sábado, 28 de enero de 2023

1.203. Cordura, literatura y atriles

Pues en continuidad con mi último post les contaré que el día 23, una vez que publiqué mi entrada anterior, desarrollé mi actividad habitual de los lunes, es decir, fui al yoga, comí algo en el Ricla y luego hice una serie de recados, como ir a comprar más café en La Mexicana, para mi insaciable De Longhi Magnífica, recoger unos zapatos que le había dejado al remendón del mercado para que les pusiera medias suelas y recuperar también el abrigo heredado de mi hijo Kike con el que me paseé por media Europa sin ser consciente de que tenía los bolsillos descosidos y, en consecuencia, herméticamente abiertos, como les conté. El sastre al que se lo dejé para que lo arreglara es un buen tipo al que la vida ha arrastrado a una especie de soledad en compañía de su madre y un perro, no se sabe cuál de los dos más anciano. Hay que dejarle allí la prenda a componer y luego pasarse por su chiscón de vez en cuando, porque él no te llama para decirte que ya está. Llegué y me preguntó que cómo era mi abrigo. ꟷNo sé ꟷle contestéꟷ, es una prenda de skater, yo creo que de cuero o similar.

Lo encontramos al fin. Estaba arreglado perfectamente. Pero me corrigió: ꟷEsto no es cuero, esto es cordura. Era la primera vez que escuchaba esa palabra hablando de prendas de vestir. El tipo me explicó que la cordura es un material muy resistente conseguido a base de trenzar fibras de nylon de forma compacta y tupida. Tiene una gran resistencia a las rozaduras, es impermeable y dura mucho por lo que está muy valorado entre los moteros, los skaters, los militares y los aventureros de largo recorrido. Es el mismo material del abrigo que me compré estas navidades, así que ahora tengo dos para resistir los fríos europeos y lo que me echen. Volví a casa un poco cansado después de todos esos recados, pero es que no tenía otros días para ocuparme de esos temas. Porque el martes y el miércoles tuve que madrugar para asistir a las Jornadas de divulgación del proyecto Bosque Metropolitano, que se celebraron en Cibeles, cuyo anuncio pueden ver abajo.


Ambos días estaban llenos de conferencias y mesas redondas muy interesantes, con un descanso a las once para un café y otro a las dos para comer en formato coctel y seguir luego hasta las cinco y media. Es este un proyecto municipal, el último en el que yo trabajé en sus primeras fases, que en estos casi dos años que llevo jubilado ha adquirido un volumen y una trascendencia para el futuro de la ciudad ya imparables, gracias al trabajo ingente que han desarrollado mi jefa, mi compañera M. y su equipo. Entre todas organizaron unas jornadas impecables de las que salieron muy reforzadas y con la moral por los cielos. Otro día les cuento más en detalle las características de este proyecto. Porque hoy quiero centrarme en otros temas. Por cierto, mi amigo Werner vino desde Asturias específicamente para asistir a estas jornadas y se volvió encantado.

En cuanto a la delegación de Brazzaville, finalmente parece que ya han tenido su reunión en la embajada de España en Kinshasa, para lo que mi jefa hubo de firmar electrónicamente la nueva respuesta con la lista de doce participantes. Lo hizo a tiempo, desde su móvil, en un descanso de las jornadas. Yo le había dicho a Werner que por qué no les mandábamos un simple pdf con la nueva lista, pero me contestó que no era una buena idea, porque los de la embajada chequeaban minuciosamente las firmas electrónicas de estos documentos para evitar la picaresca de la gente que quiere irse del país. En fin, les mandamos el nuevo documento y ya no hemos vuelto a saber de ellos. Otra vez no nos cogen el teléfono y eso en la dinámica conductual de los africanos quiere decir que aún no tienen el visado.

El miércoles, después de la larga jornada del Bosque, Werner y yo nos reunimos en el café Vertical para ir pergeñando el programa de la visita, cuya logística es compleja: charlas, salas, visitas de campo, transporte. Werner se volvía a Asturias al día siguiente temprano, pero yo no podía quedar a cenar con él, porque tenía mi clase de blues en Palomeras. Tuve el tiempo justo de subir a casa, coger la guitarra e irme al Metro. Esa noche estaba reventado, ya no estoy acostumbrado a estas jornadas tan intensas. Y la del martes tampoco había sido moco de pavo. Ese día pude subir a descansar un rato, antes de conectarme para la primera sesión del año del club Billar de Letras, que fue de 19.30 a 21.30. Justo para luego cenar algo rápido y a dormir. Con estas jornadas de Cibeles me salté una clase de inglés y mi habitual entrenamiento por el Retiro de los miércoles. Pero es que ya he entrado en la fase de sinvivir king size.

