lunes, 3 de diciembre de 2018

791. Algoritmos, susanazos y yavoys

Pues el caso es que estaba yo preparando un texto sobre el suculento tema de los algoritmos, cuando me he visto arrasado por el tsunami, o tsusanami andaluz y nada: que me ha dejado empapado de arriba abajo, con las noticias que vienen del sur. Entonces me ha entrado la duda: escribo de los algoritmos o del susanazo que se ha pegado el PSOE. Esta mañana en el curre he escuchado a unas cuantas personas valorando los resultados de las elecciones andaluzas, el tema del día. Y he constatado lo que ya dije en alguna ocasión: que las opiniones son como los culos, que cada uno tiene la suya. Así que he decidido centrarme en los algoritmos y dejar un poco reposar el otro tema, a ver si se le quitan los posos y puedo rescatar de entre la maraña de opiniones una reflexión más reposada.

Lo del algoritmo me vino por lo siguiente. Mira que tengo yo claro que no hay que contar las novedades hasta que estén seguras y confirmadas. Que trae mal fario anunciar las buenas nuevas antes de que sean completamente seguras. Pues me ha vuelto a pasar. Soy un desastre. No aprendo. Me refiero a que, en mi último post, daba por hecho que desde esta mañana podría venir en coche al trabajo. Pues naranjas de la China. Lo explico. Como he contado otras veces, las plazas de garaje de mi oficina, se reparten a sorteo por períodos de seis meses. El sorteo se hizo sólo la primera vez; entonces se sorteó una letra y de ahí para abajo hasta llenar el parking. A los seis meses entraron los siguientes, hasta que se llenó de nuevo. Hay unas 200 plazas y somos unos 450 peticionarios. Así nos va tocando a todos, aunque cada vez hay unos 50 que repiten turno sin plaza. El 1 de diciembre empezábamos nuevo período. Yo me enteré de quién era el último del turno que finalizaba. Conté hacia abajo en la lista y encontré mi nombre 167 puestos más abajo. Por eso estaba seguro de tener plaza y por eso lo dije en el blog.

El jueves, de pronto, caí en la cuenta de que no me habían mandado el correo con el número de plaza y las condiciones de uso. Y comprobé que a todos les había llegado ya. Llamé a preguntar y me lo explicaron. Resulta que, los de Recursos Humanos, responsables del garaje, han decidido que todo el que se haga con el uso de una plaza mediante sorteo o cualquier otro mecanismo, tiene derecho a disfrutarla durante seis meses. A menos que la deje de usar antes de que pasen esos seis meses, porque se traslade a otra dependencia municipal, o venda el coche, o el médico le prohíba conducir o se jubile o se muera (hoy nos hemos desayunado con la noticia de un colega que se ha muerto en el fin de semana y otro en estado crítico por un infarto). En esos casos, la plaza pasa al siguiente de la lista, que se quedó en su día en espera. Pero este nuevo usuario también tiene derecho a usar su flamante plaza durante seis meses, a contar desde ese día.

Así que, con la cantidad de incidencias que suceden a lo largo de cada período de seis meses en un grupo de unas 800 personas, pues resulta que hay un baile de plazas continuo y un guirigay importante. En mi caso, me han dicho que todavía tengo a quince delante en la lista de espera. Deduje que ya no tendría plaza hasta el 1 de junio y me contestaron: –No creas, estás muy bien colocado, es muy posible que te hagas con una plaza no mucho más tarde de las navidades. Y aquí vino mi pregunta, trufada de estupor: –Pero el tipo que tenga que controlar ese quilombo, se vuelve loco; ¿cómo lo hace? ¿con un ábaco? Respuesta: –Es que el sistema no lo controla un funcionario. Eso sería prácticamente imposible. El sistema lo controla un algoritmo. 

Ahí es adonde queríamos llegar. El mismo jueves, salí del curre a la hora del café de media mañana y eché a andar bajo la niebla. Crucé un puente sobre las vías del tren y la M40 y me dirigí a una sucursal del BBVA, la más cercana ahora a mi oficina (antes tenía otra casi al lado, pero la han cerrado). Tenía que pagar el IBI de mi casa, que no tengo domiciliado por un viejo resabio de los tiempos en que Gallardón lo subía sin escrúpulos. Entré en la sucursal y me encontré un letrero que decía: Desde el 1 de octubre, el horario de caja será de 8.30 a 11.30. Miré mi reloj: eran las 11.35. Hablé con la directora de la sucursal. Le dije que, ya que había ido hasta allí, podía hacer una excepción conmigo y colarme como si hubiera llegado cinco minutos antes. Total por cinco minutos. Anda, mujer. La vida es eterna en cinco minutos, etc. Le puse la respuesta a huevo: –Caballero, yo no puedo hacer nada, a las 11.30 se cierra automáticamente la aplicación y ya no se puede utilizar hasta que se abre al día siguiente a las 8.30. Me fui por donde había venido, con un convencimiento: el horario de la sucursal lo maneja un algoritmo. 

