viernes, 16 de noviembre de 2018

786. El enigma Rapa Nui

Viajar a Isla de Pascua es acceder a un lugar de resonancias épicas, legendarias, fabulosas. Estamos hablando de una isla de 163 kilómetros cuadrados, menos de la tercera parte de la superficie del municipio de Madrid. Y situada en medio de la nada. Dista de la costa chilena unos 3.700 kilómetros y, junto con Hawai y Nueva Zelanda, conforma el gran triángulo de la Polinesia, formado por tres lados de unos 7.000 kilómetros cada uno. El lugar habitado más cercano es la solitaria isla de Pitcairn, a más de 2.000 kilómetros. ¿Les suena de algo ese lugar? Se lo voy a recordar. Tal vez ustedes, como yo, cuando eran casi unos adolescentes, tuvieron la oportunidad de leer la trilogía de novelas que narraban la odisea del motín a bordo del Bounty. 

El primer libro se llamaba Rebelión a bordo y narraba el motín que lideró el marinero Fletcher Christian contra el tiránico capitán Bligh. El segundo, Hombres contra el mar, contaba en detalle la odisea del capitán, abandonado a su suerte en un bote junto con los que se le mantuvieron fieles, con los mínimos alimentos como para vivir unos pocos días. El tercero, La isla de Pitcairn, contaba la deriva de los once amotinados que se llevan el barco, arriban a Tahiti y desde allí se van con algunas novias locales a la isla que se cita en el título. Marlon Brando interpretó a Christian en una actuación inolvidable, en la película llamada precisamente Rebelión a Bordo, que yo vi incontables veces. Incluso intentaba imitar sus gestos todo el tiempo.

Volviendo a la Isla de Pascua, se trata de un lugar cuya única vía de acceso son los vuelos desde Santiago de Chile, uno diario y tres días a la semana reforzados con un segundo. El vuelo, de unas cinco horas, llega a un aeropuerto enano, en el que el piloto desciende casi hasta el mar para apuntar bien y entrar por un extremo de la única pista. Enseguida ha de frenar duro para no salirse por el otro lado y caer al agua. De todas formas, este no es el aeropuerto en el que he pasado más miedo en mi vida aterrizando, honor que sigue ostentando el de Melilla. Toda la Isla de Pascua es parque nacional y Patrimonio de la UNESCO así que, nada más llegar, hay que comprar en el mismo aeropuerto la entrada al parque, que vale 80 dólares y que te van sellando en los sucesivos lugares de interés que se van visitando. Allí nos esperaba Rocío, una chilena que nos puso unas guirnaldas de flores al cuello y nos llevó en una furgoneta a las cabañas Hinariru Nui, donde hicimos el check-in y nos hicieron entrega de dos jeeps para movernos por el lugar. Se nos advirtió que en la isla no hay seguros, por lo que cualquier desperfecto en los coches habríamos de pagarlo de nuestros bolsillos.

Es una advertencia oportuna, porque las carreteras son infernales y por la isla circulan libremente grupos de vacas de la ganadería local y cientos de caballos libres, que cruzan por donde quieren. Se pueden imaginar que, a nivel de suministros, la cosa está bastante cruda. En los supermercados hay una oferta escasa y mala. Los restaurantes tiene mejores productos, pero hay que tener cuidado de que no te estafen. Las montañas son onduladas, la isla es de origen volcánico y pueden distinguirse claramente los tres cráteres de los volcanes que la originaron, generando su forma triangular. Como uno llega al mediodía, te explican un programa para hacer en esa tarde, que es bastante decepcionante. Uno viene aquí a ver los moais y la conclusión de esa primera visita vespertina es como el chiste del cazador: moais, lo que es verlos, no hemos visto ninguno, pero había un olor a moai que echaba para atrás.

El segundo día se hace una segunda excursión en la que se va entrando en contacto con diferentes moais, todos tumbados y con la nariz contra el suelo. Y entonces se llega al lugar denominado Rano Raraku, la cantera de los moais. Y uno se cae de culo ante tanta belleza. Porque este es otro de esos lugares mágicos que, como los glaciares del sur, merecen de largo la pena de viajar hasta un lugar tan recóndito. Es que uno no puede hacerse a la idea de lo que es este lugar a través de fotografías. Como sucede con el Partenón y otros lugares, hay que ir allí y ver el conjunto en su entorno natural, para hacerse una idea de lo grandioso del lugar. No obstante, aquí les pongo una selección de fotos.







