jueves, 4 de septiembre de 2014

281. Ceaucescu II. El culto a la personalidad

Ustedes me disculparán este ritmo espasmódico de publicación de textos a grumos, de pronto varios seguidos y de pronto ninguno. Como les dije, tengo el ordenador de casa estropeado y en mis largas horas de currante (es un decir), tengo que aprovechar vacíos entre las tareas, pausas donde nadie me vea, rincones del tiempo. En definitiva: las horas de la basura, en las que uno no siempre tiene ganas de ponerse a escribir, ni tampoco el entorno acompaña con unas condiciones de silencio y tranquilidad adecuadas. Vale, ya voy con el señor Ceaucescu, no sigo poniendo excusas.

Mi texto anterior acababa con una pregunta: ¿Cómo es posible, etc.? Pues la transición del tipo brillante al monstruo es el resultado de una serie de factores, algunos de ellos más o menos enunciados en el post anterior. Ceaucescu era un hombre sin ninguna preparación universitaria, cultural ni política. Un autócrata, autodidacta, autoritario y todos los autos que quieran ustedes añadir. Vimos también que era un tipo duro, al que no le tiembla el pulso. Un hombre forjado en la resistencia, en la lucha callejera y en la intriga del aparato del partido, donde ha logrado ascender eliminando competidores con artes no siempre correctas. Algo para lo que se necesita más astucia que formación.

Sin embargo, no es inmune a los halagos. Y hay un momento en que le insisten tanto en que es un tío estupendo, que acaba por creerse un ser superior. Primero, sus críticas a la represión de la Primavera de Praga lo elevan a los altares que occidente reserva a los osados disidentes del bloque soviético. Su exitosa mediación entre Golda Meier y Sadat le descubre como desfacedor de entuertos y conflictos foráneos, papel que suscita la alabanza y el agradecimiento de toda la comunidad internacional. En su rol de mediador, parece demostrado que el rey Juan Carlos le pidió que convenciera a Santiago Carrillo, amigo personal suyo, de que aceptara la monarquía y la bandera rojigualda, a cambio de la promesa de legalizar el PC. Como pago del favor, el rey le invitó a venir a Madrid, primer jefe de estado comunista a quien se recibió oficialmente en España. Aquí una imagen sorprendente, colgada en una página histórica de Rumanía. 


Tanto le halagan que el hombre llega a creerse una especie de superdotado para los negocios políticos. Comienza entonces a desarrollarse en su entorno un culto a la personalidad realmente grotesco y apabullante. Las señales de soberbia asoman pronto. Estos tiranos buscan siempre un calificativo que les describa, enaltezca y singularice: Il Duce, el Fhurer, el Sha, el Caudillo. Ceaucescu se apropia también de uno de estos títulos: el Conducator, el conductor que guía a su pueblo con mano firme.

Le influyen también las malas compañías: el Sha de Persia, el tirano de Corea del Norte (ya no sé si era el abuelo o el padre del actual), se convierten para él en referencias sobre cómo llevar el poder. Tras visitarlos, copia muchas de sus rutinas. En su amplia actividad internacional empieza a cobrar peso su relación con dictadores de todas las calañas. Ceaucescu llega a fabricarse un cetro bañado en oro, con el que empieza a aparecer en los actos más solemnes. Se dice que esta idea la copió de Bedel Bokassa, el Emperador de la República Centroafricana, gran admirador suyo y visitante asiduo de Bucarest, donde no dejaba de acudir al Ballet Nacional a admirar a las blancas y hermosas bailarinas, de las que cada vez elegía una, con la que la Securitate le arreglaba después una cita amorosa. Tras varias visitas del dictador africano, Ceaucescu fue a Bangui a devolverle la cortesía y se trajo la idea de hacerse un cetro como el de Bokassa.

Por cierto que una de estas bailarinas, Gabriela Dramba, se llegó a marchar con el tirano africano a su tierra, seducida por la promesa de matrimonio y posterior título de emperatriz centroafricana. Allí descubrió que el tipo tenía otras dieciocho esposas y que el título estaba reservado para su favorita, que no era ella. También pudo comprobar las prácticas de canibalismo y otras atrocidades del monstruo, así que decidió escapar. Nada más se supo de ella. Algunas versiones dicen que esta chica era en realidad una agente secreta enviada por Ceaucescu. La historia de esta supuesta Mata Hari rumana está llena de nebulosas. Sólo hay dos hechos constatados: que entre las 19 esposas conocidas de Bokassa hubo una blanca, a la que todos llamaban La Rumana, y que parece que finalmente sí que logró escapar, incluso con una cierta fortuna en diamantes. Las revistas del corazón de Bucarest sacan de vez en cuando reportajes en los que proclaman haber descubierto a Gabriela, en la persona de una acomodada marchante de arte local, o una empresaria exitosa, a veces con foto incluida, como ESTE de la revista Cancán, aunque no son informaciones muy fiables. Una curiosa historia colateral.

