese momento, este señor comprendía el tamaño del castigo que se le iba aplicar y me atrevo a aventurar que por su cerebro cruzaban pensamientos que ponían en cuestión toda su trayectoria anterior: ¿realmente nuestro envite merecía haber llegado hasta aquí? Por eso trataba de animarle su familia. Y su alter ego Rull que tal vez le decía: –venga hombre, arriba ese ánimo, que dentro de dos días estamos fuera y podemos volver a tirarnos pedos en libertad. Para un fanático, esto son gajes del oficio. Los etarras tenían manuales de cómo comportarse en estas situaciones. Imagino a Puigdemont proclamando a gritos (parafraseando lo que me decía a mí un jefe especialmente cruel que tuve, cuando le trasladaba alguna queja): A LA CARCEL SE VIENE LLORADO.

Dice José Ovejero que la crueldad es una postura ética, que sirve para denunciar la falsedad de los edulcorantes con que nos envuelven la realidad. Que la alegría y el optimismo son ropajes falsos. En fin, es una tesis respetable. Yo, mientras no me pase alguna putada gorda, no puedo permitirme la tristeza y el pesimismo. Creo que resultaría antiestético. Así que, como hemos empezado con Fito, les dejaré con la canción de la que forma parte la cita de cabeza. Es un tema que está bien, aunque es un ejemplo de cómo no saber terminar una canción a tiempo. A cambio, el vídeo es muy bonito: Blade Runner en Bilbao. Han de pinchar AQUÍ para verlo. Que sean felices, ustedes también.

(P.D. Mientras corregía este texto han soltado a Puigdemont, una muestra más de que vivimos en un mundo extraño. Yo ya dejé escrito que la rebelión y el componente violento estaban un poco cogidos por los pelos y que podía pasar esto. Una mala noticia, en cualquier caso, que nos aleja de la única solución posible del embrollo. A lo mejor ahora Turull rectifica y promete que ya no va a llorar más).

2 comentarios:

  1. En ese repaso apresurado de la actualidad de esta semana, se ha dejado usted el acontecimiento mediático de más repercusión (hasta la puesta en libertad de Puigdemont): el gol de chilena de Cristiano Ronaldo.

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    1. Pues sucedió lo siguiente. La sesión de Billar de Letras acabó a las 9.45 y fue tan intensa que yo volví a casa con una especie de aura, eso que te sucede cuando has intervenido en algo realmente grande y especial. Caminando caminando, pasé por un bar en el que daban el partido y vi que estaban 0-1. Tal vez otro día hubiera entrado a verlo, infiltrado como anónimo entre la peña de futboleros. Pero, entre el aura, que no quería perder, y que con ese resultado ya parecía todo resuelto, decidí pasar del tema. Cuando llegué a mi casa, el resultado era 0-3 y el Cretino Ronaldo había conseguido hacer la obra de arte que tanto tiempo llevaba intentando y ensayando.
      Me lo perdí, y es una muestra más de que el fútbol cada vez me interesa menos, teniendo en cuenta que mi Dépor se va a segunda de cabeza.

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