domingo, 10 de abril de 2016

492. Donde rascas, sale mierda

Los papeles de Panamá son una muestra inequívoca de la máxima que titula este post. Ya habíamos tenido muchos y variados indicios de ello en casos como el de las tarjetas black, en dónde no había diferencia de sinvergonzonería entre los consejeros puestos por el PP, los del PSOE, los de IU y hasta los de los sindicatos: todos gastaban dinero de bóbilis o, como decía mi padre, de baracalaufe, con la misma prodigalidad, con el mismo desahogo, con la misma soltura, tirando de unos fondos que no eran suyos. A esto de Panamá y las empresas de activos offshore, sólo le veo un aspecto positivo: la constatación de que en todas partes cuecen habas, que los españoles no somos más chorizos que los demás, lo cual es bueno para eliminar los últimos restos de ese complejo de inferioridad que nos imbuyeron para calzarnos los recortes y el desmantelamiento del supuesto estado del bienestar que disfrutábamos, un estado del bienestar que estaba bastante bien, aunque lejos de los niveles de Alemania, Francia, u Holanda, por no hablar de los países nórdicos.

Que no somos peores ni más impresentables que nadie, es algo en lo que vengo yo insistiendo desde siempre, casi desde el principio de este blog, hace cerca de cuatro años. En este foro se ha revelado que en la inmaculada Alemania que tanto nos regaña, la deuda de la ciudad de Berlín es ahora mismo de 63.000 millones de euros, diez veces más que la de Madrid que tanto nos han afeado. Y que las obras del nuevo aeropuerto de Berlín no se acaban nunca y cada año ahondan más el agujero presupuestario que están generando, algo similar a la obra de nunca acabar de Hamburgo, la Filarmónica del Elba, proyecto estrella de los arquitectos Herzog y de Meuron, especialistas en duplicar y triplicar los presupuestos iniciales de sus proyectos, como suele pasarle a Calatravatelaclava y otros portentos. En el caso de Die Elbphilharmonie Entsteht, la desviación presupuestaria es ahora mismo superior al 1000%, en vías de convertirse en un récord Guiness. La avaricia es condición humana, como se decía en aquella vieja canción de los 50 que se titulaba: Todos queremos más. El pobre quiere más/el rico mucho más/y nadie con su suerte/se quiere conformar.

Bueno, en algunas cosas sí que somos diferentes. El hecho de que personajes como Rodrigo Rato o Miguel Ángel Blesa no estén ya en la cárcel y no hayan sufrido más que un cogotazo para meterlos en un coche, solo se da por estas tierras. Y que Bárcenas haya pasado una temporada a la sombra y ya esté esquiando en Baqueira. Y que Roldán o Mario Conde se hayan librado con unos cuantos años a la sombra, sin tener que devolver lo birlado. En USA, sin ir más lejos, al señor Bernard Maddof no tardaron mucho en echarle el guante. Un año después fue sentenciado a 150 años de cárcel, lugar en donde se sigue pudriendo. En España no sólo no pasa eso, sino que encima el juez Garzón se pone a investigar la trama Gürtel, y al que lo empapelan es a él. Yo creo que eso no se ha visto ni en Italia.

La avaricia es condición humana, pero en esto de Panamá hay algo más. Hay un reflejo de esa especie de reticencia primigenia a pagar impuestos, a ceder una parte de lo que uno ha ganado con su trabajo para que engrose las arcas públicas, unas arcas que deberían servir para hacer carreteras, hospitales, servicios sociales, instalaciones deportivas y parques para todos. En el mundo del capitalismo, en donde todos nos desenvolvemos, a veces es difícil que la gente entienda la superioridad del bien común frente al beneficio individual. Recuerdo, cuando yo llevaba pocos años en los servicios municipales, que me tocó explicarle a un propietario de una vivienda que no podía cerrar su terraza con un acristalamiento fijo. De hecho, no conseguí que lo entendiera, salvo como una imposición de los cabrones del Ayuntamiento como yo. Oiga ─me decía─, que la casa es mía. Que la terraza es parte de la casa y es de mi propiedad. Que yo me he comprado esa casa con el dinero de los ahorros de toda mi vida. Que la he comprado, la he pagado y tengo todos los documentos en regla. Que no tengo ni hipoteca. ¿Por qué no voy a poder hacerme yo un invernadero cerrado? ¿Es que no me puedo hacer una sauna en uno de los dormitorios, si me sale de los cojones?

