miércoles, 1 de febrero de 2023

1.204. A la carrera otra vez

Bueno, mi programa se acelera como era de esperar. Así a modo de resumen, mañana tengo mi interview con la sueca Jenny Stenberg, el domingo 4 llegarían los de Brazzaville (uso el condicional, porque siguen sin ponerse al teléfono. En otros contextos los daría por perdidos, pero siendo africanos todo puede pasar todavía), del 11 al 20 me voy a París, el 23 viene Ghalia Volt y el 6 de marzo viene Alain Sinou con los alumnos de su máster a los que tendré que atender durante toda una semana. ¿Nervios? ¿Quién dijo nervios?, esto no es más que un grumo dentro de mi sinvivir habitual, similar a otros que ya he vivido en los últimos tiempos y contado puntualmente en el blog. Como me dispongo a hacer a partir de hoy.

Pero vayamos por partes. El sábado, como les conté, corrí por el Retiro bien abrigado. Publiqué mi post, descansé el resto de la mañana y luego me comí una parte de la minestrone que me había cocinado el día anterior, según la receta que me explicó mi hijo Kike, a la que ya saben que le he adjudicado la vitola de plato del año. A mí no me salió tan buena, pero estoy en camino de mejorarla, al fin y al cabo es la segunda vez que uso mi flamante cocotte, con la que la semana anterior me había hecho un potaje buenísimo. La cosa es sencilla: pones a cocer todas las verduras que tengas por la casa, cortadas en daditos, mejor con un caldito que prepares primero, de gallina, de pollo, de verduras o mixto. Cuando estén ya bien cocidas sin pasarse, reservas un cazo de los trozos, pasas el resto por un pasapurés o una túrmix y lo dejas bastante líquido, para lo que si hace falta le añades más caldo, o directamente agua. Le incorporas los trozos reservados y ya está. Luego, para comerla se le añade queso parmesano recién rayado y está espectacular.

En mi caso hice el caldo con una pastilla y media de avecrem vegetal, porque no tenía pollo, y evidentemente no es lo mismo, pero para un primer ensayo el resultado no estuvo mal. Por la tarde dediqué un par de horas a ver un concierto del bluesman Kenny Wayne Shepherd, un tejano cuarentón que toca la guitarra muy bien, en la línea de Samantha, Damon Fowler, Tab Benoit y otros. Había comprado hace más de un mes una entrada para verlo en streaming y ya saben que estas entradas te dan la posibilidad de ver el concierto en directo o en diferido durante 48 horas, todas las veces que quieras. En directo era a las cuatro de la madrugada, así que yo lo vi por la tarde. 

Kenny es un buen guitarrista, muy querido por sus colegas, aunque le falta algo de la chispa que hace más poderosos a los otros. Pero el concierto tenía otros atractivos. Era el cierre de una gira que conmemora 25 años de carrera, y el concierto tenía lugar en el Ryman, la sala mítica de Nashville, el templo del blues y del country. Con motivo de la celebración, subieron al estrado algunos músicos de prestigio, como Joe Bonamassa, que elevó el listón bastante. Y en el grupo de Kenny hay un miembro muy especial, el histórico batería Chris Layton, que formó parte del power trío más famoso de Stevie Ray Vaughan. Cris tiene ya 67 años pero sigue en la carretera y es desde hace años el batería titular de la banda de Kenny Wayne Shepherd. A propósito, aquí tienen una lista de los músicos más longevos actualmente en activo; de muchos ya se ha hablado en el blog.

