viernes, 31 de diciembre de 2021

1.111. El año de los portentos

Por primera vez en mucho tiempo, he logrado una velada de Año Nuevo completamente solo, aleluya. Estoy aquí como un cura, llevo todo el día leyendo, me he dado un paseo por el Retiro, he comido unos restos, he mandado guasaps a todos mis contactos, me he duchado y me pongo ya a escribir un post para ustedes, con la idea de que tengan lectura para la jornada de descanso de mañana. Esta noche, me haré dos huevos fritos con patatas fritas, la cena preferida de mi padre, que además nunca decía huevos con patatas, sino la expresión correcta y completa que les he escrito arriba. Me los haré sin prisas en cuanto acabe este texto y me los comeré con una milnueve, que es como se llama en Galicia popularmente a la cerveza Especial Rivera, de Estrella Galicia, un manjar de dioses. Ya ven en esta imagen como la propia botella incluye la denominación popular.

Me prepararé de entrante unas aceitunas de Camporreal y me las tomaré con un vermú Zecchini, que a pesar de su nombre se fabrica en la Comunidad de Madrid igual que las aceitunas. Y, como una concesión al festejo estacional para celebrar que el sol ha dado la vuelta en su camino alrededor de esta Tierra de nuestros pesares (que los terraplanistas creen plana), pues me comeré las consabidas doce uvas que he bajado a comprar a media tarde al Alcampo, una cadena que no cierra ningún día del año y explota indecentemente a sus empleados haciéndoles estar ahí en un día como hoy, vendiendo uvas sin hueso a los rezagados como yo. Todo en aras de guardar ya mi agenda Moleskine del año pasado y estrenar la nueva, que esta vez me la he comprado roja y ya ven qué nuevecita está.

Hace un año afrontábamos estas fechas moderadamente esperanzados en que más o menos en verano alcanzaríamos esa nueva normalidad que se nos prometía, sin ser conscientes de que la denominación era extraordinariamente precisa: es una nueva normalidad, no es la de antes; la de antes era la vieja normalidad y esa parece que nunca la volveremos a lograr, si bien hemos llegado a una especie de modus vivendi, consistente en hacer como si. Hacemos como si no tuviéramos problemas laborales. Hacemos como si no hubiera crisis económica. Hacemos como si estuviéramos muy contentos.

Y, por supuesto, hacemos como si no hubiera virus, como si todo fuera una pesadilla de la que se sale sólo con despertarse. Pero el virus está entre nosotros, y ha venido para quedarse. Así que no debemos soñar con volver a esa vieja normalidad que tanto añoran algunos (ya saben que yo soy bastante refractario a la nostalgia, algo que no sirve para nada: hay que mirar al frente siempre). Finalmente se cumple la profecía de Michael Stipe en 1987, al frente de su grupo REM, en esta sensacional canción: It’s the end of the world as we know it. Es el final del mundo como lo conocemos. Se la traigo con subtítulos en español sobreimpresionados para que la sigan.

Yo estoy de acuerdo con el mensaje de esta canción: el viejo mundo era tan caótico como la letra de este tema. Estábamos en un mundo muy desquiciado, desigual y absurdo. Cero nostalgia. El futuro siempre será mejor. El mundo progresa y las crisis son oportunidades. Este año hemos visto la maravilla de las vacunas, diseñadas y producidas en tiempo récord, que nos han llevado al escenario actual, donde empiezan a surgir voces que dicen que ya no hay que hablar de Covid-19, porque la variante ómicron ya es otra cosa y es muy posible que sea un paso adelante en la evolución del virus hacia versiones más suaves que le permitan quedarse conviviendo con el humano, como los coronavirus de los catarros.

Es muy listo este virus, y muy considerado, porque, no sé si se han fijado, pero en esta ola prenavideña la nueva variante no afecta ya al olfato y el gusto, algo que el virus ha planeado para permitirnos saborear el ternasco, la lombarda, el turrón y las peladillas. ¿Qué serían unas navidades sin olfato ni gusto? Pero volviendo a lo de hacer como si, imagino que muchos de ustedes habrán visto la película del momento Don’t look up, No mires arriba. No sé si dentro de unos años se seguirá viendo con el mismo entusiasmo que ahora, pero en este momento es súper oportuna y hay que verla (yo la he visto en Netflix). Supongo que conocen la historia. Un par de astrónomos llegan a la conclusión de que a la Tierra le quedan un par de meses, porque viene de camino un cometa de varios kilómetros de diámetro, cuya trayectoria se dirige sin margen de duda hacia nuestro planeta, lo que causará la extinción de la raza humana.

