martes, 28 de diciembre de 2021

1.110. Lo que conté en París

Va pasando la Navidad sin demasiados sobresaltos por ahora y, por mi parte, bastante encerrado a cuenta de la variante ómicron sobre la que todavía no sabemos a qué atenernos, aunque se empieza a confirmar que en Sudáfrica, donde se detectó por primera vez, los contagios están bajando tan rápidamente como subieron. Parece que empieza a remitir la cosa también en Alemania, Holanda y Bélgica, mientras las cosas están jodidas en Francia, Inglaterra, USA y España. El día de Nochebuena, yo me hice por la mañana un test de antígenos (el primero que me hago en toda la pandemia) y me presenté así en la cena que organizaba la familia de mi hermano mayor. Una vez allí, nadie llevaba mascarilla y no me consta que se hubieran hecho test alguno, pero, cuatro días después, no tenemos noticia de ningún contagio o malestar, salvo los ocasionados por la resaca y el exceso de comida.

Pero la cosa es que, ese día, haciendo una excepción en nuestra prudencia, nos comportamos como si no hubiera pandemia. Igualmente hago yo cuando voy al yoga, a la guitarra o al mercado de Antón Martín. A día de hoy no se sabe nada de por qué unas personas se contagian y otras no, y muy poco de por qué algunos se ponen malísimos, pero parece claro que no es una casualidad. Lo sabremos algún día. Esta mañana, después de mi clase de inglés, he acudido a recoger a una amiga y su familia para llevarlos a la estación de autobuses de Méndez Álvaro, en donde debían coger un bus a Valencia para pasar la Nochevieja. Luego me he citado con una segunda amiga para dar una vuelta y picar algo. Hemos entrado en el Jardín Botánico, sólo para comprobar que ha desaparecido la terraza que llevaba años junto al Pabellón de Villanueva y que era tan agradable.

Ahora hay una especie de bar-cafetería, justo al entrar a la izquierda, que no es ni la mitad de bonito. No sé por qué las cosas que están bien las tienen que tocar para joderlas. El bar del Botánico era un lugar muy especial, único, donde uno se podía pasar un rato súper agradable. La nueva cafetería es como cualquier otra. Ni siquiera se sabe desde las mesas si uno está en el Botánico o en cualquier otro lugar de Madrid. En fin, que he subido a casa, he leído un rato hasta que me ha dado la modorra y, después de un té para despejarme, me he puesto a cocinar un potaje de reglamento, con sus garbanzos, espinacas y bacalao, para tener mañana de qué comer con mis hijos. Y, mientras se hace en la olla a presión Magefesa, me he puesto a escribir de nuevo para ustedes. Y me he acordado de que al final no les conté el contenido de mi charla en París. Así que vamos a ello.

Les recuerdo en primer lugar, que a mi amigo Alain Sinou lo conocí en Madrid, cuando vino como invitado al acto de presentación de un libro sobre la ciudad de Madrid financiado por el Ministerio de Cultura francés, para cuya elaboración fui uno de los expertos a los que hicieron largas entrevistas cuyo contenido resumido se incorporó a dicho libro. Los franceses, con su gusto por la grandeur, organizaron un acto en el Matadero que duraba todo el día. En el break de mediodía, nos sirvieron un almuerzo en unas mesas corridas de madera, yo me senté a la izquierda de mi jefa, que enseguida se puso a hablar con la persona del otro lado y yo, de manera automática, empecé a charlar con mi vecino de la izquierda, a quien le conté en francés lo que hacíamos en nuestra querida Dirección General de Planificación Estratégica. En un momento dado, entre bocado y bocado, me soltó: ¿Usted vendría a contar todo esto en el máster que doy en París? Obviamente, le contesté con otra pregunta: ꟷ¿Dónde hay que firmar?

Este es un tipo de escena que me ha pasado muchas veces a lo largo de mi carrera como urbanista municipal, resultando que, en la mayoría de las ocasiones, no he vuelto a saber nada más del tipo, o tipa. Esto sucedió en junio de 2018 y yo me llegué a olvidar del asunto. Pero, a finales de año, Alain me escribió y me invitó a dar una charla en enero de 2019. El tema ya lo tenía preparado y lo había contado muchas veces; sólo tuve que traducir al francés los letreros de mis imágenes de power point. La cosa salió muy bien y fue debidamente reseñada en el blog, por cuanto me sirvió además para viajar a Lille y estar por París una semana enredando, como parte de mis vacaciones de ese año.