Nombres ilustres a saco. Y, como dice el letrero, todavía haciendo giras, grabando y coleando (alive and kicking: vivitos y coleando). Hace poco les hablé de los dos que encabezan la lista por motivos similares. Willie Nelson anunció compungido que había tenido que dejar de fumar marihuana por la presión de sus hijos, nietos y médicos. Por idénticas causas y con no menos pena, el gran John Mayall anunció que a partir de ahora sus giras se circunscribirán al estado de California donde vive. Genio y figura. Pero les hablaba del batería Chris Layton, que es toda una institución en el blues yanqui. Tengo que confesar que, aparte de su maestría con las baquetas, lo que más envidia me da de él es su magnífico pelo, que es el suyo natural. Hace unos días, cuando se murió Jeff Beck, los plumíferos que hablaron de ello en la prensa más canallesca no dejaron de señalar que Jeff llevaba un pelucón seguramente de peluquería, para mantener su imagen de rockero juvenil. Chris no tiene esos problemas, como ven en esta foto reciente.

Y hablando de baterías, nuestra querida Sarah Tomek, de la banda de Samantha Fish, que ya saben que es muy mitómana como yo, no perdió ocasión de hacerse un selphie con su maestro un día que acudió a uno de los conciertos de la reciente gira de su banda.

Y ya que estamos con Samantha Fish, he de decirles que anteayer, 30 de enero, nuestra diva cumplió 34 añitos, y recibió en redes numerosas felicitaciones, entre ellas la mía. Abajo tienen una de las más pintonas.



Pero volvamos al domingo pasado. La mayor parte del día me la pasé trabajando mis presentaciones y la logística de las inminentes visitas de los grupos de Brazzaville y París. Ahora que no nos oye nadie, les confesaré que esto de los africanos ya raya en la mala educación, tenemos todo un operativo montado que implica a bastante gente y estos tipos siguen sin confirmar que vienen ni ponerse al teléfono. Entre ustedes y yo, ya casi preferiría que no vengan. A las 8 de la tarde tenía ya la cabeza como un bombo así que decidí parar y salir a caminar bien abrigado. El centro de Madrid estaba lleno de gente a pesar del frío, era imposible entrar en ningún bar. El final de la cuesta de enero no consigue compensar el efecto de la vuelta a la vida urbana después del Covid.

Por la noche, ya no tenía ganas de trabajar más y decidí buscar una película para ver mientras bajaba la cena. Y me decidí por Todo a la vez en todas partes, la película que todo el mundo da como favorita para los próximos Oscar. Busqué cómo verla y la encontré en Filmin por 4,99€. Y recordé que, según la respuesta que me dieron hace poco los de esta página, los estrenos sí se pueden alquilar individualmente, sin necesidad de hacerse socio de la plataforma, algo que me impide mi religión como les conté. Vale, me preparé una copa de vino, me abrigué bien con doble manta, pagué mis 4,99€ y me dispuse a ver la maravilla. La película dura dos horas y cuarto. Y créanme: en un momento dado me asaltó una pregunta: ¿qué hago yo aquí viendo esta mierda con la cantidad de cosas que tengo pendientes de hacer? Paré un momento la reproducción y miré cuánto llevaba. Sólo había visto 45 minutos. Pero la perspectiva de sufrir otra hora y media más de semejante coñazo me resultaba insoportable. Decidí dejar de ver, apagué y me puse a leer.

He de aclararles que en mis casi 72 años nunca me he salido de una película en el cine, y he dejado a medias en la tele muy pocas. Y dice una amiga, que sostiene humorísticamente que soy un poco roña, que muy mala tiene que ser la peli, para que yo, habiendo pagado 4,99€, no la vea hasta los últimos títulos de crédito. La película, no es que sea mala, es que es un horror. Es algo pretendidamente ingenioso y gracioso, tal vez dirigido a público de niños más bien tontos. Insulta la inteligencia del espectador medio. Es una producción que se filmó hace más de un año, con pretensiones claras de cine de serie B, que ahora a ciertos críticos les ha dado por decir que es buen cine, para quedar de originales o de descubridores del verdadero arte que sólo ellos ven en esta sucesión de despropósitos totalmente frikis.

