viernes, 17 de febrero de 2023

1.207. Cuánto sufrimos, Martín

Bueno, el título de este post reproduce exactamente el nombre de una nueva peña del Deportivo de La Coruña, de quién si no, que se acaba de crear en la ciudad y yo creo que es un nombre muy adecuado, porque esto de ser del Dépor es realmente un sufrimiento, como les vengo contando. Pueden comprobar que no les miento pinchando AQUÍ. La propia página del club informa de la inscripción de la Peña Cuánto Sufrimos, Martín, que tiene su sede en un bar de la Avenida do Peruleiro, que tampoco es mal nombre. Esto de ponerle nombres a las personas, cosas u organismos es un arte, conocido como la Onomástica, que a veces se encuentra con casos de gente predestinada a una determinada condición o peripecia, por cuenta del nombre que ostentan. Les pondré varios ejemplos.

La Voz de Galicia informaba estos días de que un edificio del centro de Pontevedra, condenado a desaparecer, no puede acometer las obras previstas de demolición porque hay un último vecino que se resiste a abandonarlo. Este resistente a la piqueta, se llama, con toda propiedad, Armando Guerra. Por si piensan que les estoy gastando una broma, AQUÍ tienen la información. Pero hay más casos. Por ejemplo, no sé si se han fijado que el espabilao que inventó la más famosa de las criptomonedas y que, una vez acreditado que se trata de la típica estafa piramidal, ingresó en prisión, se llama Sam Bankman-Fried, es decir, Samuel Banquero-Frito. Lo que pasa es que le prescribieron prisión con fianza y parece que alguien la pagó porque el tipo reapareció tan pancho en la SuperBowl de este año. En este caso les pongo una foto del sujeto llegando al tribunal neoyorkino donde el otro día se celebró la vista para decidir si se le revoca la libertad bajo fianza.

Hay innumerables ejemplos similares, pero no les quiero aburrir con ellos. Sí que les digo que un ejemplo perfecto del buen arte de la onomástica es el que mi amiga Tato ha demostrado al bautizar a mi futuro gato Tarik Marcelino, que ya definitivamente se va a quedar con ese nombre. Así que aquí tienen una nueva imagen de mi colega para los próximos tiempos: el flamante Tarik Marcelino Martínez, echándose una siesta al calorcito del radiador, que está haciendo un invierno muy frío.

Hay también novedades en el tema de la delegación de Brazzaville. Finalmente han dado nuevas señales de vida, consistentes en tropecientas disculpas y una carta de la embajada de España en Kinshasa, en donde los citan para el día 1 de marzo y les prometen por escrito que en diez días tendrán el visado. Dadas las particularidades de los conceptos formalidad y puntualidad en el medio africano, estamos pensando en programar su viaje para la semana a partir del 20 de marzo, pero aun no hay nada seguro. De ser así la llegada de Tarik Marcelino Martínez podría adelantarse. Les iré contando. Y, por cierto, ya que hablamos de la formalidad de los africanos, les cuento que nuestro proyectado viaje a Uganda parece que se desvanece para siempre. Dice mi amigo Alfredo, del grupo de viajeros veteranos recalcitrantes, que su contacto en dicho país, con el que había un preacuerdo conveniente, se ha descolgado ahora con una contrapropuesta mucho más cara y menos interesante, ante lo cual se ha decidido mandarlo a la mierda y empezar a explorar otros destinos, tal vez recuperar la idea de Namibia que alguna vez se contempló.

Por lo demás, he de reanudar el relato de mis aventuras parisinas. El martes pasado, en cuanto publiqué mi post anterior, salí caminando hasta la Rotonde de La Villette, también llamada la Rotonde de Ledoux, en honor al arquitecto del siglo XVIII que la construyó. Es un edificio perfectamente redondo con un patio circular en el centro, construido para las oficinas de control de entrada y pago de impuestos de los productos del campo al entrar al interior de la muralla que rodeaba París por entonces. Era, pues, un propileo, en sentido monumental, y también una alcabala, desde un punto de vista más funcional. Las alcabalas eran un típico organismo de esos tiempos en todas las ciudades, que permitía también que los ciudadanos salieran afuera a comprar productos en los mercados extramuros, no gravados por esos impuestos. Por ejemplo, en La Coruña existía uno similar, que dio nombre durante mucho tiempo a la Rúa dos Alcabaleiros que, durante el franquismo y en un contexto de persecución del idioma gallego, fue reconvertida en la calle Caballeros y así la conocí yo durante mis años jóvenes. La llegada de la democracia mantuvo el error, al rebautizarla como Rúa Cabaleiros, demostrando en este caso un uso bastante impropio y mediocre del arte de la onomástica.

