lunes, 7 de abril de 2014

243. Lo que hice el viernes

Había yo colgado dos posts al principio de la semana con intención de aumentar el ritmo de publicación de textos en el blog, que lo tengo algo descuidado, pero es que no hay manera, llevo desde el jueves sin venir a la oficina y a ver de dónde voy a sacar yo tiempo para escribir, con la intensa vida social que desarrollo cuando no tengo que estar siete horas y media aquí encerrado. Nada, que, hasta que esta mañana he puesto mi trabajo al día, he mirado el reloj y he visto que aun me sobraba la mitad de la jornada, no he encontrado un hueco para ponerme a desgranar mis reflexiones.

No puedo negar que también me ha afectado la llegada de la primavera, estación maravillosa en Madrid, y más tras un invierno de muchas lluvias, fríos y vientos. El sol ha lucido espléndido, el aire es limpio, los cerezos están en flor y el personal sale a la calle, como hacen los caracoles y los lagartos después de una tormenta prolongada. El cambio de horario alarga las tardes, las plazas se llenan de gente, los bares extienden otra vez sus terrazas, los tarzanes lucen sus bronceados bíceps circulando en camiseta y las mujeres ¡¡Ah, las mujeres!! En fin, para describir esto no conozco frase más precisa que la del amigo Groucho (no Marx, sino el comentarista del blog): estos días, las mujeres se quitan la ropa de abrigo y se ponen las tetas. Y luego está la luz de Madrid, una luz única, que le da al cielo un tono que se ve en pocos lugares.

Supongo que ya saben que el dicho “de Madrid al cielo” es en realidad una derivación de la parte final de un largo refrán que iba enumerando lo mejor de una serie de lugares. No me lo sé, pero era algo como: de Toledo, el río (por decir algo), de Segovia el cochinillo, de Albacete, las navajas, de Ávila, la muralla… y de Madrid, el cielo. Pues eso, que sube la temperatura y sopla la brisa de la sierra y uno sale a la calle y encuentra algo muy parecido a la felicidad. Como el viernes no vine a la ofi, pues me siento como si hubiera pasado un largo puente, repleto de momentos muy gratos, algunos de los cuales se los cuento a continuación. Y para colmo, ganó el Deportivo, perdieron todos sus rivales para el ascenso, y ganaron también el Aleti y el Rayo, que ya he dicho que, mientras el Dépor esté en segunda, son mis equipos.

El viernes empecé el día llevando mi Toyota Auris a la revisión del primer año. Parece que fue ayer cuando me lo compré y ya ha pasado un año. Esto va a toda leche. La primera revisión hay que hacerla a los 15.000 kms. y yo llevo ya 18.500, así que me regañaron moderadamente, porque el coche está bien cuidado y le prodigo todos mis mimos. Por ejemplo, el día que me lo cagó el cigüeño, lo llevé a lavar enseguida, que la cagalera de cigüeño es corrosiva. La gente dice que la culpa de tales desaguisados la tienen esas grandes palomas torcaces que andan por los parques hace años, pero créanme: lo que encontré sobre mi Toyota una mañana en que lo dejé durmiendo al raso, sólo puede ser la deposición de un cigüeño descompuesto. 

Les he avisado varias veces que no lean mi blog mientras cenan. Si no me  hacen caso, más no puedo hacer. Volviendo al Toyota, aprovechando la revisión, me compré un Kit Adiós Rayones, que es como el champú Fructis Adiós Daños que anuncian en la tele. Se compone de dos frasquitos del formato del antiguo Typex, con el que corregíamos los escritos en los tiempos prehistóricos anteriores al ordenador. Con pincelito y todo. Para su correcto uso, se recomienda lavar primero la rozadura con Politus o similar, para quitar los restos de goma y de otras chapas, y dejar limpio el arañazo. Luego secarlo perfectamente con una bayeta Spontex antes de darle el primer producto, la pintura, blanca en mi caso. Y, una vez seca la pintura, aplicar el barniz incoloro que viene en el otro frasco. Ya ven qué apañadito soy.

