miércoles, 10 de diciembre de 2014

319. Un freaky en la Fosa de Chera

Este fin de semana, puente de la Constitución descafeinado, salí con mi grupo senderista a la zona de Utiel y Requena, localidades del interior valenciano. El mayor interés de esta comarca es la llamada Fosa de Chera, un fértil valle de origen tectónico, que reproduce en el interior de la Península las formas de la costa levantina, esa serie de bahías sucesivas en arco, con las que comparte origen: los plegamientos producidos por la presión de la placa africana. La fosa, originada hace 65 millones de años, es uno de los primeros parajes declarados como Parque Geológico en España, en 1999. En el centro, el pueblo de Chera, 500 habitantes, agua abundante, viñedos, naranjos y almendros. La población joven, como la de todo el mundo rural nacional, ha optado por emigrar a la ciudad y descuidar el campo. Ahora el pueblo se promociona como destino de turismo geológico, con lo que, más o menos, va tirando.
  
El viernes salí de Madrid después del trabajo y llegué a Utiel en donde teníamos alojamiento reservado para todo el grupo. El sábado, fuimos en coches a Chera para hacer, desde allí, un recorrido corto alrededor del Embalse de Buseo, de comienzos del siglo XX. Era un camino cómodo, salvo un tramo de dificultad media, y se trataba de regresar a comer al pueblo. Así que, tras aparcar los coches, pasamos por el Ayuntamiento, para recabar información de rutas y restaurantes. En cuanto a las rutas, nos llevamos una sorpresa: el día siguiente, domingo, era el Día Nacional de los Parques Naturales, y en todos los de España se organizaba un recorrido conmemorativo, con guías locales. En Chera habían preparado un ascenso al Pico Rope, 500 metros de desnivel, para el que esperaban gente de toda la comarca, e incluso de Valencia.

Ante la coincidencia, decidimos sumarnos al ascenso, descartando la ruta que teníamos planeada. En cuanto a la parte gastronómica, en el Ayuntamiento nos recomendaron el Bar Machín, en el centro del pueblo. El plato del sábado era olla cherana, pero debíamos reservar, porque se tardan 4 horas en elaborar esa delicatesen. Reservamos y nos fuimos al pantano. Saliendo del pueblo había una larga bajada, hasta coger el nivel del agua. Luego un tramo llano rodeando el embalse. De allí partía una zona escarpada que debía escalarse en paralelo a un barranco profundo, hasta alcanzar un camino llano de vuelta al pueblo. Entre 8 y 10 kms. La olla cherana es un guiso con tocino, manitas de cerdo, morcilla de cebolla y otras carnes, con patata, alubias y cardo. Con eso y una buena ensalada, se da uno un verdadero banquete. Los del Machín son muy profesionales, no es fácil servir una comida para 24 con rapidez y sin lapsus. Se encargaban del tema las hijas del dueño. La madre era la cocinera. El patriarca, como suele suceder, dirigía, daba alguna orden y observaba el trabajo de sus mujeres.

El domingo madrugamos para estar a las 9.30 en el punto de salida. Hacía un cierzo helado que cortaba la piel. Yo iba bien abrigado, porque me había despertado el ulular del viento en mi ventana. El recorrido era de unos 10 kms de subida al pico y otro tanto de bajada. Nos juntamos en torno a 50 personas, la mayoría gente joven, pero, a poco de iniciar la subida, me fijé en un personaje que no se ajustaba a los cánones montañistas. Era un tipo mayor, con un aire mezcla de clochard y peregrino medieval, debido sobre todo a una barba muy negra, sin recortar de años. Se apoyaba en una cachava de madera y llevaba un perro también veterano, que mantenía todo el rato atado. Me fijé en sus ropas y observé que no estaban raídas y que tenían un estilo rockero-motero bastante personal. Sobre ellas llevaba un chubasquero amarillo de emergencias, cuya capucha calada le daba un punto aun más misterioso.

No pude evitar situarme a su par y empezamos a hablar. Bueno, hablaba él. Yo escuchaba maravillado. Trataré de resumir en orden cronológico las cosas que me contó durante la larga subida. Está a punto de cumplir 67 años (3 más que yo), se llama Adolfo Muñoz y es natural de Chera. Conoce el monte como la palma de la mano y entiende a los animales y plantas como si fueran parte de su persona. Hace muchos años, solían venir a estas montañas los de Manises, a recolectar leña para su industria cerámica. Los chavales (él tenía entonces 13 o 14) les vendían cuerda para los atados, que ellos mismos trenzaban con esparto del monte. Ante mí recogió un manojo y, sin soltar la correa del can, en un instante me montó una cuerda prácticamente irrompible. Los de Manises pagaban a los chicos 2 céntimos de peseta el metro.

