viernes, 16 de septiembre de 2016

555. Holgazaneando por Piter I

Bueno, para que no me tachen de presumido políglota insufrible, esta vez se lo he puesto en español. Holgazanear es el equivalente al hanging ‘round ingles y al flâner francés. Es decir, vagar sin rumbo por las calles de una ciudad, una de las actividades que más me gustan, tanto solo como en buena compañía, sobre todo si la ciudad es grande, desconocida y tan impresionante como San Petersburgo. Escribo ya el jueves, tras finalizar el congreso, porque, desde el martes por la mañana, en que entré en modo congresista, apenas he tenido un rato para dedicarlo a escribir un poco en el blog. Algún rato libre sí he tenido, pero estaba tan cansado que lo único que me apetecía era tirarme en la cama del hotel. 

Por si quieren cotillear en la Web del congreso, les pongo la dirección: www.acuus2016.ru. Es un formato de congreso nuevo para mí, puesto que empezó el lunes con un paquete de seminarios, en los que algunos participantes provenientes de diferentes universidades, impartían clases o conferencias a los estudiantes o técnicos que se hubieran inscrito para ello. Yo no estaba incluido y dispuse de un día adicional para enredar por la ciudad, tal como había hecho ya el domingo. Así que paso a contarles algo de mis recorridos en esos dos días. El domingo, día 10, me levanté pronto, tras dormir como un bendito, a pesar de carecer de  somnífero, pijama y cepillo de dientes. Antes de bajar a desayunar, aproveché para empezar a escribir mi post anterior. Luego me duché y me puse la ropa del día de antes.

Tras un magro desayuno en el salón amarillo, me acerqué a recepción y les pedí que llamaran al aeropuerto para saber qué pasaba con mi maleta. La chica me trasladó desolada la respuesta que había recibido. La maleta estaba ya en el aeropuerto de Piter y, por tanto, me la traerían al hotel antes de las 10 pm. Alucinado, pregunté: –¿No serán las 10 am? No. Había escuchado bien. Debí de poner tal cara de cabreo que la chica me aclaró que antes de las 10 pm podían ser las 4 de la tarde o dentro de un rato. OK, querida. Conozco el concepto de la locución prepositiva “antes de”. En cambio, estos rusos parecen ignorar el significado de la locución adverbial “por tanto”. Vamos, digo yo. Bien. Podía quedarme todo el día en el hotel lamentándome y añorando mi maleta. Pero ya saben que ese no es mi estilo. Lo hice el sábado por la tarde porque estaba agotado tras un largo día iniciado a las 4 de la mañana en Madrid.

Había que moverse. No tenía la ropa adecuada, pero sí tenía un paraguas, que traía en el equipaje de mano, previendo la circunstancia de que no hubiera venido nadie a recogerme al aeropuerto. Pregunté más cosas a la chica de recepción y me enteré de que en Piter las tiendas abren los domingos con idéntico horario que cualquier otro día. Y que había un shopping mall a 20 minutos andando hacia la derecha. Pero tenía que esperar, porque no abría hasta las 10. Así que subí a la habitación e hice tiempo escribiendo otro poco del post que tenía a medias, que llené de maldiciones y párrafos irritados y negativos. Después salí al exterior. No hacía demasiado frío, pero llovía a mares y el viento me dio la vuelta al paraguas un par de veces. Pero ya saben que para un coruñés la lluvia no es un ítem a tener en cuenta.

Encontré el shopping mal, que estaba casi vacío y allí me compré lo siguiente. Una chaqueta de lana con cremallera estilo entre tártaro y canadiense. Cepillo y crema de dientes, cuchilla y espuma de afeitar. Y un cargador para el móvil, que estaba casi a cero. Y me volví al hotel tan contento. Ya con mi chaqueta de lana y el paraguas, volví a salir, esta vez hacia la izquierda, en busca de la estación de Metro Primorskaya, a unos 30 minutos caminando. Este Metro es la cabecera de la línea 3 y está en una zona muy concurrida de la isla Vasilyevskiy. En un banco cercano cambié 50 euros en rublos. Por cierto que han de saber que el nombre correcto en ruso es rubl en singular y rubli en plural. Los rusos se ríen al respecto diciendo que eso de rublo se debe a que ciertos extranjeros son incapaces de pronunciar rubl. No es mi caso; miren: rubl.