Y aquí entra en escena el misterio del lugar. Porque los primeros occidentales que llegaron a las costas de la isla, encontraron a una sociedad depauperada, con la isla arruinada y deforestada, sobreviviendo apenas en cuevas y con graves problemas de alimentación. Y con TODOS los moais derribados hacia adelante, con la nariz enterrada en el suelo. Todos excepto los de la cantera, que están ahora exactamente igual que fueron encontrados. ¿Qué había sucedido? Pues no hay una explicación que pueda darse por cierta, porque sólo se pudo acceder a los relatos orales, siempre confusos, de los nativos empobrecidos que sobrevivieron al desastre político, social y ecológico que parecía haber sufrido la isla. Teorías hay muchas. Una etnia erigió los moais y luego llegó a la isla otra que destruyó esta civilización, les derrotó y tiró abajo los moais para humillarles aun más. O bien, hubo una competición a ver quien los construía más altos y eso consumió los recursos naturales, especialmente la madera, induciendo a la debacle del ecosistema. O llegaron unos extraterrestres que se cargaron a los pobladores originales. O los propios pobladores originales eran extraterrestres y los nativos los combatieron ferozmente hasta acabar exhaustos tras exterminarlos.

Después de ver el lugar y hablar largamente con sus gentes, yo tengo una teoría (que es sólo eso: una teoría, pero de la que estoy bastante convencido). El pueblo rapa nui fue siempre uno solo, que llegó a la isla en canoas precarias, proveniente de algún lugar de la Polinesia (sus rasgos lo confirman). Parece demostrado que esta llegada tuvo lugar en torno al Siglo X. Thor Heyerdhal demostró en 1956 que era posible alcanzar la isla en una balsa de madera, en la famosa aventura de la Kon-Tiki, llamada en la lengua rapa nui Aku-Aku. Parece claro también que la civilización que instauraron y en la que se erigieron los moais, duró hasta bien entrado el Siglo XVI. Los rapa nui tenían al parecer un rey, el ariki, descendiente directo de los dioses. En un primer momento pensé en una especie de revolución laica contra ese poder divino, similar a la que encabezó Amenophis IV en Egipto, el faraón disidente que acabó con todos los símbolos divinos y hasta se rebautizó como Akenathon. Pero la explicación a la que he llegado finalmente es mucho más sórdida y descorazonadora.

El pueblo rapa nui se dividía en diferentes clanes, a pesar de su origen común. Y surgieron entre ellos las rencillas, el odio y en definitiva, una cruel guerra civil, en la que cada clan derrotó alternativamente a los otros, de forma que finalmente todos acabaron arruinados y con sus moais derribados. Un inciso: derribar un moai no es algo sencillo. Por el contrario, exige un trabajo y un esfuerzo casi igual que el de erigirlo. Esto no fue una casualidad, sino un exterminio mutuo minucioso y sistemático. Una especie de autogenocidio. Cada aldea disponía de una hilera de moais levantados de espaldas al mar y mirando a la propia aldea. Estos moais, honraban a sus difuntos y eran el símbolo del poder del clan. Tenían unos ojos de color blanco, esculpidos en coral, y una pupila roja de escoria de los volcanes. Su mirada no se despegaba de los habitantes de la aldea a los que oficialmente transmitía el mana, la energía vital para seguir viviendo (y supongo que, también, eran un elemento vigilante del mantenimiento del orden y las buenas costumbres). Por eso el furor de los enemigos en derribarlos cara al suelo, para cortar el flujo del mana y derrotar doblemente a sus protegidos. Y por eso no se molestaron en derribar a los de la cantera, que no tenían aun su ojos operativos. Aquí pueden ver un moai reconstruido por completo. Unos ojos realmente inquietantes.


Así que esta es la alucinante historia. En el siglo X unos polinesios arriban a un lugar que es la tercera parte de la ciudad de Madrid y aislado en medio de la nada, a miles de kilómetros de cualquier otro lugar habitado. Llegan a un paraíso y en unos pocos siglos, reproducen en una especie de minúscula maqueta toda la historia de la Humanidad. Desde Caín y Abel, hasta episodios tan siniestros como nuestra Guerra Civil. Se matan entre ellos, arruinan el medio natural, agotan el entorno ecológico y se van a la mierda de forma clamorosa e irreversible. Para hacérnoslo mirar. Hasta dónde puede llegar la locura humana. Y eso es lo que está sucediendo ahora mismo (salvando las distancias) en Podemos Madrid. Realmente deprimente.