La sesión de Billar de Letras versó sobre el libro Piñen, de la escritora chilena Daniela Catrileo, cuya imagen tienen aquí a la izquierda. Esta señora es descendiente de indios mapuches, la etnia más guerrera del cono sur, que resistió a los españoles durante cien años para luego llegar a un acuerdo por el que se les reconocían más o menos sus derechos históricos. Los mapuches tienen una resiliencia prodigiosa y mantienen su lucha secular y su idioma, el mapudungun cuyos términos se han infiltrado ya en el habla de calle de los chilenos. En este blog se ha hablado ya del newen, palabra mapuche que designa precisamente esa energía, esa fuerza para resistir característica de su raza. Piñen es otra palabra mapuche que se refiere a esa roña que se queda adherida al cuerpo, mezcla de sudor y polvo y que es tan difícil de limpiar cuando lleva años atesorada.

Los mapuches son también un pueblo viajero y aventurero, que acostumbran a emigrar, de modo que ahora mismo hay ya más mapuches en el área metropolitana de Santiago que en sus tierras originales. La mayoría viven en los llamados barrios de blocks, especie de alojamientos temporales convertidos en permanentes, construidos por el gobierno con prefabricados y materiales de baja calidad. Y ese es el ambiente que describe Daniela en los tres relatos largos independientes que componen el volumen titulado Piñen. La marginación, la miseria, la incultura, el racismo, el machismo de estos enclaves suburbiales. Es un libro que a mí me gustó bastante, pero no me atrevo a recomendarles, porque es muy específico y habla de una realidad que no a todo el mundo interesa.

Especialmente me gustó el tercer cuento, en el que se cuenta la relación de dos niñas amigas que emigran a los blocks y sucesivamente descubren que son mapuches (y por eso discriminadas) y también mujeres (y por eso igualmente relegadas). Ambas son muy listas y consiguen darle la vuelta a esa valoración y se convierten en dos jovencitas punkies, las más modernas de Santiago, que con su tribu acaban creando poesía, cultura e identidad en torno al rock, pero sin perder su divisa cultural mapuche. Me sentí muy concernido por esta temática. En mis años de post-adolescente rockero, mi padre estaba muy preocupado de que yo no alcanzara el estatus de mis hermanos mayores, porque me interesaba el rock, llevaba el pelo largo y me vestía con jeans baratos, y yo le decía que era justo al revés, que lo que yo quería era ir más allá que ellos. La sesión del club fue interesante, Daniela es una buena conversadora, que se dedica sobre todo a la poesía, la enseñanza y el feminismo.

Pero Piñen es un libro muy cortito, que se puede leer casi en una tarde. Y eso me ha permitido leer en este tiempo una novela que, esta sí, les recomiendo sin dudarlo. Me refiero al último libro escrito y publicado por mi amigo el director de Billar de Letras Ronaldo Menéndez, que se llama El proceso de Roberto Lanza. Hasta ahora, los libros de Ronaldo giraban en torno a temáticas cubanas, enhebrados alrededor de sus recuerdos. Esta es su primera novela cien por cien española y, si la recomiendo en mi blog, no es porque sea amigo mío, sino porque está muy bien escrita, como todas las suyas, plantea temas bastante delicados y tremendos y está de plena actualidad. Vean abajo una imagen del autor y el libro.


Digo que el tema está de actualidad y estoy pensando en el caso Dani Alves. No hace falta que diga que el tal Dani Alves me parece un animal y un impresentable, que se merece todo lo que le pueda pasar a partir de ahora. Yo ya le tenía catalogado de repelente por sus proclamas a favor de Bolsonaro y pidiendo la anulación de las elecciones brasileñas, uniéndose a la cacofonía de los que están convencidos de que fueron fraudulentas, como Neymar y otros, sin olvidarnos del bueno de Donato (bueno como futbolista) del que en su día Gil y Gil dijo que era un muerto de hambre y que acabó siendo figura decisiva del Súper Dépor. Este sujeto ha pedido específicamente que el ejército se subleve y tome el poder por las armas.