Un año después, Alain me invitó a dar una segunda charla y ya tenía los billetes de avión pagados por la Université Paris-Huit, para dar una nueva charla que sería en marzo de 2020. Pero nos cayó encima la maldita pandemia y hube de decirles que anulasen dichos billetes. Como una eternidad después, Alain me contactó de nuevo, cuando ya no esperaba que la cosa se mantuviera viva. La explicación es que Alain odia el formato on-line. A él le gusta reunirse con otros profesores o conferenciantes para montar un debate en directo en presencia de los alumnos, sin un guion muy rígido, de forma que, hasta que no se ha podido hacer esto en formato presencial, yo creo que ni siquiera ha dado su máster. Este año ya se podía y la cosa se había montado para final de noviembre, como saben.

Pero resulta que este año, el tema sobre el que versaba el máster era diferente y yo solo lo supe cuando ya había dicho que sí y acordado una fecha para mi clase a tres bandas con el profesor de Geografía de Kiel, Rainer Wehrhahn. Y tuve que hacerme una presentación ad hoc, yo solito, sin ayuda de ningún informático, para hablar de un tema que nunca antes había contado. Todo esto ya se contó en el blog, pero no viene mal repasarlo. ¿Y cuál era el tema de nuestra clase a tres bandas? Pues las operaciones urbanísticas centradas en la recuperación de un viejo edificio abandonado, para cambiarle el uso anterior (generalmente industrial) por una nueva actividad como centro cultural, y sus efectos sobre los barrios circundantes. Cada uno de los tres teníamos que hablar de varios ejemplos y suscitar algunos temas de debate.

Yo les puse cinco ejemplos de Madrid: el Matadero, el Museo del Ferrocarril en la antigua Estación de Delicias, el Museo Reina Sofía, el Medialab y el Caixaforum. Alain habló del Centro Pompidou, el complejo La Villette y el centro social 104. Y los alemanes contaron el edificio para la Elbphilarmonie en Hamburgo y el Museo Humboldt de Berlín. Por diferentes motivos, yo los conocía todos y había hablado de ellos en el blog, aunque es normal que no se acuerden. Trataré de contar aquí un breve resumen de mi valoración de cada uno de estos edificios recuperados en Madrid. El Centro Cultural Matadero, es posiblemente el complejo cultural más importante de Madrid y responde a una iniciativa del gobierno municipal de Ruiz-Gallardón.

Este señor, en los ocho años que presidió el Ayuntamiento, dejó la cultura en manos de Alicia Moreno, hija de Nuria Espert, y toda la gente del mundo de la cultura que conozco coincide en decir que no ha habido un período mejor para la cultura en nuestra ciudad. Después, Mrs. Bottle puso el tema al mando de un tipejo que en tres años hizo todo lo posible por joder el asunto, encima poniendo a sus amiguetes en puestos relevantes. La señora Carmena dejó la cultura en manos de una señora, llamada Celia Mayer, que era prácticamente analfabeta y la tuvo que cesar a media legislatura. Y Almeida ha puesto al frente a Andrea Levy, a la que a veces ni se le entiende lo que dice, aunque ella alega que eso se debe a no sé qué enfermedad que padece.

No les voy a contar en detalle lo que expuse en mi clase de París; de cualquiera de los edificios aludidos pueden encontrar ustedes información, fotos y reseñas en Internet. A efectos del blog, me centraré únicamente en los efectos de cada uno sobre el entorno. El Matadero es un centro mixto, porque tiene actividades de rango metropolitano, como los dos teatros que alberga, el cine especializado en documentales, o las numerosas salas de exposiciones. Pero también organiza numerosas actividades para el barrio, desde mercadillos, atracciones infantiles, actos para las mujeres del barrio, los mayores y otros colectivos. Su modo de gestión se mantiene con el diseño de Alicia Moreno, de modo que cada edificio se gestiona por un consorcio público-privado con las asociaciones de los diferentes sectores culturales.




