miércoles, 4 de enero de 2017

596. Sobre muertos y libros

Si Sábato tituló su mejor novela Sobre héroes y tumbas, no veo por qué no habría yo de titular mi post como me dé la gana. Se trata de completar mi resumen del año que se fue, con lo habitual en estos casos: la lista de los que fallecieron a lo largo del año, los libros leídos, los hitos culturales más relevantes. Se han publicado ya tantas listas en los media que no voy a sacar una nueva. Sólo matizar algunas cosas. En el mundo del rock, tres gigantes: Bowie, Prince y Cohen. A Bowie le dediqué nada menos que tres textos y a Cohen medio, pero emotivo y sentido. Tal vez no le hice justicia a Prince, cuyo triste y prematuro final me pareció muy deprimente, en contraste con los de Bowie y Cohen, que murieron tranquilos y en plenitud creativa. Ya sé que no hay una relación matemática biunívoca entre ambas cosas, pero Bowie y Cohen eran dos personas muy cultas y formadas, mientras que Prince era un ignorante en muchos aspectos de la vida, que llegó a donde llegó por su componente genial (de esto del genio y el talento hablaremos otro día en profundidad).

En realidad, cuando se muere alguien a quien aprecio, suelo dedicarle un post, incluso varios. Por eso no me gusta eso de hacer el obituario de fin de año. Podría decir aquí que en la lista de finados se han olvidado de mi querido Fermín Bouza, pero sería exagerado; soy consciente de que se trataba de una figura sin una gran relevancia pública, en un mundo en el que, por el contrario, se encumbra a personajes como Belén Esteban, o Juan Gabriel, a quien todos los medios incluyen en la lista de los que pasaron a mejor vida. Pero es que, además, la tentación de hacer cada fin de año una lista de fallecidos ilustres, tiene el mismo peligro que la tontuna de un concejal bastante odioso, al que tuve por jefe muchos años, que les cuento a continuación.

Este imbécil, con ocasión de una ceremonia que no recuerdo, en la que hubo de reunirse con todos los jefes técnicos y jurídicos del urbanismo municipal, se puso estupendo y quiso hacer un alarde de memoria, agradeciéndonos a todos los presentes nuestro esfuerzo específico dentro de la pirámide jerárquica. Algo así: …y ya sé que puedo contar con los excelentes informes de Menganito, con las rápidas resoluciones de Zutanita, con que Emilio recibe perfectamente a cada delegación extranjera (por decir algo; en esos tiempos tenía a mi cargo otras responsabilidades). Al final levantó su copa de champán y brindamos. Todo muy bonito. Salvo un pequeño detalle. En su enumeración, se olvidó de una persona que estaba presente, una señora algo insegura, con problemas de autoestima, que se olía que pronto la iban a cesar y que, a partir de ese día, ya no levantó cabeza, consciente de que todos nos habíamos percatado del lapsus. Menos el idiota que lo tuvo.

Ahora les reto a que busquen en todas las listas de fallecidos publicadas en este fin de año. ¿Encuentran en alguna parte a Leon Russell? No, ¿verdad? De acuerdo, no era un rocker de la talla de los tres grandes arriba citados. Pero era un músico superlativo, excelente pianista, gran compositor, cantante limitado y persona que huía de los focos y las candilejas, pertrechado detrás de su melena infinita, que le resguardaba del mundo exterior, siempre visto como hostil por este tímido incurable. Leon era un okie, como J.J.Cale, es decir unos de los estupendos músicos de Oklahoma que emigraron en los 70 a California para ganarse la vida tocando en los garitos nocturnos, de donde fueron sacados y encumbrados por la industria del disco. En la era de las grandes reuniones de músicos de primera línea para conciertos solidarios, su piano no faltaba nunca. El gran Leon murió tres días después de Leonard Cohen y, tal vez, por eso su estrella se vio apagada por el cercano fulgor de la desaparición de un gigante. Como nadie se ha acordado de él, pues vamos a poner aquí una de sus composiciones más memorables.



