viernes, 15 de abril de 2016

494. Mis actividades offshore

¡Sorpresa! Fui a la consulta del doctor Gárate este martes con la vaga esperanza de que me dieran el alta o al menos me anunciaran para cuando está previsto dármela. Pues nada de eso. El eminente cirujano me comunicó que, de momento, me prolonga la baja hasta el 10 de mayo, y luego ya veremos. Estuve a punto de hacerle la ola o ponerme a bailar el Funk for your ass, pero me contuve. Lo que no pude disimular es una cierta sorpresa desconfiada: ¿quiere eso decir que mi recuperación no va bien? –le pregunté. Su respuesta: ni sí ni no. Simplemente, no han pasado ni dos meses desde su operación; como le dije, el callo de fractura tarda tres en cerrarse por completo, por ahora parece que va bien, pero yo soy quien ha de firmar su alta y no puedo garantizar aun que no vayan a surgir complicaciones en el tercer mes del proceso. Me parece más pertinente que continúe usted con su rehabilitación programada, en la que, según los informes, progresa normalmente, y el día 10 de mayo vuelve por aquí, le miramos otra vez y decidimos.

Maravilloso. Otro mes de anticipo de jubilación. Cierto que no puedo hacer deporte. Que no puedo conducir porque, al menor roce con otro vehículo, estaría sin cubrir por mi seguro, aun en el caso de que el otro me diera por detrás, y tendría que pagar de mi bolsillo los desperfectos de ambos. Y que tampoco puedo viajar, porque no puedo faltar a mis sesiones de rehab, nooo, nooo, no. De lunes a viernes. Pero puedo hacer un montón de cosas sin salir de la ciudad, que es el hábitat natural de un urbanita como yo. Entre ellas, atender a algunas de las delegaciones extranjeras que visitan Madrid, y a las que acompaño al parque Madrid Río, o les suelto conferencias esporádicas en inglés, francés o español. Así que estoy en la situación ideal: hago vida de jubilado, me pagan como a un activo, y encima me sigo encargando de la parte de mi trabajo cotidiano que más me divierte. El resto, la parte coñazo, puede esperar a que disponga del alta médica. Como dice mi amigo X, estoy de baja para mis ocupaciones normales, pero de alta para las actividades offshore: sólo me falta abrir una oficina en Panamá.

Por ejemplo, la semana pasada tuve una actividad frenética que les detallo. Cada día he de levantarme a las 8.00, para desayunar tranquilamente, tomar mis medicinas, ducharme, vestirme y caminar media hora hasta Legazpi, en donde he de estar a las 10.15 para mi sesión diaria de rehab. Nada adicional que reseñar el lunes. El martes, quedé a comer con los directores de la antigua Oficina Municipal del Plan, que fueron mis jefes entre 1992 y 1996 y con quienes mantengo una antigua y entrañable amistad. Mi amigo X y yo comemos con ellos de vez en cuando, rememoramos los tiempos de gloria, hacemos muchas risas y prolongamos la sobremesa todo lo que podemos. El miércoles terminé la rehab y crucé hacia la Junta de Arganzuela para encontrarme con la Coordinadora de Cultura de Sao Paulo, a quien mostré mi presentación sobre Madrid Río y luego dimos una vuelta por el parque, en compañía de un colega de Relaciones Internacionales que la escoltaba todo el tiempo. Resultó ser una mujer muy agradable y lista. Al acabar la visita, ella y el colega se marcharon en unas bicicletas del BiciMad, en dirección a Cibeles, en donde continuaba su programa de actividades. En esta etapa no les pude acompañar, dada mi situación de minusvalía física. Pero, antes de despedirnos, le pedí al colega que nos hiciera  una foto, que les pongo aquí abajo.  


