lunes, 21 de abril de 2014

247. Saliendo de la crisis, o así

Que sí, que vale, que bueno, que ya estoy acá de nuevo, que ya lo sé, que he estado unos cuantos días sin subir nuevos textos, pero es que era Semana Santa, coño, y tendremos que descansar un poco, digo yo. No me vendrán ahora con que ustedes no han hecho ayuno y abstinencia de blog, porque yo entraba de vez en cuando y me encontraba que, en vez de las cifras habituales en torno a las 70/80 visitas diarias, la cosa no pasaba de 10/15. Son cifras engañosas, porque cuenta como una visita cada vez que alguien entra al blog, comprueba que no hay nada nuevo y se sale otra vez. Pero, engañosas y todo, sirven a efectos comparativos. Así que no me acusen de descuidar el blog en fiestas, que ustedes han hecho lo mismo.

Estas fiestas no me producen tanto rechazo como las de Navidad, porque son más cortas. Una semana de lapsus es un tiempo tasado y razonable, que viene muy bien después del trimestre de invierno y no es tan hartizo como las tres semanas de la zambomba. Las procesiones son un festejo arcaico, aburrido, que cada vez suscita menos fervor, como las corridas de toros, pero los veteranos como yo hemos conocido tiempos en que no había muchos más acontecimientos sociales, y las procesiones y desfiles eran lugares de esparcimiento mixto, donde alternar y pegar la hebra con la gente. Uno pillaba sitio y, mientras esperaba la llegada de los pasos, intercambiaba miradas y guiños con las mocitas del otro lado, a ver si se reían o se ruborizaban o mandaban de vuelta alguna señal esperanzadora. Entre la gente diez años mayor que yo, hasta sé de algún caso que acabó en matrimonio.

No he salido fuera en estos días de fiesta, lo que me ha permitido disfrutar de la ciudad sin atascos ni aglomeraciones, porque, después de varios años de crisis, esta vez sí que se ha ido mucha gente a la playa o a donde sea. Hay que tener en cuenta que este trimestre de invierno ha sido largo, sin puentes y con un tiempo tirando a gallego (yo he estado encantado). Y, por primera vez en años, no ha diluviado en Semana Santa. Mira que la iglesia se empeña en jugar al escondite con el calendario, de forma qué es imposible saber cuándo va a caer la Semana Santa. Pues, a pesar de ese truco, Dios les manda regularmente un diluvio, para dejar claro que no le gusta nada esa exhibición de idolatría que son las procesiones. Todos los años los telediarios nos muestran la misma murga de los cofrades llorando porque no pueden sacar a pasear las imágenes, después de estar todo el año preparándose.

Yo creo que este año Dios se ha despistado y no ha mandado el diluvio hasta la noche del último día, cuando ya estaba todo el pescado vendido. O a lo mejor, es que los ha dejado por imposibles, después de dos milenios de procesiones pasadas por agua. La cosa es que el tiempo era perfecto para salir y la gente tenía mucho síndrome de abstinencia. Se ha notado, no sólo en el Madrid vacío, sino en la vuelta de los atascos kilométricos y el aumento del número de accidentes. Pero los de siempre se apresuran a decir que éste es un síntoma más de que ya estamos saliendo de la crisis. Es curioso ese empeño del gobierno de Rajoy en asegurar que ya estamos fuera, que todo va viento en popa, cuando en la calle nadie lo nota.

Vean aquí al lado la interpretación de Forges, genial, como siempre. No es el único que se chotea del asunto. Miguel Ángel Aguilar, siempre agudo y preciso, dice en un artículo reciente, que nadie ve esas supuestas mejoras de la macroeconomía, ni siquiera los miembros del gobierno. Lo que sucede es que estos últimos las barruntan. En este momento desde el gobierno nos insisten en que ya se ve la salida del túnel, pero nosotros miramos a todos lados y no vemos nada. Este curioso fenómeno me trae a la memoria las dos historias que les cuento aquí abajo.

La primera, me remite a una persona muy querida, que no voy a identificar, que en un momento dado se pilló una depresión de caballo, de las llamadas endógenas (sin un motivo identificable), por la que tuvo que ser ingresada en un hospital. Sus amigos íbamos a visitarla con regularidad y apreciábamos sus progresos semana a semana. Los apreciábamos, digo, en su forma de hablar y en el brillo creciente de sus ojos, porque su discurso era siempre el mismo: estoy fatal, tengo una depresión de caballo. Al principio, nos lo decía con ojos opacos y un hilo de voz. Más adelante, con serenidad y sosiego. Después empezó a sonreírnos y a decírnoslo con una especie de resignación esperanzada. Ella se seguía viendo igual, pero su tono era cada vez más alegre, enérgico y animoso.