Vayamos ahora con algunos aspectos técnicos. Los moais eran tallados in situ en la cantera única de la isla, en donde había una piedra volcánica muy porosa y fácil de trabajar. Pero, en pleno Siglo X y siguientes, estas gentes estaban aún en la edad de la piedra. No conocían los metales. Usaban para esculpir sus gigantescas estatuas una  especie de lascas de basalto muy duro, de las que se conservan muchas, que se pueden ver en el único museo de la isla. Tallada la estatua, había que ponerla de pie, para lo que se recurría a cuerdas trenzadas con lianas de los bosques. Y luego había que trasladarlas a su ubicación definitiva, junto al mar y mirando hacia adentro. ¿Y cómo se hacía esto? Recuerden que estamos hablando de unos bichos de unos 11 metros de alto y más de 80 toneladas de peso (en la cantera se encontró uno a medio esculpir de 21 metros, que es conocido todavía como El Gigante). 

Durante años se especuló con que los rodaban sobre troncos de madera y que de ahí vino la severa deforestación. Ahora se tiende a pensar en otra cosa. Las estatuas tienen unas hendiduras pronunciadas en las cuencas de los ojos y bajo la nariz. Aquí se ajustaban sendas cuerdas de las que  grupos de nativos a ambos lados tiraban alternativamente, induciendo un movimiento similar al que se hace cuando se quiere desplazar una pesada nevera, y parecido también al desgarbado paso de los pingüinos. Un movimiento lento pero que no ponía en peligro la integridad de la escultura, hecha en una piedra de cierta fragilidad. Ya en el emplazamiento definitivo, se le añadían los ojos de coral, las pupilas de escoria y unos tocados altos de la misma escoria, que equilibraban la proporción. En el otro extremo de la isla se puede encontrar la segunda cantera, la de la escoria rojiza, donde quedan sombreros de los moais. Eran cilíndricos, lo que permitía trasladarlos rodando.



Existen también otros lugares de interés en la isla, en donde se han vuelto a poner de pié algunos moais. Thor Heyerdhal levantó algunos. Una expedición científica japonesa repuso una hilera completa en su disposición original, mirando hacia adentro de la isla, que se puede contemplar en Tangariki. Y hay otra hilera más en el lado opuesto de la isla, junto a la playa Anakena, estos tocados con sus sombreros reglamentarios. Aquí unas imágenes de ambos grupos.


Y qué pasó cuando llegaron los occidentales. Pues, como de costumbre, que las cosas fueron a peor. Esclavistas peruanos se llevaron a miles de nativos para venderlos en el puerto de El Callao. La sífilis y el alcoholismo hicieron el resto. En torno a 1890, el Estado de Chile adquiere la isla. En ese momento quedan unos 100 rapa nuis. Chile libró a los nativos de la amenaza de la esclavitud. Pero sólo para confinarlos en una especie de reserva en un extremo de la isla, en donde actualmente están el pueblo más grande, Hanga Roa, y también el aeropuerto. El resto de la isla lo arrendó a una compañía ganadera británica, que la llenó de ovejas. Durante la primera mitad del Siglo XX, Isla de Pascua fue el principal proveedor de carne de toda Latinoamérica, carne que se exportaba primero en barcos y luego en aviones. Durante la Segunda Guerra Mundial, Chile intentó vender la isla al mejor postor, ofreciéndola a los nazis, los japoneses y los yanquis. Todos le concedían una importancia estratégica de primer orden. Pero la codicia y el chalaneo del gobierno de Chile hizo que finalmente los tres compradores potenciales se mosquearan y eso frustró la lucrativa operación. Los rapa nui sólo pudieron librarse de su confinamiento y tener libertad para moverse por toda la isla en 1965. Hasta ese año tan reciente, en las escuelas de la reserva se enseñaba sólo en español.

