martes, 25 de diciembre de 2018

796. Un post cortito para celebrar la Navidad

El día de Nochebuena de 1938, Jorge Luis Borges, que empezaba a ver mal, fue a casa de una amiga a la que había quedado en recoger para compartir la cena con otros amigos del grupo. Encontró el ascensor averiado, por lo que echo a correr escaleras arriba. Alguien había dejado una ventana abierta en la escalera, recuerden que en las fechas navideñas hace mucho bochorno en Buenos Aires. Entre la postura agachada, la velocidad y la mala visión del escritor y genio bonaerense, el resultado fue que literalmente se abrió la cabeza. Se le fastidió la cena de Nochebuena, puso todo perdido de sangre y tuvieron que llevarlo a un hospital. Una intervención clara y manifiesta de ese Dios malévolo, que echa los dados y decide nuestros destinos, del que ya hemos hablado en este blog unas cuantas veces. Un Dios, además, amante de la geometría y la física, porque hace falta que la ventana tenga el ángulo preciso y la cabeza del genio la velocidad necesaria para provocar tan tremenda avería.

Pero no terminó aquí el puteo de esa divinidad caprichosa y despiadada. Porque la ventana resultó estar recién pintada, la herida se le infectó, en el hospital no se dieron cuenta a tiempo y en el organismo de Borges amagó una septicemia generalizada. Un accidente estúpido derivó en que el genio casi se muere, tuvo que ser operado y no pudo salir del hospital antes de dos meses y pico, tiempo en el que sufrió dolores de cabeza, alucinaciones y pesadillas. Pero, ya recuperado, empezó a escribir unos cuentos fantásticos delirantes, muy diferentes de los que escribía hasta entonces, que a la postre lo elevarían al Olimpo de los escritores universales. Su madre certificó esa transformación en una entrevista que le hicieron años después, si bien precisó que a ella le gustaban más las cosas que escribía antes del accidente. Supongo que a los padres de Lou Reed también les gustaba más lo que escribía antes de que le dieran electroshocks.

Mi amiga Valeria Correa utilizó esta anécdota para su felicitación navideña en Facebook hace tres años y la ha vuelto a reutilizar ahora, en cierta forma plagiándose a sí misma. Así que yo me he tomado la libertad de usar a mi vez esta historia en el blog, espero que no le importe, aunque no me consta que sea seguidora de esta página. Al fin y al cabo, el reciclaje es uno de los rasgos que caracterizan este tiempo enloquecido que vivimos y no creo que nadie me pueda acusar de plagio teniendo en cuenta que cito la fuente. En todo caso, se me podría acusar de intertextualizar, como Luis Racionero. Como hacía Valeria hace tres años, yo también les insto a que busquen un cambio en su vida, aunque para ello tengan que abrirse la cabeza. Los tiempos cambian y hay que adaptarse para poder flotar y que no se nos lleve la marea o tsunami.

Como en estas ocasiones suelo regalarles algunas piezas musicales, hoy les voy a traer un par de temas, directamente rescatados de las raíces del blues, para que revisen la figura del gran Sonny Boy Williamson II. Se trata de una de las mejores armónicas de los tiempos fundacionales, que se movía por el entorno de Memphis y, por tanto era buen amigo de Muddy Waters, Memphis Slim, Willy Dixon, Memphis Minnie y otros. En el primero de los temas es el mismísimo Memphis Slim, con su inconfundible mechón de pelo blanco, quien lo presenta. Observen cómo llega teatralmente con su sombrero, bastón y cartera y se coloca para empezar (era un tipo con un gran sentido escénico y una vis cómica impagable). Es increíble que alguien pueda tocar la armónica así, faltándole tantos dientes. ¿A que ustedes no sabían que se puede tocar la armónica sin manos?


En este segundo vídeo, es el propio Sonny Boy quien hace de presentador (vean cómo domina el cotarro), para anunciar a Lonnie Johnson, otro de la pandilla, buen bluesman pero un tímido incurable. Es curioso lo que la diferente gimnasia gestual de dos personas puede revelar sobre el carácter de ambos. Por cierto, el gordo que toca el contrabajo es nada menos que el gran Willy Dixon.


Este es mi modesto regalo de Navidad para ustedes, queridos seguidores. Ayer inauguramos esta interrupción del mundo, que muchos años dura tres semanas, aunque esta vez, por suerte, sólo van a ser dos. Hemos superado ya la primera parte del coñazo: el telediario informando de que el Gordo ha estado mu’ repartío y las escenas en las que los premiados descorchan el champán y hacen el mono (yo sospecho que las tienen filmadas de antes con actores, total quién se va a dar cuenta). Hemos pasado también la cena de Nochebuena sin mayores quebrantos y nos va faltando menos. Así que: sean felices, déjense querer y abran sus mentes, que no sus cabezas: quienes les aprecian y les quieren los necesitan lúcidos y con buen ánimo.

4 comentarios:

  1. Estupenda felicitación. Sintetica y precisa. Feliz año, amigo

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  2. Lo del bluesman tímido es cojonudo, realmente este hombre lo debía de pasar fatal cada vez que salía a escena.

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    1. Sí, no es algo muy frecuente en el mundillo de la música.

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