En el caso de la Rotonde de París, el estallido inmediato de la Revolución, dejó a este edificio sin función, porque la República suprimió los impuestos que se cobraban a los comerciantes. Albergó luego múltiples usos, hasta que quedó abandonado en los primeros 2000, convirtiéndose en el centro de consumo y venta de crack, que en París controlan los senegaleses. En 2009 se estableció allí un restaurante para sanear la zona que, no obstante, continúa con vigilancia policial día y noche para que no vuelvan a joderla los senegaleses. Naturalmente, yo no tenía ni idea de todo esto, me lo contó sur-place el bueno de Alain Sinou, con quien había quedado en el lugar. Como era el momento del dejeuner con el horario francés, entramos en el restaurante y despachamos allí la comida. Abajo tienen un par de fotos que tomé del exterior e interior del lugar.



Allí, a ambos lados de un menú del día bastante bueno, Alain me contó sus planes para el viernes, de los que no tenía ni idea. Resulta que Alain controla no sólo el máster de cuarto curso, con el grupo de alumnos que pronto vendrá a Madrid, sino también el del quinto curso. Y me dijo que, ya que estoy por París, contaba con que diera una clase a un máster y otra al otro. Este señor, realmente tiene un chollo conmigo. Dudo mucho que encuentre otro a quien proponerle una clase extra de viernes y se lo diga por primera vez el martes de esa semana. Bien, la cosa, tal como la acordamos finalmente sería como sigue. El viernes a las 9.00 yo empezaría una clase de dos horas y media al máster de quinto curso. Se trataría más bien de una especie de conversación con los chicos en la que les contara cómo fue que estudié arquitectura, qué hice durante la carrera, en qué trabajos estuve antes de entrar en el Ayuntamiento y qué sucesión de competencias he ostentado a los largo de mis casi 40 de servicio como funcionario del Ayuntamiento de Madrid.

Tras un descanso de media hora, a las 12.00 empezaría la clase para el cuarto curso sobre las diferencias entre la planificación tradicional y la estratégica, que estaba preparando desde hace días y para la que cuento con una presentación en power-point. Final a las 15.00. Muy bien. Le dije que OK y pasamos a otros temas de los nuestros. Después de comer, iniciamos otro de los paseos por la ciudad que tanto gustan a mi amigo. Recorrimos entero el parque de La Villette, que es muy grande, cruzamos al otro lado del Peripherique que es como la M-30 de París a ver una nueva promoción de vivienda social, nos montamos en un pequeño ferry gratuito para llegar a una zona de oficinas ya más o menos por donde Cristo perdió el mechero y regresamos andando por diversos caminos, entrando a ver más de un equipamiento social, como el afamado 104, donde los chicos de los barrios de la emigración practican breakdance, hip-hop, circo, malabarismo y artes marciales, huyendo de la droga y otros entornos conflictivos.

Llegué a casa reventado, con el contador de pasos por encima de los 20.000. Alain suele dejarme agotado. Y encima tuve que subir los seis pisos de la casa de Kike. Mis anfitriones me prepararon un curry de verduras fabuloso, que me sentó fenomenal después de la paliza. El miércoles, mi actividad más destacada fue la cita para comer con Hélène Chartier, mi buena amiga de la red C40, que en su día dirigía el programa Reinventing Cities desde New York y luego pasó a desempeñar esa función desde Paris, a la vista de que el señor Trump decidió no renovarle el visado de trabajo, por su odio a Bloomberg que es uno de los principales impulsores de la red C40. Hélène vive ahora en Paris y ha ascendido a responsable de todo el urbanismo en el C40. Eso la obliga a viajar mucho a Londres y a Nairobi, principales sedes del grupo, junto a New York, donde todavía sigue medio vetada.

Quedamos en la plaza de Clichy, en un restaurante bastante bonito que se llama Weible. El problema fue que a Hélène le produjo mucha curiosidad el hecho de que viniera a la universidad a dar dos clases y quiso que le contara el tema. Ya saben que, cuando yo empiezo a hablar, no paro y me olvido de todo lo demás. Una hora después, yo tenía mi comida prácticamente intacta y seguía hablando, mientras mi amiga había terminado y tenía que marcharse para una reunión. Le dije que se fuera sin problema, nos hicimos el selfie que ven abajo, me invitó a la comida, y se marchó en su bicicleta. Ante eso, llamé al camarero, le pedí que me calentara un poco la comida y encargué una segunda cerveza. Tranquilamente, estiré la sobremesa y decidí luego subir a dar una vuelta a Montmartre, para bajar la comida mientras el sol empezaba a caer. Y desde allí seguí a casa de Kike.

