sábado, 23 de febrero de 2019

812. Siempre nos quedará París

Conocida frase de Bogart en Casablanca. He pasado ya el trance de dar mi clase de tres horas en francés y con nota alta; los alumnos han aguantado hasta el final y mi anfitrión me ha comentado después que él mismo no suscita muchas veces tanta atención y que seguramente cuente conmigo para repetir el año que viene. De acuerdo con mi programa inicial ahora debería dedicarme a descansar y disfrutar de mi semana de vacaciones, pero, miren ustedes por dónde, resulta que me ha salido un segundo bolo y probablemente repita mi clase (más abreviada) en el master de Smart Cities de la Universidad Católica de Lille, con cuya directora, la española Ana Ruiz-Bowen, me entrevisté en mi último día de trabajo del mes de febrero, anteayer jueves.

He de contarles que mi mañana de jueves fue de locos, terminando diversos trabajos y tratando de ayudar a los equipos finalistas de Reinventing Cities, que se enfrentan al último arreón del proceso con desigual fortuna y perspectivas. En lo más nutrido de la vorágine, me llamaron de la Coordinación General para pedirme que subiera a acompañar al Coordinador, que estaba atendiendo a la señora más arriba citada. Ya estaba avisado, pero me habían pasado el mensaje de que iba a venir una directora de un master de L’île, y yo pensaba que se trataba de alguna universidad de la región de París que, como saben, se llama de L’Île de France. Cuando vi por su tarjeta que se trataba de Lille, le conté que iba a andar por allí a finales de la semana que viene y me ofreció venir a contar mis historias el viernes por la tarde. Después de escucharme un buen rato, por supuesto. Quedamos en que nos llamaríamos el día antes para confirmar o cancelar la cita.

En torno a la una y media salí pitando hacia el bar-restaurante La Dehesa del Partenón, pomposo nombre que alude a la franquicia La Dehesa, en la calle del Partenón. Allí suelo comer con cierta frecuencia, porque son amigos míos y hacen una comida casera variada y sana. Me comí el plato del día a la carrera y salí hacia el Metro, que está al lado. Por la mañana había salido en Metro desde mi casa cargado con mi maleta de cabina (que es la que anuncia el Cretino Ronaldo y que ya ha recorrido parte de la Costa Oeste americana, además de Chicago), así como un pequeño maletín para el ordenador. Desde el bar hasta la Terminal 2 hay sólo una parada de Metro y, si tienes ya la tarjeta de embarque como era mi caso, sales del Metro directo a las puertas de embarque, previo paso por las barreras de la seguridad.

El vuelo fue bueno y corto y, en el aeropuerto Charles De Gaulle, me dirigí hacia la entrada del RER, especie de ferrocarril suburbano. Tuve que sacarme el billete en una máquina. Hice un largo recorrido en superficie, ya de noche, por los desolados arrabales parisinos (donde florecen les gilets jaunes), hasta entrar en subterráneo en la ciudad central. En la estación gigante Chatelet-Les Halles, el mayor intercambiador de transportes del mundo, hube de cambiarme a la línea 14 del Metro. Previamente, me compre en una segunda máquina lo que llaman aquí un carnet-dix, o sea diez billetes sencillos, que salen sueltos por la parte de abajo y resultan a buen precio. Llegué a la estación Saint Emilion, en el barrio de Bercy y tuve que caminar todavía unos quince minutos hasta el portal de la casa donde vive Alain Sinou, que ya me había llamado tres veces, nervioso, para comprobar por dónde iba. No estaba yo preocupado, ya saben que me manejo bien en las ciudades grandes y París la conozco bien.

Eran en torno a las ocho de la noche, cuando llegué a la casa de mi anfitrión, que tenía un montón de cosas preparadas para una cena de nueve personas, todas de su cátedra, que fueron llegando después que yo, con mayoría de mujeres, como suele suceder. La cena fue muy divertida y acabamos después de las doce. Los invitados se fueron todos a una y yo le ayudé a Alain a recoger la mesa, en la medida de mi desconocimiento de dónde se debía colocar cada cosa. Alain me tenía reservada una habitación estupenda, con baño propio. Me contó que esta casa y la de su hija, que está al lado, eran inicialmente tres viviendas viejas, que el había comprado de una vez en los años 80, por un precio muy bajo, debido a que las tres estaban ocupadas por inquilinos muy mayores con contratos de renta antigua. Con el tiempo, uno se fue a una residencia, el otro se murió y al tercero hubo de ofrecerle un dinero para que se fuera. Después hizo una reforma completa tirando la mayor parte de los tabiques y dejándola preciosa, que para eso es arquitecto.