La antigua estación de Delicias alberga actualmente el Museo del Ferrocarril, un lugar de funcionamiento mortecino, con muy pocas visitas, aunque es interesante ver las antiguas máquinas de vapor. Para el barrio, este museo resulta indiferente, no es ni bueno ni malo. Sin embargo, un fin de semana al mes, el lugar se transfigura al cederse el espacio para la organización del llamado Mercado de Motores, una cita obligada para todos los artesanos, anticuarios y artistas diversos de la región que venden aquí directamente el producto de su trabajo. Es un evento que ha heredado los valores del antiguo Rastro, actualmente bastante degradado, y cada vez reúne a gente de lo más cool, con su oferta de ropa vintage, muebles antiguos, cuadros, etc. Este es un uso realmente al servicio de toda la ciudad, pero que reporta beneficios a los comercios, bares y restaurantes del barrio.




El Museo Reina Sofía, instalado en el antiguo Hospital Regional, ha mejorado también el entorno de Atocha, junto con el desmontaje del escalextric. Detrás vinieron el Medialab y el Caixaforum. Es un conjunto de actuaciones que en su día frenaron la degradación del barrio en el que yo vivo, pero actualmente sirven básicamente al turismo más tóxico, sin ninguna actividad diseñada para la gente del entorno. Por lo que yo sé, mis vecinos no pisan el Reina Sofía. Todo el barrio de las Letras está sufriendo un proceso de gentrificación que expulsa a muchos de los habitantes tradicionales, bajo el empuje del airbnb y los apartamentos turísticos. Esa expulsión se está produciendo también en zonas como Lavapiés, que hace unos años era un distrito lleno de minorías étnicas con sus propias redes de comercios, pero se empezó a poner de moda y llegó un personal alternativo, bastante pijo y con mucho dinero, que poco a poco van echando a la gente anterior hacia zonas menos céntricas.

Eso mismo pasa en París, donde barrios como mi querido Marais, están llenos de hordas de turistas pedorros siguiendo a un tipo con un paraguas cerrado en alto. El fenómeno es siempre igual. En un barrio degradado, peligroso y con trapicheo de drogas, empieza a instalarse gente joven a la que le atrae ese punto marginal y alternativo. Son gente culta, con inquietudes artísticas, estudiantes, etc., pero con mucho dinero. En París se les conoce como los Bobos, acrónimo de Bourgeois Bohemes. Estos bobos hacen de ariete, su llegada mejora al principio el ambiente, pero entonces el barrio se pone de moda y acaba llegando el macroturismo, que los termina por expulsar a todos, bobos incluidos. Algo así pasó en Madrid en el entorno de Chueca, donde la comunidad gay hizo el papel de bobos, su llegada contribuyó a adecentar el barrio, pero ahora van quedando más bien pocos.

Ese fue uno de los temas de debate que yo lancé en mi charla, añadiendo una teoría mía: que si el porcentaje de gente expulsada se mantiene en niveles discretos (por ejemplo el 10%) una operación de mejora de un barrio es buena, porque los que se quedan ven mejorada su vida y su entorno. Que la forma en que una operación pública se puede calificar de exitosa es lograr precisamente ese mix social, que se puede conseguir con un diseño cuidadoso, que exija un porcentaje de vivienda asequible, una adecuada mezcla de usos, una atención al tema medioambiental y el mantenimiento de algunas de las señas de identidad del barrio que se mejora. Porque es tarea propia de la administración intentar mejorar la calidad de vida de los barrios en declive, pero sin echar a sus habitantes.

No es algo fácil de conseguir, en el mundo mercantilista en el que se mueve el mercado inmobiliario. Otro tema a debatir es la disyuntiva concentración-dispersión. Lo saqué a cuento al hablar del Medialab, otra creación de los tiempos de Gallardón, que era un centro de creación artística y actividad social de mi barrio y que el señor Almeida ha tenido a bien trasladar a una de las naves vacías del Matadero, para hacer en su lugar ¡¡otro Museo!! El proyecto del equipo de Almeida es llegar a tener una Milla de Oro del Arte, a base de concentrar museos y más museos. Pero esta concentración viene también forzada por el turismo tóxico. En París, un nuevo museo que se va a abrir con la colección de una conocida Fundación, se va a instalar al lado del Louvre. El mismo concepto.