Con el Toyota revisado, me acerqué al Centro Cultural El Matadero, donde me esperaba la señora Julie Lemieux, miembro del Consejo Municipal de Québec City, cuya foto les pongo aquí al lado, para que vean qué guapa es. Julie es también una mujer inteligente y agradable. Québec City es la única ciudad al norte de la frontera mexicana que está declarada Patrimonio de la UNESCO. Me dicen que es una ciudadela francesa amurallada preciosa, que alberga las dependencias administrativas del Estado de Québec, cuya capital económica es Montreal. Esta señora había viajado a Granada, a una reunión de ciudades patrimonio de la UNESCO, y había decidido pasar un par de días en Madrid, ciudad por la que tenía gran interés. Acababa de visitar el Matadero, cuyos responsables nos prestaron un pequeño despacho y un ordenador y me dejaron con ella.

La idea era que yo le mostrase mis presentaciones sobre el crecimiento histórico de Madrid y el proyecto Madrid Río, para después dar un paseo por los jardines del nuevo parque fluvial. Le dije que podía contárselo en francés o en inglés y ella prefirió el francés. Al final, me preguntó si me importaba que el paseo lo diéramos en bicicleta y le dije que estupendo, que así podíamos recorrer el parque entero. Descubrí ese día que allí mismo alquilan unas bicis holandesas estupendas, de esas grandes de paseo que no tienen barra superior. Hasta ahora, para mis paseos oficiales por el parque, había recurrido a mi propia bici, o a las que alquilan en el extremo norte, que son más corrientes. Estas holandesas tienen además cubrecadena, con lo que no te manchas ni te destrozas las perneras. Así que pueden imaginar lo chulo que me sentí pedaleando al sol de la primavera madrileña, con mi traje oscuro impecable en compañía de una rubia quebecoise.

Porque yo me pongo traje siempre que tengo que recibir a un visitante extranjero, sea hombre o mujer, y sea ésta guapa o fea. Y trato a todos con la misma amabilidad. Acabamos nuestra excursión a las 3, y comimos juntos en el restaurante del Matadero, un lugar grato con muy buena relación precio calidad. Allí hablamos de lo divino y lo humano y descubrí que mi guapa invitada era una especie de alma gemela mía. Me contó que había tenido antes otros puestos de mayor responsabilidad en el Ayuntamiento de Québec, de los que la habían descabalgado sin motivo aparente y que, desde entonces, aprovechaba para hacer contactos y viajes de este tipo, a la espera de tiempos mejores. Por supuesto que no dejé de decirle que yo estaba en situación parecida y que me encantaría viajar a Québec, si tienen a bien invitarme.

De manera totalmente intencionada llevé la conversación a dos temas sobre los que me interesaba conocer su opinión. Uno el de las Olimpiadas. Yo tenía idea de que los Juegos de Montreal, en 1976, habían sido un fracaso organizativo y económico que había generado una deuda para la ciudad que, casi 40 años más tarde, aun seguían pagando. Me confirmó todo eso, punto por punto, pero me dijo algo aun más tremendo. Que, como en toda empresa que sale mal, se hicieron auditorías y revisaron minuciosamente todas las cuentas. Que esa revisión descubrió que determinados responsables públicos se habían llevado el dinero a manos llenas. Que eso generó un escándalo de proporciones descomunales, que propició una especie de catarsis colectiva, concretada en varios tipos procesados y encarcelados, una renovación completa de la clase política y la promulgación de normas estrictas que evitasen que cosas así se repitieran.

Yo no imaginaba que en Canadá sucedieran este tipo de cosas. Ya ven que en todas partes cuecen habas. A lo mejor la cosa viene de la cultura francesa, mediterránea al fin y al cabo. Y aquí viene mi reflexión al respecto: salgan bien o mal estos saraos, hay una serie de gente que se forra con ellos. Lo que pasa es que, cuando salen bien, nadie lo investiga. La señora Lemieux me confesó que, sea cual sea su resultado, a ella no le gustan estos eventos que requieren un esfuerzo inversor desmesurado a las ciudades, que, tras quince días de esplendor, reciben una herencia en forma de deuda e instalaciones inútiles imposibles de rentabilizar.