Pero volvamos a Alves. Este tipo, como digo, es un cabrón y lo que hizo en la noche de autos en una discoteca de Barcelona, no tiene pase, revela hasta qué punto puede ser malo un personaje en un momento dado. Además, es tonto, porque se ha venido él solito a meterse en la boca del lobo, cuando se podía haber quedado en México. A partir de todo eso, con el personaje se ha puesto en marcha la dinámica de la cancelación. Ya saben lo que es eso, con el poder actual de las redes sociales, un tipo que la caga de esa manera es cancelado. Lo hunden. Un efecto inmediato: su mujer, que es canaria, ha borrado de su perfil de Instagram todas las imágenes en las que aparece su todavía marido. El mecanismo de la cancelación es terrible y difícil de frenar una vez iniciado. Y hay además procesos de cancelación retrospectiva, como los que sufren Polansky o Woody Allen, dos directores extraordinarios de cine, a los que se persigue por cosas que hicieron de jóvenes, siendo ahora octogenarios. Prefiero no opinar sobre esta línea retroactiva, ustedes me entenderán.

Pero el problema es cuando ese mecanismo se pone en marcha alrededor de un personaje inocente y eso es lo que relata Ronaldo en su novela. Les cuento de qué va (si prefieren dejar de leer aquí y comprarse el libro, adelante). Roberto Lanza, protagonista de la historia, es un tipo normal, algo retraído socialmente, como puedo ser yo o cualquiera de nosotros. Tiene una pareja con la que es feliz y un niño de unos ocho o nueve años. Precisamente, un día en el que va a recoger al niño al colegio, la profesora le pide que entre un momento porque tiene algo que comentarle. Entonces le dice que el chaval, después de hacer deporte, cuando ella le estaba ayudando a ponerse los calzoncillos, le ha pedido que le diera un beso ahí abajo. Digámoslo con todas sus letras: en el pito. Y ha añadido riendo que su padre se lo hacía. Ella es consciente de que los niños dicen tonterías e inventan cosas, pero tiene que hablarlo con Roberto y observar su reacción, para valorar la posibilidad de activar el protocolo correspondiente.

Roberto se muestra sinceramente sorprendido. No tiene ni idea de por qué el niño ha dicho eso, pero observará su comportamiento, etc… La profesora se da por satisfecha y la cosa queda así. El problema es que Roberto se empieza a comer el tarro. ¿Por qué ha dicho eso su hijo? A él le gusta mucho bañarlo (como a mí, bañar a un hijo es una de las cosas más deliciosas que existen). Y cree recordar que en alguna ocasión, recién bañado y seco, le hacía pedorretas en el ombligo, cosa que al chaval le provocaba una risa incontenible. ¿Tal vez un día le ha rozado un poco sin darse cuenta? Pero la cosa se va complicando. Porque de alguna forma el tema se sabe entre los demás padres (es el propio Roberto quien lo comenta con un amigo y a este se le escapa delante de su mujer). El diabólico mecanismo se pone en marcha y Roberto ayuda a ello con decisiones equivocadas. Por un lado, empieza a captar miradas significativas de todo su entorno (en parte resultado de sus paranoias). Y además empieza a beber demasiado, lo que tampoco ayuda.

Y la marea de la cancelación alcanza a su propia mujer: el matrimonio se tambalea. Es la descripción de un descenso a los infiernos. Algunas de sus líneas equivocadas pasan por espiar a una vecina de enfrente que se ducha desnuda apenas velada por una mampara. La chica le descubre mirando, monta el pollo y la cosa llega a los oídos de su mujer. Además, en una conversación con otros padres, hablando sobre pornografía, alguien suelta que el mayor porcentaje de páginas vistas es de la línea sado-maso. Siente curiosidad y visita esa noche algunas de esas páginas. Su mujer, que ya está bastante mosca con todo el asunto, entra en su historial, descubre estas visitas y siente un asco infinito. Y la consecuencia es obvia: su propia mujer empieza a dudar si está casada con un pervertido y lo que ha dicho el hijo de ambos es cierto. No hay ningún proceso judicial, el proceso al que alude el título (en un guiño inequívoco a Kafka) es el de degradación de nuestro protagonista, que cada vez se hunde más.

Hasta aquí, el libro es inquietante, angustioso, incluso desagradable, porque es difícil empatizar con un personaje que se lo está haciendo tan mal (aunque habría que ver a cualquiera de nosotros en una peripecia como esa). Pero entonces, justo a la mitad del libro, se produce un giro de guión espectacular: Ronaldo en estado puro. En un momento dado, Roberto, que ya se ha separado de su mujer y está viviendo solo en un apartamento que le han prestado, concibe un plan enloquecido y lo lleva a cabo. Un día en que no le toca recoger al niño, se presenta en el colegio y se lo lleva. Tiene el coche listo, con gasolina y pertrechos, para salir carretera adelante, en dirección a Portugal, donde pasó sus vacaciones más felices con su mujer, antes de tener al chico. Y entonces el libro se convierte en una especie de road movie apasionante y deliciosa, que recuerda a Thelma y Louise y otras escapadas similares.