Ustedes tal vez no se han enterado, pero buena parte de nuestras rutinas más cotidianas están en este momento gobernadas por algoritmos. Es un algoritmo el que ahora, cada vez que abro mi ordenador, me brea a anuncios de vuelos a Chicago y hoteles en esa ciudad. De Chile no me dicen nada, porque los billetes y las reservas de hotel las hizo un compañero de Ciudad Real. También saben qué tipo de noticias me interesan y a qué clase de ayudas solidarias soy más sensible. Ya quedó dicho que me hice socio de ACNUR, en una ocasión en que me llegó un dinero que no esperaba (también me hice accionista del Deportivo). Pues bien, desde que me apunté a ACNUR, no paran de entrarme mensajes de Amnistía Internacional y de UNRWA, que es como ACNUR, pero dedicada en exclusiva a los refugiados del conflicto palestino. Encima, estos últimos me llaman Vicente (aquí se ha liado el algoritmo). Cada día me desayuno con imágenes de niños palestinos heridos o hambrientos y mensajes desesperados que me imploran: –Vicente, tú no puedes consentir que suceda esto, Vicente. Tienes que ayudarnos, Vicente.

Para que vean que no les engaño, les pongo el enlace a un par de artículos sobre los algoritmos, sólo de las últimas 24 horas. No hace falta que los lean, sólo échenles un vistazo diagonal (a menos que les interese). Los tienen AQUÍ y ALLÁ Los algoritmos sirven también para reforzar las propias líneas de pensamiento de cada uno. Si saben que usted es un facha (o un rojo), le harán llegar noticias reales o falsas para que se reafirme en sus ideas. Incluso en casos de gente dubitativa pueden ayudar a inclinarles a uno u otro lado. Así se forjó la victoria de Trump, como la del Brexit y otras. Es decir, querido lector, que alrededor de usted hay unos algoritmos que le bombardean sutil e imperceptiblemente con mensajes, con los que usted forma lo que se llama una colmena de pensamiento, que luego refuerza si tiene un grupo de whatsapp o similar en el que la matraca se repite ad eternum. Los votantes de Vox del domingo, seguro que todos pudieron leer el sábado una noticia en libremercado.com, en la que se decía que la contaminación en Madrid había aumentado desde que se había cerrado el centro al tráfico el día anterior. Creen que me lo estoy inventando. Pues ACULLÁ la tienen.

Pero los algoritmos hacen muchas más cosas. Por ejemplo, controlan la mayoría de las fases de los procesos de selección de personal. A la gente de la edad de mis hijos, las empresas los seleccionan ayudándose de un algoritmo, hasta la etapa final, que suele consistir en una entrevista personal, para comprobar que el algoritmo no se ha equivocado de perfil. Y también se utilizan para timarte. Les pongo un ejemplo. El otro día intento localizar a un concursante de Reinventing Cities, para ver si está enterado de que lo esperamos esa tarde para una sesión de participación en la Junta de Distrito. Encuentro un número de contacto que nos ha dado y lo marco con mi móvil. Mientras espero a ver si lo coge, no me suena el típico pitido, sino un reggaetón escandaloso a volumen sideral. Miro el aparato y veo un letrero que dice algo así como: –Si acepta la llamada pulse uno, si desea continuar pulse dos. Pulso el uno, me sale el tono normal de llamada en espera y un rato después la habitual voz mecánica me remacha que mi interlocutor no contesta, como si yo fuera sordo o lelo y no me hubiera dado cuenta ya.