El Metro es un alucine. Es el Metro más profundo del mundo: 110 metros, que se bajan en unas escaleras mecánicas, en baterías de tres, separadas por unas hileras de lámparas cilíndricas que iluminan el espacio. La del medio suplementa alternativamente la dirección más necesitada de apoyo o está parada. No hay otras escaleras y se tarda mucho en llegar, aunque van rápido. Hay tipos que se sientan, niños llorones que se quedan dormidos y gente que casi tendría tiempo de leerse uno de mis posts más desmesurados. Yo me entretuve mirando a las chicas que subían por la escalera opuesta, a cual más guapa. La red de Metro está bien señalizada, en ruso y en inglés, y es sencilla de usar. A cambio de 35 rubli (algo menos de 50 céntimos de euro), te dan una ficha dorada con la M de Metro, que has de introducir en una ranura, lo que te abre el torno.

Dos paradas de la línea 3 más allá, me bajé en Gostini Dvor, en pleno centro. Enseguida llamó mi atención el grupo de cúpulas que forman la iglesia ortodoxa de San Salvador de la Sangre Derramada, quizá el monumento más visitado de Piter. Pagué 250 rubli por entrar a verla, pero merece la pena. Abajo les pongo algunas imágenes. Luego me di una vuelta por el contiguo parque Mijailovsky y salí a la plaza del Museo Ruso. Cruzando en diagonal me incorporé a la Nevsky Prospect, la calle principal de la ciudad. Cuando estudiaba arquitectura, todos los colegas hablábamos con reverencia de la Perspectiva Nevsky; el que no la conociera, enseguida era catalogado de poco engagé. Sin embargo, esa denominación no era sino una pésima traducción, porque prospect en ruso es sencillamente una avenida. En cuanto a Alexander Nevsky, personaje clave de la historia de Piter, pues si tienen curiosidad por saber quién era, mírenlo en la Wikipedia, que no se lo voy a dar todo mascado.

La avenida tiene cuatro carriles de tráfico por sentido, además de unas aceras amplias llenas de gente (había dejado de llover). Caminé por allí un rato y me llamaron la atención los Almacenes Eliseus, un edificio art deco precioso, que alberga una tienda de delicatesen y donde se puede tomar un té con uno de sus deliciosos bollitos o pasteles. Decidí seguir para no perder el hambre de mediodía. Desde el Neva, la parte continental de la ciudad está surcada por tres canales paralelos, más o menos semicirculares, que salen y llegan al río. Algo similar a los de Ámsterdam. La Avenida Nevsky los va cruzando con puentes monumentales. Nada más cruzar el tercero, que se llama el Fontanka, localicé un restaurante con buen aspecto. Me senté en la terraza exterior, en la que tienen mantas por si acaso, pero no tuve que usarlas porque estaba saliendo el sol. Allí me obsequié con un trozo de salmón a la parrilla con arroz basmati y una cerveza checa de medio litro.

De vuelta por la Avenida, me desvié bordeando los almacenes Gostini Dvor, para darme una vuelta por el entorno de la plaza Senaya. Para ello tuve que atravesar un gigantesco rastro, en donde uno se siente como en un zoco turco. Allí te venden de todo, desde bragas, hasta especias, pasando por todos los perfumes de moda falsificados, igual que la ropa de las mejores marcas. El mercadillo es como una especie de pulpo que todo lo invade, calles, patios, bajos de los edificios, varios mercados con cubiertas a dos aguas. Huele a fritanga y hay músicas rusas y de tipo árabe-balcánico. A veces los tramos están tan apretados que casi no se puede pasar. Pero no hay carteristas, porque nadie se imagina que un turista se vaya a meter allí. En cuanto a la plaza Senaya, es un lugar lleno de actividad, con una estación de Metro con cuatro o cinco salidas, diversos kioscos, venta de flores y melones enormes y mucho personal circulando por allí. Como en todas las plazas y parques de Piter, hay unos aseos públicos, con una señora mayor con delantal en el centro, a la que se pagan 20 rubli por el uso.