Por la noche invité a mis anfitriones a cenar en el restaurante coreano Chez Chen, una velada estupenda. Fuimos y volvimos andando y, con todo y eso, por la noche el contador de pasos marcaba menos de 12.000, lo que da idea de lo que pude andar el martes con Alain. El jueves por la mañana, Clarice se fue de viaje hasta el domingo y Kike se quedó teletrabajando. Yo estuve todo el día concentrado preparando mis clases del día siguiente. De la primera, elaboré unas notas que me sirvieran para seguir un guión un poco estructurado. En la segunda ya me bastaba con las imágenes de la presentación. Durante el día tuve clases de inglés y yoga on line, que me sirvieron para descansar un poco de la preparación. Por la noche Kike cocinó una quiche y nos acostamos. No les extrañará saber que dormí más bien regular.

Hoy he dado mis dos clases y he de decirles que he salido fenomenal. Tanto Alain como los alumnos de los dos cursos han seguido con atención mis largos parlamentos en francés y han terminado muy contentos. Me he levantado a las 7.30, me he tomado un té de ginseng rojo coreano y un doble expreso de la De Longhi Magnífica de mi hijo, he salido de casa a las 8.20, he cogido el Metro en Chapelle y he cambiado en Place de Clichy para tomar allí la línea 13 hasta el final. La primera clase ha sido para mí una especie de terapia, cuyo contenido ya les contaré en un post específico, porque la cosa es bastante bloguera. Alain tenía un par de bocadillos para el break, que nos hemos comido a las 11.30 con abundante agua del grifo. Tras cambiar de aula, he iniciado mi clase segunda, bastante más dura y abstracta que la primera, pero he mantenido la atención de todos hasta las 15.00, lo que en viernes tiene su mérito.

Alain y yo hemos caminado luego desde la universidad hasta el centro urbano de Saint Denis donde nos hemos sentado a una terraza a tomarnos unas cervezas Leffe pressión. Entre otros temas hemos hablado de los detalles de la próxima visita a Madrid del máster de cuarto curso y del programa que les tenemos preparado. Luego hemos seguido al Metro para volver a nuestras casas respectivas. Arriba y después de subir seis pisos, he caído redondo sobre mi sofá cama. Tras una siesta profunda, el té de ginseng rojo coreano ha mostrado su eficacia y me he puesto a escribir este post. Kike tenía hoy trabajo presencial, luego iba al gym y salía a cenar con unos amigos. Y, a medio escribir, de pronto me ha entrado un hambre canina y con una sensación precisa: necesitaba una pizza.

Tal vez no me crean pero, desde la época en que corría maratones, hay momentos en los que el cuerpo me indica exactamente lo que necesito comer: unas veces es carne roja, otras una ensalada verde, otras como en este caso hidratos de carbono, y otras chocolate o algún tipo de dulce. Le he preguntado a Kike por Whatsapp y me ha indicado una pizzería a 15 minutos andando. Mientras esperaba que abriera, he seguido escribiendo. Luego, me he acercado al lugar y me he comido una pizza de champiñones con salsa de trufa que me ha sabido a gloria. Ya de vuelta, no tenía sueño todavía, así que  he decidido terminar el post.

Les cuento para cerrar que Samantha Fish empezó ayer su gira por Australia, en la que tiene ocho fechas muy apretadas, incluyendo una doble en Melbourne, donde la primera agotó las entradas enseguida. Después vendrá por Europa, pero resulta que por nuestro continente viene con Jess Dayton, una versión que me gusta menos. Y el concierto del 31 de mayo en el Bataclan lo han pasado también a esta fórmula. Yo hubiera preferido ver con mis hijos su show clásico con lo mejor de su repertorio, pero es lo que hay y seguro que lo pasaremos muy bien. Como un adelanto, mañana nos vamos a reunir los tres para ver el Louvre de Lens y luego caemos a Lille, adonde vendrá Clarice el domingo para celebrar juntos mi cumple. Sean buenos y que pasen un buen fin de semana.  

2 comentarios:

  1. Que disfrutes de tu cumpleaños. Brindaré a tu salud con un buen mencía o albariño de la tierra, tu haz lo propio con un buen champagne. Un abrazo.

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    1. Mil gracias, amigo, ya te contesté por Whatsapp, a ver si nos vemos pronto.

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