El culto a la personalidad de Ceaucescu constituye un fenómeno único en el mundo de la Unión Soviética. En ninguno de los otros países tras el telón de acero existió algo siquiera parecido. Los medios de comunicación rumanos tenían orden de no publicar ninguna imagen del dictador y su esposa con más de 40 años, sólo podían mostrar las anteriores, donde aparecían eternamente jóvenes y lozanos. Tampoco se debía apreciar la baja estatura de ambos (1,65). Durante un tiempo, se dio la orden de que a Nicolae se le encuadrara preferentemente de forma que se le vieran las dos orejas (en Rumanía, la expresión estar de un oído significa estar loco). A Elena había que sacarla siempre de frente, para que su gran nariz no destacara demasiado. También estaban vetadas las imágenes que subrayaran demasiado sus rasgos de maruja pueblerina.

Otro aspecto único en toda la Unión Soviética, es precisamente la presencia continua y papel destacado de la esposa del Jefe del Estado al lado de su marido. Parece que esto viene de una visita a China, en la que Elena observó la importancia que tenía la mujer de Mao, a la que se consideraba la Madre de todos los chinos. A la vuelta empieza a cultivar un papel similar. Aunque era casi analfabeta, le inventan una licenciatura en químicas y empieza a acumular doctorados y títulos honoris causa de las universidades extranjeras más prestigiosas. Llega incluso a pronunciar conferencias sobre química, aunque se decía que desconocía que la formula del agua fuera H2O. Y publica un libro sobre polímeros que es editado profusamente y distribuido en todas las librerías rumanas. La gente la llamaba maliciosamente Codoi (doi es dos en rumano). Este apelativo tenía una primera acepción correcta (la número dos del régimen), pero en realidad aludía a su forma de leer CO2 en una de sus conferencias ampliamente difundida por la televisión local, hasta que se dieron cuenta de la coña y la retiraron, a la vez que mandaban al director de la cadena de guardabosques a los Cárpatos.

En todos los locales y comercios de Rumanía colgaban por entonces las fotos de la pareja. Se componían poemas y rapsodias musicales en su honor. Se contaba su historia en las escuelas, debidamente edulcorada. Y en la única cadena de televisión mostraban continuamente sus actividades cotidianas más insignificantes, dotándolas de un aura de magnificencia. Con motivo de la adopción del cetro para presidir los actos solemnes, Salvador Dalí le mandó desde Cadaqués un telegrama de felicitación: “Aprecio profundamente su histórico acto de inaugurar el uso del cetro presidencial”. Uno de los periódicos locales publicó en portada el telegrama ampliado, sin advertir el sarcasmo. En pocos días, todo Bucarest se estaba cachondeando del asunto. Como se imaginarán, el director del periódico fue cesado y enviado a galeras. Lo curioso del caso es que en España, donde conocemos al sujeto, no creo que nadie pusiera la mano en el fuego para asegurar que el gran Dalí estaba de coña y no hablaba en serio.

Como cualquiera podría esperar, los rumanos empezaron a odiar a Elena primero, culpándola de la deriva autoritaria de su marido, sobre el que tanta influencia tenía. Aquí, otro chiste de la época. El matrimonio Ceaucescu duerme. En mitad de la noche Nicolae se despierta sobresaltado: ¡¡Elena!! ¡¡Elena!! Que he soñado que yo era un rey. Respuesta: no te preocupes, Nicolae, ya eres casi un rey. Un rato después, la escena se repite: ¡¡Elena!! ¡¡Elena!! Que he soñado que yo era un emperador. Respuesta: no te preocupes, Nicolae, ya eres casi un emperador. Tercer acto. ¡¡Elena!! ¡¡Elena!! Que he soñado que yo era Dios. Respuesta airada: ¡¡Pero qué tontería es esa!! ¡¡Sabes perfectamente que Dios soy yo!!
 
En fin, historias chuscas que suscitan una cierta sonrisa, sobre todo porque nos recuerdan los tiempos pasados, los años de La Caudilla y los chistes de Franco. Pero en paralelo a esto, la sociedad rumana sufría hasta unos extremos que resultan difíciles de imaginar. El drama insólito de los rumanos en los llamados años de oro, es un tema terrorífico y muy triste, que dejaré para el post siguiente. Para terminar les pongo una imagen actual de la que se llamó Casa de la Prensa Libre, construida en los 50 por los arquitectos de Ceaucescu. Tras esa denominación pomposa se escondía el lugar en que operaba la censura, sometiendo a un minucioso escrutinio cualquier texto o imagen susceptible de ser publicado. Un ejemplo de la arquitectura soviética más refinada: la de los edificios oficiales. Que pasen una buena tarde.





6 comentarios:

  1. Aterrador texto. Lo de la conexión centroafricana es alucinante. Le hago una objeción. El culto a la personalidad es inherente a los regímenes comunistas. Tan delirante como el de Ceaucscu fueron los de Kim Il Sun, Fidel Castro, Enver Hoxa de Albania y tantos otros. Lo verdaderamente insólito es la presencia de Elena "mandando". Eso sí que no se ha visto casi nunca, que yo sepa.