En aquel tiempo, el que se hacía con dos pesetas tenía un tesoro. Así que los críos estaban todo el día tejiendo cuerdas a escondidas. De vez en cuando, el padre entraba y soltaba una voz: ¡¡Venga, a estudiar, leñe, que ya está bien de tanta cuerdita!! Creo que no hay nada mejor que un pueblo para pasar la infancia. Pero a los 17 hay que largarse, si no quieres acabar embrutecido por el trabajo agrícola y el alcohol. Adolfo lo intuyó así y se lo dijo a su padre, quien sólo le dio un consejo: –Hijo, ve con Dios, y procura que no se te haga de noche a las doce del día. Adolfo se fue a Suiza, donde se buscó la vida de camarero. Estuvo seis años, en los que aprendió inglés y francés, además de a conducir y a esquiar. Pasó también por Londres donde conoció a la que se convertiría en su mujer, una inglesa, amiga de Lady Di (yo voy  transcribiendo lo que me contó, que cada uno elija creerse lo que considere más oportuno).

Con su mujer decidieron venirse a España, donde hacía mejor clima. Por su dominio de los idiomas no le costó encontrar sucesivos trabajos de camarero en la costa, por ejemplo, en Cheste, al lado del Circuito Ricardo Tormo. Todos los pilotos se hicieron amigos suyos, etc. Estuvo también un tiempo cobrando el paro, donde ganaba más dinero que trabajando de camarero. Se volvió al pueblo y su mujer y él empezaron a hacer vidas independientes. Parece ser propietario de un par de casas, que empezó a arreglar para vivir en ellas. Pero la vida de farándula le tiraba y se volvió a ir, esta vez a Mallorca, a un restaurante al lado del Palacio de Marivent, donde, como se pueden imaginar, se convirtió en el sumiller del Rey y otros delirios. Esta etapa de su vida acabó bruscamente en el año 2001, cuando le sobrevino lo que él llama el ataque.

El ataque fue una grave trombosis en una pierna, que se le puso negra de la gangrena. En el hospital le dijeron que había que amputar si quería salvar la vida. Necesitaban el permiso de un familiar (Adolfo tiene en Chera hermana, cuñado y sobrinos, que nunca han salido del pueblo) pero, por no darles el disgusto, él mismo firmó el permiso. Y se dejó ir al sueño de la anestesia. Tres o cuatro días después, despertó. Al principio, no sabía ni dónde estaba. Entonces recordó y se echó mano a la pierna. Y allí estaba. No tenía el síndrome del miembro fantasma, sino una pierna hecha y derecha. Miró alrededor. Una enfermera que estaba por allí abrió la boca asustada y salió corriendo del cuarto. Al minuto llegaron un montón de médicos y enfermeras. Le miraban incrédulos y se daban abrazos entre ellos. ¿Qué había pasado?

Pues, al parecer, a punto de cortarle la pierna, uno de los médicos citó un nuevo sistema aun en investigación y propuso probarlo con él. Consistía en inducirle el coma, bajarle la temperatura corporal, extraerle toda la sangre enferma del cuerpo y reponérsela entera. Era un sistema muy arriesgado que no habían probado nunca y del que podía salir, cuando menos, con el cerebro afectado por falta de riego. Por eso los abrazos cuando lo vieron bien. Creo haber leído que el método está ya más chequeado y que, por ejemplo, a Keith Richards, de los Stones, se lo hacen de vez en cuando para limpiarle la sangre de las porquerías que se mete. El caso es que Adolfo sobrevivió. Al rato pidió permiso para ponerse de pié. Estaba cansado pero bien. Salió a una cabina y llamó a su hermana que vino en el primer avión.