Cómo explicárselo. A cada uno de mis argumentos, me daba una respuesta demoledora. Es que hay unas ordenanzas que impiden cerrar terrazas: unas ordenanzas que han hecho ustedes los burócratas, los chupatintas del Ayuntamiento que, lo mismo que han escrito eso, podrían haber escrito lo contrario. Es que el Ayuntamiento tiene que vigilar que los edificios cumplan unas condiciones estéticas generales: ¿pero qué mierda de condiciones estéticas, si el edificio es horroroso? ¡Que esto no es el Louvre, oiga! Es que hay unas normas que tiene que cumplir todo el mundo y no se pueden hacer excepciones: ¿y por qué están todos los edificios del barrio llenos de terrazas cerradas, incluidas unas cuantas en el mío? Es que cualquiera puede mirar desde abajo y ver que usted ha hecho una ilegalidad y denunciarle: pero si aquí nadie mira al cielo salvo cuando se pone a llover... Lo dicho, que no le convencí.

Cuando uno tiene suerte y gana un poco de dinero, hay una voz interior que le susurra argumentos como los que manejaba mi interlocutor de la terraza. ¿Para qué vas a dar algo al Estado? Si luego no se lo gastan en carreteras y hospitales, sino en coches oficiales, mordidas y mojigangas. ¿Es que conoces algún político honrado? ¿Es que crees que, si no se estuvieran forrando, aguantarían lo que aguantan? ¿Conoces a alguien que haya llegado a rico sin hacer trampas? Además, en cuanto uno ahorra cuatro duros o tiene un golpe de fortuna, aparecen como por ensalmo una serie de consejeros financieros, que ofrecen trucos supuestamente legales, o semilegales, sistemas que, te dicen, emplea todo el mundo para proteger su dinero. Es difícil no caer en ello; esto es como lo que imagino que pensaban Urdangarín y su señora: que estaban haciendo lo que todo el mundo hacía. Para no caer en la trampa hay que tener unas sólidas bases éticas que no son precisamente virtudes propias de futbolistas, tenistas, faranduleros y políticos, sectores todos para los que no se requiere una carrera universitaria o una mínima formación.

La lista de Panamá es terrorífica. Presidentes de países como Islandia, Gran Bretaña o Argentina. Les recuerdo que Islandia es ese país idílico que decidió someter a referendum si se pagaba o no la deuda que tenía el estado con los bancos acreedores. Que la ciudadanía decidió no pagar y que éste era el presidente que estaba gestionando esa decisión ciudadana. Que Macri era el héroe destinado a rescatar a Argentina de la tenaza del kirchnerismo. Que Cameron es el tipo que plantea a sus súbditos la duda filosófica de si les conviene seguir en Europa o no. No me extraña demasiado encontrar en este lodazal a Putin, o a la familia Pujol. Como tampoco me resultaría muy llamativo que dentro de unos días apareciera Lendoiro, o el propio Rato. Porque esto no se ha terminado. La prensa lleva cuatro años trabajando en el tema y este tipo de asuntos se dan a la opinión pública en dosis sucesivas, desvelando nombres poco a poco.

Lo que sí me ha dejado un poco sorprendido es que aparezcan aquí los hermanos Almodóvar. ¡Joder, sólo falta Macnamara! Mira que me he desternillado con ellos noche tras noche en el Rockola y otros lugares. El pobre Fabio Macnamara ha abjurado últimamente de las drogas, se ha vuelto creyente, pepero y hasta fan de Esperanza Aguirre. Esta conversión, yo la interpreto como un efecto secundario de todo lo que este señor se metió al cuerpo en los años de desmadre. Ya saben que hay drogas que en cada toma se cargan miles de neuronas. Pedro Almodóvar era un tipo capaz de hacer unas películas divertidísimas en las que la gente joven de entonces nos veíamos reflejados. Tenemos amigos comunes y hasta me he tomado alguna caña con él cuando era casi un desconocido. Últimamente su humor se ha ido agriando, ahora es una persona, creo, aislada del mundo de la calle, del que sacaba toda su inspiración, y eso se nota en la temática de sus películas, que antes yo me apresuraba a ver el día del estreno. Ahora he de confesar que no he visto ninguna desde la estupenda Volver. El papel de Almodóvar en aquellos años, lo cubre ahora Paco León, que ha dirigido ya tres películas muy buenas. La última se llama Kiki, la vi ayer en el cine y es bastante divertida, aunque no supera a las otras dos: Carmina o revienta y, sobre todo, Carmina y amén, que es cojonuda.  

