jueves, 11 de septiembre de 2014

284. Ceaucescu V. La revolución

A finales de 1989, Ceaucescu domina su país con mano de hierro a través de la Securitate, un cuerpo represor creado a imagen y semejanza de las SS alemanas, que obedece ciegamente al líder. El Ejército Nacional Rumano no cuenta, sin embargo, con la confianza y la simpatía del dictador. Sus altos mandos acuden periódicamente a Moscú a las reuniones del Pacto de Varsovia, y ya hemos visto que Gorbachov está modificando los parámetros estratégicos de la política soviética. A un paranoico de pueblo como Ceaucescu, este sesgo le genera una desconfianza y una inquietud muy desasosegantes. El Conducator no se fía de su ejército.

A veces pequeños detalles contribuyen a llevar los hechos en una dirección determinada. Ante la debacle de octubre de los gobiernos comunistas de Polonia, Hungría, etc., Ceaucescu ha ordenado cerrar todas sus fronteras, blindando el país. Pero, como hemos visto, Nadia Comaneci logra romper el bloqueo y cruza a Hungría el 30 de noviembre, noticia que no se conoce en Rumanía, cerrada a su vez por una férrea censura informativa. Pero Ceaucescu sí se entera, monta en cólera y ordena que el control de fronteras pase inmediatamente a la Securitate. Una nueva ofensa para el ejército, cada vez más desmotivado y con la sensación de no pintar nada en el país. Es éste un punto fundamental en lo que está por llegar.

La chispa que incendia esta situación explosiva es, como siempre, nimia y tiene que ver con el señor Laszlo Tokes, joven pastor protestante de la minoría húngara de Timisoara, al oeste del país. Tokes, actual europarlamentario rumano, era un hombre íntegro que llevaba años enfrentado con su propia jerarquía, a la que acusaba de colaboracionista con un régimen cruel y tiránico. En Rumanía, me contaron que Ceaucescu mantuvo siempre un pacto de no agresión con las iglesias, tan importantes para el pueblo rumano. El pacto consistía en que el régimen no les daba la murga, a cambio de que en sus sermones no se criticara la situación política.

Tokes no entraba por el aro y usaba el púlpito para denunciar las prácticas represivas del gobierno. Su propia iglesia había decidido trasladarle al norte del país, separarle de su pueblo. Pero sus feligreses no estaban dispuestos a consentir el traslado y habían organizado una patrulla que vigilaba su casa día y noche. El viernes 15 de diciembre, miembros de la Securitate burlan a la patrulla que protege la casa del cura, se cuelan dentro y le dan una paliza soberana. El hombre, ensangrentado, sale al balcón y les grita a sus amigos que huyan, antes de que los maten a todos. La noticia corre como reguero de pólvora por toda la ciudad, la gente sale a la calle indignada y se producen los primeros disturbios y choques con la policía.

El domingo 17, Laszlo Tokes oficia la misa en su parroquia con una asistencia multitudinaria. Al terminar, la gente toma las calles y marcha gritando sus consignas. La policía, ayudada por la Securitate, tiene orden de reprimir la protesta como sea. Para ello, utiliza mangueras de agua comprimida, gases lacrimógenos y disparos al aire, con apoyo de helicópteros desde el cielo. Pero las masas no cejan en su empeño y entonces llegan los disparos a las piernas o a lo que pille. Se producen las primeras bajas, lo que indigna aun más a la población. Por la noche, el dictador reúne en Bucarest al Politburó (7 personas, incluyendo a Elena y uno de sus hijos), les ordena que solucionen el asunto como siempre lo han hecho y les comunica que no piensa modificar su agenda, que el lunes volará a Teherán, a visitar a Jomeini. Este es otro error estratégico, que revela una cierta senilidad. Ceaucescu tiene 71 años y no intuye lo que se prepara. A De Gaulle le pasó lo mismo en mayo de 1968: que no se olió la que se le venía encima.

El país queda al cargo de Elena Ceaucescu, pero la hoguera ya está prendida. La Securitate recluta obreros rumanos de las fábricas cercanas, a los que dice que un grupo de separatistas húngaros está destrozando Timisoara. Pero, al llegar a la ciudad, hablan con los sublevados y se unen a la protesta. Los disturbios se extienden a Brasov y a Bucarest. La Securitate se ve superada y Elena ha de recurrir al ejército. Transmite al Ministro de Defensa la orden de acabar con la protesta y espera. Pero el ejército llega a Timisoara y no dispara. Nicolae sigue de visita en Irán y la televisión local sólo da imágenes del viaje; nada de los disturbios.