El otro tema que le suscité, ya se lo imaginan y se lo pregunté directamente: ¿estaba o no a favor de la independencia del Québec? Se entristeció visiblemente y me dijo que por supuesto estaba contra la secesión, que consideraba que el Québec tenía toda la libertad del mundo para desarrollar su cultura y sus derechos en un estado federal, que ellos estaban integrados en la Francofonía (la Commonwealth de los franceses) a todos los efectos, pero creían que, asociados con la parte anglófona, tenían un peso mayor en el concierto internacional y podían defenderse mejor.

Que en su estado los separatistas habían llegado a rondar el 50%, pero precisamente se trataba de la gente más rural y menos culta. Que menos mal que el Tribunal Supremo se había implicado en el tema, que si no, podían haber acabado como los yugoslavos. Que tenía un par de amigas en la amplia comunidad de refugiados bosnios musulmanes de Canadá, que le habían contado atrocidades impensables, y que le parecía absurdo lo sucedido en Yugoslavia entre pueblos étnicamente idénticos que comparten incluso el mismo idioma: el serbocroata.

Ahora entienden por qué les digo que el viernes encontré un alma gemela.
  

6 comentarios:

  1. Ardemos en deseos de que nos cuente qué sucedió después de la comida. ¿Continuó usted enseñándole presentaciones?

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    1. Hace un par de horas que he leído su comentario y aun estoy riéndome. Mira que sois ustedes-vosotros gamberros. Las presentaciones a las que, supongo, alude, las tengo ya muy poco aparentes a mis sesenta. Digamos que, a estas edades, uno tiene sus presentaciones un tanto impresentables.
      Por otro lado, esta señora estupenda tiene unos veinte años menos que yo y me puedo dar con un canto en los dientes con que me admitiera como cicerone. Está casada (exhibía su anillo todo el rato) y tiene al menos una niña pequeña, tan rubia y guapa como ella, cuya foto adorna la pantalla de su smartphone, con el que estuvo intercambiándose mensajes con ella mientras nos servían la comida (previamente se disculpó aclarándome que, con la diferencia horaria con Québec, no había podido comunicarse con la niña porque estaba durmiendo).
      Lo que sucedió después de comer se lo contaré en el post siguiente, pero no espere nada muy llamativo, tío ganso.

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  2. ¿Alma gemela solo tuya?
    Y mía.
    No hay más que ver la foto que pones y el entusiasmo con el que la describes.

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    1. Pues sí que era maja, aunque la foto tal vez tenga ya algunos años. La he puesto para presumir y dar envidia, en línea con mi personaje bloguero. Lo que no puedo negar es que me encantaría visitar Québec, algo que también pensaría si se tratara de un tío con el que hubiera conectado como con ella.

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  3. No se tire el rollo, que si la chica no fuera tan vistosa no habría traído su foto al blog y seguramente tampoco hubiera sido tan atento con ella. Todos somos humanos...

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    1. Habla usted por hablar, tal vez no hubiera traído la foto al blog, pero no dude de que atiendo igual de bien a todo el mundo, excepto que vea que le está importando un rábano lo que le cuento, que está mirando el reloj con disimulo como Jane Fonda en Klute, algo que no me ha pasado casi nunca. De hecho, hace unos meses atendí a tres arquitectas israelíes, más o menos de mi edad, que parecía que se acababan de caer de un guindo del kibutz. Ya sabe: jerseys de lana gruesa, pelo rizado irredento con un par de horquillas medio rotas, cero maquillaje, nariz judía, manchas en las manos. Una de ellas tenía hasta un agujero en un lado del jersey. Y le puedo jurar que se fueron encantadas, después de una sesión explicativa de dos horas.

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