Continúo con mi trabajo y a la hora de comer se me ocurre mirar el móvil y veo que tengo dos mensajes SMS. Los consulto. El primero dice: –Yavoy info: Has copiado el yavoy Échame La Culpa, de Luis Fonsi, que acabas de escuchar. Yavoy es GRATIS el primer mes. Después, 2,49€/semana IVA incluido. Si no lo quieres, envía CANCELAR al 2210 antes de 30 minutos. Más información en el link xxxx. El segundo SMS, exactamente 30 minutos después, dice: –Yavoy info: Enhorabuena. Tu petición para copiar el yavoy Échame la culpa, de Luis Fonsi, que has escuchado cuando llamabas al número XXXXXXXXX, se está procesando. En breve, te informaremos de su activación por SMS y ya será escuchado por todas las personas que te llamen, hasta que descuelgues. Gracias por tu confianza. Ese era el segundo mensaje.

Aterrorizado, me apresuré a enviar CANCELAR al número que me decían. Tres veces lo intenté y las tres veces con el mismo resultado: Error al enviar. Entré en Internet y descubrí que se trataba de una trampa saducea de la que no era fácil salir y encima consentida o amparada desde el entorno Movistar. Un tertuliano se quejaba amargamente de que le habían colado uno de estos yavoy, que lo tenía adherido a su móvil como una lapa, que le estaban cobrando semanalmente y no conseguía anularlo y que, cada vez que le llamaba alguien, al comunicante le sonaba el Y Viva España de Manolo Escobar, con lo que encima tenía que afrontar la rechifla de todos sus amigos y parientes. En fin, les cuento todo esto para que no caigan ustedes en la misma trampa.

¿Y cómo se solucionó el asunto? Pues tuve más suerte que Jaime de Moratalaz con su tarjeta black. Resulta que la llamada la había hecho con la tarjeta del móvil municipal (por eso es de Movistar; el mío particular lo tengo con Orange). Y el móvil del trabajo está capao, de forma que sólo sirve para hacer llamadas y SMS en el territorio nacional. No me vale en el extranjero ni tengo whatsapp ni datos ni Internet ni nada. Así que la cosa se ha anulado sola. Aún así, de vez en cuando le digo a algún amigo que me llame y me confirme que no le sale el Échame la culpa de Luis Fonsi. Si me hubiera entrado esa garrapata virtual en mi móvil particular, hubiera sufrido una estafa digital, sin duda urdida por un algoritmo. Dentro de poco, los algoritmos te dirán por dónde has de seguir caminando para evitarte una pelea callejera, qué gel de baño le conviene más a tu piel, dónde están ese día las manzanas golden más baratas, etc.

Y no se detendrán aquí. En un futuro no muy lejano, uno tendrá que pedir permiso al algoritmo para cruzar la calle. Al que insista en cruzar con el semáforo en rojo, le sonará un mensaje que dirá: dése la vuelta, está poniendo en riesgo su vida y todos le mirarán por la calle. El algoritmo le buscará enchufes para encontrar trabajo, le conseguirá amantes para un apuro, le hará diagnósticos psiquiátricos instantáneos y analíticas exprés. Le encargará el árbol de Navidad directamente de la floristería. Y no será raro escuchar por la calle conversaciones como esta: Querida, ¿con quién cenas esta Nochebuena? Yo con el Algoritmo. Y, en el Ayuntamiento de mis penares, los puestos de Interventor y Secretario General Técnico de las diferentes áreas, podrán ser desempeñados sin ningún problema por sendos algoritmos.

Sean felices. Ya hablaremos del susanazo. Para que se animen les voy a dejar con un temazo histórico. 1962. El gran Chubby Checker. Let's do the twist. No me hubiera importado que me calzaran un yavoy con esta maravilla. Pónganselo en pantalla grande y a bailar.


2 comentarios:

  1. Gracias por avisarnos del timo del yavoy, y también por el vídeo, en el que sale hasta Cantinflas. En cuanto al procedimiento para distribuir las plazas de garaje, es una verdadera locura; no sé para qué han decidido hacerlo tan complicado. Si no fuera por el algoritmo...

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    1. Pues de nada. En cuanto al procedimiento, es ciertamente enrevesado. Pero tal vez sea el más justo. La alternativa sería que cada seis meses se borrase todo y se empezara de cero. En ese caso, habría gente que, habiendo disfrutado de plaza de parking unos días o un par de semanas, se volvería a quedar excluida seis meses. De la forma en que han decidido hacerlo, todo el que alcanza el disfrute de una plaza, tiene seis meses para utilizarla. A mí me parece bien, yo no he hecho ni una crítica del sistema, sólo me asombré de lo difícil que era gobernarlo. Hasta que me enteré de que lo hacía un algoritmo.
      Besos y abrazos.

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