En paralelo, sale a la luz un Frente de Salvación Nacional, formado por antiguos cuadros del Partido depurados o críticos, ex ministros de Ceaucescu y algún disidente. El FSN se ofrece a liderar el cambio y empieza una actividad frenética, con apoyo exterior de los gobiernos occidentales. El lunes 18 y el martes 19 la batalla se recrudece. De un lado, los ciudadanos armados con piedras y palos y el ejército que ya no les dispara. De otro la Securitate y los fieles al dictador. Todo el mundo fuera de Rumanía está al tanto de lo que está pasando y los medios envían corresponsales que sufren mil vicisitudes hasta alcanzar su destino: el hotel Intercontinental, en el centro de Bucarest. En la noche del 19, las calles están tomadas, hay toque de queda, los manifestantes cuentan sus muertos y la policía parece tener controlado el cotarro.

El miércoles 20 de diciembre Ceaucescu regresa de Irán y reúne al Politburó, a donde convocan al Ministro de Defensa Vasili Milea. El líder está muy enfadado y le pregunta por qué no se han cumplido sus órdenes de reprimir la revuelta. Contrito, el ministro declara haber estudiado todas las leyes y principios por los que debe regirse su ejército, sin encontrar un solo renglón donde se diga que los soldados deban disparar a sus compatriotas. Ceaucescu se pone a gritar furioso, amenaza con largarse si no le obedecen, y es la propia Elena quien ha de calmarlo. (El 22, Milea aparecerá muerto, oficialmente por suicidio, versión que nadie cree, última ofensa a los mandos del ejército, pero no nos adelantemos). Más tranquilo, Ceaucescu toma el mando y convoca una contramanifestación de sus partidarios para el día siguiente, al estilo Franco.

La concentración del 21 de diciembre marca el punto de inflexión de todo el proceso. A la hora convenida, las masas esperan en la plaza central de Bucarest, traídos de todas partes en autobuses y provistos de pancartas con grandes retratos del dictador y su esposa. Ceaucescu sale al balcón, con Elena y demás miembros del Politburó a ambos lados. Empieza su discurso entre ovaciones, hablando como siempre del próspero futuro que aguarda a los rumanos en la vía hacia el socialismo. Pero, a los 10 minutos, sucede algo insólito. Los manifestantes interrumpen el discurso, rompen los retratos, insultan al líder, llamándole asesino. Ceaucescu se bloquea, no entiende nada, se queda en blanco. Elena le apremia desde atrás: tío, ponte las pilas. El anciano líder se rehace, pide silencio, promete subidas de sueldo generales, rebajas de impuestos, nuevas ayudas. Pero la multitud está dividida, algunos aplauden, otros siguen coreando sus consignas. Ceaucescu opta por retirarse al interior del edificio, creyendo aun que podrá reconducir la situación.

El día 22, tras el supuesto suicidio del Ministro de Defensa, Ceaucescu nombra en su lugar al general Antonescu, que tendrá un papel clave. Su primera decisión (sin conocimiento de su jefe) es dar orden a todo el ejército de retirarse a los cuarteles). Eso deja la ciudad en manos de los ciudadanos. La cúpula del FSN se dirige ya hacia el edificio del Comité Central, las turbas empiezan a entrar en las plantas bajas ante la pasividad de los soldados y Antonescu convence al dictador de que huya. Poco después, Ceaucescu, Elena y dos de sus más íntimos colaboradores salen en un helicóptero de la pista C del tejado del edifico del Comité. El resto esperan en un cuarto, protegidos por fieles, para recibir al nuevo poder y ponerse a su disposición. En la calle grupos de activistas y milicianos controlan la situación, hacen barricadas, establecen controles. Los tanques del ejército les apoyan puntualmente protegiendo algunos edificios. Aparecen entonces francotiradores que disparan a la gente desde los tejados. Se cuenta que son elementos de la Securitate, agentes libios o palestinos, circulan toda clase de rumores y se genera una paranoia colectiva, en la que no faltan linchamientos, destrozos de comercios y edificios y saqueos de los palacios del dictador. El caos es general. Los activistas toman la radio y la televisión y empiezan a emitir mensajes del FSN. Los sublevados recortan el centro de la bandera rumana para eliminar el escudo comunista.