Y la película nos muestra las reacciones de la gente ante eso. Cómo surgen varios tipos de negacionistas que dicen que es mentira, que nos están asustando para tenernos más controlados. Hay también políticos que siguen en su guerrita minúscula del día a día para sacar ventaja a sus enemigos. Hay súper capitalistas más preocupados por seguir ganando más dinero exponencialmente y no tienen tiempo de procesar el hecho evidente de que todo se va a ir a la mierda. Hay hedonistas y nihilistas que dicen: si total nos vamos a extinguir, pues ¡hala! a beber, a bailar, a follar. En resumen: todo un abanico de formas de hacer como si. Los personajes y la acción son caricaturescos y muy exagerados, pero las referencias al mundo actual de la pandemia son obvias. La película no es una obra maestra del cine, pero tiene unos actores magníficos, es muy divertida y tiene referencias claras de la estupenda Dr. Strangelove de Kubrick, que en la España franquista se retituló, en un delirio de los censores, como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.     

En fin, en estos textos de fin de año se suele hacer balance de lo sucedido a lo largo del mismo, y ciertamente ha sido un año lleno de hechos portentosos. En los periódicos del día tienen fotos y reseñas minuciosas de lo sucedido, pero, así de memoria, deberíamos citar el asalto al Congreso USA, la Filomena, el reparto de vacunas en el que España ha estado siempre en cabeza, con Portugal y otros países de nuestro entorno. Y la vergonzante retirada de Afganistán, y el volcán de la Palma y tantas otras cosas. El mundo ha evolucionado mucho en estos 365 días; ya no nos acordamos, pero hace un año estábamos escornándonos con el concepto allegado, para ver cuántos podríamos cenar en Nochebuena. Pues así sin enterarnos, ha-llegado otra Navidad y aquí, al grito ayúsico de Libertad-libertad-libertad, cada uno ha hecho de su capa un sayo y en estas fiestas hemos cenado en el número que nos ha pasado por los huevos. Yo, particularmente, sigo entrando en los bares desde que se levantó el gran confinamiento, allá por el verano de 2020.

Pero este ha sido un año lleno de portentos también para mí, que se han ido reseñando puntualmente en el blog. En febrero me jubilé y, está claro que, aunque me lo estaba pasando de puta madre en el trabajo, después me lo he seguido pasando de puta madre fuera de él. Llevo corriendo con regularidad desde que llegó la pandemia y a esto le he sumado ahora el yoga que es una dimensión personal nueva. Con la suma de running y yoga, me mantengo bastante bien. Me pagan una pensión que no está nada mal, aunque no tengo los ingresos de que disfrutaba cuando era ciudadano activo. Y es una verdadera delicia que le paguen a uno por no hacer nada. Todavía recuerdo cuando entré en el Ayuntamiento en 1982 y constaté atónito que el mes de agosto me pagaban el mismo sueldo, aunque estábamos de vacaciones. Pues ahora es así ya todo el año.

Por cierto, la aventura de conseguir que me empezaran a pagar la pensión fue toda una batalla épica contra la máquina, pero al final lo conseguí. Este año, he dado un montón de charlas en distintas universidades, la mayoría on line, pero las últimas ya presenciales. Me han llamado de la Université Catholique de Lille, l’Ecole Politechnique de Lausanne y varias universidades madrileñas, con protagonismo especial de la ETSAM, como es lógico. La cosa se recrudeció en los meses de enero a abril y luego decayó, aunque en septiembre he reanudado el asunto y la cosa ha culminado con mi clase en la Paris-Huit, con motivo de la cual viajé a París antes de esta última ola del covid y visité también Lille.

En marzo empecé las clases de blues con mi profesor al que llamo Henry Guitar y antes del parón de verano ya me manejaba bastante bien con el blues, como pudieron comprobar con el vídeoselfie que subí al blog y que constituye uno de los momentos más portentosos del año, del que estoy bastante orgulloso. También lo estoy de otro hecho portentoso: cuando me dejé las llaves dentro de casa y solucioné el tema descolgándome desde la azotea como Spiderman. Esto es algo que algunos lectores no han entendido, pero para mí fue un subidón. También el hecho de arreglarme yo mismo el mobiliario de la terraza, arruinado por el Filomena. Y, desde que me jubilé, voy manteniendo dos horas a la semana de conversación inglesa on line con el bueno de Ed, lo que se va notando bastante.