La segunda parte del libro es apasionante porque es un thriller, en el que vamos siguiendo las aventuras de la pareja y a la vez los progresos de la policía en su objetivo de localizarlos, tras la denuncia de la madre. Y es deliciosa porque se describe en toda su grandeza y esplendor la relación entre un padre y un hijo que se adoran. Roberto (de perdidos al río) se mete en las aventuras más disparatadas y el crío se lo pasa pipa viendo a su padre funcionar como una especie de supermán que se zafa de todas las trampas. El chaval no se ha divertido tanto en su vida. Y creo que pocas veces he visto contado de manera tan tierna lo que constituye la esencia de la paternidad. No les voy a revelar el final y sus detalles, pero el libro no es de terror, es amable, es razonable (aunque en la primera mitad se pasan malos ratos) y, como es previsible, el niño acaba por ser devuelto a su madre. Lo examinan médicos y sicólogos que concluyen que no sólo está sano en todos los sentidos, sino pletórico.

Y vuelve al colegio. Y aquí hay otro giro de guión magistral de Ronaldo. Porque el chaval está eufórico y empieza a contar a sus compañeros todo lo que ha vivido, debidamente engrandecido y fantaseado con todo lujo de detalles prodigiosos, reales o inventados. Y esto produce dos efectos. Por un lado, algunos niños empiezan a decir en sus casas: yo quiero que papá me secuestre, anda, porfa, que es muy diver. La otra es de cara al lector. El niño demuestra una capacidad de fantasear fuera de lo común, tal vez un día sea escritor, no le falta imaginación. Y esto cierra el círculo con el que empieza el libro: lo que le dice a su maestra en la página 1 y que desencadena toda la historia ¿es sólo una muestra de esa capacidad de fantasear? Ronaldo no lo aclara, en las obras maestras no hay por qué dejar todo cerrado y bien explicado, el objetivo de la literatura es ayudar a que nos hagamos preguntas y aportar un poco de cordura (no de la textil, sino de la otra).

Y nos queda hablar de los atriles. Les contaré que el jueves, a la vuelta del yoga y el Ricla, me pasé por uno de los guitarreros del barrio a comprar un atril. Como les he dicho, no practico con la guitarra todo lo que debiera y estoy tomando medidas. La primera: en cuanto llego de mi clase con Henry, saco la guitarra de la funda y la pongo a la vista. Parece una tontería, pero desde que lo hago practico mucho más. Y ahora tengo un atril, para intentar seguir mis partituras y no tocar de memoria. Es un atril plegable con funda y ayer por la mañana intenté montarlo y no fui capaz. Tuve que volver al guitarrero para que me lo explicara otra vez. Yo creo que tendría que haber en Youtube un tutorial de cómo armar un atril plegable. Como no he encontrado ninguno, he decidido hacer yo uno específico. Aquí lo tienen.


En fin, se lo creerán o no, pero ha sido instalar el atril y ponerme a tocar como un loco. No he tenido más remedio que escribir una letra sobre este hecho portentoso, sobre la base de una canción bastante conocida, que supongo que reconocerán enseguida. Esta mañana, he salido a correr al Retiro a -1 grados, ya hace un par de semanas que he empezado a usar mi equipación invernal después de años de no sacarla del armario. A la vuelta, he desayunado y, sin ducharme ni cambiarme, me he puesto a ensayar hasta que me ha salido más o menos aceptable. Es un tema apenas compuesto y ensayado, les pido que sean indulgentes con los numerosos fallos. Y sean buenos, como siempre.

2 comentarios:

  1. Pues yo creo que Allen y Polansky, sin duda grandes artistas, tienen suficientemente acreditadas conductas bastante repulsivas y deben responder por ellas a pesar de haber pasado tanto tiempo, igual que se sigue procesando a carceleros nazis ya octogenarios.
    Por lo demás, sus videoselfies son hilarantes, es obvio que debe practicar más con la guitarra para mejorar resultados pero, para un primer ensayo con una letra recien improvisada, es bastante meritorio.

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    1. Gracias por sus elogios. Respecto a su primer párrafo, yo tengo mis dudas. ¿No cree usted que se debería dejar tranquilos a unos octogenarios que se portaron mal en su juventud, cuando aun no había surgido el movimiento mee too? Permítame al menos la duda.

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