El helicóptero de Ceaucescu sólo recorre unos 50 kms. Siguiendo órdenes que le llegan por radio, el piloto aterriza en medio de la nada. Los cuatro fugitivos se hacen con un coche a punta de pistola, un Dacia 1300, el modelo emblemático del régimen, a cuyo conductor obligan a llevarles al pueblo más cercano. Allí se refugian en la sala del comité de empresa de una vieja factoría. El conductor dice ir a buscar a los dirigentes sindicales que les acogerán y protegerán, pero regresa al poco con la policía local, que les detiene. Nicolae y Elena están solos. Al día siguiente, la situación del país es límite. El FSN y la cúpula militar no ven forma de calmar a las masas, que quieren la cabeza de Ceaucescu. Alguien organiza un juicio farsa, de una hora de duración, que termina con la sentencia de muerte e inmediato fusilamiento de la pareja, vestidos aun con sus abrigos de invierno. Era el día de Navidad de 1989, diez días después de la paliza a Laszlo Tokes. 

Juicio y fusilamiento fueron grabados en vídeo y mostrados por la televisión pública con todo lujo de detalles. Era el alimento que necesitaban las masas airadas. El juicio y muerte del tirano fue un aquelarre, una sangrienta parodia de juicio destinada a propiciar la catarsis colectiva del pueblo alzado en armas y provocar a la vez el desánimo de los elementos residuales de la Securitate. Tras la difusión de las imágenes, los disparos de los francotiradores, cesaron como por encanto. Rumanía iniciaba una larga y dolorosa transición, comandada por el FSN. AQUÍ tienen un archivo con imágenes del juicio y el fusilamiento, de la página de TVE, en donde se ha suprimido el momento de la muerte de los dos ancianos.

Un par de reflexiones finales. En la guerra de cifras correspondiente, se infló el número de víctimas: cinco mil en Timisoara, veinte mil en toda la revuelta. La Wikipedia da por buenas unas cifras bastante más bajas: 1.104 muertos totales, apenas 300 en Timisoara. Para mostrar al mundo el horror de Ceaucescu se desenterraron los muertos recientes del cementerio de Timisoara y se fotografiaron. Estaban lógicamente deteriorados, pero eso se atribuyó a las torturas. Esta triquiñuela fue denunciada poco después por los propios habitantes de la ciudad. Aun con la rebaja, las cifras contrastan con los cero muertos de los demás países del Pacto de Varsovia. En Checoslovaquia y Polonia la oposición política clandestina estaba bien estructurada y organizada y controló la situación sin problemas. En Hungría era el propio régimen el que llevaba tiempo democratizando sus rutinas y sus procedimientos. Y todos estos países (también Bulgaria y la RDA) carecían de un régimen tan personalista y tiránico como el de Rumanía. Por eso, sus revoluciones pudieron ser de terciopelo.

Algunos creen que, más que una revolución, fue un golpe de estado urdido por el propio partido para eliminar a la pareja Ceaucescu y quedarse con el control del poder. Cierto que eso se estaba empezando a preparar y por eso existía el FDR, Frente Democrático Rumano. Pero yo me inclino a pensar, como Ludolfo Paramio, que fue una verdadera revolución, un estallido popular. El FDR tuvo que improvisar a todo correr una estrategia para ponerse a su frente, creando el FSN para poder controlar el caos. En definitiva, fue el pueblo el que tomó las riendas de su destino. Las imágenes de esos días, que les dejo como colofón, parecen abundar en esa interpretación de la historia.










































8 comentarios:

  1. Menos mal que ya han matado a Ceaucescu. No sé si soportaría un sexto post...

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    1. Muy gracioso, de verdad. Supongo que quiere decir que me he puesto un poco cansino con el tema rumano. Podría responderle que este es mi blog y en él escribo lo que quiero, pero creo que tiene parte de razón. Lo que pasa es que el personaje Ceaucescu me parece apasionante y daría para mucho más carrete. He seleccionado cinco aspectos suyos diferentes, que me parecen clave. Cada uno individualmente me resulta alucinante. ¿La acumulación es lo que le cansa a usted? Tal vez fuera peor separando los post con otros de diferentes temas. Para mí ha sido como un parto y no puedo menos que compartir su alivio: menos mal que ya lo han matado.
      Un abrazo, amigo