A pesar de las restricciones y los miedos, salgo bastante, cuido a los amigos y amigas que más quiero y me congratulo de tener una serie de actividades a horario fijo, que me sirven para pautar el tiempo y tener unas referencias para organizarme y no perder miserablemente el día como hacen muchos de mis conocidos jubilados. Mantengo el Billar de Letras, que está alcanzando unos niveles de calidad maravillosos y eso me ha permitido acceder a libros como La novia prusiana, de Yuri Buida, un portento literario del que ya les contaré en un post específico. Y, por supuesto, este es el año en que se ha consolidado mi admiración incondicional por Samantha Fish y su música, una presencia casi permanente en el blog desde que la descubrí en mayo de 2020. He de destacar también el hecho de que he conseguido tener un equipo de música magnífico, gracias a decirlo en el blog y que dos de mis seguidores más fieles me regalaran los distintos elementos de la cadena de alta fidelidad que me ha permitido recuperar la colección de vinilos que tenía por ahí arrumbada.

Ha sido pues un año de cambio y transformación en mi vida. Hace un año tenía un puesto de trabajo en el Ayuntamiento de Madrid, donde se me permitía teletrabajar bastantes días, pero tenía que ir de vez en cuando. Ahora mi vida la marcan el yoga, el running, el inglés, el blues, la literatura, el blog y Samantha Fish. Por eso he cambiado mi perfil de blogger por primera vez y estoy cambiando también mi pagina de Linkedin, con la ayuda de una amiga con la que suelo quedar para ello en el café Federal, cerca de mi escuela de yoga. Desde luego que he salido ganando con este cambio de vida. Me falta que el acoso del Covid afloje lo suficiente como para que pueda volver a viajar. Este año únicamente he hecho el viaje de La Coruña en junio y el de Francia en noviembre. Ahora tengo planeado volver a París a ver el concierto de Sam en el Bataclan, en función de cómo estén las cosas del virus. Samantha es ahora mismo una mujer espléndida, en plena madurez personal y artística, como pueden ver en esta imagen reciente. 

Pero ya les he dicho que a mí lo que me alucina de esta mujer es su primera época, cuando era casi una niña y salía al escenario a comerse el mundo, con toda la determinación, con toda su personalidad y su arte. Era esta una Samantha apenas maquillada, que se dejaba el pelo largo, se lo lavaba con un champú del Todo a Cien y se recortaba el flequillo con unas tijeras, sino con una podadora de su padre. Tocaba entonces un blues de lo más ortodoxo y no tardaría mucho en empezar a ganar premios, a componer y a dirigir su carrera por derroteros mucho más amplios. Les voy a pedir aquí que vean un vídeo de ese tiempo. Es en Alemania, en noviembre de 2012, durante la gira de las Chicas con Guitarras, acompañada por sus dos colegas y el batería motivao, que ya vimos en algún post. Pero ella es el alma del grupo. Vean cómo interpreta el clásico I put a spell on you, del gran Screaming Jay Hawkins (autor, por cierto, del blues del estreñimiento, también muy celebrado en este blog). Pantalla grande, please. Hace casi 10 años de esta grabación, pero ahí está ya todo Samantha.

Este ha sido también el año en el que el fraCasado ha alcanzado las mayores cotas de deslealtad y cabezonería, que lo harían merecedor de aparecer en la Lista Forbes de los políticos más pedorros en activo, suponiendo que dicha lista existiera. Nadie entiende que rechace la reforma laboral pactada por el Gobierno con patronal y sindicatos, sin siquiera leerla. Este petimetre ha llevado al paroxismo la política del no es no, concepto que, no debemos olvidar, fue inventado y formulado por Pedro Sánchez cuando estaba en la oposición. La situación en el Ayuntamiento de Madrid está en cambio bastante interesante, pero ya lo vamos a dejar para otro día, que hoy es fin de año y es momento para mí de empezar a pelar las patatas y prepararme el vermú como mandan los cánones: en vaso ancho, con bastante hielo y una rajita de limón.

Así que les voy a despedir con el christmas que nos ha mandado Sam a sus fieles seguidores. Este año, aparece con su gato (ya hablaremos de gatos también otro día). Les lanzo una pregunta: ¿están los ojos de nuestra diva teñidos de una cierta tristeza? Sam es un libro abierto para mí y cada una de sus imágenes me parece que lanza un mensaje. Ahí lo dejo. Que pasen una gran noche, déjense esto para leerlo mañana con la resaca del cotillón, Y, por supuesto, les deseo a todos que tengan un feliz 2022.

2 comentarios:

  1. Bonito número el 1.111, una cifra realmente portentosa. Y sí, parece que la diosa está un poco seria, esperemos que sea transitorio. Feliz año.

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