Como pueden comprobar, la funcionalidad de mi brazo izquierdo está bastante recuperada, al menos para las actividades esenciales. Me dice una amiga, que hace años sufrió una fractura similar a la mía, que una mujer no puede considerarse del todo recuperada hasta que es capaz de abrocharse el sujetador por si misma sin ayudas. Y no vale el truco que emplean las gordas de abrochárselo por delante y luego darle toda la vuelta. Como yo no soy transexual (travelo, que dicen en mi tierra), no tengo sujetadores, pero creo que, ahora mismo sería incapaz de abrochármelo (no me falta mucho). Cuando yo llegué a Madrid, en 1968, una de las novatadas que, según me contaron, obligaban a hacer en algunos Colegios Mayores, consistía en comprar un melón, ir a una tienda de lencería, pedir un sujetador y, ante la pregunta habitual de la dependienta (¿de qué talla?), mostrar el melón. Yo nunca tuve que sufrir cosas de ese tipo, en mi caso la cosa se limitó a un examen de novatos y dar una conferencia sobre un tema de mi elección. Salí airoso de ambos trámites (mi conferencia fue sobre la guerra de Vietnam).

Llegamos al jueves. El día de la visita de 250 miembros del Club des Clubs Immobiliers de Francia, que llevábamos preparando desde antes de Navidad. El día antes, avisé en el gimnasio que adelantaría mi sesión a las 8.00 (la hora a la que abren), para poder atender a los franceses. A las 9.15 cogí un autobús 45 hasta Cibeles y allí esperé la llegada de los franceses. Se trata de un grupo de promotores, constructores, gestores, arquitectos, ingenieros y cualquiera que tenga que ver con la construcción. Son una asociación pudiente, hasta el punto que fletaban un charter propio para los viajes de ida y vuelta. Más cinco autobuses para moverse por Madrid, más los sucesivos caterings. A pesar de eso, el programa de este viaje, que hacen cada año a una ciudad del mundo, es de locos: se trata de una jornada completa, volviendo el mismo día, es decir, sin alojamiento. El punto de encuentro era en el Aeropuerto Charles de Gaulle a las 5.30 de la madrugada.

El vuelo salía a las 7, llegaba a Madrid a las 9 y de allí les llevaban a visitar el nuevo barrio en construcción de Valdebebas, junto a Barajas. De allí, con sus cinco autobuses venían a Cibeles, en donde se les daba un desayuno en el patio cubierto. A continuación pasaban al salón de actos para una breve bienvenida de la Alcaldesa y un discurso más largo del Concejal de Desarrollo Urbano Sostenible (antes Urbanismo). El concejal, mi jefe, habla perfectamente inglés, pero no francés, así que había traducción simultánea. De allí los autobuses les llevaban a la pasarela monumental diseñada en Madrid Río por el señor Dominic Perrault, y desde allí caminábamos hasta el salón de plenos de la Junta de Arganzuela, en donde yo era el primer orador, luego un colega les explicaba los detalles de la conversión del Matadero en centro cultural, un tercer speaker, de la sección financiera del banco francés BNP les daba el punto de vista de los inversores privados y, por último, un arquitecto del Estudio Lamela les explicaba la Operación Canalejas.

La cosa seguía con un almuerzo en el bar del Matadero, desplazamiento al centro a ver las obras de Canalejas (desde fuera), unas horas libres para que se dieran un paseo y compraran souvenirs y la última cita, a las 19.00 en el Mercado de San Miguel, para comer, beber y relajarse un rato hasta las 21.00, en que los autobuses les llevaban al aeropuerto. Avión a las once de la noche, llegada a París a la una de la madrugada, desplazamiento a sus domicilios; resumiendo: una paliza de cojones. La visita de este grupo descomunal (yo nunca he paseado por ahí a más de 40 personas y ya es difícil), me sirvió para aprender una cosa nueva: dentro de los franceses hay un subgrupo bien diferenciado, que se hacen notar porque no se parecen en nada a los demás: los marselleses.