En ese punto le recomendaron jubilarse. Se vino definitivamente a Chera y empezó a hacer vida de ermitaño, a andar por el monte y a recoger cosas de las basuras. Desde entonces toma religiosamente Sintrón, cada día. Me contó que se levanta a las 7, se toma su Sintrón y almuerza. Entonces se va al monte. Le dije que con el Sintrón hay que tener cuidado de no hacerse heridas, que por un simple rasguño te puedes desangrar. Me miró y me dijo: –¿Y por qué te crees que llevo estas barbas? Él se afeitaba con navaja barbera y no con mariconadas Gillette. Un día se dio un tajo y casi se muere. Entonces pensó: a tomar por culo, ya no me afeito más. En la cima del Pico Rope, sacó su cantimplora con buen Rioja, un cacho pan y un poco panceta. Casi llevaba más comida para el perro. Luego de almorzar, encendió un puro con aspecto de liado a mano. Se lo estaba fumando tranquilamente, cuando iniciamos la bajada, para comer en el pueblo.

Hicimos una larga bajada, por una pista forestal y, al llegar a la plaza del Ayuntamiento, allí estaba Adolfo, que había acortado por un atajo. Le ofrecí venir al bar a tomar una cerveza, pero se negó en redondo. Me quedé con él, mientras el resto del grupo se abalanzaba a la cerveza. Seguimos charlando un rato. Al poco, se incorporó a la tertulia otro freaky local, medio ciego, medio tullido, que vendía el cupón. Adolfo compró cuatro décimos y se los pagó. Luego dijo que dos eran para mí. Entonces compré yo cuatro de otro número y le di dos. Le pedí al ciego que nos sacara una foto con mi máquina y al tercer intento consiguió el resultado que ven abajo. Nos dimos un abrazo fuerte y me fui al Machín donde ya iban por la segunda cerveza, esperando esta vez una paella también extraordinaria.


Al acabar de comer, un compañero salió a fumar y volvió con la información de que mi amigo me estaba esperando a la puerta del bar. Si está dentro el médico, que salga, que le quiero dar una cosa –decía. Supongo que dedujo la profesión de mi conocimiento del Sintrón. Me regaló dos botellas de vino de su bodega, un tinto de 1983 y un clarete de 1985. Dada la baja calidad del vino de Utiel en esa época, es previsible que estén estropeados, aun no los he abierto. Los tenía en una bolsa de El Corte Inglés, con una fotocopia encuadernada del diario de su madrina, escrito en los 40 con caligrafía monjil. Mis colegas nos sacaron las fotos que les pongo abajo de todo.

Saliendo del pueblo está su casa, donde vive con cinco perros. Es un ejemplo primigenio de síndrome de Diógenes ordenado. Adolfo recoge cosas de la basura y las va colocando en el jardín que rodea su casa. Hay una zona de muñecas de niña. Otra de triángulos rojos de señalización de averías. Otra de envoltorios de plástico. Los del pueblo apenas se hablan con él y no le dejan entrar en los bares, porque a veces saca su vena pendenciera. Lo que más le gusta es coger un par de perros (más no los puede dominar) y un caballo, y salir por caminos de montaña hasta Chulilla, 20 kms, en los que tarda un día. Y al día siguiente se vuelven. Antes tenía un caballo, pero se le murió y ahora pide prestado uno a alguno de los vecinos con los que se trata. Así que sabes también montar –le dije. No –contestó– voy a pie. ¿Y entonces, para qué el caballo? Pues para pasearle y que disfrute también del monte. Y para cargar la comida y los pertrechos de todos. ¿Y en dónde duermes? ¿En dónde va a ser? Pues en una cueva. A ver si te crees que con un caballo me van a dejar entrar en un hotel. Como ven, su discurso tiene una coherencia plena. Es peculiar, es diferente, fabula, pero es coherente. Adolfo Muñoz, un freaky de Chera. Todo un personaje.

     

2 comentarios:

  1. Acreditada queda su capacidad de conectar con personajes marginales, fuera de los parámetros de lo que se considera "la normalidad". Esa facilidad suya no me casa con la desaferencia que manifiesta hacia otro personaje similar, externo al mundo de lo correcto: el pobre Jimmy, con el que usted no ha mostrado la misma comprensión.

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    1. Los personajes no son comparables. Adolfo no viaja a pegarse con nadie. No es agresivo. En los bares no le dejan entrar, porque al diferente se le margina y ha debido de tener alguna bronca importante que, estoy seguro, no ha empezado él.
      Por cierto, la palabra desaferencia proviene del universo médico. ¿Tal vez lo es usted, o es una casualidad?

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