El viernes desayunamos sin prisas, nos duchamos y salimos en Metro a la Universidad Paris 8, que está en Saint Denis, un municipio bastante depauperado que está al norte de París, en el que un 60 por ciento de los habitantes viven en viviendas sociales, con alta presencia de magrebíes y otros emigrantes. Según Alain, la Universidad original estaba en el Bois de Vincennes, pero se convirtió en una universidad de gauchistes que daba muchos problemas, porque había líos cada día. En 1979, el gobierno de turno, de la derecha, decidió echarles de París y mandarlos al municipio de Saint Denis, exclusivamente por una razón (siempre según Alain): que Saint Denis era tradicionalmente un Ayuntamiento gobernado por el Partido Comunista francés, y se trataba de que los guachistes les fueran a dar por culo a los comunistas, una jugada redonda. Ya ven que mi nuevo amigo es hombre heterodoxo, con opiniones y relatos originales y sorprendentes. Aquí pueden ver unas imágenes del campus.





El curso que imparte Alain es un postgrado de Planificación Territorial, en el que hay unos 25 alumnos de formaciones diferentes: arquitectos, ingenieros, geógrafos, sociólogos, abogados y hasta periodistas. Mayoría de mujeres, todos muy jóvenes y de procedencias diversas: una chilena, una colombiana, una iraní muy simpática con la que estuve hablando en el intermedio de su país y su circunstancia sociopolítica. Unos cuantos franceses de origen magrebí y otros más blancos. Una negra muy mona de Comores. Empezamos a las doce y terminamos a las tres en punto. Pensaba que yo iba a hablar una hora y luego habría preguntas y debate, pero fue todo a la vez desde el principio: Alain intervenía para comentar o precisar lo que yo iba mostrando y los chicos levantaban la mano todo el rato, para plantear sus propias cuestiones. Fue un encuentro muy grato, del que les muestro un par de imágenes.



Alain acabó también muy contento y me comentó que le había sorprendido mi francés y que se me entendía perfectamente. Para las preguntas de los alumnos les pedí que no hablaran muy deprisa pero, aun así, mi amigo me tuvo que traducir algunas al español. Al acabar, nos fuimos él y yo al Metro para dirigirnos a la zona de la Place de Clichy, ya más al centro, para hacer una comida-merienda-cena, dada la hora tardía, y más para los franceses. Alain me comentó que en el entorno de la Universidad no hay más que sitios muy cutres y que su departamento tenía un acuerdo con una brasserie en Clichy a la que siempre llevaban a los profesores invitados. Allí, mi amigo me invitó a un menú del día fastuoso. Entre los primeros se podía pedir media docena de ostras y eso fue lo que yo elegí. Esta es la foto que nos hizo el camarero a la mitad del primer plato.


Salimos luego a caminar para bajar la comilona y nos dirigimos a la cercana zona de Montmartre, un barrio antaño de artistas y bohemios que llegó a declararse independiente de Francia, como hicieron también Christianía en Copenhague, o Uzupis en Vilnius, y supongo que algún otro que no conozco. Hoy es un enclave bastante bonito (a pesar del pastelón del Sacré Coeur que lo corona), pero totalmente agobiado por las hordas del turismo masivo, ese fenómeno mundial del que un día de estos les escribiré un texto. No obstante, aún quedan rincones recoletos y tranquilos, como los que me fue enseñando mi amigo, entre ellos la magnífica vivienda que Adolf Loos le construyó al fundador del dadaísmo Tristán Tzara, de la que les muestro una imagen de la fachada y la ampliación de la placa que lo acredita. 



Continuamos andando hasta un pequeño teatro, en donde Alain había quedado con una amiga para ver una obra de Samuel Becket que se llama Primer amor, con un único intérprete: el veterano Sami Frey, que tiene más de 80 años y que fue famoso por su sonado romance con la mismísima Brigitte Bardot, que dejó por él a uno de sus maridos, aunque la cosa no cuajó. Allí me despedí de mi amigo y continué andando hasta alcanzar el anillo de los Grands Boulevars, en donde cogí el Metro para volverme a descansar a casa de Alain, que me había dejado una llave. Me tumbé a escribir estas líneas, con alguna cabezadita intermedia y esperé a que llegara mi amigo, que apareció después de las doce. Me dijo que había tenido que cenar, sin mucho apetito, con su amiga y un grupo de colegas que van juntos al teatro. Yo resolví la cena con un yogur de la nevera. Y esto fue lo que dio de sí mi primer día completo en París. Que pasen un buen finde.

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