sábado, 10 de noviembre de 2018

784. La Patagonia chilena II

Pasé de largo por Tala
Detenerme para qué
De nada vale un paisano
Sin caballo y en Montiel
De una canción de Jorge Cafrune

Érase que se era, empecé a escribir este post en el avión de Latam Airlines que me llevaba a la Isla de Pascua, 3.700 kms al interior del océano, en medio de la nada. Era un vuelo de algo más de cinco horas desde Santiago, en el que por cuestiones de overbooking nos dieron unos asientos de primera clase. Observen qué cómodo me puse y qué feliz aparezco.



Una vez que he solucionado el sistema para subir imágenes al blog, empezaré por publicar las correspondientes al post anterior. Por ejemplo, aquí el ganado vacuno pastando junto al lago Villarrica.


Arriba una de las islas del lago Llanquihué. Abajo, el gran Teatro del Lago. Una vista del volcán Osorno, desde el teatro y una imagen del propio teatro, El mejor de Latinoamérica.








El volcán visto desde un cementerio


Uno de los saltos del Petrohué.


Y aquí, Don Guido, el hombre que se sabe todas las historias del lago Llanquihué.


Les hablé el otro día del área de los grandes lagos, una comarca muy feraz en el centro de Chile. En esta zona hay un enclave ciertamente privilegiado, la enorme isla Chiloé. Sin puente que la una al continente, se cruza a ella mediante un ferry que sale de Panguas y arriba a Ancud, una de las ciudades de la isla. Chiloé fue el último reducto español en la zona. Cuando ya se había constituido el estado chileno, la isla siguió fiel a España, al mando de un tal Quintanilla, que se enrocó y resistió el asedio hasta 1820 en que fue finalmente anexionada. El núcleo habitado de mayor tamaño corresponde al pueblo de Castro, en el centro de la isla, famoso por sus casitas de colores construidas en madera y levantadas sobre el mar. En una de ellas está el hotel Palafito Waiwen, donde hemos dormido varias noches. Aquí unas imágenes del lugar.





Recorriendo la isla, es obligado visitar algunas de las 600 iglesias declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En concreto hay seis especialmente vistosas, algunas repintadas y en buen estado de conservación, otras con la madera en un estado regular, como pueden comprobar abajo. En la última de ellas nos tocó asistir al inicio de la Misa de Difuntos, puesto que era el día 2 de noviembre. En medio de una concurrencia con mayoría de ancianos emperifollados para la ocasión, salió el cura de morado y oro e inició su parlamento con la lista de los difuntos a pedir por cuyas almas estaba destinada la ceremonia. Pensamos que iba a citar a los muertos del último año, pero, después de una retahíla de unos 40 nombres, con predominio del apellido Baamonde, comprendimos que estaba citando a los difuntos de unas cuantas generaciones, por los que querían pedir todos los habitantes del pueblo. Nos abrimos antes de que saliera a la palestra el nombre de Francisco Franco.






En los restaurantes de los pequeños pueblos de Chiloé, es posible degustar un plato tradicional de la cocina indígena: el curanto al hoyo. Para cocinarlo hacen un gran agujero en el suelo, meten leña ardiendo y con eso calientan unas piedras que se ponen al rojo. Entonces retiran la leña y echan todos los ingredientes para hacer una especie de cocido, en el que se mezcla carne de vacuno, pollo, patatas, zanahorias y, lo más curioso, toda clase de moluscos: almejas, mejillones gigantes, locos (que son una especie de lapas enormes, similares al abulón mexicano) y una serie de aderezos. Todo eso lo hacen temprano, lo tapan y lo dejan que se vaya haciendo toda la mañana, para que esté listo para el mediodía. Uno de los lugares más famosos para disfrutar del curanto al hoyo es el restaurante Quetalmahué en el pueblo del mismo nombre. Llegamos el primer día a eso de las dos y media de la tarde y ya se había acabado el curanto. Las excursiones de chilenos, franceses y alemanes están allí a primera hora y se lo acaban.

Ante eso nos pedimos unos platos de ostras y de locos, que estaban como se imaginan. Al otro día pudimos probar el curanto en la Cocinería Comunal de Dancahué. Allí se recomienda acercarse al puesto número 5, el que regenta la señora María, que es famoso en todo Chile. Llegamos y se lo dijimos, y rápidamente les fue dando aire a los clientes que ocupaban los escasos ocho lugares que tiene el puesto, un pequeño cuadrado en esquina, en donde están tres señoras guisando, atendiendo a los cuatro y cuatro asientos exteriores en donde se sitúan los clientes. No tienen cerveza, pero no les importa que compres unas latas en el puesto de enfrente. Se trata de un lugar popular, muy ruidoso y concurrido, en donde el pueblo se solaza con sus guisos típicos. A destacar también la paila de jaiba, un guisote de almejas y similares bastante sabroso. Además de la merluza y el congrio, los pescados de la zona.

Otro atractivos de Chiloé: la llamada pingüinera. Son dos o tres islotes a donde vienen los pingüinos y otras aves migratorias a desovar y criar a su camada. Se visitan en un barco al que han de acercarte con una especie de catafalco con ruedas que empujan a mano unos paisanos, que se meten en el agua casi hasta la cintura, hasta que puedes subir. La cosa es interesante, aunque no se ven demasiados pingüinos, pero sí algunos, lo mismo que cormoranes y patos de todas clases. Todos ellos anidan en estos islotes, donde han de defenderse de las odiosas gaviotas, animal invasivo que se come sus huevos en cuanto se descuidan. Los pingüinos son pájaros acostumbrados a vivir en el agua helada, donde desarrollan toda su existencia. Son mucho más hábiles bajo el agua que en tierra. Pero han de anidar en seco, para lo que nadan grandes distancias. Establecido el nido, macho y hembra se turnan en sus dos funciones básicas: mientras uno vigila, el otro o la otra se sumerge en el agua y se atiborra de pequeños peces, que luego regurgita para alimentar a las crías. Los pequeños pingüinos viven varios meses cuidados por sus padres, en esta versión animal de la custodia compartida, hasta que pueden lanzarse al agua a vivir por sí mismos.