Es decir, que el pueblo rapa nui se ha librado hace nada de esa calamidad histórica que les perseguía desde que se mataron entre ellos y se derribaron los moais unos a otros. En 1995 la isla fue declarada íntegramente Patrimonio de la Humanidad. Pero el dinero que da la UNESCO para su conservación lo administra íntegramente la región de Valparaíso, a la que está asignada. Los 80 dólares de la entrada al parque sí se reinvierten en su conservación, pero sólo desde hace año y medio. Es entonces cuando se cedió la gestión del parque a la administración local autónómica. Hasta entonces, se cobraba una entrada que valía para tres días. Los rapa nui la han subido mucho de precio, mediante el truco de hacerla válida para diez días (nadie se queda allí diez días) Y permiten repetir todos los enclaves cuantas veces quieras, con una sola excepción: la cantera Rano Raraku, es decir, lo que todos repetiríamos si nos dejasen.

Ahora mismo viven en la isla 8.500 habitantes. Más o menos la mitad son rapa nui. El resto, chilenos, norteamericanos y europeos que gustan de vivir en un lugar como este y no sufren de claustrofobia insular. Estos regentan bares y chiringuitos, viven de los turistas y montan grandes juergas nocturnas, como en cualquier lugar tropical. La gasolina que surte a las dos gasolineras que hay cerca del aeropuerto proviene  de unos tanques que se rellenan periódicamente. Viene un barco petrolero y un buzo se sumerge y le enchufa un tubo directo a los depósitos. Hace apenas dos años que tienen Internet y, como ya les dije, de una calidad bastante mala. No hace falta que diga que los rapa nui no se sienten chilenos para nada, sino polinesios. Sus señas de identidad son ahora respetadas, la enseñanza es bilingüe y todos son moderadamente independentistas, una aspiración legítima (no como la de otros que se inventan que les están puteando). Es algo que te dicen con la boca pequeña y con mucha cautela porque son conscientes de las dificultades que tendrían si siguieran solos. Su prioridad ahora es que la gente joven se forme, acuda a universidades lejos de la isla y practique deportes, porque el alcohol y las drogas son una amenaza cierta y se ve por allí a tipos muy pasados.

Hay muchas más cosas que contar de este lugar tan singular, pero no quiero alargar más este texto. Toda la costa es de altos acantilados, excepto una playa (Anakena) de arena muy blanca, en la que nos dimos un buen baño para probar las frías aguas del Pacífico. Los caballos son libres, tienen pastos para aburrir y forman parte del paisaje de la isla al que le dan un punto de belleza más acentuado. Sin embargo, constituyen un problema en potencia, porque sólo un 10% son utilizados para tiro o para carne y el resto empiezan a estar en situación de sobrepoblación. Me aprendí dos palabras en el idioma rapa nui: Iorana (Hola) y Mauru-ru (Gracias).

Y tuvimos ocasión de participar en el festival anual de la lengua rapa nui, el Mahana Ote Re’o. Allí, al ritmo de los ukeleles enloquecidos, bailan los adolescentes de los diferentes colegios. Es una versión menor del Tapati, el gran festival de la cultura polinesia que se celebra en febrero. Grabé varios vídeos con el móvil, pero no sé cómo subirlos al blog. A cambio, les pongo uno de hace dos años que está colgado en Youtube. Para verlo han de pinchar AQUÍ. Dura media hora y no hace falta que se lo vean entero si no les interesa, aunque es vistoso y deja muy claro que esta gente no son chilenos, sino polinesios. Hay una larga introducción, más o menos hasta el minuto 4. Es el momento en que entra la banda de ukeleles desbocados que inician el baile más frenético. Siguen después diversas canciones y coreografías. Este año la cosa no era muy diferente. Toda la gente se concentraba ante el escenario y coreaba las canciones, entre chiringuitos con fritangas, en una fiesta popular que dura todo el día.

Es cuanto puedo contarles de mi visita al remoto paraje de la Isla de Pascua. Les deseo un feliz y descansado fin de semana de otoño.

2 comentarios:

  1. No se por qué he dejado pasar tantos días sin volver por aquí, con lo bien que cuentas tus experiencias! Qué ganas de coger un avión y largarse a la Isla de Pascua! Recuerdo haber leído en mi remota infancia los libros de Heyerdahl, el de la expedición de la Kon-tiki y el de la Isla de Pascua, que me fascinaron. Pero no recordaba todos estos detalles que cuentas con tanta amenidad y fluidez. En fin, gracias por compartir tus andanzas. Hasta pronto

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    1. Muchas gracias Josefina por tus comentarios. Me encanta que me siga la gente y que conecten con las cosas que cuento. La Isla de Pascua es un lugar muy especial, lleno de magia. Espero que puedas ir algún día. Un abrazo.

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