Lo que sí les puedo asegurar es que el dinero no está entre los objetivos por los que Pedro Almodóvar dirige su vida. De la parte financiera se ocupa su hermano Agustín, a quien conozco un poco más, lo suficiente como para afirmar sin ninguna duda que es un buenazo. Lo debe de estar pasando mal estos días y desde aquí le mando un abrazo. Es él quién habrá de dar las explicaciones que estime pertinentes, pero no me cuesta mucho imaginar que, sobre el hecho innegable de que todo lo que idea su hermano se convierte en una fuente de dinero (como todo lo que ideaba David Bowie), se echó sobre sus espaldas la tarea de invertir adecuadamente ese chorro de millones. No siendo economista, sino profesor de instituto, tuvo que hacer un cursillo acelerado y, tal vez, en 1991 se cruzó en su camino uno de esos asesores de los que he hablado más arriba y le convenció de abrir una de esas sociedades offshore. Tardó tres años en darse cuenta de que aquello era un marrón potencial y cerró el chiringuito. Hace más de veinte años de ello. Pero, como digo, esta es una simple hipótesis, basada en mi convicción de que es una buena persona, y habrá de ser él el que se explique.

Este es el mundo que nos ha tocado vivir. Un lugar donde, en cuanto rascas, sale mierda. Y encima en un país con unos políticos incapaces de sentarse a pactar un gobierno que nos libre de una vez de ese señor del que ustedes me hablan, persona non grata en mi blog y en Pontevedra. Menos mal que ayer volvió a perder el Barça, una de las pocas alegrías que nos está dando el bisiesto este de los cojones. Mañana más.

4 comentarios:

  1. A mí me gustaba mucho el primer cine de Almodóvar, y bastante el actual, con pocas excepciones (Kika, Los amantes pasajeros). Pero si ha hecho algo ilegal, tendrá que responder como cualquier otro.
    No me parece muy de recibo su argumento de que, como son amigos suyos y le parecen buena gente, se puede ser más comprensivo con ellos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ha retorcido usted mi razonamiento hasta hacerme decir lo que no he dicho. Primero, no hay constancia de que los Almodóvar hayan hecho algo ilegal. El ministro Soria sí. Tener una sociedad offshore mientras eres ministro y administras dinero público, es una ilegalidad y una inmoralidad. En cambio, tenerla o haberla tenido hace veinte años para administrar tu dinero privado, ganado haciendo películas es muy diferente.
      No los disculpo porque sean amigos míos (que no lo son). Pero, con 65 años que tengo, supongo que no me negará usted un poco de intuición a la hora de reconocer a las buenas personas. Cuando conocí a Agustín Almodóvar, eso fue lo que me dijo mi intuición. Y, no es por presumir, pero últimamente no suelo equivocarme en ese tipo de apreciaciones (sí me equivocaba y mucho, cuando era más joven).

      Eliminar
  2. Los principales negocios del mundo son las drogas, las armas, el tráfico de personas, la prostitución, el tráfico de órganos y las guerras. En algún lado han de lavar las ganancias. Países como Panamá, las diversas islas de los océanos, Luxemburgo, Andorra o Liechtenstein, existen sólo para eso. Ciertamente es un mundo de mierda.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por eso gente como Pujol o Artur Mas quieren convertir su tierra en un estado minúsculo, que sólo podría tener futuro como paraíso fiscal: para poder mangonear más fácilmente sus fortunas y sus trampas, sin que nadie les vigile.

      Eliminar