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    1. Tiene razón, tal vez debería haber dicho "caso poco frecuente". Desde luego en Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Alemania del Este y Bulgaria, la cosa era diferente y eso ayudó a las transiciones más tranquilas. Rumanía y Albania se desmarcaron de Rusia, en favor del modelo maoista, que conlleva un cierto culto a la personalidad, como el de Corea del Norte. El caso de Cuba es diferente. Aquí creo que el factor fundamental es el histrionismo y la fuerte personalidad de Fidel.
      Respecto a lo de la primera dama y su poder, creo que lo único que se le acerca es lo de la mujer de Mao y la banda de los cuatro. En cuanto murió el gran líder (y recordman de natación, no nos olvidemos), el resto del partido se les echó encima. Estaban hasta la gorra de ellos. La señora Ceucescu debía de ser de armas tomar.

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  2. Yo es que no tengo puto mundo y poco puedo hablar de otros lugares pero sí que, en lo cercano, puedo aportar el caso más "delirante", por repetir la palabra usada en el anterior comentario, que conozco de culto a la personalidad.

    Os suena por un casual un lugar donde hay una universidad que se llama Rey Juan Carlos y otra que se llama Juan Carlos I. En la vecindad de tu trabajo, Emilio, tienes un parque que también lleva el nombre del procer. Os suena un lugar en el que además de haber un hospital que se llama Ramón y Cajal, premio nobel de medicina y otro que se llama Gregorio Marañón, ilustre médico, hay uno que se llama Reina Sofía, otro que se llama Infanta Elena, otro que se llama Infanta Leonor ¿Sigo?

    Pues el lugar es Madrid.

    No voy a repasar cosas con el nombre de Príncipe Felipe, pero hay unas cuantas. Todavía no les ha dado tiempo, que yo me haya enterado, de ponerle Felipe VI a nada de mi entorno, porque lo que nombré antes solo era hablando de Madrid. Pero creo que les dará tiempo, a mi pesar, de ponerle Felipe VI a muchas cosas.

    Tienes razón, Emilio, cuando dices que el caso de Cuba es diferente, pero señalaría otra cosa: según tengo entendido - que me corrijan si me equivoco - no hay en toda Cuba nada con el nombre de Fidel Castro ni lugares ni calles ni plazas, tampoco hay estatuas ni monumentos.

    Y bueno, ya envalado y sin venir a cuento, tengo que comentarte lo que me ha indignado el último regalito de tu jefa: una plaza con el nombre de Margaret Thatcher. Me tiene indignado aunque no sea argentino. Por cierto, tengo que mirar por donde queda, que no me he enterado.

    He dicho el último regalito pero pensándolo bien, relacionado con la Thatcher, creo que todavía tiene tiempo para dedicarle alguna calle a Pinochet.

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    1. Querido Paco, obviamente tienes razón en tus opiniones y tu cabreo antimonárquico. Aunque a esa serie de instituciones que citas, tal vez se les han puesto tales nombres por una mezcla de papanatismo baboso e intereses inconfesables ligados a patrocinios, subvenciones, etcétera.
      Yo lo que quería contar es más bien a qué extremos ridículos llega la censura en las situaciones dictatoriales, y como el pueblo se defiende de esos excesos con humor. La comparación con nosotros remite más a Franco que a los tiempos actuales en los que podemos poner a caldo al Rey sin que nos manden de guardabosques a los Pirineos. A estos efectos te cuento una historieta de aquellos tiempos felizmente superados, que tal vez no conozcas.
      ¿Te has fijado en que a los árbitros del fútbol siempre se les llama por los dos apellidos? Los futbolistas son Casillas, Iniesta o Navas, mientras que los árbitros son Dauder Ibáñez, Urizar Azpitarte, Melero González, etc. El origen de esta costumbre viene de los años sesenta. Hasta entonces, a los árbitros se les conocía como a todo el mundo por su primer apellido. Pero apareció un joven con aires de revolucionar el arbitraje (de hecho, llegó a internacional y actualmente es el vicepresidente del comité nacional de árbitros). Este joven, se apellidaba precisamente Franco. Y, en cuanto subió a primera división, las autoridades empezaron a imaginar titulares del Marca que dijeran: Franco estuvo fatal, horroroso el arbitraje de Franco, Franco se cargó el partido con sus decisiones. Anticipándose al potencial cachondeo, la censura dio la orden de que se dijeran los dos apellidos, no sólo al aludir a Franco, sino también a todos los demás (para disimular). Franco pasó inmediatamente a ser Franco Martínez, y los locutores tomaron la costumbre de decir siempre los dos apellidos de los árbitros, costumbre que se ha mantenido hasta el día de hoy.
      Un abrazo, amigo.

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    2. Esta historia, que no conocía, me recuerda a la de Gila. A este genial humorista lo mandaron desterrado a Argentina, por decir en uno de sus shows: Les voy a ser franco, yo de aquí ni me voy ni me echan.

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    3. Yo sí había oído hablar de esa historia. Gila era un genio y tuvo que pasarse unos años en Argentina, hasta que pudo volver.

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