La película tiene quince minutos iniciales, digamos, normales, que tampoco son nada del otro mundo. Una familia de origen chino, con madre mandona al cargo de varios negocios, marido apocado que le sigue el rollo como puede, sin llevarse más que regaños, y una hija adolescente punkie y lesbiana enfrentada con la madre. Entonces reciben una citación de Hacienda, donde no aceptan su declaración y les conminan a acudir a su sede para discutir una posible paralela. La oficina a la que han de ir está en la décima planta de un rascacielos. La pareja se monta en el ascensor. Y durante el recorrido del ascensor, sin venir a cuento, el marido saca de su bolsa unos auriculares cutres, de esos que te regalan las aerolíneas, se los pone y de pronto se convierte en otra persona, una especie de super héroe que viene de un universo paralelo.

A partir de aquí, la acción es un disparate a un ritmo frenético extenuante con presencia continua de efectos especiales y una música abrumadora, una acción disparatada llena de peleas, mamporros y golpes enormes de los que los afectados salen sin un rasguño. Como no la he visto en el cine no sé si ese despelote le hace gracia a la gente, a mí desde luego ninguna. Es un tipo de historia que podría funcionar como un cómic, pero hacer esto en cine es absurdo, como ya se vio en las dos películas de Mortadelo y Filemón, igualmente insoportables para mí. Todavía sigo preguntándome por qué un director tan bueno como Javier Fesser, autor de maravillas como El milagro de P.Tinto, Camino, Campeones o Historias lamentables, perdió tiempo y energías embarcándose en hacer no una sino dos películas de Mortadelo y Filemón (yo ya no vi la segunda).

Lo terrible es que esta película, se ha empeñado en decir todo el mundo que es muy buena y parte como favorita para los Oscar. Cuando es una auténtica astracanada-patochada infumable. A ritmo vertiginoso asistimos a un guión en el que todo vale, lo que al final es muy aburrido. Hay tipos a los que los dedos se les convierten en salchichas, o de pronto se vuelven campeones de kung fu sin venir a cuento. Y además hay otros dos matices que la hacen aun más insufrible. Uno, que ese absurdo te lo intentan explicar técnicamente todo el rato. No hay un universo sino un multiverso, hecho de realidades paralelas, a cual más absurda, de las que se entra y se sale sólo con ponerte unos auriculares, insertándote un tapón anal o haciéndote pis encima (tiene cojones). Y te lo explican con frases como: creaste un algoritmo que calcula qué acciones estadísticamente improbables te colocarán en un orden al borde del cúmulo local. O esta otra: el algoritmo de trayectoria estocástica crea funciones aleatorias. Estas frases no crean que me las he aprendido, las he copiado de una de las escasas críticas negativas que he encontrado.

El otro es el mensaje que fluye por detrás de la acción vertiginosa: el amor todo lo cura y de todo te redime, con el amor entre las personas se sale de cualquier pesadilla en la que te veas envuelto. Un mensaje sentimentaloide y buenista que parecería contradecirse con la cantidad de mamporros que se reparten. Es una película estridente, delirante, descerebrada y sin gracia. Ustedes verán si acuden a verla, no digan luego que no estaban avisados. En más de diez años que llevo publicando este blog, no recuerdo haber criticado así ningún film. Pero es que la visión de esta película es algo que me resultó ciertamente insufrible. Y me aterroriza la posibilidad de que sea la triunfadora de los Oscar. De verdad, si eso pasa, consideraré seriamente la posibilidad de pasarme al bando del señor Putin. Es que el Hideputin sólo tendría que comprarla y exhibirla por toda Rusia para llenar su país de adeptos a sus tesis. Si este es el cine que viene, ¡POCO NOS PASA!