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  2. En Rumanía mucha gente está convencida de que fue una conspiración interna de los comunistas para deshacerse de Ceaucescu que se había vuelto loco y ponerse al día a nivel internacional. Por algo será. De hecho, el primer presidente rumano no vinculado al aparato del antiguo Partido Comunista, no llega hasta 2004, creo. Por eso se produjo una emigración masiva a partir de 1989. La gente joven no podía esperar 50 años, como dice tu amiga, pero es que además, arrastraban la decepción de hacer una revolución con 1000 muertos, total para que siguieran mandando los mismos.
    De todas formas, felicidades por este conjunto de textos. El resultado es un caleidoscopio sobre algunos temas clave del período Ceaucescu, ciertamente una época desgraciada de Rumanía, pero apasionante para estudiarla y aprender. Se aprende mucho viendo lo que NO hay que hacer.

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    1. Supongo que esta teoría es en parte cierta . Pero también es cierto que la conspiración estaba pensada para más adelante, que la revolución saltó imparable y que los conspiradores tuvieron que ponerse las pilas y darse mucha prisa, porque la marea se los llevaba también a ellos.
      Una precisión. Es verdad que Ion Iliescu, el presidente "democrático" antiguo cuadro del PCR duró hasta 2004, pero antes, en el período 1996-2000 hubo otro presidente, antiguo disidente y jefe del FDR que accedió a la jefatura del Estado y lo hizo tan mal que, a la siguiente volvió a ganarle Iliescu.
      Gracias por sus halagos, ya ve que hay otros a los que no les ha gustado tanto esta serie.

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  3. A mi sí me ha gustado la serie pero debes reconocer que no hay en ella mucho divertimento. No hay mentiras ocultas ni motivos de mucha risa y no lo tomes como un reproche, tu blog presume de eso y aquí no existe.
    Por otro lado: en otros blogs veo que se puede advertir la existencia de una nueva entrada a través del correo electrónico lo que evitaría,en gran medida, falsificar los datos del contador. Actualmente con ! seis días sin nuevos post¡, son muchas las vueltas del contador en busca de una nueva entrada. Como tu blog está siempre innovando e incorporando posibilidades que, a mi me parecen increibles, pues esto es sólo una sugerencia.
    Un abrazo de un amigo. Alfred.

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  4. Bueno, el paso de Ceaucescu por Rumanía no es un tema para bromear o frivolizar. A mí me ha resultado apasionante. Estos cinco textos están basados en cosas que nos contaron allí y alguna información completada en Internet. Veinticinco años después de la Revolución, aun hay cruces con ramos de flores y fotos en los puntos en torno a la plaza de la Universidad, en donde cayeron determinados manifestantes, abatidos por los francotiradores. Aun tengo pendiente un último post sobre la situación tras la Revolución, pero os dejaré descansar un poco.
    Si supiera cómo establecer un sistema de avisos a mis lectores sin hacerme una cuenta de Twitter, ya lo habría hecho. Mi blog da una opción de enviar los posts a un mailing más o menos amplio. Pero lo puse, me inscribí a mí mismo como seguidor y descubrí que los textos te llegaban al correo sin forma, sin espacios entre los párrafos, con una letra horrible, todos seguidos. Así que lo eliminé. Pero sigo esperando poder hacer algo así. Es una cuestión pendiente para Lisardo.
    Un fuerte abrazo.

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  5. Pues a mí la serie Ceaucescu me ha gustado.

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    1. Gracias, Paco. Realmente, a mí lo que me gusta es conocer las cosas de primera mano, visitando los lugares y escuchando a sus gentes. Con esa intención fui a Rumanía, procurando no llegar condicionado por prejuicios y opiniones escuchadas por ahí, más o menos sesgadas. Al día siguiente de llegar, me tocó visitar el Palacio del Pueblo, y me quedé impresionado. A partir de ahí empecé a hacer preguntas y me enteré de una serie de detalles, de los que a mí me suelen gustar. Luego, en Madrid, entré en la Wikipedia y comprobé algunas cosas. Por ejemplo, me costó mucho encontrar lo del apelativo Codoi, con que llamaban a Elena Ceaucescu. Y no encontré ninguna referencia a que Nicu Ceaucescu hubiera ayudado a evitar el destrozo del patrimonio en Sibiu. Pero así me lo contaron algunos ciudadanos de este bonito lugar y yo me lo creo y por eso lo he escrito.
      En fin, creo que es una serie con un valor informativo innegable. Yo procuro contar las cosas de la forma en que me gustaría que me las contaran a mí.

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