Enfrente de Dancahué se sitúa la isla de Quinchao, más pequeña, en donde están algunas de las iglesias más valoradas, así como una famosa cascada, donde nos hicimos la foto de grupo que ven arriba. Y luego está el pequeño islote de Aucar, conocido como La Isla de las Almas Navegantes. Un lugar al que se accede por un puente peatonal de madera, que te permite ingresar en un mundo con un punto místico que se percibe en el ambiente. Hay por allí una iglesia de madera y también un pequeño cementerio en el centro. Los chilenos se trabajan especialmente las flores de plástico de colores muy vivos. Todos los mercados están llenos de estas flores. Vean abajo la tumba del muerto más reciente (de octubre). Debía de ser un hombre de relevancia. Y, por supuesto, se llamaba José Delmiro Baamonde Baamonde. 




Cada noche regresábamos al Palafito Waiwén, lugar de mochileros y gente alternativa, en donde hay una cocina y unas mesas a disposición de todos. Allí se entablan conversaciones y se anudan amistades efímeras. En nuestra primera noche, salimos a cenar fuera, para lo que hay que cruzar el río y subir por el paseo costanero hasta la plaza del pueblo, donde hay unos cuantos restaurantes de precio medio. A la vuelta nos quedamos por allí tomando unos pisco sour e hicimos algunos contactos. Entre ellos, Alicia, una peruana de Lima, muy joven, bastante guapa y con grandes gafas de concha, que viaja sola. Ella nos habló de la cascada, de la Cocinería Comunal de Dancahué y de la isla de Aucar, como puntos a visitar que no conocíamos, porque tampoco los destacan mucho en las guías. Alicia estaba compartiendo habitación con cuatro varones que había conocido allí mismo, en esta especie de albergue que es el Palafito Waiwen.

En nuestra segunda noche, nos quedamos a comer allí, de los embutidos que traemos desde España y algunas compras adicionales que habíamos hecho en el día. Compartimos viandas y mesas con varios jóvenes, Alicia entre ellos, y yo no me fijé especialmente en ella, porque en mi grupo hay gente más simpática y ligona que yo, que acaparan la conversación en cuanto aparece alguna chica guapa. Le agradecimos sus sugerencias y compartimos con ella nuestras experiencias. Luego nos fuimos a dormir. Pero yo estaba desvelado y pensé que era una buena ocasión para volver al salón y escribir algo para ustedes. Le dije a mi compañero de cuarto que me iba fuera y me instalé con el ordenador. Pero no pude ni empezar. Alicia salió de su cuarto y con un arrebujo de fastidio me dijo que no podía dormir, que sus compañeros de cuarto roncaban todo el rato y que si no me importunaba su presencia se iba a quedar un rato por allí.

Le propuse preparar unos pisco sour, según la receta del 2001 de Villarrica, que ya les he explicado. Y estuvimos un buen rato hablando. Era del barrio limeño de Miraflores, digamos la élite de la élite peruana (yo lo sé, pero no sé si ella sabía que lo sé). Estudiaba en una escuela de negocios prestigiosa, pero se ahogaba en Lima y soñaba con pasar a Europa. Cuando me habló de Miraflores, le dije que tengo una amiga de por allí, Claudia Sánchez Morzán, colega del Club de Lectura Billar de Letras, en el que participa por Skype, porque vive en Berlín donde ejerce como periodista de la Deutsche Welle. Por supuesto que la conocía. ¡Por Dios, Claudita! Es una referencia para todas nosotras, ella logró lo que todas añoramos. ¡Y encima tan linda!

En fin, que no escribí nada, pero cargué las pilas para nuevas historias. Hablamos de urbanismo, de literatura, de economía, de geoestrategia. Por supuesto no les voy a contar los detalles de cómo se desarrolló la velada, hasta que el sueño y el pisco sour nos vencieron. Me queda únicamente una reflexión. Más o menos hasta los 62 yo me encontraba a tope de fuerzas y habilidades sociales. Y, en ocasiones como esta, forzaba la situación hasta donde la chica me dejara llegar. En estos últimos años me he convencido finalmente de que soy un viejo. Esto tiene una parte buena: las mujeres jóvenes no me ven ya como un depredador, sino como un vejete más o menos simpático, me permiten acercarme, comparten conmigo sus reflexiones y sus deseos y se abren como no lo harían con alguien más joven. La parte mala: tengo claro que no he de pasar de un cierto punto, que no soy una alternativa de pareja para mujeres tan jóvenes, que si siguiera adelante resultaría patético, que es mucho más elegante llegar al borde y retirarse. Por eso pasé de largo/detenerme para qué/de nada vale un anciano/a medianoche en Chiloé. Que ustedes lo pasen bien.  


2 comentarios:

  1. Formidable. Sigo leyendo al revés de lo que debiera, es decir, de atrás a amante, y sigo disfrutando. Tomo nota de las indicaciones turísticas (espero hacer ese viaje) y me encantan las reflexiones personales.

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    1. Gracias otra vez. Si un día te decides a viajar a Chile, espero que mis textos te sean de utilidad.

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