Estos son algo así como los andaluces y los italianos del sur, unos tipos de lo más cachondo. Para empezar, dijeron que el programa ese era de locos y decidieron venir el día anterior en varios coches, comer por el camino y reservarse un hotelito en el centro, cerca de la plaza de Ópera (eran unos 30). Y luego se quedaron hasta el domingo. Un programa mucho más lógico. Uno de los cinco autobuses pasaba primero por el hotel de los marselleses, los recogía y se iba al aeropuerto a reunirse con los otros. Aquí surgió el primer problema. Los marselleses, se habían ido de carallada, aprovechando su primera noche en Madrid, y era imposible despertar a cuatro de ellos, que ocupaban dos habitaciones dobles. Hubo que recurrir al maitre del hotel, para que abriera los cuartos con su llave maestra y llevarlos a rastras al autobús. Eso originó el primer retraso.

El segundo se debió a una circunstancia que yo no conocía. Los controladores de los aeropuertos, en caso de exceso de tráfico aéreo, pueden derivar a los charters a otra terminal y así está estipulado en sus contratos. Los cinco autobuses esperaban frente a la T-1 a un avión que llegó a la T-3. Todo se fue retrasando, lo que motivó que la Alcaldesa no pudiera saludarlos, porque ya empezaba la Junta de Gobierno que tenía a continuación. El concejal se extendió también más de lo esperado. Y luego, en el recorrido del parque, los marselleses estuvieron un buen rato tirándose por los toboganes que hay junto a la pasarela de Perrault, primero uno a uno y luego en grupos por los más anchos, gritando y haciéndose fotos. Cuando en un programa de este tipo hay un retraso acumulado, ya saben que se soluciona acortando las intervenciones de los conferenciantes de menos rango. Yo hube de apretar mi conferencia a 15 minutos, pero salí bien librado y además les fui contando más cosas a lo largo del día, a los que se interesaban por detalles más concretos.

Aproveché el autobús que les subía al centro para irme a mi casa a descansar un rato. Pero a las 7 estaba en el mercado de San Miguel donde nos acotaron el espacio central para la juerga. Al entrar, nos dieron a cada uno unos sobres con vales por 1€, 2€ o 3€ para que pidiéramos cosas de comer. La bebida era libre. La cosa incluía un pequeño grupo de flamenco con guitarrista, cantaor y bailaora. Como se pueden imaginar, los marselleses se lo pasaron pipa, bailaron más que nadie, hicieron la conga y gritaron ¡¡ALLEZ OLIMPIQUE!!, entre otras expresiones estentóreas, sobre todo, después de que los demás se fueron en los autobuses de las nueve (ellos la seguían hasta el domingo, como he dicho). Y, cuando se les acabaron sus vales, empezaron a pedirnos a los demás. Yo les di la mitad de los míos, porque me fui a dormir a las 10 (me había levantado a las 6 de la mañana). El viernes y el sábado, me encontré a varios de ellos caminando por el centro. Todos se abalanzaron a darme grandes abrazos, para sorpresa de mis acompañantes, proclamando a gritos: UNE JOURNÉE SUPERBE.

El viernes estaba un poco cansado, pero bien. Por eso pensaba que me darían pronto el alta, pero ya ven que estaba equivocado. Así que aquí me tienen, consolidando el manido callo de fractura. Yo creo que, ya que a mi clavo de titanio le he dado dos nombres alternativos (Konrad Adenauer y el general De Gaulle), es justo que también bautice a ese callo de fractura que tanto se hace de rogar. Y ya que estamos en el ámbito de la Unión Europea (esa asociación indigna que persigue a los refugiados sirios con gases lacrimógemos), pues creo que un buen nombre para el susodicho callo sería el de la ex comisaria europea de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton. AQUÍ pueden ver algunas imágenes de esta señora. Así que esta es mi situación actual: a pesar del esfuerzo heroico y sostenido del general De Gaulle, la señora Ashton no acaba de consolidarse. Pasen un buen finde.

2 comentarios:

  1. Ya vemos lo contenta que se puso su amiga brasileña después de que usted le enseñara "sus presentaciones". Supongo que entre tantos franceses habría alguna intermediaria digna de enseñarle cosas de ese orden. Enhorabuena, se lo está usted pasando a lo grande en una situación que a otros les tendría desanimados.

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    1. Gracias. No sé quién es usted, pero ese chiste ya me lo han hecho al menos dos veces ¿Habrá sido usted mismo, por ventura?
      Un abrazo.

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