Esta maravilla, titulada A song for you, se hizo muy popular en la (potente) voz del gran Ray Charles, lo que le supuso al bueno de Leon una buena cantidad de royalties. Él prefería que otros cantaran sus composiciones. Le gustaba mantenerse en segundo plano y apenas esbozaba una media sonrisa, cuando en los macroconciertos presentaban a los músicos, sonaba su nombre y la cámara lo enfocaba. Descansa en paz, querido Leon. Allá donde te encuentres, seguro que estás improvisando alguna jam session con J.J y algún otro amigo.

Dejemos en paz a los muertos y hablemos de libros. Entre mis lecturas del año que termina, algunas me gustaron tanto que les dediqué textos exclusivos o parte de otros. Entre ellas están El impostor, de Javier Cercas, o la excelente e inquietante Cirkus Columbia, del croata Ivica Djikic. Me atrevo a recomendarles su lectura, sin miedo a decepcionarles. Más prevención me dan Lulú de Mircea Cartarescu, excelente también, pero críptica y difícil, o Exodo de Dj Stalingrad, retrato auténtico de un mundo violento, más valiosa como testimonio que por su valor literario. Dos amigos míos han logrado publicar: ya les hablé de Calles alquiladas, de Eduardo Waisman, colección de microrrelatos bastante agradable de leer y con algunos muy buenos. El otro es La Casa y la Isla, de Ronaldo Menéndez, un libro muy vendido actualmente, que se merece párrafo aparte.

La Casa y la Isla creo que es uno de los libros más interesantes que he leído este año. Es, por un lado un testimonio de la Cuba castrista escrito desde dentro, en donde está todo: la locura de la revolución eterna y el hombre nuevo, el puritanismo y la homofobia, el amiguismo y los privilegios de la clase dirigente, la vagancia y la molicie inherentes a un sistema que no prima el sobreesfuerzo, el calor, el sudor y el sexo típicos de las tierras tropicales, el vudú y los marielitos, la guerra de Angola, la antesala del período especial, la música y la creatividad del pueblo cubano, la picaresca y el ingenio que se dan para sobrevivir en las peores condiciones y, desde luego, el humor impagable de las buenas gentes de esa tierra tan querida y tan cercana a nuestra cultura.

En ese fondo se mueven tres personajes, cuyo encierro en una casa simboliza la isla dentro de la isla. El libro se estructura (excepto un prólogo y un epílogo) en dos grandes bloques, a modo de flash-backs, que explican la trayectoria vital de dos de estos personajes (Anabela y Montalbán), hasta llegar a la casa en la que se reúnen con el tercero (Rebeca). En concreto, la parte de Anabela resulta extraordinaria, y el resto no desmerece. La historia se enrevesa por vericuetos llenos de sorpresas, hasta encajar en un puzle perfecto. Ronaldo Menéndez maneja el lenguaje con una maestría que te deja boquiabierto y que suministra el vehículo por el que fluyen emociones y sentimientos, en una novela escrita con el corazón. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la lectura de un libro (me lo he devorado en una semana).

Y me queda hablar de Alí y Nino, la novela a la que dediqué el Post #569. Como tal vez recuerden, se trata de la mejor novela de la literatura de Azerbaijan. Me gustó tanto este libro que he regalado varios por Navidad y no he encontrado a nadie que no le guste. Es éste otro caso de historia maravillosa, en la que, como telón de fondo, se explica la situación geográfica y la historia de unas tierras que, hoy en día, mantienen intacta la problemática de conflicto de razas, religiones y culturas. En concreto, Azerbaijan, Georgia y Armenia. He comprobado que algunas agencias de viajes alternativas tienen en su oferta un periplo por los tres países y no descarto apuntarme en un futuro no muy lejano. En concreto, Azerbaijan es un país poblado por musulmanes de la tendencia chií, con una marcada tendencia sufí, como sabrán, lo más alejado del extremismo del IS. Es decir, es una cultura en la que prima el disfrute de la vida y los placeres, apoyada en la gran bolsa de petróleo sobre la que se asientan. Les dejo como despedida el video de la danza que improvisan los asistentes a una boda reciente. Sobran los comentarios.



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