Al turismo pedorro (el mismo que viaja en los grandes cruceros) le va bien esa concentración, porque, entran por ejemplo en el Louvre y tienen el tiempo justo de ver dos o tres cosas y hacerse un selfie delante de la Gioconda, cuando ya les urge el tipo del paraguas a correr y cruzar una calle para ver el siguiente museo. Y ese mismo debate está ahora mismo sobre la mesa en España, a partir de la idea del Gobierno Sánchez de repartir por la geografía patria diversas instituciones, para luchar contra el deterioro de la España vacía. La señora Ayuso ha puesto el grito en el cielo, diciendo que lo hace por joder a Madrid. Pero, ¿a quién le puede molestar que el Tribunal Constitucional se ponga en Cádiz?

Este debate nos lleva a optar entre dos modelos extremos. Si seguimos centralizando, vamos a un modelo de grandes urbes, megaciudades separadas entre ellas por un desierto y únicamente conectadas por las autovías y el AVE. El concepto opuesto nos habla de una planificación territorial en red con nodos dispersos por las diferentes regiones, un modelo este que ya funciona en lugares como Alemania. Y, como avanzadilla de este modelo más deseable, cerré yo mi presentación hablándoles de la Fundación Antonino y Cinia, que ha construido un Centro Cultural maravilloso en el pueblo de Cerezales del Condado, provincia de León. Era este un pueblo de unos 20 habitantes, antes de la construcción de dicho centro, ahora creo que son unos 100. Resulta que el tal Antonino Fernández nació en Cerezales en 1917 y se vio obligado a emigrar a las Américas.

Allí consiguió con el tiempo ser uno de los hombres más ricos de México, llegando a ser el presidente del Consejo de Administración de la Cervecera Modelo, que comercializa entre otras la cerveza Coronita, y en la que entró de simple recadero y luego fue ascendiendo escalón a escalón. Cuando se jubiló, Antonino creó la Fundación a medias con la que fue su mujer durante sesenta años, y se propuso fijar la sede en su pueblo natal. El proyecto se le encargó al prestigioso estudio español de Alejandro Zaera, autor por ejemplo del proyecto de ampliación del puerto de Yokohama. El centro se inauguró en 2007 y Antonino tuvo tiempo de disfrutarlo hasta su muerte en 2016 a los 98 años. El lugar alberga actos como presentaciones de libros, conciertos de jazz, debates entre escritores o artistas, con una programación muy nutrida. El centro dispone de un buen aparcamiento, de forma que a cada uno de estos actos puede acudir gente de las diferentes ciudades del entorno.

Abajo les dejaré algunas imágenes de esta institución tan curiosa. En el debate quedó claro que centros sociales como el 104 de Paris o el fenecido Medialab de Madrid enriquecen la actividad de los barrios ofreciendo actividades para la gente joven que no quiera dedicarse en exclusiva al botellón. No son incompatibles con pequeños museos como el Caixaforum o grandes complejos como el Matadero o la Villette (que también está en las instalaciones del antiguo matadero de París) en donde se organiza toda una variedad de actividades de distinto ámbito de influencia. La ciudad es un organismo que muta continuamente, pero en general los barrios y lugares con gente mezclada son los más interesantes y los que generan una vida urbana más rica. Recuerden: hay que intentar buscar el mix social. Aquí las fotos prometidas. Sean buenos.




2 comentarios:

  1. El mix social es sin duda un objetivo muy loable, pero bastante difícil de conseguir. El humano tiende de manera natural a rejuntarse con sus iguales para sentirse protegido y tener un sentimiento de pertenencia. Los guetos son un fenómeno que persiste todavía en la mayor parte de los barrios homogéneos socialmente de todas nuestras ciudades. Tanto los guetos elitistas, protegidos o no con murallas, como los degradados a los que la gente se ve condenada a pertenecer. De todas formas, muy interesante su reflexión.

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    1. Tiene usted razón, pero la vida urbana más compleja, rica y apasionante se produce precisamente cuando sucede ese mix social. Desde luego que es difícil, pero es un deber de las administraciones el adoptar medidas que lo favorezcan, en aras de una mayor calidad de vida en nuestras ciudades.

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