La última vez que la visitamos en el hospital, nos recibió a carcajadas. Apenas podía hablar de la risa. Fijaos si son mantas estos médicos –consiguió decirnos –que dicen que ya estoy curada, ja, ja, ja, y yo tengo una depresión de caballo, ji, ji, desde luego es que no se enteran, ju, ju, ju, curada, dicen, con la depresión que tengo. Al día siguiente le dieron el alta. Ya saben que soy un optimista inveterado y recalcitrante, pero a mí esto de la supuesta mejora de la economía española me da la misma risa que a la persona de que les hablo. Ojalá el resultado final sea el mismo.

La otra historia (me la contaron como cierta, aunque tiene pinta de ser una leyenda) nos remite a los tiempos de la mili, cuando los reclutas de la milicia universitaria debían recibir clases de diversas materias para completar su formación antes de acceder al grado de alférez. Las clases eran de materias variadas, como Física, y, en ocasiones, la falta de profesores bien cualificados llevaba a la tarima a algún sargento autodidacta que daba lecciones cuando menos pintorescas. Se cuenta de cierto chusquero que solía explicar el concepto físico del momento de inercia con el siguiente ejemplo práctico:

“Imaginen ustedes que viajan en un autobús a toda marcha. El autobús se mueve, y también ustedes, dentro de él, a la misma velocidad. Pero, de pronto, el conductor da un frenazo, porque observa un obstáculo próximo, como un perro que se cruza. El autobús se para bruscamente, pero ustedes se siguen moviendo hacia delante, unos instantes, hasta que se paran también. ¿Por qué? Pues por efecto de la inercia. Es decir, que hay un MOMENTO en el que el autobús ya está parado, pero los pasajeros se siguen moviendo, por efecto de la inercia. ESE es el momento de inercia” –concluía satisfecho.

Lo dicho: estamos ya saliendo de la crisis. El gobierno lo barrunta. Pero nosotros no lo notamos por culpa del momento de inercia. Les mando mis mejores deseos.

2 comentarios:

  1. Como usted sabe, estamos en un mundo muy hipócrita en el que, a veces, a fuerza de repetir (como usted suele decir) que lo blanco es negro, pues al final acaba sucediendo que lo blanco se convierte en negro total. Esto tiene una parte de postureo, pero es importantísimo en el mundo de la actual economía global, porque los fenómenos se realimentan solos. A veces basta una pequeña información falsa para desencadenar una tormenta que se lleva por delante un determinado producto, lo que hace que suba otro y se forren unos cuantos ciudadanos, que son precisamente los que han difundido la especie, aunque suelen cuidarse de que no se averigüe su procedencia. Piense, por ejemplo en el lucrativo negocio de los medicamentos sin receta. SI alguien en España tiene un dolor de cabeza, suele tomarse un Gelocatil, o un Ibuprofeno. En Estados Unidos, sin embargo, es más popular el Tylenol. El Ibuprofeno tiene determinados riesgos digestivos, mucho más peligrosos que los de otros medicamentos difíciles de conseguir, sin embargo, alguien se cuida de que no se sepa demasiado al respecto, para que se siga vendiendo masivamente. Todo está estudiado, desde la publicidad hasta la forma de colocar los productos en las estanterías de los supermercados o las librerías. Así que no lo dude usted. Rajoy, Guindos y Montoro están diciendo que ya estamos saliendo del agujero, porque los superpoderes económicos les han dicho que ya pueden empezar a proclamarlo, que a fuerza de ajustes ya nos han madurado lo suficiente como para que empecemos a recuperar el consumo, etc. Lo del Gran Hermano de Orwell se quedó corto.

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    1. Qué quiere que le diga. Estoy, más o menos, de acuerdo con usted. Tendremos que ponernos todos a gritar YA VA MEJOR, YA VA MEJOR, como un mantra, a ver si empujando a la vez revertimos de verdad la situación.
      En cuanto al Ibuprofeno, yo he tenido que tomarlo "pautado", cada seis o cada ocho horas, durante semanas enteras por lesiones musculares. Cada vez que me pasaba eso, me tomaba un Omeprazol por las mañanas antes de desayunar. Lo que hay que hacer es informarse. Leer los prospectos es un coñazo, pero se puede preguntar al médico.
      Lo que menos comparto de su comentario es el final. No creo en la mala intención de los políticos (sí en su torpeza y falta de talla). Y me gusta que se hayan inventado las redes sociales y ahora cualquier ciudadano provisto de un móvil pueda denunciar una actuación abusiva, mandando fotos a lo ancho del mundo. Está por ver cómo incide el pasado inmediato en el tema electoral. Veremos. A lo peor tiene razón usted.

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