Y esto de sumarse a las tesis de Putin me lleva al reciente caso del señor Pompeyo González, funcionario jubilado de 74 años de Burgos, que ha resultado ser el autor, él solito, del envío de cartas bomba a las embajadas de Ucrania y USA, el presidente del Gobierno, la ministra de Defensa y otros lugares similares. Hasta seis cartas mandó este señor desde su pisito de Miranda de Ebro, por suerte causando apenas un herido leve. Es curioso que hace poco más de una semana, desde el New York Times se lanzaba la teoría de que detrás de estas cartas navideñas estuviera un movimiento ruso de extrema derecha. Pueden ver el titular AQUÍ (para leer el artículo tendrían que ser suscriptores). Pues el New York Times hizo el ridi. No eran agentes rusos de extrema derecha. Era Pompeyo. El tío de la gorra.



Hace pocos días ha habido dos tiroteos masivos en California. En el primero, el autor fue Huu Can Tran, de origen chino y de 72 años, que fue luego encontrado muerto en su furgoneta. En el otro el tirador fue otro chino bastante mayor: Zhao Chun Li, de 67 años. ¿Les habría influido la visión de la película maldita de la que les he hablado más arriba? No se sabe. Pero los de la peli también son chinos de origen y se lanzan a la calle en plan justiciero. Lo cierto es que junto a Pompeyo, estos señores vienen a demostrar que la edad es un factor secundario, colateral. Entre los viejos hay gente de todo tipo, como entre la gente de cualquier sector de edad. Y, lo mismo que hay músicos muy longevos, también hay terroristas, asesinos y cabrones. O sea que cuidado con nosotros.

Por lo demás, lunes y martes he estado dedicado a preparar los inminentes saraos en los que me he metido. Ayer martes pasé por mi antigua oficina para precisar los términos del acto en que se recibirá el martes a la gente de Brazzaville si finalmente vienen. Y por la tarde, por fin me explicaron en qué consiste la interview con la investigadora sueca Jenny Stenberg. Al final resulta que la cosa no es on line. Esta señora se ha cogido un vuelo a Madrid y nos reuniremos los tres entrevistados con ella en la cafetería de la Universidad Antonio de Nebrija. Y ayer también me enviaron el cuestionario sobre el que va a girar la entrevista, todo centrado en los sistemas de participación ciudadana por medios digitales. Es un tema del que no soy especialista y me hubiera gustado tener más tiempo para preparármelo, pero así está planteado y trataré de quedar lo mejor posible. Ya les cuento.

Como ha sido el cumple de mi adorada Samantha, les voy a dejar con un vídeo suyo reciente. Saben que, en los conciertos largos, Sam suele dejar en el centro un descanso para los músicos de su banda, mientras ella toca algunas canciones con su guitarra acústica. El 14 de diciembre, Sam tocó en el Kent Stage, de Kent (Ohio). Y durante la parte acústica cantó esta maravilla: If I were your woman, si yo fuera tu mujer, una recreación de una vieja melodía de los 70 escrita por la diva del soul Gladys Knight. Es una canción desesperada, un grito dirigido al hombre al que echa de menos y cuya atención no consigue, una preciosa melodía que ella interpreta con todo su sentimiento, desde el hondo suspiro inicial: si yo fuera tu mujer y tú fueras mi hombre… Después de detallar todo lo que haría en ese caso, concluye proclamando: nunca-nunca-nunca pararía de amarte. Al final se ve que el tema la deja tocada, pero enseguida se rehace y se la oye decir: hala, ya está, que venga otra vez la banda. Pues eso les digo yo: que adelante con los faroles, que sean buenos, cuiden de que no se les vaya la olla p’a Camboya y tengan cuidado con el cine que ven.  

2 comentarios:

  1. Después de leer su ataque a la película de moda, no se me ocurriría ir a verla, gracias por advertirnos.
    Y una pregunta: ¿Ha considerado usted la posibilidad que ese grito en el desierto de su adorada Samantha vaya dirigido precisamente a su persona?

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    1. En cuanto a lo primero, de nada. En cuanto a lo segundo, se agradece la coña, con casi 72 años uno no puede aspirar más que a sueños discretos. A mí me bastaría con que me considerara un amigo y me reconociera las próximas veces que seguramente tendre oportunidad de encontrarme con ella.

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