Desde allí corté por la calle Grivsova, tomé el lateral del canal Grivoiedova, que es el intermedio, y regresé a la Nevsky, para volver a la estación de Metro en donde me había bajado. San Petersburgo, al menos en tarde de domingo soleada, es una ciudad bulliciosa, llena de personal de todas las edades y condiciones. Se ven abuelos nostálgicos de la Unión Soviética, grupos de chicas guapísimas, jóvenes neopunks, currantes callejeros y vagabundos hechos polvo. Y mucho gorraplato de permiso. Yo no he visto en ninguna parte gorras como las de los militares y policías rusos. Eso, más que platos, son ensaladeras. Además, con los vientos helados que corren por estas tierras, deben de tener un sistema de sujeción potente para que no se te vuelen. En los tiempos del soviet, si te pillaba una ráfaga y te mandaba la gorra al Neva, seguro que te deportaban al Gulag. Dentro de los gorraplatos hay una subespecie destacada: los popeyes, que parecen recién desembarcados del acorazado Potemkin.

Bueno voy a cortar, que esto se está alargando. Queda decir que volví en el Metro, que caminé mis treinta minutos al hotel bajo una ligera llovizna y que allí me estaba esperando mi querida maleta. Casi me pongo a darle besos. Subí a la habitación, pero le habían puesto un cierre hermético en el punto donde se unen las cremalleras, de esos de plástico con los que esposan ahora a los detenidos en determinados países. Necesitaba unas tijeras, pero las tenía dentro. Así que tuve que volver a salir en dirección a la recepción. De un cuarto lateral me salió un pirracas como el que me pretendía hacer el visado. Le dije en inglés que si me prestaba unas tijeras y me contestó que no tenía (ay, cómo le crecía la nariz). Llegamos juntos al ascensor y le di para bajar. Entonces el pirracas le dio al botón del piso 10. No sé por qué extraño mecanismo, el ascensor se puso a subir en vez de bajar.

El tipo pareció sobresaltarse y enseguida se disculpó: –Lo siento, no sé por qué sube. –Pues sube porque usted le ha dado al 10, coño, y, si quería bajar, no sé porque ha tenido que tocar ese botón. Y, ¿sabe que le digo? Que estoy seguro de que tiene unas tijeras en su cuarto, lo que pasa es que no me las ha querido dar. El tipo se arrugó visiblemente ante mi bronca: –Le juro que no tengo tijeras. –¿Ah no? ¿Entonces como hace para recortarse el bigote? –Lo siento, sólo me lo arreglo una vez cada quince días… Entonces me dio la risa, le pedí disculpas, le dije que estaba nervioso porque llevaba un día sin maleta y a mí sí me gustaba lavarme todos los días. Abajo me prestaron las ansiadas tijeras y pude cortar el prtecinto, subir de nuevo, colocar mis cosas y descansar un rato hasta que bajé a cenar en el bar de la noche anterior. Esta vez me incliné por el rosbif.

En fin, uno puede decir que empieza a dominar un idioma cuando es capaz de echar una bronca (aunque sea injusta). Les dejo con las fotos prometidas.


Una vista del hotel desde el exterior


La bajada al Metro


San Salvador de la Sangre Derramada


El inevitable selfie ante al monumento.


Exterior de los Almacenes Eliseus


Interior de la cafetería de los Almacenes Eliseus


Una muestra de la llamada arquitectura cubista en la Nevsky Prospect.

No hay comentarios:

Publicar un comentario