domingo, 15 de enero de 2017

600. Acerca de Trump y Reagan II

Me dicen amigos por detrás, que hay que ver qué benévolo soy con el señor Reagan, a quien todos atribuyen una especie de maldad primigenia, en el origen de todas nuestras desventuras económicas, a pachas con la señora de Thatcher. Supongo que tienen su parte de razón. Lo que pasa es que la culpabilidad de estos dos estadistas en la generalización de las políticas de desregulación económica que están en el origen de la crisis que brotó en 2008, es algo admitido de forma universal, y a mí ya saben que me gusta ir a la contra. Tengo un hándicap en esto: soy un ignorante en cuestiones de macroeconomía, a pesar de que me esfuerzo en aprender sobre el asunto, pero es algo lo suficientemente complejo como para que, en dos días, no puedas avanzar mucho. En los ochenta, recuerdo una entrevista con el gran Julio Cortázar, en la que confesaba su incapacidad para odiar a nadie y, tras una pequeña pausa de duda, añadía: –Bueno, excepto a Ronald Reagan.

En realidad, a mí lo que me molesta es que se le compare con Trump, porque yo creo que éste último es más perverso y peligroso, además de muy tonto (líbrame Dios de los tontos, que de los malos ya me defiendo yo). Tal vez por eso me ha salido una vena permisiva y compadre con la figura de Reagan, para exagerar aun más el contraste. Aunque sea un ignorante en temas de política económica, tengo claras algunas cuestiones generales. Una de ellas es que el gran capitalismo, cuando se desata, es imparable. A finales del XIX, con la gran revolución tecnológica, el capitalismo empezó a crecer de manera cancerígena, como una hidra que todo lo fagocita. Y ese crecimiento anormal estuvo en el origen del crash del 29. Para solucionar la crisis, el presidente Roosevelt estableció un marco normativo rígido que evitara los excesos anteriores. Ese marco estaba compuesto por una mezcla de medidas de corte derechista, con otras de tipo socialdemócrata. Y ese contexto es el que propició el gran avance del mundo en las décadas posteriores, en las que la Humanidad, superada la Guerra Mundial, progresó como nunca lo había hecho.

El capitalismo, regulado por unas normas estrictas que garanticen la igualdad de oportunidades para todas las empresas, puede ser una máquina perfecta. Pero las grandes empresas prefieren que esas normas se flexibilicen, lo que les permite mayores márgenes de beneficio y comerse con patatas a las pequeñas. En los 80 hubo un movimiento universal por la desregulación. Las grandes fortunas se quejaban de la cantidad de normas que regulaban sus operaciones, que se habían convertido en un incómodo corsé. Y Reagan y la señora de Thatcher se convirtieron en los arietes de ese movimiento. Pero estoy convencido de que, si hubiera habido otras personas al mando de sus respectivos países, hubieran hecho lo mismo. De hecho, en USA las primeras medidas en ese sentido fueron aprobadas por la administración Carter (en España, la reforma constitucional impuesta por los poderes económicos internacionales fue también aprobada en tiempos de Zapatero, antes de que llegara Rajoy).

Cuando el poder económico se empeña en conseguir una regulación más favorable, lo consigue, porque tiene los suficientes medios de coacción como para hacerlo y los políticos de los últimos años son todos unos mandiles o unos corruptos. A mí me tocó ver, salvando las distancias, cómo el planeamiento de la ciudad de Madrid incluía la puesta en mercado de todo el sureste del término municipal, ese que ahora está parado por la crisis. Eran los tiempos de la burbuja y al planificador que no incluyera ese crecimiento, le cortaban (administrativamente hablando) los cojones en dos días. El Plan de 1997 se empezó en 1992 con esa condición. Pero es que antes hubo un Avance que se aprobó en 1990, con el mismo crecimiento. El primero era propiciado por el CDS de Sahagún y el segundo por el PP, pero daba igual. Si llega a estar el PSOE al frente del Ayuntamiento, su planificación no hubiera sido muy diferente.

Por otro lado, es muy raro que dos personas de tan distinta extracción y preparación como Reagan y la señora de Thachter adoptaran medidas similares. En realidad, fue el gran capital multinacional el que consiguió el todo vale que quería, volviendo a la situación previa a 1929, con los riesgos consiguientes. Desde luego que no pensaban en que llegara una crisis tan profunda como la desatada en 2008, pero ese era un riesgo cierto que, sin las medidas de desregulación, se hubiera minimizado. Reagan llegó al poder en medio de una crisis económica caracterizada por la alta inflación (¿recuerdan los tipos de interés al 17%?) y el nivel de desempleo. Además, el gasto público crecía cada año de forma imparable. Reagan, según lo que le dictaron los asesores económicos, redujo el gasto público, bajó los impuestos (¿recuerdan a Zapatero proclamando: bajar los impuestos es de izquierdas?) y flexibilizó el mercado. Con todo esto logró reducir la inflación.

La crisis heredada continuó a lo largo de su primer año de mandato, los indicadores sólo empezaron a mejorar en el segundo (como sucedió con los recortes de Rajoy). No obstante, la popularidad del presidente no se había resentido demasiado, precisamente por el atentado  sufrido y su forma de encajarlo. Hay que decir que su forma de bajar los impuestos favoreció claramente a los más ricos. Pero lo cierto es que las grandes cifras económicas empezaron a remontar y la popularidad de Reagan se disparó. A ello contribuyó también su buena salud y la forma en que se recuperó de sus heridas en el atentado. Por su parte, a la señora de Thatcher (supongo que ya saben que su nombre de soltera era Margaret Roberts), se la suele asociar con medidas similares a las de Reagan, pero lo de la dama llamada de hierro fue mucho más heavy. Esta señora arrasó a los sindicatos, a los mineros, a los terroristas del IRA (huelguistas de hambre incluidos) y a los argentinos en las Malvinas. Esta mujer era una bestia parda.

Volviendo a Reagan, en los últimos años de su primer mandato, se embarcó en el proyecto de escudo de misiles que todo el mundo se tomó como un disparate, bautizándolo como La Guerra de las Galaxias. Todo el mundo, menos los rusos, que emprendieron un proyecto simétrico que llevó a la URSS a la quiebra económica y política, y el pueblo llano de los Estados Unidos, que votó la reelección de Reagan en 1985 de forma aplastante. Reagan ganó en 49 de los 50 estados, algo nunca visto en USA. Respecto al escudo antimisiles, ya se ha comentado en este blog la tesis que se defiende en la película El caso Farewell (2009), film que aprovecho para volverles a recomendar. Según la novela en que está basada esta película, el espionaje americano se hizo con la lista completa de espías rusos que operaban en su territorio. En vez de detenerlos, lo que se hizo fue suministrarles una información falsa, que magnificaba el volumen y alcance del escudo antimisiles. El anciano Brezhnev se tragó el anzuelo, infló el presupuesto de defensa hasta límites intolerables y precipitó la caída de la URSS.

Está generalmente admitido que ése fue precisamente el movimiento que provocó la caída del mundo soviético. Pero la mayoría de los analistas sostienen que a Reagan, hombre simple al fin y al cabo, la jugada le salió de casualidad. En cambio, la película que les digo mantiene que Reagan jugó de farol adrede, con su astucia proverbial. Como suelo decirles, que cada uno se crea lo que quiera. Lo único que pretendo con estos textos es rebatir la teoría de que Trump es similar a Reagan. Yo creo que son muy diferentes. A mí Trump me da mucho más miedo, aunque confío en que su partido le ate corto de alguna forma. Veremos por dónde tira la cosa.

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